domingo, 3 de febrero de 2013

EL RESURGIR DE LA SEGREGACIÓN SEXUAL EN LAS ESCUELAS.



El concreto tema de la segregación sexual en las escuelas, en cuya raíz podemos encontrar, en realidad, un asunto mucho más polémico aún, y que conviene traer a la palestra, como es el de si el “hombre (y, por supuesto, la mujer) nace o se hace”, ha sido tratado magistralmente por el terapeuta de orientación junguiana, Raúl Ortega, en un magnífico ensayo publicado en la web Odisea del Alma, de la que él es webmaster, y que traigo hoy a colación aquí. 

Por supuesto, el autor de este blog suscribe, solidariza y se responsabiliza de cuanto el Sr. Ortega expresa en el trabajo que publico a continuación. Y es que, como comprobaremos tras su lectura, no hay duda de que este tema (“nature versus nurture”) tiende a reaparecer en nuestra sociedad bajo diferentes disfraces.


"¿De qué se trata toda esta polémica en el fondo?

En mi opinión, todo se sustenta en una contracorriente subterránea que costosamente va saliendo a la luz en mitad de nuestros caros lugares comunes y tópicos modernos. Un impulso que abiertamente podemos llamar reaccionario, aunque sea un calificativo del que todos los defensores de éste y similares movimientos quisieran huir espantados para no ser rechazados a priori y antes de poder esgrimir el primer argumento siquiera. Este modo políticamente incorrecto se resiste a seguir asumiendo como absoluta verdad ciertas categorías alrededor de las personas en general y los géneros en particular que a lo largo de los últimos siglos se han ido imponiendo en la cultura, o sea, la psicología de masas, la psicología individual y las políticas de Estado. Esas categorías quieren fundamentar, más o menos tácitamente, la igualdad de derechos y oportunidades en una igualdad esencial de temperamento, aptitudes y actitudes compartida por todos los seres humanos. Aunque, para tratar de curarse en salud, el tópico moderno use por doquier el discurso de la "igualdad en la diferencia", en realidad las grandes ideologías humanistas que sustentan nuestra cultura moderna están basadas en la presunción de que existe un sólo modo de entender el buen progreso, el bien y el bienestar en la vida, y que ese modo es compartido por todos los seres humanos. Todas las ideologías sociológicas racionalistas tienden a hacer de cada individuo un átomo indistinguible de la masa, un número, porque así de ecuánimes, homogéneas y, sobre todo, simplistas, son las matemáticas. Nunca es la imaginación del arquitecto de utopías racionales tan compleja y sofisticada que pueda diseñar un mundo mejor contando con las profundas diferencias entre los seres humanos, así que suele despreciar esas irregularidades cortando, nunca mejor dicho, por lo sano. De camino, se vuelve muy cómodo para toda administración pública lidiar sólo con sumas y restas, y a la política le resulta muy manejable y adecuada la sencilla ecuación "1 hombre, 1 voto". Cuando la sociedad requiere conjuntar actitudes para enfrentarse a problemas que la fuerza bruta, el número, ayuda mucho a resolver, como son los casos de la revolución o la guerra, la conciencia de clase y el patriotismo, respectivamente, son inigualables instrumentos. Pero cuando la sociedad sale de esos estados de excepción, la personalidad particular y el prurito diferenciador individualista piden paso, y entonces todo lo conseguido gracias a la homogeneidad se convierte en obstáculo y problema. Lo peor es que suele ser lo más valioso que tenemos como seres humanos lo que quiere segregarse del entorno. Como todas las escuelas psicológicas saben, el hombre a menudo es más necio, más inmoral y más estúpido cuando funciona según la unánime psicología de masas.

Juguemos a comparar rostros humanos. ¿Qué vemos? Rasgos comunes, aquellos precisamente que nos llevan a llamarnos entre nosotros "semejantes". Pero, al mismo tiempo, no hay una nariz igual a otra, ni una boca, ni una mirada. Somos tan distintos a la vez que podríamos también llamarnos entre nosotros "diferentes". Sabemos reconocer a un individuo en particular aún mezclado entre una multitud. Sin embargo, si un caucásico tiene que diferenciar rostros entre una muchedumbre de otra raza, le va a costar bastante más. Todas esas caras le van a resultar demasiado indistinguibles. Basta convivir un tiempo con la nueva etnia, familiarizarse con sus exóticos rasgos, conocer mejor a esos otros hombres y mujeres, para adquirir la capacidad de discriminación adecuada. Entonces, esto es lo que les debe pasar a todas las psicologías, sociologías y políticas del fundamentalismo igualitario: que no conocen lo suficiente a los seres humanos.

