domingo, 14 de octubre de 2012

ESPIRITUALIDAD: LA RENOVACIÓN DE UNA CULTURA


Les dejo a continuación el texto completo de la ponencia que presenté en el Primer Congreso Internacional de Salud Integral: Espiritualidad, Reto del Siglo XXI, que ha tenido lugar en los Mochis, Sinaloa, México, los días 12 y 13 de Octubre del 2012. 

"Muy buenas tardes a todos ustedes y gracias por su presencia.  Quería expresar mi gratitud a los organizadores de este evento, y muy especialmente a Maira Sainz por haberme invitado a participar, brindándome la oportunidad de compartir con ustedes un tema del que llevo cerca de veinte años ocupándome:  La práctica de una vida espiritual como el modo de renovar la cultura, entendida esta como el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, etc., de la época  materialista en la que vivimos. Como fruto de mis investigaciones he publicado varios libros. Uno de ellos lleva por título precisamente  El retorno al Paraíso Perdido. La renovación de  una cultura, que es el tema central del que voy a hablarles hoy.

Comienzo mi exposición mostrándoles una imagen que seguramente les será conocida a la mayoría de ustedes. Se trata de una imagen de la película Avatar, dirigida por el cineasta norteamericano James Cameron. Y comienzo con ella porque nos muestra, en un lenguaje imaginal o simbólico, lo que desarrollaré en mi exposición. 

Si se fijan bien en el fondo de la imagen, al lado izquierdo de la pantalla, podrán observar la figura de un gran ojo de color verde. James Cameron, en la película Avatar, da prevalencia al ojo y, por ende, al sentido de la vista. Desde una perspectiva simbólica, cuando se insiste en la representación de los ojos, lo que se pretende indicar es la necesidad de agudizar la "mirada interior". Por lo tanto, esto nos da una clave para comprender el resto de la imagen. El entorno selvático, que nos recuerda incluso a la imagen del Paraíso Bíblico, no se está refiriendo a una realidad exterior, es decir, a un bosque o a una selva terrestres, sino a un entorno interior, a una selva celeste. Se trata de una representación del mundo interior del ser humano, es decir, de esa Alma de la que el ser humano occidentalizado parece haberse desarraigado. Pero, pese a que los hombres de nuestra cultura desconocen la existencia de ese "otro mundo" que es el Alma (el psiquiatra suizo C. G. Jung denominó a ese dominio intermedio entre el hombre y el Misterio divino lo Inconsciente Colectivo o Psique objetiva, y Henri Corbin, el hermeneuta islámico, Mundo Imaginal) y que habita en lo más profundo de sí mismos, eso no significa que no exista. En realidad, se trata del fundamento mismo de este mundo físico o material del que muchos están convencidos de que es lo único existente.

Los habitantes de ese "otro mundo" que es el Alma del hombre han recibido muchos nombres a lo largo de la historia. Los griegos se referían a ellos como a dioses; los chamanes los denominan espíritus de sus ancestros; los cristianos los han llamado ángeles;  la parapsicología moderna los llama "seres extraterrestres" y la Psicología Analítica se refiere a ellos como arquetipos.   

Les voy a narrar un sueño, que incluí en mi libro La Hermandad de los Iniciados, que expresa en un lenguaje simbólico todo esto que les acabo de decir. El sueño fue así:

