miércoles, 16 de enero de 2013

CONSCIENCIA MÁS ALLÁ DE LA VIDA


Acabo de encontrar esta reseña al libro de Pim van Lommel,  Consciencia más allá de la vida, en la página web de la Fundación Carl Gustav Jung, realizada por Enrique Galán Santamaría.

Un libro que rechaza, al igual que hago yo en mi próxima novela Al final del túnel, que la consciencia sea un producto o un efecto de la función (o de la actividad) del cerebro.

"La psicología profunda se constituye alrededor del concepto de inconsciente, en un intento de ampliar el conocimiento de la psique. Históricamente está respondiendo a la psicología filosófica, que estudiaba académicamente mediante introspección las facultades del alma (memoria, entendimiento, voluntad), y a la primera psicología experimental, que intentaba cernir de un modo objetivo las funciones psíquicas (sensación, emoción, percepción, cognición, motivación…), criticando la identificación que ambas establecían entre psique y consciencia, alma y mente. La psicología médica de finales del XIX, que gira en torno a la hipnosis y la interpretación onírica, se sitúa así en la vanguardia de la investigación psicológica, incluso también en la relacionada con el condicionamiento, sea pavloviano o conductista. Conocemos la explosión de los estudios psicológicos a lo largo del siglo XX hasta conformar un ámbito prácticamente inabarcable de objetos y métodos diversos que han constituido una imagen compleja y apasionante de la psique de la especie humana. En esa evolución la propia noción de consciencia se ha modificado en algunos autores hasta integrar la psique inconsciente. Tal es el caso del cardiólogo holandés que ha escrito este libro, en cuya página 345 identifica explícitamente la consciencia humana con lo inconsciente colectivo junguiano.

Pero nuestro autor va más allá de la psique humana, aunque parta y se ocupe de ella, pues se decanta por “el panprotopsiquismo, el modelo no materialista de la relación fundamental o intrínseca entre la materia y la conciencia” (p. 296) y considera que “la conciencia es no local y funciona como origen o base de todo, incluido el mundo material” (p. 303). Un mundo material leído desde la perspectiva de la física cuántica, cuyo ámbito de aplicación exige unos conceptos fundamentales (superposición, complementariedad, principio de incertidumbre, problema de la medida. entrelazamiento cuántico, no localidad) muy diferentes a los de la física clásica que estudia el mundo visible (estructura espaciotemporal sujeta a leyes inmutables, realidad objetiva, causalidad, continuidad, localidad). Frente a las ondas electromagnéticas propias de esta física, limitada por la velocidad de la luz, se encuentran las ondas de probabilidad características de aquélla, cuya velocidad supera ese límite para perderse en lo infinito, pues en “el espacio no local […] toda la información está disponible, siempre y en todas partes, de modo inmediato” (p. 279). Ese espacio no local viene definido como “un espacio multidimensional que no posee sino posibilidades, también conocidas como ondas de probabilidad, sin certeza alguna, sin materia, sin espacio y sin tiempo, [… un] vacío absoluto [… que] podría conformar el fundamento de nuestra conciencia” (pp. 260 y 261).

El motivo por el que un cardiólogo se vea obligado a surcar aguas tan traicioneras y aparentemente ajenas a su profesión constituye el núcleo de este libro. Se trata de ofrecer una explicación de las “experiencias cercanas a la muerte” (ECM), relativamente frecuentes en la población general (aproximadamente un 4%) y que se producen con una frecuencia significativamente mayor (24%) en aquellos casos en los que puede decretarse una muerte clínica por parada cardio-respiratoria. Estudiadas de forma sistemática desde los años 1970 gracias a la obra pionera de E. Kübler-Ross, su definición se debe a R. Moody, que fue el primero en describir en 1975 sus 12 notas características. Le seguirán otros autores a lo largo de la década de 1980 (K. Ring, M. Sabom o B. Greyson) ofreciendo diferentes clasificaciones para facilitar su estudio, y en 2009 se publica el primer manual sobre estas experiencias. A diferencia de la mayor parte de esos estudios, de carácter retrospectivo y basados en testimonios accidentales, van Lommel, junto a los psicólogos R. Van Wees, V. Meijers e I. Elfferich, llevaron a cabo un estudio prospectivo en el periodo 1988-2000, estableciendo categorías empíricas y porcentajes precisos que han definido este campo con mayor nitidez.

A partir de esta investigación se han podido refutar todas las hipótesis fisiológicas cerebrales (deficiencia de oxígeno/sobrecarga de dióxido de carbono, metabolismo de neurotransmisores o medicamentos, actividad eléctrica alterada) y psicológicas (miedo a la muerte, despersonalización, disociación, alucinaciones, sueños, fantasías, delirio medicamentoso…) presentadas para explicar tales hechos. En suma, “el enfoque materialista se queda corto en muchos aspectos y no puede mantenerse en su forma actual” (p. 225). Contra el muy difundido “mito del cerebro” (una falacia desmontada en nuestro idioma por Marino Pérez en un libro reciente), van Lommel no considera que el cerebro sea la sede o fuente de la consciencia y la memoria, y sus propuestas se dirigen más bien a explicar el papel del ADN en la “interacción entre la conciencia no local y el cuerpo” (p. 321). Si se ha podido diferenciar en los genes moleculares el 5% que tiene expresión fenotípica (“exón”) y un 95% (“intrón”, “ADN basura”) que explica (posiblemente) la expresión epigenética, el autor afirma que “nuestro ADN está siempre en contacto con todas las formas posibles de información procedente del espacio no local” (p. 331). A fin de cuentas, cada célula de ese trillón que compone el organismo y que se renuevan a un ritmo aproximado de 50.000 millones/día tiene en su núcleo la misma dotación genética. Es decir, las memorias celular e inmunológica parecen depender de una “conciencia morfogenética” vehiculada por el ADN.




(Marino Pérez, nos habla en este documental sobre el cerebrocentrismo que invade a nuestra cultura)

En suma, las ECM, cuando “durante un periodo de muerte clínica los seres humanos pueden experimentar una conciencia excepcionalmente lúcida” (p. 19), revelan en sus notas experienciales (inefabilidad, paz, comprensión, sabiduría, contacto con los muertos, seres de luz y paisajes sobrenaturales, retrospección vital, etc.) que “la conciencia plena e infinita está presente en todas partes, en una dimensión que no está ligada al tiempo ni al espacio. […] La conciencia infinita siempre ha existido y siempre existirá, independientemente del cuerpo” (pp. 27 y 28). Así, “tenemos un cuerpo pero somos conciencia” (p. 361), de lo que puede concluirse que “la muerte como tal no existe” (p. 392).

Tan polémicas conclusiones no son ajenas sin embargo a la investigación neuropsicológica más puntera. Las propuestas aparentemente materialistas de un Dennet o, en nuestro país, de un divulgador como Punset, van siendo desacreditadas progresivamente, por su carácter mecanicista ramplón que trae a la memoria el mundo científico de mediados del siglo XIX. El lector atento de este libro y de su abundante bibliografía —se da la referencia de las traducciones cuando existen— podrá comprobar la seriedad y coherencia del autor, que no ha dejado evidentemente de sufrir descalificaciones ideológicas no fundamentadas en un estudio empírico como el que él proporciona.
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Enrique Galán Santamaría

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