viernes, 25 de septiembre de 2009

SABIDURÍA VS ENDIOSAMIENTO


Maribel Rodríguez ha escrito una entrada, titulada SABIDURÍA GARANTIZADA, en la que aborda el tema de la búsqueda de la Sabiduría y de los peligros de seguir a ciertos gurús modernos que se creen en posesión de la Verdad, o del Método verdadero para obtener la Sabiduría. Un poco como si tuvieran la receta mágica para llegar a la Iluminación. Esto, desde luego, me recuerda a los miles de libros de autoayuda que se editan y se venden en las librerías cada día.

Dado que el tema es de una actualidad apabullante y de unas repercusiones tremendas, para una buena parte del colectivo, me gustaría comentar un poco qué es lo que mueve a los seres humanos a buscar un camino hacia la Sabiduría, o hacia la Iluminación. Como la psicología ha puesto de manifiesto, existe en el ser humano una tendencia innata que busca la realización de la totalidad del individuo. Es decir, el despliegue efectivo de sus potencialidades, originariamente inconscientes y, por consiguiente, indiferenciadas. Se trata de una especie de "hambre espiritual por lo Trascendente", por así decirlo. Un instinto religioso, una tendencia espiritual cuya urgencia es comparable con la necesidad de alimentarse o de tener relaciones sexuales.

Naturalmente, la inmensa mayoría de las personas son completamente inconscientes de que el Gran Tesoro de Sabiduría, el "aurum non vulgi" del que nos hablan los alquimistas, la "cuadratura del círculo", el Santo Grial, la Fontana de agua sempiterna, no se halla en el mundo manifiesto. Es decir, que no se encuentra la Fuente de la Sabiduría sino sólo en el corazón del hombre. Ni en el Cielo, ni en la Tierra, ni en las Profundidades del Océano, ni en la vasta extensión del Cosmos conocido y desconocido. Y, por supuesto, tampoco en tal o cual Gurú, ni en tal o cual Maestro Zen. El verdadero Maestro de maestros es el Cristo interior, el lumen naturae, la chispa divina que, como digo, reside en el interior del Ser Humano.

Ahora bien, como esta chispa divina es, en la mayor parte de la población, totalmente inconsciente, acaba por ser proyectada al exterior en tal o cual persona que, para quien así proyecta, termina encarnando la figura del Sabio que, como digo, yace en su interior.

Este proceso de proyección de la Personalidad Total o Sí-Mismo (el Cristo Interior) en la figura de un "supuesto" Gurú o Maestro es completamente natural. Todos, en mayor o menor medida, proyectamos o hemos proyectado sobre alguna persona dicho arquetipo. Al menos, durante un tiempo. Lo inconsciente se vive y se re-conoce a través de la proyección. Y, según parece, este es el modo a través del cual los seres humanos nos relacionamos con lo inconsciente y sus constituyentes, los arquetipos.

De lo dicho se colige, por tanto, la existencia de una estrecha relación entre la intensidad de la proyección y la inconsciencia del contenido inconsciente que se proyecta. Es decir, cuanto más inconsciente sea el individuo, cuanto menor sea su autoconocimiento, tanto mayor será la constelación de contenidos proyectados en las personas y objetos externos. La consciencia, por cierto, de un individuo en ese estado no tiene la menor sospecha de la procedencia real de esa energía con la que ha investido al objeto o persona concreta. Está convencido, por consiguiente, de que tal o cual Gurú o Maestro está en posesión de la Verdad. Y, por tanto, defenderá con uñas y dientes los postulados del que se ha convertido en objeto de proyección.

Desde luego que, como bien apunta Maribel en su blog, muchos de los presuntos Gurús o Maestros, o mejor, de los que se consideran tales, adolecen de multitud de dudas con respecto a Sí-Mismos. Un ejemplo sobradamente conocido es el de una buena parte de los Sacerdotes católicos. A fin de cuentas, las clases sacerdotales han sido, desde tiempos inmemoriales, quienes se han abrogado el supuesto conocimiento de la Verdad y, por lo tanto, los transmisores de un conocimiento al que supuestamente tenían acceso. Mi intuición me dice que, precisamente porque las clases sacerdotales han perdido esa función de psicopompos, de guías hacia el "Otro Mundo", ahora surgen por todas partes, como hongos tras las primeras lluvias de Otoño, supuestos Maestros. ¿Será una compensación por su deteriorada reputación?

Sin embargo, aquí debemos hacer un apunte importante de cara a comprender lo que sucede en aquellos casos en los que, ciertos individuos, creen estar en la posesión de la Verdad. ¿Qué les sucede a los Gurús autoconvencidos? Pues bien, algo que los expertos en psicología profunda conocemos bien. Se trata de lo que podríamos denominar una inflación por identificación con una imagen primordial o arquetipo de lo inconsciente colectivo. El efecto de semejante identificación es, precisamente, un endiosamiento. Naturalmente, el carácter numinoso del arquetipo, su carga energética, tiende a atraer a la consciencia que, por un tiempo, se identifica con dicho arquetipo y sufre una hinchazón. Este fenómeno es, en cierto modo, normal cuando se ha tenido acceso a la vivencia plena del arquetipo de la Totalidad (aunque me refiera sólo al Sí-Mismo o Atman, al Cristo interior, el efecto de inflación no es privativo de dicho arquetipo, sino que sucede con cualquier arquetipo que se constele, es decir, que se actualice y se prepare para la emergencia plena en la consciencia). El problema reside en el mantenimiento de dicha actitud inflacionista.