"Viajando a través del tiempo llego a un país extraño. Ese lugar no era de este mundo, sino del mundo del más allá, donde se originan los cuentos, las fábulas y los mitos. Ese mundo es, también, el mundo del que hablan los profetas, los místicos y los grandes maestros de oriente. Aquél al que suelen referirse como el corazón del hombre. Podríamos decir que se trataba de la Jerusalén Celestial, del mundo del Mago Merlín, el Rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda. Sí, todos ellos se refieren al mismo lugar. Al visitar ese espacio pude percatarme de que estaba formado por diferentes niveles, al estilo de los horizontes edáficos, yendo desde la zona más superficial, donde habitan los humanos, a la zona inferior o profunda, en la que se halla una mezcla abigarrada de seres, incognoscibles e irreconocibles. Sé que están ahí porque actúan y moldean todo lo que es visible, mas ellos mismos no son nada. Son potencias invisibles. Estas potencias sólo son reconocibles cuando afloran a niveles más próximos a la superficie, es decir, a niveles sub-superficiales. Yo estoy en el interior de un edificio medieval. Se trata de un castillo y, junto a mí, están mis compañeros humanos. De pronto, aparecen unas hormigas gigantes que suben ganando terreno hacia nosotros. Mis compañeros y yo luchamos contra aquellas fuerzas venidas del averno, hasta que logramos vencerlas en una guerra campal sin precedentes y las hacemos retroceder, regresando al lugar del que procedían. La lucha fue muy dura y se produjeron numerosas bajas en ambos bandos. Al poco tiempo, cuando todo parecía estar calmado, volviendo a la normalidad, una nueva irrupción de hormigas tuvo lugar por las mazmorras del castillo. En este caso, mis compañeros y yo logramos ganar terreno a las hormigas, hasta que, de repente, entré en una región que me era completamente desconocida. Pude acceder a un nivel subterráneo, vetado hasta ese momento para los humanos. No sabía cómo había descendido hasta allí, pues las mazmorras constituían la estancia más profunda del edificio y, hasta ese día, pensábamos que no era posible descender más. De hecho, sólo los seres de niveles inferiores, como los dragones rojos y verdes, los elfos, las hadas, los enanos o los duendes, entre muchos otros entes fabulosos, parecían tener acceso a esa estancia, atravesando la misteriosa interfase que separaba ambos mundos. Sin embargo, una puerta secreta se abrió y, tras ella, un mundo mágico y enigmático, colmado de vida... Y también de muerte.”

Como vemos, el sueño está aludiendo al acceso a un mundo que no es el mundo exterior, el mundo material, sino a ese otro mundo que reside en lo más profundo del hombre y del que, para desgracia de nuestra cultura moderna, los seres humanos han perdido el contacto con él. No se trata de un mundo inaccesible y refractario a la consciencia del hombre. Al contrario, es lo más íntimo y lo más próximo al ser humano, solo que éste, con su afán egocéntrico de perseguir todo bien material y efímero de la existencia, como si se tratase de lo único real y válido, se ha perdido a sí mismo y ha perdido la vinculación con la divinidad que habita en su propio interior.  Este es, en el fondo, el verdadero malestar de la cultura moderna.

Veamos, a vuela pluma, qué es lo que parece haberle sucedido al hombre moderno en los últimos tiempos, para llegar a esta situación de desarraigo. Como bien sabemos por la historia de la Filosofía, la antropología antigua entendía que el hombre es un ser tridimensional, compuesto  por Physis, Psique y Nous (materia, alma y espíritu). Esta antropología tripartita sigue estando presente a lo largo de la historia del cristianismo (la trinidad cristiana como Padre, Hijo y Espíritu Santo), y reaparece en ese mandala o círculo sagrado que preside como bandera de la Paz este congreso. Piensen que la Paz, como viene simbolizado en la bandera, solo se consigue cuando el ser humano, en un principio alienado, desintegrado o desunido, logra unificar todos los contrarios que lo constituyen, convirtiéndose en un hombre  completo. Al llegar al siglo XVII, primero con la expresión del pensamiento cartesiano y luego con el comienzo del culto a la Razón humana, especialmente en la época de la Ilustración (siglos XVIII y XIX) se empezó a entender al hombre como un ser bidimensional, constituido por mente y materia. Esta antropología dualista se fue extendiendo por todas las creaciones del hombre, incluida la ciencia. No ha sido hasta el siglo XX que la Psicología, heredera de una cosmovisión desacralizada y dualista, y con un complejo de inferioridad por los constantes ataques por parte de las ciencias puras, dado su objeto de estudio (originalmente, el Alma; hoy, en cambio, parece que sólo la mente), que se empieza a defender un modelo Bio-Psico-Social del ser humano. Es decir, un modelo que entiende la interrelación entre los factores físicos, psíquicos y sociales en la salud y la enfermedad. Pero no ha sido hasta el siglo XXI cuando Naciones Unidas ha incluído la espiritualidad como un factor más que determina la salud del ser humano -la OMS aún continúa con una definición obsoleta de salud, que no incluye al factor espiritual-. Así, el modelo que actualmente se defiende en la Psicología es un modelo Bio-Psico-Socio-Espiritual.  La salud en este modelo se entiende como un proceso dinámico en el que están involucrados e interrelacionados los factores físicos (cuerpo), mentales (pensamientos, atribuciones, memoria, etc.), sociales (vida social, vida familiar, vida marital) y espirituales (entendidas como las experiencias que trascienden los fenómenos sensoriales).