Cuando nuestra cultura tiene que aceptar diferencias evidentes entre las gentes acude rápidamente a argumentos alrededor de disimilitudes educativas, influencias del medio dispares, y no es raro que su discurso acabe convirtiéndose en perorata sobre el poder que aún tienen en nosotros la injusticia y la discriminación sociales heredadas desde un siempre más ignorante y cruel pasado histórico. Pero es precisamente en la noche de los tiempos donde se pierde el origen de la sensibilidad del ser humano a la realidad de las diferencias, la genuina, objetiva y curiosa inquietud acerca de la diversidad de los caracteres. Nuestra ancestral vocación por entender y describir las tipologías tiene una historia frondosa y fascinante, llena de sagaz perspicacia y agudas observaciones, antes bien que de ineptitud y oscurantismo. La vieja Astrología, en toda su magnificencia intuitiva, propone sin ambages, en frontal oposición a nuestras favoritas concepciones acerca de la gestación de los caracteres, el origen innato del temperamento y sus variedades. El moderno Indicador Myers-Briggs, test de tipos diseñado por Katherine Cook Briggs y su hija Isabel Briggs Myers basado en las innovadoras ideas de Carl Gustav Jung vertidas en la obra Tipos Psicológicos, es una de las herramientas más usadas universalmente en el área de Recursos Humanos a día de hoy. Su propuesta es también el origen innato de las tipologías. En general, en abrumadora mayoría, las teorías a lo largo de la Historia sobre la genésis del carácter se han decantado por fundamentos básicos prefijados antes del nacimiento, de un modo similar a la gestación de las particularidades fisionómicas.

El meollo de la polémica alrededor de la reimplantación de la escuela unisex está justo en este debate entre el "se nace" y el "se hace". Démonos cuenta de que esto es algo que va bastante más allá del problema educativo.

Como no me canso de divulgar, hoy día nadie se atreve a usar consideraciones puramente psicológicas, y menos aún de talante intuitivo, para argumentar seriamente a favor o en contra de cualquier tesis sobre la personalidad humana. Hoy día la piedra angular de cualquier argumento al respecto, por decreto paradigmático, la detenta el cerebro y sus circunvalaciones. La última y primera palabra se recoge desde los descubrimientos en el área de la Neurología, y es por eso que desde ahí parte el discurso de los principales teóricos de la educación en la diferencia, como María Calvo. A juzgar por la debilidad de las tesis que salen en contra cuando se evoca este punto, queda patente que integrar hoy en la propia teoría testimonios extraídos de áreas de moda con tanto "mana" como son el gen y el cerebro, es una garantía de éxito en la ruptura de las defensas enemigas. A mi entender, sin embargo, es la psique, no el cerebro, la última frontera y la clave de todas las claves, e hipotecar los argumentos únicamente al discurso neurológico una maniobra no suficientemente inteligente. El cerebro que creemos analizar objetivamente a día de hoy es, con total seguridad, en gran medida, un objeto de culto animista, cargado de nuestras propias proyecciones. Son las mismas Neurología y Biología, aunque desde sus sectores más revolucionarios, las que están alertando hace rato de la posibilidad de que el cerebro, en lugar de ser un motor y un generador del psiquismo, sea un receptor, un "ojo", que traduce, no luz, sino una igualmente exterior e independiente psique. Sin abundar más en esta dirección ahora, mi postura es aceptar el argumento neurólogico sólo como una prueba más, y desde luego no la fundamental, a favor de la premisa que considera predestinados rasgos decisivos en las aptitudes y las actitudes con las que nacemos.

Si la política occidental está ya aceptando este discurso y está empezando a cambiar leyes educativas y programas de subvenciones a colegios, y la estadística de calificaciones sigue avalando la conveniencia de estos cambios, por más desagradablemente reaccionarios que le parezcan al sector filosófico más fanáticamente "progre", el siguiente paso obvio será trasladar todas estas consideraciones al plano laboral y, en último término, a lo social in toto. Esto sí que son palabras mayores. Muy inquietantes.