En este sentido, me gustaría traer a colación algunas líneas que Ángel Almazán de Gracia escribió en su ensayo Realización de la individuación y lucha contra el endiosamiento:

"...estamos en una época, como casi todas, por otro lado, en la que nos invaden los gurús, maestros, profetas, Grandes Priores neotemplarios, altos grados francmasónicos, astrólogos, videntes, la mayoría de ellos (que no todos, dios me libre de meterles a todos en un mismo saco) meros mercachifles pero que, sin embargo, arrastran tras de sí a miles de corderos que en su búsqueda interior han tenido la desgracia de caer bajo la fascinación psíquica de diversos complejos y arquetipos incardinados (proyectados inconscientemente por tanto desde su psiquismo) en tales individuos. Y sobre ello sí que es preciso advertir del peligro que se corre a tales personas que, en su buena fe e ingenuidad, están presos en la red de Maya. Claro que más grave es la situación de los que se creen gurús por estar sumergidos en una inflación psíquica que, además, les es totalmente inadvertida."

En términos semejantes lo expresa mi querido amigo Moisés Garrido al referirse al fanatismo de los grupos marianos en su blog, cuando afirma:


"El sectarismo es un fenómeno que afecta a muchos ámbitos de la sociedad -no únicamente a grupos religiosos-, pero es cierto que suele manifestarse con mayor radicalidad en los movimientos milenaristas. Y sabemos que los grupos marianos, si tienen un rasgo general que les caracterice, es su excesiva obsesión por las profecías apocalípticas. Eso hace que el grupo se cierre más en sí mismo, volviéndose extremadamente reaccionario con el mundo exterior. Los adeptos depositan ya toda su confianza (y sus bienes) en el líder. A partir de ahí, es muy normal que el grupo caiga en actividades delictivas... En esos movimientos marianos, inofensivos para el incauto creyente, sus líderes cometen fraudes intencionadamente, negocian con todo, se hacen dueño de la vida y destino de centenares de personas, y se sienten elegidos por el cielo para una misión trascendental. Aquellos que estén a su lado, serán salvados en el juicio final. Los demás, tendremos como destino el fuego purificador del infierno…"


Y, Ángel Almazán, en su mencionado ensayo, aclara cuál es esa "grave situación" en la que se encuentran los que se creen gurús y qué es lo que debe hacerse para evitar el trágico final de estos individuos, y de aquellos que le siguen, al afirmar lo siguiente:

"Es necesario, por tanto, ser conscientes de que una cosa es el arquetipo del Mago y otra nuestro ego, que una cosa es la Sabiduría o Sentido que él nos trae y otra muy distinta nuestro ego, el cual (debería) sentirse como un escolar sempiterno, siempre en fase de aprendizaje, y nunca de maestro, puesto que es este Guru Interior, este arquetipo del Viejo Sabio el que, desde la antigüedad, representa al "iluminador, el instructor y maestro, el psicopompos" y su numinosidad y energía psicoide es de él y no nuestra, proviene del Sí-Mismo y no de nuestro ego, por lo que no nos pertenece ni debemos apropiarnos de ella, viene a decir Jung. Hermes-Mercurio desempeña el papel de Viejo Sabio en el hermetismo y su aplicación técnica de la alquimia. Khadir lo desempeña en el Islam. Merlin lo hace en los relatos artúrico-griálicos."


Y esto viene a enlazar con el Gran Sacrificio del que hablo en mi ensayo Autoridad Moral, Poder Temporal, Iluminación y Sabiduría en el Señor de los Anillos. La prueba final a la que el ego ha de someterse es la de su propia muerte, es decir, la renuncia a sus propios deseos narcisistas y megalómanos, a su ansia de poder, a la satisfacción de sus necesidades egoístas exclusivamente, y a creerse dueño absoluto de su propio Destino (algo que se expresa en los dichos siguientes: ¡donde hay voluntad hay un camino! o, también, ¡querer es Poder!) para que renazca el Sí-Mismo. Sólo así se puede ejercer la verdadera libertad, que tiene en consideración la libertad de los demás. Algo que resulta sobradamente necesario en estos tiempos que corren, en los que los miembros de toda religión monoteísta se creen en posesión de la única Verdad que existe sobre la Tierra.

Quien ha atravesado esa muerte simbólica del ego, no sin antes un dramático descensus ad inferos, ese sí irradia una luz que proviene, precisamente, del Sí-Mismo, y no de su yo. Estos individuos, que se hallan en el camino de la Individuación, se convierten en Maestros muy a su pesar, como dice Maribel, porque acaban siendo un perfecto blanco de proyecciones. Y esta es una carga tremendamente pesada. Puesto que, como bien sabemos, el destino final de esos hombres extraordinarios es, lamentablemente, la crucifixión. Se convierten, a la postre, en chivos expiatorios. Y, en mi opinión, esto es debido a que estas personalidades descollantes suponen para la colectividad una tremenda exigencia cultural. Y la masa, como bien se sabe, tiende a la inercia, por lo que aquellas personas que osan moverse por encima de su nivel se convierten, finalmente, en víctimas sacrificiales. ¿No es éste un más que dudoso privilegio?

martes, 22 de septiembre de 2009

ENTREVISTA A JOSÉ GONZÁLEZ EN EL PRÓXIMO NÚMERO DE LA REVISTA ENIGMAS

Mi querido amigo Moisés Garrido, investigador apasionado sobre temas fronterizos del conocimiento humano, escritor de libros de gran calado y repercusión, como el excelso y conocido El Negocio de la Virgen, o el más reciente El Negocio de la Fe, y colaborador en las revistas ENIGMAS y Más Allá, tuvo la amabilidad de entrevistarme durante su pasada estancia en Madrid. En la entrevista Moisés quiso indagar en varios temas de máxima actualidad, que había desarrollado extensamente en varios de mis libros: 1. El lado oscuro de la psique humana y sus repercusiones. 2. Trasfondo arquetípico de la caída de las Torres Gemelas tras el atentado del 11 de Septiembre en Estados Unidos. 3. El retorno de lo Femenino en la cultura, su significado psicológico y su trasfondo esotérico o arquetípico. 4. Relaciones entre la Astrología y la Psicología Profunda. La sincronicidad como principio de conexión entre ambas. 5. La vía gnóstica del Conocimiento, frente a la ortodoxia cristiana, más exotérica. En fin, a todos aquellos interesados en estos y otros temas; a quienes quieran saber de mi último libro ABRAXAS. El cristo gnóstico, y de su contenido; a todos ellos, les invito a que adquieran el número de la revista ENIGMAS, en el que se haga referencia a mi entrevista a cargo de Moisés Garrido.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