De acuerdo con el modelo que impera en la Psicología académica, al menos en España, el cognitivo o cognitivo-conductual, si bien se acepta la existencia de una dimensión espiritual del ser humano, se considera que la evolución del hombre lo ha llevado desde un simio inteligente, hasta un complejo procesador de información. Pero la dimensión espiritual parece más bien un nuevo añadido, del que no se sabe muy bien qué es o cómo se manifiesta en la vida individual y colectiva. La neurociencia, por ejemplo, salvo científicos excepcionales que confirman una regla, reduce la mente consciente al funcionamiento del cerebro. Y cuando se refiere a lo inconsciente está  diciendo que muchos de los procesos que tienen lugar en el cerebro suceden sin que el  hombre sea consciente (no es consciente de las sinapsis, por ejemplo). Las experiencias espirituales se estudian, desde esta nueva disciplina, mediante técnicas computacionales modernas (neuroimagen) para observar qué áreas del cerebro se activan cuando los individuos están meditando.

Ahondemos un poco más en algunas manifestaciones modernas de la necesidad de recuperar el contacto con la dimensión espiritual.  Como ya había comentado al principio, una de las manifestaciones más claras de esta necesidad de renovación de nuestra cultura es la de recuperar nuestras raíces anímicas, es decir, el contacto con el mundo interior o con el espíritu de las honduras que nos habita.  La carencia del contacto con nuestra Alma ha tenido varias consecuencias. Las más importantes son:

1. El desarrollo unilateral de la consciencia científico-tecnológica, lo que ha llevado a una cada vez mayor especialización y, con ello, una unilateralidad en el desarrollo del hombre. No sólo las distintas disciplinas se han separado las unas de las otras, sino que el hombre se ha alienado, tanto de sí mismo, como del mundo y de la naturaleza, por semejante especialización. Por supuesto, la perspectiva extravertida, es decir, aquella que considera como únicamente válido y de existencia real lo que proviene del mundo exterior, aquel que podemos captar con nuestros sentidos físicos (o con sus sustitutos, los equipos tecnológicos). La carrera por la conquista del espacio exterior es un ejemplo de esa tendencia. La vida que bulle en el interior del ser humano apenas ha recibido atención.

2. Esto ha supuesto que muchos seres humanos modernos sean completamente ignorantes de la realidad del Alma, de la existencia de ese mundo trans-psíquico que es el Alma. Un mundo autónomo del que su yo consciente no es sino la parte más pequeña  y visible del edificio anímico. Esto permite comprender que se diagnostiquen y traten transformaciones de tipo espiritual, como lo es atravesar una etapa de oscuridad y caos semejante a la descrita por San Juan de la Cruz en su noche oscura del alma, como si se tratase de una depresión o, lo que es aún peor, de una psicosis cuando va acompañada por "imágenes intelectuales", como las denomina Santa Teresa de Jesús.

3. Otra de las consecuencias de ese desarraigo anímico del hombre es su perspectiva utilitarista y desacralizada. El hombre sabe el precio de todo, y el valor de nada. El extremo de esta desacralización de la vida es que la vida humana puede comprarse y venderse en el mercado, y el ser humano es un recurso más, como lo puede ser un ordenador o un vehículo que, además, tiene una fecha de caducidad.