Como representante, inspiradora y madre espiritual del sector más fanáticamente "progre" en relación a estos temas de las políticas de sexo, Simone de Beauvoir debe estar revolviéndose en la tumba con el discurso de las María Calvo. Su "No se nace sino que se deviene mujer" ya planta de frente toda la batalla. No creo que ni siquiera le aliviase comprobar que el discurso diferencista actual favorece a las mujeres con una ventaja en virtudes innatas provechosas y admirables. Pero el discurso de Simone tarde o temprano tenía que sufrir reveses. Inserto en la filosofía existencialista, empeñada en divulgar la esencial soledad del Hombre en un Cosmos infinitamente vacío, justo en la misma época en que el fenómeno OVNI obligaba a las masas a acuñar y esgrimir apresuradamente el slogan opuesto "We Are Not Alone" (no estamos solos), y empeñada en divulgar la inexistencia de poderes trascendentes mientras Jung publicaba libro tras libro acerca de los Arquetipos, el Self, y el poder y la influencia de las energías y las inteligencias más allá de lo humano, es un discurso que pelea desde un movimiento tarde o temprano perdedor, como siempre apuesta a perder toda filosofía que basa su metodología en un exceso de racionalismo, abstracción, juegos mágicos de palabras y literatura en detrimento del método esencial de conocimiento filosófico que debe partir, como su hija la Ciencia prescribe, de la fenomenología. El existencialismo es demasiado francés, o sea, demasiado cartesiano, cortesano, lingüístico y mediático. Definitivamente, recomendaría aferrarse mejor al error del paradigma neurológico, que al menos parte de ciertos atisbos experimentales, que seguir basando los idearios psicológicos y políticos propios en la influencia de discursos snobs autocomplacientes de "enfants et filles terribles" procedentes de la excelsa en estética, pero no tanto en ética, París.

Diría ahora que Simone comete un error al que se enfrenta el analista transpersonal día sí, día no, en la consulta. Ella, indesconociblemente, pertenece a una tipología muy determinada. La suya es una tipología rara, no común estadísticamente hablando (y es una de mis preferidas, dada en hombre o mujer, dicho sea de paso), pero constantemente infiere este tipo de mujer, desde su prejuicio cognitivo, que tal y como es la personalidad que ella ostenta, así debe ser la de todo el resto de mujeres en el fondo, y así debe ser en realidad entonces la esencia del "Eterno Femenino". Deduce que ella debe ser más inteligente que la media, y que gracias a eso vive "liberada", expresando una feminidad genuina, mientras el resto de mujeres malviven con su personalidad real apresada en la esclavitud, sometida a una sociedad machista. Todo lo cual es permitido por su ignorancia. Esta tipología siempre acaba elaborando un discurso sociológico similar, lo divulgue al mundo desde el púlpito de intelectual famosa o lo espete sólo a las amigas en las sobremesas si es una anónima vecina. La acumulación de experiencia desprejuiciada en el trato con los demás, la profundización en el análisis propio y del prójimo, va corrigiendo esta visión igualitarista indiscriminada. Disminuyen las decepciones constantes frente al carácter de ciertas amigas, al dejar de esperar peras de aquellas que han nacido para ser olmos. Aprende a reconocer a sus pares, y a formar círculos de confianza sólo con aquellas personas que no tienen que alienar su personalidad para adaptarse a sus exigencias relacionales.

Nacer hombre o mujer conlleva diferencias. Nacer tal hombre o aquella mujer, puede conllevar diferencias aún más profundas incluso con representates del mismo género.

El grave problema del fracaso escolar actual

No puedo terminar el comentario a estas noticias sin tocar esta cuestión. Ciertamente, es tan urgente y conmocionante el debate en sí sobre los géneros, sus similitudes y sus diferencias, que aunque esta polémica parezca surgir en principio sólo como respuesta a una problemática previa más básica y más importante, rápidamente acapara toda la atención y el protagonismo, y el asunto del que parecía partir se acaba desvelando casi como mera excusa. Es tan así en la opinión pública que he llegado a leer por ahí que es preferible mantener la convivencia de niños y niñas en las aulas aún cuando eso ocurra en detrimento de su rendimiento académico. Se nota claro cuáles son nuestras prioridades y principales sensibilidades. Pero sería un error que yo obviara en este comentario toda referencia al problema en sí del fracaso escolar, por mucho que palidezca frente al bullicio de los asuntos sexuales. Seré de todos modos esquemático.