AUTORIDAD MORAL, PODER TEMPORAL, ILUMINACIÓN Y SABIDURÍA EN EL SEÑOR DE LOS ANILLOS


“La luz y la tiniebla, la vida y la muerte, los de la derecha y los de la izquierda son hermanos entre sí; no es posible que se separen (unos de otros). Por tanto, ni los buenos son buenos ni los malos malos, ni la vida es vida, ni la muerte muerte.“

Evangelio de Felipe. Evangelios, hechos, cartas. Biblioteca de Nag Hammadi II. Pags. 25-26

El evangelio gnóstico de Felipe nos dice que tras el telón de la realidad material hallamos dos opuestos enfrentados. La Gran Obra alquimista, por su parte, pretendía la unión de dichos contrarios. Su arte, denominado espagírico, era definido con la máxima “solve et coagula” con lo que expresaban la necesidad de disolver los elementos que entran en juego en el proceso, léase separarlos en sus constituyentes elementales, para posteriormente armonizarlos en una unidad integrada a la que denominaban Lapis philosophorum. Y el proceso comenzaba con la prima materia, una masa confussa que albergaba a todos los elementos en un estado caótico, inarmónico y desintegrado. Esa masa caótica se corresponde en psicología con lo inconsciente en su estado original, en el que los instintos se hallan enfrentados los unos con los otros y en el que el ser humano es un hervidero de pasiones, un esclavo de sus propias reacciones instintivas. Los arquetipos, como modelos de organización del material inconsciente, son los verdaderos artífices de lo que luego acontece en la realidad manifiesta o histórica La psicología ha redescubierto este proceso como el que acontece en lo inconsciente. Así, la obra alquimista, traducida a términos psicológicos, es el hacer consciente lo inconsciente. Querría recordar, al hilo de esto último, que el hombre occidental es un esclavo de la materia, aunque se autoengañe llamando a su Estado con el nombre de Bienestar . Una de las imágenes simbólicas que mejor ejemplifican la esclavitud soterrada de la pretendida sociedad del bienestar, la cual, paradójicamente, es fuente de enfermedades psicosomáticas, quizás sea la carta del tarot que lleva por nombre “El Diablo”. En esta carta aparece una imagen central del Diablo y, bajo sus pies, unidos a él por cadenas, dos figuras humanas. El Diablo es, como el Demiurgo gnóstico, un símbolo de lo terrenal, de lo mundano, de la vida unilateralmente orientada hacia la consecución de bienes materiales, en definitiva, la vida prosaica que únicamente mira por la satisfacción de los deseos del ego. Así, aquellos individuos cuyos únicos intereses son los de amasar fortuna y construir cada vez más estructuras materiales, acaban siendo esclavizados siervos del diablo. La conocida historia de la venta del alma al diablo, tan magníficamente desarrollada en el Fausto de Goethe, es el gran mal del que adolece nuestra sociedad moderna que tanto aboga por el desarrollo. Y esta carta del Tarot representa magistralmente este problema y, por supuesto, las consecuencias que la adoración a la materia acarrean para la totalidad del individuo.Detrás de ese pretendido Estado del Bienestar nos encontramos al arquetipo femenino, desvinculado del masculino, actuando a sus espaldas. Y, como siempre ha sucedido, las épocas en crisis se caracterizan por el dominio de lo Femenino, escindido de lo Masculino. Lo inconsciente se hace con las riendas de la cultura y la ceguera y la estupidez supinas campean a sus anchas. ¡Bendita estulticia! Como diría Séneca.


Con semejante panorama no es de extrañar que, aquellos individuos que han adquirido un mayor nivel de consciencia, o iluminación, no sin antes una dramática bajada a los infiernos, sientan que, por el bien de la humanidad, deben dirigir al rebaño, gracias a que disponen de una verdadera autoridad, la que les es conferida por su conocimiento de las fuerzas actuantes o de la realidad trascendente. Esta idea no es nueva. Ya la encontramos enunciada en la República de Platón y en su ideal de gobierno de sabios. Sin embargo, es bien sabido que, aquellos que disponen de un conocimiento de la realidad trascendente, tienen entre sus manos un gran poder. Refiriéndose a este mismo tema Juan G. Atienza afirma:


“Si nos preguntamos abiertamente el porqué de tantas sociedades secretas o discretas, de tantas fraternidades iniciáticas, de tantos magos, astrólogos, adivinos y alquimistas pululando a la sombra de los gobernantes y en los entresijos de los golpes de estado y hasta de las revoluciones, creo que existe una respuesta que no por carecer de “pruebas” científicas tiene menos validez: la conciencia, cierta o intuida, de que, por encima de los conocimientos accesibles y permitidos –que sólo conducen al progreso material y son, por tanto, una forma más de dependencia- y por encima de la fe religiosa –que es la manipulación esclavizante por excelencia, puesto que obliga a creer en lo que se ignora por decreto-, existe un conocimiento prohibido, secreto y oculto, cuyo dominio podría presuntamente conducir al ser humano al encuentro y a la comprensión de su realidad más profunda. Hay una correlación matemática entre el saber y el poder . El que tiene –o cree tener- acceso a la realidad trascendente, el que posee o cree poseer las fórmulas que conducen al dominio de esa realidad, sabe de su ascendiente mítico sobre una parcela del pueblo sistemáticamente proscrita a la ignorancia y, a través de ella, a la superstición y a la dependencia de todo poder de origen desconocido, al cual acatará, reverenciará y hasta llegará a deidificar ”.


Fuente: La mística solar de los templarios. Los secretos de la inquietante orden de los monjes guerreros al descubierto. Ed. Martínez Roca.