4. Si no hay nada más allá de lo que nuestros cinco sentidos  pueden detectar,  la materia es lo único que importa. Lo que nos conduce a la perspectiva materialista moderna.  Sin embargo, aunque el Espíritu desaparezca en apariencia de la consciencia del hombre, éste, que tiene una realidad objetiva, acaba precipitándose en el centro mismo de la materia. Así, podemos ver cómo los científicos parecen buscar el misterio de la evolución humana  en la doble hélice del ADN, a Dios en el núcleo del átomo (o en el Bosón de Higgs) y  la mente del  hombre en el funcionamiento del cerebro. 

Paradójicamente, las investigaciones de la física cuántica han llegado a unas conclusiones que deberían haber roto la visión materialista del mundo. Y es que los ladrillos de los que, supuestamente, está compuesta la materia no son partículas físicas, como antes se pensaba, sino campos, patrones de interacción, movimiento de plegamiento y despliegue de un vacío en perpetuo movimiento. Tan es así que algunos prestigiosos físicos han encontrado que las descripciones espirituales de los místicos orientales  y occidentales se corresponden muy bien con los últimos hallazgos de la física cuántica.

5. Desde hace ya varias décadas asistimos a la proliferación de un interés, casi obsesivo, por la figura histórica de Jesús. Muchos son los libros, las tertulias y los debates que tienen como protagonista a aquella época convulsa, en algunos aspectos similar a la nuestra, en la que tuvo lugar el nacimiento de Jesús de Nazaret.  Lo cual nos indica que existe una tendencia a retornar al origen, es decir, de buscar cuales son las raíces espirituales de la cultura occidental.

6. Uno de los temas que me llevó algunos años de investigación, junto al que acabo de mencionarles, es el de los evangelios gnósticos y los rollos del Mar Muerto. El fruto de esas investigaciones fue un libro titulado LA HERMANDAD DE LOS INICIADOS. Estos documentos antiguos, una vez traducidos por los especialistas desde su lengua original, al inglés primero y después a otros idiomas, como el español,  nos descubren una imagen del cristianismo que completa y compensa la perspectiva cristiana más "ortodoxa", exotérica o literalista (católica, ortodoxa o protestante). Lo que de esos textos se desprende es que hubo una serie de sectas cristianas, llamadas en su conjunto "gnósticas"o esotéricas, que defendían la existencia de lo que podríamos llamar un "Cristo interior", con el cual el adepto podía "comulgar" (comunicarse con) sin que para ello tuviese que recurrir a mediadores (sacerdotes). Así, los textos gnósticos apuntan a la vivencia interior de la divinidad, y al camino que conduce al gnóstico a la expresión de esa experiencia.

7. Uno de los signos más claros de esa pérdida de las propias raíces espirituales en el hombre occidental es la huida hacia países exóticos, o a tradiciones espirituales foráneas, como el Budismo, el Taoísmo o el Hinduismo, en la creencia de que, importando ideas que surgieron en una cultura distinta de la nuestra, después de una evolución espiritual larga y progresivamente adquirida, será feliz y completo. Salvo en los casos de vocación genuina, la recuperación de esa Alma perdida no será posible sin un viaje al verdadero oriente que es el mundo imaginal (y el contacto con y la expresión del espíritu de las profundidades). 