Sin embargo, como tan bellamente se representa en la moderna epopeya El Señor de los Anillos el anillo de poder sólo responde ante un dueño: Sauron, el Señor Oscuro de Mordor . Esto parece apuntar a que se requiere de antemano un Gran Sacrificio: la destrucción del anillo en los fuegos del Monte del Destino. Dado que el anillo es un símbolo del poder, de aquel poder que, aunque se pretenda usar para el bien, indefectiblemente tiende a hacerse mal, la destrucción del anillo simboliza el sacrificio del deseo de poder. Lo que debe ser sacrificado es la voluntad de poder del ego y esto por el bien de la humanidad. El anillo es, también, un símbolo de totalidad, como lo demuestra su geometría circular, cual el Ouroboros alquimista, y, también, porque su nombre es un sinónimo de año, o sea, de los doce meses en los que éste se divide y, también, de los doce signos del zodíaco, por lo que su significado se hace transparente: se trata del sacrificio de la voluntad y el deseo de poder del ego por una entidad más elevada: el Sí-Mismo. En términos psicológicos es la muerte del ego y el renacimiento del Sí-Mismo. El nombre de Sauron, el señor del anillo, es muy interesante. Sauron parece aludir al Saurio, es decir, al Dragón mítico . Por tanto, podríamos interpretarlo sin temor a equivocarnos como una lucha contra las fuerzas del mal simbolizadas en la figura del Dragón, el Señor Oscuro, la imagen bíblica del Leviatán. El poder, en este caso, pertenece al Diablo. Y, al igual que Jesús es tentado en el desierto por Satanás a usar su poder para su propio beneficio personal, nuestro querido amigo Frodo, el portador del anillo, sufre las mismas mortificaciones. En esta magnífica epopeya moderna se describe con inusitada belleza la gran confrontación entre las fuerzas del Bien y del Mal, las mismas dos fuerzas con las que dábamos comienzo este ensayo.


Esta disquisición nos ha conducido directamente a un tema que tiene una importancia sobresaliente. Se trata del sacrificio que debe presidir todo acceso a la realidad trascendente. La gran diferencia entre el uso del conocimiento trascendente para el Bien de la Humanidad, y aquel que sólo busca el poder y el reconocimiento egoísta lo ejemplifican los dos magos protagonistas de nuestra epopeya moderna: Saruman y Gandalf.


Así, Gandalf, tras luchar con las fuerzas del abismo, regresa transfigurado. Sufre una muerte y un renacimiento. Y, cuando regresa, deja de ser Gandalf el Gris, para convertirse en Gandalf el Blanco. Siendo el Blanco un símbolo alquimista del albedo, etapa relacionada simbólicamente con el bautismo cristiano y, por tanto, con la iniciación, Gandalf se convierte en un “perfecto”, en un conocedor de la realidad trascendente, en un iniciado. Y esto queda reflejado cuando le dice al joven hobbit Pipin: “La muerte es sólo otro sendero que recorreremos todos. El velo gris de este mundo se levanta y todo se convierte en plateado cristal. Es entonces cuando se ve”. Él murió para salvar a sus compañeros, a la compañía de los nueve (como nueve son los caballeros templarios), y por el bien de la empresa a la que estaban todos supeditados: la destrucción del anillo. Dicha empresa, como la destrucción de las estructuras egóicas, con la característica tendencia a querer el beneficio individual en perjuicio, incluso, del bien de la humanidad (en la obra de Tolkien ésta se correspondería con los habitantes de la Tierra Media) nos muestran que hay una entidad superior a la que es menester servir, si uno no desea sufrir el destino de los Jinetes Negros . Algunos tratados de astrología afirman que aquello que caracteriza al signo de Piscis es precisamente el sacrificio del ego para servir a una entidad superior. Si tenemos en cuenta que la era cristiana ha estado regida por el símbolo de los peces, es decir, bajo los auspicios del signo de piscis, nos percatamos de que la obra de Tolkien tiene un trasfondo claramente cristiano. Esto último nos permite colegir que en todo momento y lugar los conocedores de la realidad trascendente, de las fuerzas actuantes allende el progreso material, han estado siempre a disposición de un gran poder. Si ese poder es ejercido en beneficio de la humanidad (entendiendo ésta, también, como el Antrophos gnóstico, el Andrógino o Rebis Hermafrodita alquimista, en definitiva, el Sí-Mismo), entonces se imprime un efecto positivo en la dirección de los acontecimientos históricos.


El mito del Rey exiliado que se mantiene en el anonimato y que, llegado su momento, reclama el trono que le corresponde, tiene plena vigencia en nuestros días. Y se relaciona con lo que estamos intentando desentrañar aquí, por lo que resultará de interés dedicar algunos párrafos a explicar su simbolismo. Este mito del rey herido y, como reflejo de dicha herida genital, la tierra yerma, desprovista de vida parece que se extendió como tema central en la edad media, allá por los siglos XI a XIII, significativamente en la misma época de apogeo de la orden de los monjes-guerreros conocidos como los templarios. El Rey, el León y el Sol son símbolos intercambiables. Y todos ellos se relacionan con la consciencia. Así, el rey herido tiene el significado psicológico siguiente: las ideas superiores, las que dominan el ámbito de la consciencia, o también, el sistema de valores rectores de la actitud consciente, se han vuelto inefectivos para expresar la totalidad real, convirtiéndola en una mera sombra. Esa dominante de la consciencia desaparece peligrosamente entre los contenidos ascendentes de lo inconsciente, los cuales toman, por un tiempo, las riendas del destino. Con lo cual tiene lugar un oscurecimiento de la luz solar y los elementos de lo inconsciente, en su estado original de masa confusa, se hallan enfrentados entre sí los unos con los otros. La contienda entre la dominante del ego consciente y los contenidos de lo inconsciente intenta dirimirse, al principio, haciendo uso de la razón, que pretende sujetar con una fuerte soga al elemento que se le opone. Mas estos intentos no pueden sino fracasar, obligando al ego a admitir su impotencia y permitiendo que se produzca la furiosa lucha de opuestos, una auténtica guerra abierta en el ámbito intrapsíquico. Si el ego no se inmiscuye con juicios intelectuales, la lucha tiende a acercar los elementos contarios y lo que parece un campo de batalla, colmado de muerte y destrucción, sin esperanza alguna, acaba por cambiar a un estado latente de unidad. Lo mismo que sucede a un nivel individual, cuando el mito adquiere la importancia que tuvo en la época de las cruzadas, igual que hoy en día , como se puede observar por el éxito que ha obtenido la epopeya El Señor de los Anillos, irrumpe el caos en el colectivo (la sociedad) y prende la mecha de la guerra entre todos los elementos, lo que desencadena la sed de sangre que caracteriza el espectáculo dantesco que presenciamos en oriente medio.


La pérdida de las imágenes eternas, valga decir del mito cristiano como basamento de la cultura occidental, no es asunto baladí, aunque la masa ni tan siquiera parece que se de cuenta, ni la eche en falta. Pero, aunque no eche de menos semejante carencia, encuentra en los periódicos o en los telediarios los síntomas de esa pérdida irreparable. Cuando los síntomas toman cuerpo en el mundo resulta muy difícil hacer entender a las gentes que el verdadero campo de batalla es el alma humana. Eso que en el individuo se produce como un conflicto intrapsíquico y al que es necesario prestar la máxima atención y la dedicación más plena, se traslada al campo de la proyección, tomando la forma de una división política, de un malestar social, de una violencia asesina y, en definitiva, de un clima bélico que es el origen de todo terrorismo. Cuando el hombre se convierte en un adolescente, entonces las injusticias siempre las comenten los demás, y las exigencias nunca ha de planteárselas uno mismo, sino siempre a los políticos, a los otros países, a la unión europea, a los inmigrantes, etc. La estulticia invierte el proceso que debiera regir toda cultura y lo inconsciente toma de ese modo las riendas del destino del hombre. El dragón se adueña de él y hasta lo hace olvidar lo que significa ser hombre. Se cierra el camino a cualquier reflexión que lo saque de su irresponsabilidad infantil y, en cambio, encuentra siempre una justificación para ser cada vez más cruel y despiadado, algo que observamos en la actitud del anterior presidente de los Estados Unidos, G. W. Bush, y su estúpida cruzada contra los países que engruesan las filas de lo que él denomina el “Eje del Mal”.


Precisamente la presencia viva de las imágenes eternas es la única capaz de conferir al alma aquella dignidad que le corresponde y, con ello, estar convencido de que la única salvación posible la encontrará el ser humano permaneciendo junto a ella. De ese modo, el hombre moderno se dará cuenta de que la tierra yerma es su doloroso legado, del que no se libra atacando a otros. Al reconocer su escisión interna se da cuenta de que no puede reprocharle a nadie nada, así como que él es el único responsable de reconstruir un nuevo sistema de valores que vertebre su vida toda. Pues el hombre que ha perdido sus valores es como un animal de presa, simbolizado en la alquimia por el lobo, el león, el dragón , etc., imágenes todas de las bajas pasiones y de los apetitos que se disparan cuando las aguas negras y pútridas (o la sombra de Sauron) han devorado al rey . De modo que, la renovación del rey, que había permanecido en el exilio o bajo los dominios de lo inconsciente, en su viaje a los infiernos, es un proceso que ha de tener lugar en el interior del ser humano. Dicha renovación encuentra su vivo reflejo en el florecimiento de la vida, es decir, se le permite el acceso a la vida a aquella parcela de la personalidad que había permanecido en la sombra. Con ello, la consciencia se convierte en un cristal que refleja la luz de aquel sol interior que debiera regir el destino de un individuo completo.


Este proceso de renovación del rey transforma al individuo en una verdadera Autoridad Espiritual. En la epopeya El Señor de los Anillos, esto viene representado en la figura de Trancos, quien tras un largo período en el exilio, reclama su trono como legítimo Rey de Gondor, no sin que antes tuviera lugar una lucha entre las fuerzas del Bien y del Mal (los opuestos), así como su entrada en la morada de los muertos, aliados imprescindibles en la victoria de la Luz frente a la Oscuridad. Esto último debe interpretarse atendiendo a la totalidad de la psique humana. La nueva dominante debe nutrirse de las opiniones de todos los constituyentes de la personalidad, lo que en alquimia se representa en la imagen del viejo rey que recibe los influjos del espíritu de los siete planetas. De ese modo, el individuo ya no es un complejo de opuestos enfrentados entre sí, sino una multiplicidad de elementos unidos en armonía. Esta realidad, le sucede al individuo de una forma espontánea. No se trata de una imitación consciente de la Pasión, sino más bien es el sí mismo quien soporta los sufrimientos. Es el Rey quien muere o es derrocado, quien permanece en el exilio o es enterrado y, finalmente, renace o retorna al trono renovado. No es la persona quien sufre, sino la totalidad en ella la que es torturada, muere y resucita. Esto le sucede al anthropos gnóstico, al hombre verdadero, a Cristo en el interior del hombre . Este proceso es una auténtica experiencia de aquel ser humano que ha ido a parar a la masa confusa alquimista o, más bien, que le han sobrevenido cual aluvión todo un cúmulo de contenidos de lo inconsciente, oscureciendo el ámbito de su conciencia y obligándole a tomarse la tarea de conocerse y realizarse a sí mismo con seriedad y sacrificio. La nigredo, que describían los alquimistas como “lo negro, más negro que lo negro”, simbolizada en imágenes como el cuervo, el lobo o la calavera, como etapa psicológica de muerte de las estructuras del ego que impiden la realización de la totalidad, confrontan al individuo con la muerte, la decadencia, el sufrimiento, el miedo aterrador a lo desconocido, el tormento infernal con la sensación de quemazón por las elevadas temperaturas que allí imperan, así como, también, con la desolación y la melancolía que acompañan los largos estadios de soledad. En la negrura de su desesperación personal está teniendo lugar la muerte del viejo Rey, que se transforma en una serpiente venenosa y en un dragón que escupe fuego por la boca. Pero este dragón, por necesidad intrínseca, se transforma en león y, también, en águila que devora sus plumas, imágenes estas que representan el conflicto de opuestos al que se ve enfrentado.