8. Otro de los signos de esta época, que indican esa necesidad de recuperar el contacto con el Alma,  es lo que se ha denominado, a raíz de la publicación del libro de Edward Whitmont,  El retorno de la Diosa. Es decir, una revalorización de los aspectos femeninos de la existencia y de la vida, a los que los orientales denominan Yin. Manifestaciones claras de la activación de este arquetipo, de esta pauta colectiva, son, por ejemplo, la declaración de los derechos universales,  la revalorización de la mujer en el ámbito social, laboral, e incluso, religioso, lo que se puede observar en el acceso cada vez mayor de la mujer a puestos de trabajo de gran responsabilidad, impensable hace solo unas décadas (aunque, desde luego, aún quede mucho por hacer), y la celebración de este congreso es una ejemplo de ello. Sin embargo, todo lo que tiene una cara, también tiene su cruz. Y cierta tendencia a la uniformidad u homogeneidad individual, como si los hombres y las mujeres fuesen psicológicamente idénticos, o la exacerbación de los aspectos más instintivos, en detrimento de los racionales, tanto en mujeres como en hombres, puede dar lugar al desequilibrio, a la confusión y la relativización de los valores universales y, en  último término, a un caos (ejemplo: el supermercado New Age, donde se confía en que el acceso al mundo interior y, en definitiva, la expresión de la divinidad en el interior del alma se puede obtener realizando algún cursito de fin de semana, o mediante las indicaciones de la tarotista o astróloga de turno, sin ningún esfuerzo, y sin la intervención de ese don que es la gracia divina). Las crisis actuales, desde la ecológica, hasta la financiero-económica, pasando por la de pareja tienen su origen en la pérdida de las raíces espirituales.



Una de las imágenes arquetípicas que suelen aparecer en los sueños de algunas personas en los inicios de una crisis de sentido es la figura de un dragón contra el que el soñador tiene que luchar. Esto nos recuerda, por ejemplo, al mito de Heracles/Hércules cuando lucha contra la Hidra de siete cabezas. Lo que esos sueños, que reproducen situaciones ante las que los seres humanos de todas las épocas han tenido que enfrontar,  representan es la lucha entre el yo consciente y las energías caóticas desatadas en lo Inconsciente.  Por ese motivo, el predominio de la matriz maternal instintiva frente a la consciencia racional puede dar lugar a un auténtico eclipse de cordura, a una psicosis colectiva, en términos clínicos. Y de lo que se trata, en casos como el de la persona que ha tenido un sueño así, es de vencer a las fuerzas caóticas de lo inconsciente para acceder a los tesoros que en esa región tenebrosa yacen ocultos: una transformación de la consciencia que tenga en consideración tanto los aspectos masculinos, racionales y activos, cuanto los femeninos, a-racionales e instintivos. Sin dar preeminencia a unos, en detrimento de los otros.

Ahora voy a hablarles de los dos polos principales en los que podemos dividir la existencia humana. Por supuesto, esto que les digo es un mapa desde el que representar un territorio que cada uno de ustedes deberá recorrer o habrá recorrido en parte. Por eso, puede que no coincida con toda exactitud en cada caso particular. Pero puede servirnos como orientación.


El primero de los polos es ascendente, dirigido hacia el ambiente exterior, y conduce al individuo a separarse de la atracción que en él ejerce el ambiente familiar de su infancia; deja tras de sí el paraíso de seguridad e ignorancia infantil y se integra en el colectivo social de su época. Se prepara estudiando una carrera, o un oficio, que, eventualmente, lo hará convertirse en un miembro respetable de un colectivo; se enamorará y puede que forme su propio grupo familiar; diversificará el centro de sus intereses en el mundo, etc. La tarea del terapeuta en esta primera etapa de la vida será ayudar al individuo a que levante el vuelo y a desatar los lazos invisibles que lo mantienen amarrado a la infancia. Jung manifiesta que, en este primer polo de la existencia, una incursión prematura en el mundo interior puede servirle al individuo para evadir sus responsabilidades inmediatas. Observó que el giro pendular hacia el otro polo de la vida se produce sobre los 35-40 años, más o menos en la mitad de la vida. No obstante, si bien es cierto que, como norma general, esto suele ser así, los fenómenos concomitantes de la actual crisis de valores que padece el mundo occidentalizado, como por ejemplo la desintegración del núcleo familiar, están provocando que los jóvenes tengan que buscar en su propio interior un sostén y una guía para su propia vida, que compense el desorden y la falta de orientación que, por desgracia, cada vez son más comunes en los hogares occidentales. En el  otro extremo, nos encontramos con personas de edad avanzada, en torno a los 60 años, cuya maduración emocional se corresponde con la de un adolescente, y que aún no han logrado romper el cordón umbilical que les liga al ambiente de su más tierna infancia.