El comienzo del camino es, pues, una bajada a los infiernos en la cual el alma se ve alterada. Las serias amenazas ante las que el individuo se enfrenta en su descenso al Hades se expresan en la necesidad de un tremendo esfuerzo, de una lucha sin cuartel, de la presencia del demonio que infunde negligencias, errores, miedos, trastornos constantes, daños a todos los asuntos que uno desempeña conscientemente y a las personas que nos rodean. La vida toda sufre una debacle, y en mitad de la misma, está el yo consciente del individuo que ora es dominado por la arrogancia del diablo, ora por la manía y la pérdida de juicio, ora por la imputación por medio de acusaciones. Las tinieblas dominan el entendimiento y el individuo se siente poseído por unas fuerzas que él mismo no acaba de comprender. Pero si quiere curarse de semejante estado no le quedará otro remedio que esforzarse en conocer el origen de todas esas fuerzas que lo dominan, el centro de todas las imperfecciones y de las enfermedades, para que se restablezca su anterior hegemonía. De ese modo, el Rey vuelve a ejercer la autoridad en su monarquía. El diablo intenta imprimir en el espíritu humano la ambición, la brutalidad, la calumnia y la desunión, o sea, la disociación psíquica. Esto significa que el individuo queda contrahecho, el mundo parece reírse de él por lo que su sufrimiento es cada vez mayor, especialmente en el seno de la nigredo, en el caput mortuus. El laberinto de engañosas callejuelas en las que se encuentra el individuo sólo es recorrido con éxito hasta encontrar la salida, hallando los libros adecuados, atendiendo a las señales propicias y llegando al fondo de la verdad con la ayuda de Dios, en quien, en un primer momento, el individuo debe tener fe. Ahora bien, una vez atravesada la noche saturnal, el nacimiento de la nueva personalidad se produce en el seno materno de la Luna. Los alquimistas se referían a esa etapa como el albedo o emblanquecimiento, es decir, una fase de retirada de proyecciones y de toma de consciencia de la Verdad del Uno, de la totalidad anímica, allende las pretenciosas creencias y presupuestos del ego consciente. Esta fase está caracterizada por la unión de los contrarios, un trabajo de conjunción de lo Masculino y lo Femenino, de superación del sexo en las relaciones interpersonales. Con ello, se produce una diferenciación y una posterior reintegración de la sexualidad y de la espiritualidad. En esa obra al blanco lo que tiene lugar es una iluminación, una elucidación de los contenidos inconscientes que, posteriormente, serán integrados en la vida consciente, precisamente en la obra al oro, o sea, cuando surgirá el joven rey tras su largo periplo por el mundo sublunar. Es de ese fondo femenino maternal que resurge el rey renovado.

lunes, 14 de septiembre de 2009

¿SON SABIDURÍA Y ERUDICIÓN LO MISMO?



En la última entrada a su blog, Maribel Rodríguez explica cómo existe una diferencia consustancial entre Sabiduría y Erudición. En él comentaba que hay personas sin estudios superiores, y hasta sin estudios, que disponían de una Sabiduría de la Vida que ya querrían para sí muchos profesores de universidad, catedráticos, científicos, etc.

Yo, por mi parte, he realizado un comentario a su entrada en el que distinguía entre la erudición y la sabiduría. Resumiendo lo allí comentado, un erudito es un individuo que ha adquirido conocimiento sobre una o varias materias. Es, por tanto, una persona que dispone de muchos datos, de una gran cantidad de información. Los intelectuales son un claro ejemplo de este tipo de individuos, a quienes, cariñosamente, yo llamo "craneotecas". Un sabio, en cambio es aquella persona que dispone de un conocimiento intuitivo y directo de aquellos principios universales de los que habla Rene Guenon. Normalmente, este último conocimiento puede denominarse "gnosis", pues entraña un contacto directo con la esencia vital, con la chispa divina, con el Espíritu Universal. Y este conocimiento no se adquiere con el esfuerzo personal, con la fuerza de la voluntad, sino que es un don dado por la Gracia divina.

Son, por consiguiente, conocimientos diferentes. Uno es epistemológico, el otro lo es gnóstico, por así decirlo. La sabiduría no excluye a la erudición. De hecho, esta última complementa muy bien a aquella. Pero sin la Sabiduría, la erudición es una especie de fuego fatuo. Al oído avispado le suena a hueco. De hecho, la verdadera Autoridad Moral radica, precisamente, en el contacto directo con la Fuente.

Esto nos plantea, a su vez, una cuestión que hace ya unos cuantos años me hice a mí mismo y que plasmé en la primera parte de mi trilogía La Hermandad de los iniciados, titulada Encuentros en la oscuridad. Como considero que puede resultar interesante lo que escribí en sazón, voy a verterlo aquí para que sirva de punto de encuentro y reflexión sobre un tema que se me antoja esencial.

"¿Qué diferencia al hombre del resto de los animales? Numerosos estudios recientes habían demostradoque animales como los delfines o los chimpancés eran seres inteligentes, con sobresalientes capacidades de aprendizaje y un cierto grado de autoconsciencia. Son incluso capaces de reconocerse cuando se ven frente a un espejo, pues se habían realizado pruebas con chimpancés y los resultados habían sido sorprendentes. Algunos investigadores afirmaban que la comunicación entre los seres humanos era lo que nos diferenciaba del resto de los animales. Otros iban un poco más allá y defendían la postura de que no era la capacidad de comunicarnos lo que nos diferenciaba, pues muchos animales primitivos se comunican a través de feromonas, sino, más bien, la palabra hablada y escrita. Esto era algo que, según ciertos científicos y pensadores, sólo se presentaba en el hombre y era la expresión de su cultura. El hecho de poder dar expresión gráfica, además de oral, a los sentimientos más profundos, a los pensamientos y a las reflexiones sobre la vida son, en verdad, signos de identidad del ser humano y su tecnología avanzada es una expresión de sus capacidades intelectuales. Muchos coinciden en que lo definitorio del hombrees su lenguaje.
Todos estos argumentos fueron esgrimidos en la clase de ética por la profesora y se debatieron por los alumnos y por expertos en el tema que habían sido invitados en aquella ocasión. Sin embargo, después de las experiencias vitales que Juan había tenido y aleccionado por sus guías espirituales, muestra elocuente de su implicación vital en el gran movimiento universal hacia el Conocimiento de lo Trascendente, se percató de que, pese a que aquellos eran argumentos que tenían un cierto peso específico y razón de ser, no eran en modo alguno los que definían al ser humano y lo distinguían del resto de los animales. Juan comprendió que lo verdaderamente humano consistía en la consciencia de la divinidad residente en el interior de todo ser humano.
Sólo el hombre tiene la capacidad de renacer al mundo del Espíritu, teniendo acceso al manantial de Sabiduría. Sólo el hombre tienela capacidad y, por tanto, la responsabilidad derivada de realizarse a sí mismo de un modo consciente. El resto de los seres vivos tan sólo son actores de la trama que es su desarrollo vital. Un árbol, al igual que un chimpancé o un delfín, nace, crece, se reproduce y muere. Un chimpancé, por ejemplo, pese a su inteligencia, a su incipiente autoconsciencia y a la escasa diferencia genética que lo separa del ser humano, atraviesa todas esas fases vitales sin ser consciente de su desarrollo. Y, aún menos, de su pertenencia y/o correspondencia a/con un ciclo cósmico. Sin embargo, el ser humano puede ser actor y creador en su propia Obra; puede colaborar conscientemente en el proceso de hacerse un individuo, y eso no le es accesible sino sólo a él. No obstante, no todos los seres humanos acceden a esa realidad subyacente a las apariencias y, en cierto modo, viven una vida que apenas difiere de la de sus hermanos pitecoides. Tal vez por ese motivo los expertos no han expuesto esta diferencia sustancial y esencial como la fundamental, la que verdaderamente define al ser humano y lo distingue del resto de animales—pensaba para sí Juan.
Así pues, parece que la iniciación al mundo del Espíritu es lo que define a un individuo como ser humano. La muerte de su estado animal o natural de ignorancia e irresponsabilidad infantil y su renacimiento al mundo de Sofía es conditio sine qua non para adquirir la condición de ser humano y este proceso de muerte y renacimiento, con la transformación de la consciencia que lleva aparejada es lo que culmina en un verdadero individuo humano. Y, por ende, ésa es, y no otra, la característica definitoria y distintiva del homo sapiens. Y, dado que son los menos quienes vivencian esta renovación, no es de extrañar, por tanto, que muchos científicos modernos encuentren en la reproducción o perpetuación de los genes el sentido verdadero de la vida humana. Una perspectiva misógina y harto angosta, por otro lado. Esos científicos trasladan directamente sus conclusiones, derivadas de hipótesis aplicadas al mundo de los animales, al ser humano y, con ello, hacen desaparecer de la vida humana lo que, en verdad, es característica definitoria de la misma. Visto desde la óptica de lo meramente físico o natural, el hombre también se rige por las mismas leyes de la genética y le puede ser aplicada la hipótesis evolucionista. Pero esa perspectiva conduce a un craso error cuando se pretende definir el sentido de la vida humana y lo verdaderamente humano en términos estrictamente naturales, por cuanto no contempla el proceso de muerte y renacimiento, al elemento de eternidad que le es consustancial a todo ser humano. Y, dado que es la capacidad de ser consciente de esta naturaleza divina, eterna, lo que define al ser humano y lo distingue de los animales, su alma no es un subproducto de la materia.
Tal vez lo opuesto estaría más cerca de la realidad y los recientes estudios sobre física cuántica parecen apuntar en esa dirección. El Aguador mismo le había enseñado a Juan que eran las potencias o arquetipos los verdaderos arquitectos de lo que tiene lugar en el mundo material. Y, por tanto, éste no era sino el producto de los dioses, la encarnación de poderes o potencias sempiternas, existentes desde los orígenes del Universo. En definitiva, el hombre es un microcosmos que gira en correspondencia directa con el macrocosmos, confirmándose la máxima gnóstica que afirma «así es arriba como abajo», asimilable a la cristiana ortodoxa «así en la tierra como en el cielo». "
Fuente: José Antonio Delgado González. Encuentros en la oscuridad. Editorial Nuevosescritores. 2007.

jueves, 10 de septiembre de 2009

CONJUGANDO ESPÍRITU Y MATERIA





Hace apenas un par de días que regresé de un viaje a Marruecos. Para mí, todo viaje exterior es, al tiempo, un viaje interior. De acuerdo con mi cosmovisión, todo cuanto sucede en el mundo objetivo, material, externo, es una imagen especular de lo que tiene lugar en el mundo subjetivo, espiritual, interno. Son, en resumen, las dos caras de una misma moneda.

Por ese motivo, precisamente, me resultan siempre muy curiosas algunas reacciones ante la perspectiva de viajar a ciertos países. Desde luego, para el español medio, Marruecos es un lugar tercermundista plagado de integristas que atentan contra la seguridad del visitante, sobre todo si es Nazarani, o sea, cristiano, o sea, en última instancia, occidental. Ya, ya sé, no todos los occidentales son cristianos. Sin embargo, el cristianismo ha sido la religión dominante durante siglos en la civilización occidental. Y eso ha dejado su huella en la psique. Sí, esa civilización que en estos momentos está de capa caída, es decir, en decadencia. Bueno, en decadencia lleva ya unos cuantos decenios, pero parece que la inmensa mayoría de las personas sólo toma contacto con esa realidad cuando la cosa se pone muy fea, afectando directamente a sus bolsillos.