Cuando el individuo ha llegado al cénit de una vida extravertida, identificado con los valores del espíritu de su época, puede que comience a sentir una desorientación vital que le dificulte continuar su vida como hasta entonces. Cuando esto sucede, como los terapeutas de orientación psicodinámica y transpersonal saben bien, suele producirse una regresión hacia etapas evolutivas precedentes y emerge material desde lo inconsciente, pues la energía psíquica se dirige hacia el mundo interior con el fin de encontrar una nueva dirección y orientación vital. En ese momento el individuo trata de buscar una escala de valores que trascienda a su limitado yo consciente. Como diría Jung el espíritu de las profundidades quiere realizarse en él y, por tanto, puede dar comienzo el proceso de individuación.

Les voy a leer las palabras de una joven de 28 años, quien, adelantándose una década a la crisis de la mitad de la vida, describe elocuentemente cómo se siente al atravesar esa etapa de oscuridad, de desorientación que supone el comienzo del viaje hacia las profundidades. Está escrito en la página 159 de mi libro El retorno al Paraíso Perdido y dice así:

"¿Qué he hecho durante mis años de existencia? Nada en lo que me pueda identificar (...) Mi sentimiento de insignificancia se trasmutó en una falta de aprecio por mi vida. Pensé que quizá mejor estaría muerta. Que todo lo vivido hasta la fecha, no tenía ningún sentido y que lo único que había producido era todo un conjunto de pecados capitales, forjados a fuego en el seno de una familia que no tiene apelativos, porque todos se le quedan pequeños. ¿Qué sentido tiene vivir, si todo el potencial está cubierto de lodo? ¿Si el arte se ha transformado en barbarie, el pensamiento en un servidor del Diablo que, con su hybris todo lo destruye y nada aprecia? ¿Si el amor a la vida y a todas sus criaturas se ha convertido impotencia y esta, a su vez, ha abonado el terreno para el nacimiento de la envidia, de la destructividad, del odio, del sadismo, de la crueldad y de la violencia? Ya nada importa, ni tan siquiera la vida tiene valor alguno."

Como vemos, la mujer de este relato, ha llegado a un momento de su vida en el que ya nada tiene sentido. Sin embargo, precisamente esos momentos de "noche oscura del alma" debieran ser entendidos como una llamada de las profundidades para realizar el camino que supone la más elevada realización del individuo. Debo decir que, durante ese período, la mujer de nuestro relato comenzó a tener multitud de sueños, incluso algunas visiones y audiciones interiores, que la hicieron pensar por unos momentos en si no se estaría volviendo loca. Sin embargo, esa "psicosis anticipada", nombre que le dio el psiquiatra Carl Gustav Jung a la primera etapa de la Gran Obra de la realización de la divinidad que nos habita, de la Gran Psicoterapia que Jung denominaba al proceso de individuación. En esos primeros sueños y visiones, en donde lo inconsciente irrumpió abrupta y violentamente en el campo de la consciencia, lo que se produjo fue una muerte del "hombre viejo", es decir, de una consciencia egocéntrica regida exclusivamente por sus propios intereses y deseos egoístas. Resulta de importancia capital, en un momento como el que acabamos de describir, el trabajo creativo del individuo, de modo que pueda dar una forma manifiesta a todos esos contenidos que afluyen desde lo inconsciente. Ya sea mediante la pintura, la escultura, la poesía, la literatura, la música o de un híbrido de ellas, el individuo puede plasmar en imágenes y/o en palabras los diferentes estados emocionales.

El ser humano moderno vive en una situación semejante a la descrita, y es, por lo tanto, un rey decrépito y viejo, es decir, su yo se ha separado tanto de las raíces, de la fuente de la Vida, fuente que brota de un centro que se encuentra más allá y más acá de la consciencia, que está destinado a "morir  para renacer", como el ave fénix o la oruga antes de convertirse en mariposa. El desagradable cuerpo de la oruga, justo antes de introducirse en su capullo, es una representación simbólica del ser interior que aún es pura potencia. Luego, pasado un cierto tiempo en la oscuridad del capullo (representación de la crisis de sentido), el gusano vil se transforma en venusta mariposa. Y, como tal vez sepan, la mariposa es un conocido símbolo del alma. Por lo tanto, la muerte del rey viejo, es decir, del hombre egocéntrico que solo mira por sus propios intereses, da paso al nacimiento del Alma y, con ello, a una vida sagrada. El yo se convierte en un fiel sirviente de un centro que habita en las profundidades de su Alma: la Imagen de Dios en el hombre, el Cristo interior.

Les voy a relatar un ejemplo de imaginación activa, que es un método de meditación a través del cual el individuo involucrado en un proceso de individuación o de realización de la divinidad que lo habita entra en contacto con los habitantes de su mundo interior, como hace Jake Sully en la película Avatar al acceder a Pandora.

"Veo a través de un Gran Ojo interior cómo emerge una gran esfera oscura hacia la superficie. Parece un gran sol oscuro que gira alrededor de un eje imaginario, de derecha a izquierda. Ese sol oscuro, esa gran esfera negra, se transforma en dos columnas o ejes alrededor de los cuales estoy girando. A mi izquierda el giro es de en el sentido de las agujas del reloj, mientras que a la derecha el giro es contrario a las agujas del reloj. En ambos casos, el giro se hace sobre un eje imaginario de la existencia que permanece inmóvil y que no tiene límite alguno, ni por arriba, ni por abajo. Entre ambas columnas giratorias se abre un camino largo, angosto y oscuro que parece dar comienzo en la boca de una gruta o cueva. Me dirijo hacia la entrada y veo a una criatura medio humana, bastante primitiva, que me conduce hacia el interior de la cueva. Me veo caminando detrás de aquél extraño guía, mientras porto una antorcha con la que voy iluminando aquella especie de gruta. El camino es muy oscuro y, por momentos, es sinuoso. Me da la impresión de que voy por una especie de galería húmeda, que desciende hacia el interior de la Tierra, de una oscuridad cada vez más pronunciada  y solo la luz de mi antorcha ilumina el lugar. Después de caminar durante largas jornadas, de enfrentar peligros con la ayuda de mi guía, veo una luz al final del túnel. Después de caminar algunas jornadas más, llego al final de aquella galería oscura y salgo de la gruta a la luz del día".

El ejercicio de imaginación activa continuó durante más tiempo pero con este fragmento nos podemos hacer una idea del método. Este método le permite al individuo ver un mundo anímico, objetivo, que lo habita (de modo parecido a como los místicos, los alquimistas y otros maestros espirituales lo han descrito también). El trabajo posterior consiste en interpretar lo que esas imágenes significan en la vida del individuo, y se procede como si se tratase de un sueño.

Esta serie de imágenes, de un modo muy resumido, simbolizan el acceso de la consciencia en lo Inconsciente. Y, más concretamente, se trata de un descenso a los infiernos, de una entrada en las profundidades de la Tierra madre que es lo Inconsciente colectivo. Ese recorrido es, precisamente, el único que posibilita la transformación de la consciencia, la renovación de la vida, por más difícil que ello pueda resultar por momentos (especialmente al principio). Si este recorrido por los infiernos de nuestra propia interioridad no se realiza de un modo consciente y sincero, guiados por el maestro interior (que puede, también, manifestarse en un maestro o guía exterior durante un tiempo), como vemos en el ejemplo de la imaginación, el desastre está servido.


Si iniciamos el camino hacia nuestras raíces, hacia el interior de la Tierra, y nos enfrentamos con las oscuridades que todos albergamos (incluido el mal de la naturaleza humana) en nuestro interior, lograremos sanar nuestro malestar, el mismo que padece nuestra cultura.

En mi novela de próxima publicación, titulada Al Final del Túnel, describo este viaje de renovación y de renacimiento de la divinidad en el interior del ser humano. Aventurémonos a seguir la llamada de nuestra profundidad y permitamos que Cristo nazca en el seno de nuestra Alma. Entonces, podremos decir con Jesús que “ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí y a través de mí”. Muchas gracias."

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