Cuán distinta es la realidad que se palpa y experimenta en Marruecos, cuando el visitante se interna en aquel bello país, libre de prejuicios. Entonces, y sólo entonces, puede experimentarse la cara amable de aquel lugar. Sí, ciertamente, mi pareja y yo, estuvimos en época de Ramadán y nos vimos ante la situación de tener que vestir con discreción, y comer un tanto a escondidas, al menos hasta que se pusiera el sol. Pero me resultó de lo más natural proceder de ese modo, puesto que, a fin de cuentas, el extranjero en aquella tierra era yo, y, por ende, también yo quien debía adaptarse a las costumbres allí imperantes. De esto mismo se quejan muchos españoles, a saber, de que los extranjeros vienen a nuestro país y no se adaptan a nuestras costumbres. Pero, quien eso defiende, debería proceder del mismo modo cuando visita un país extranjero. Y, lamentablemente, son escasos los que así proceden en la práctica.

Tras esta introducción, un poco a modo de descargo en mi favor por desatender el blog durante un tiempo, y, un poco, también, para expresar, con una gruesa pincelada, lo experimentado allí, me propongo abordar un tema que salió a colación, antes, durante, y después de mi viaje a Marruecos. Un asunto que me afecta muy profundamente, y que se ha convertido en objetivo prioritario para mí durante bastantes años: La conjugación de la Naturaleza (Materia) y el Espíritu. Para quien no sepa de mi trayectoria personal, le diré que me licencié en Ciencias Ambientales, allá por el año 2000, y que, simultaneando la licenciatura, fui estudiando, como autodidacta, Psicología Analítica. Al principio, abordé la lectura del psicoanalista y sociólogo judío alemán Erich Fromm, devorando la práctica totalidad de su obra traducida al castellano. Durante un tiempo, Fromm se convertiría en mi maestro. Al tiempo que leía a Fromm, fui haciendo incursiones en la obra de Sigmund Freud, pero muy de soslayo. Había algo en su obra que me resultaba ajeno a mis vivencias interiores, por más que en psicología se le considere el padre del Psicoanálisis. Sin embargo, cuando comencé a leer la obra del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, discípulo predilecto de Freud (si bien, tras su ruptura con Freud, éste lo convertirá en acérrimo enemigo) algo en mi interior dijo: ¡eureka! He aquí lo que andabas buscando. Desde entonces, allá por el año 1996 -si bien, ya antes, había realizado alguna incursión tangencial-, he dedicado gran parte de mis energías a estudiar la obra completa de Jung. Al principio, su obra me resultó, ciertamente, muy compleja y, en algunos puntos, hasta engorrosa, poco clara, y un tanto ambigua. Especialmente, cuando presenta su hipótesis de lo inconsciente colectivo y sus constituyentes, los arquetipos. Hube de atravesar una auténtica crisis existencial, una metanoia, en el que mi vida diera un giro de 180 º -con lo que semejante experiencia conlleva-, para entender vivencialmente lo que Jung llama lo Inconsciente Colectivo y el efecto numinoso de los arquetipos. De esa experiencia, que Jung denomina Inicio de un Proceso de Individuación, algo así como un Génesis espiritual, o una iniciación mística, brotó el material, la materia prima alquimista, que fui moldeando como pude. Del trabajo con esa materia prima surgió mi primer libro El Retorno al paraíso perdido. Todo cuanto he hecho y escrito desde entonces, toma como referencia y punto de partida el material que en aquel entonces emergió.

Hecha esta breve reseña autobiográfica, regresemos al tema que nos concierne: crear un puente entre Naturaleza y Espíritu. Como iba diciendo, antes de mi viaje a Marruecos, un compañero de trabajo me preguntó, un tanto extrañado al conocer que me había licenciado en Ciencias Ambientales y que, sin embargo, estudiaba y escribía sobre psicología y espiritualidad, lo siguiente:

- José, tú te has licenciado en Ciencias Ambientales, pero escribes de espiritualidad ¿no parece tener mucho que ver una cosa con la otra, no?-

Entonces, tras mirar a mi compañero, directamente a los ojos, le dije:

- Verás, Antonio, durante mi licenciatura me enseñaron cómo funcionaban los ciclos en la Naturaleza y cómo el hombre interfiere o actúa en ellos, en principio, para su propio beneficio. La práctica totalidad de la carrera aborda temas teóricos, así como técnicos, que ayudan a comprender cómo funciona la Naturaleza (el estudio de los sistemas naturales, la interconexión de los distintos ecosistemas, por ejemplo) y de qué modo el hombre, mediante una abusiva intervención, está provocando un desequilibrio en los más variados ámbitos: contamina las aguas de ríos, mares, océanos; contamina la atmósfera con gases de efecto invernadero (millones de moléculas de CO2 son inyectadas a la atmósfera diariamente), ha contaminado y, en ciertas regiones, aún contamina con CFCs (Clorofluorocarbonados), moléculas poco reactivas que en las altas capas de la atmósfera se disocian, destruyendo la capa de Ozono, etc.…; desequilibra los ecosistemas naturales, así como los agroecosistemas con las grandes superficies de monocultivo, etc.… Sin embargo, Antonio, ¿quién es el responsable último de todas estas actuaciones? El ser humano. Y, mientras el ser humano no sea consciente de lo que hace y de los efectos de sus acciones, de nada servirá tener un conocimiento técnico exhaustivo. De hecho, si uno indaga más profundamente, la crisis ecológica en la que estamos inmersos –y la crisis económica no es sino una de sus manifestaciones- es, en definitiva, una crisis de valores rectores de la actitud consciente de los individuos. O sea, en última instancia, una crisis cultural. De ahí, Antonio, mi interés por el estudio de una psicología integral, que tome al individuo como a una totalidad indivisa, formando parte de un gran sistema al que denominamos Naturaleza.


Tras mi respuesta, mi amigo Antonio se quedó pensativo, asintiendo con un gesto que había comprendido.