Hay unas causas estadísticamente constantes de fracaso, como todas aquellas taras orgánicas que obstaculizan seriamente el proceso de aprehensión, comprensión y retención de información (dislexia, hiperactividad, bajo C.I., etc.). Esto no nos interesa ahora, sino solamente aquello que se esconde detrás del aumento progresivo en las estadísticas del porcentaje de fracasados, incremento alarmante en los últimos años, que no se corresponde con ningún aumento en la prevalencia de disturbios orgánicos, y que en principio podemos introducir en el cajón de sastre que la psicopedagogía etiqueta como “causas emocionales”.

Dejando aparte cuestiones colaterales menores como la influencia que seguramente tienen en este asunto cambios decisivos en el entorno cognitivo del niño tales como la omnipresencia del ordenador, la internet y, en general, la supremacía actual de lo hipnótico audiovisual, y mayores como la disfuncionalidad y desestructuración cada vez más extendidas de la familia (que al final incluiré en el conjunto mayor que contiene, codo con codo, todas las causas de desazón y angustia del estudiante actual ante su incierto futuro), tengo que decir que hace varias décadas que el nivel al que llegaría este problema se podía predecir sólo atendiendo a la evolución que se ha ido dando en el seno del mismo sistema educativo, sin necesidad de salir fuera de la clase a buscar razones coadyuvantes. Me refiero a que la exigencia académica hace rato que no hace más que crecer y crecer. La competitividad estudiantil y laboral no ha hecho otra cosa que incrementarse exponencialmente. Para acceder al mismo nivel socioeconómico cada año hay que cumplimentar más requisitos y, encima, la seguridad laboral se ha debilitado tanto que las garantías de logro en este sentido han descendido dramáticamente, incluso cumplimentando estas desorbitadas cláusulas que siguen elevando su listón día a día. La escolarización comienza antes. El fin de la formación académica termina después. Hace mucho que la ecuación esfuerzo-recompensa da resultados negativos, y la cifra no hace otra cosa que descender. Todo esto conforma un panorama desesperanzador para el estudiante típico, aquel que va a clase sencilla y llanamente para ganarse la vida después integrado en sociedad como un ciudadano más, y nada más. El estudiante típico es aquella diligente y abnegada persona que con sudor y lágrimas se prepara para seguir sudando y llorando cuando acceda a un puesto laboral. Para estas personas, que el ganarse no más que el pan, el cobijo y una mínima integración en la tribu humana requiera cada vez esfuerzos más hercúleos y sobrehumanos no puede ser otra cosa que una absurdidad clavada como un trauma en mitad de la propaganda de la sociedad del bienestar, herida que va calando más a fondo de generación en generación. No es de extrañar que al estudiante que va a clase como inversión financiera le parezca cada año más ruinoso un negocio donde esa inversión cada vez es más grande y el resultado probable más mediocre. No me sorprende por lo tanto que el representante de este tipo más astuto y hábil prefiera invertir su tiempo y sus mañas cada vez más en derroteros oportunistas, a la caza de esos 15 minutos de fama y de los contactos dorados que le concedan una llave más cómoda de acceso al éxito. No se les puede culpar a las nuevas generaciones de invertir su esperanza en la cultura del "pelotazo". Al menos en ésta aún pervive para ellos el "sueño americano". En la alternativa, el cauce normal académico, lo que respira hoy es una "pesadilla occidental". Por otro lado, para el estudiante atípico, el siempre rebelde vitalista que se toma en serio como valiosos en sí mismos los ideales del conocimiento y la vocación, este estado de cosas no puede ser algo distinto de una tomadura de pelo. Cada año más letra muerta, más potajes de información seca, más inflación de la función intelectual. Y de la vida, de la experimentación y la fenomenología, que es el fundamento de todo verdadero conocimiento ¿qué?

Toda actividad humana necesita estar animada con algún Mito del Sentido. Cuanto más costosa, esforzada, es, más clara, menos relativa y más profunda debe ser su significación. La psicología sabe bien cómo le destroza la mente a los soldados el embarcarse en batallas que no cuentan con una total credibilidad y buena prensa. Tenemos un ejemplo muy presente en Iraq, otro no muy lejano en Vietnam. No son la violencia y la barbarie las causas directas de la traumatización. El ser humano puede soportar mucho dolor y espanto sin quebrarse. Pero sólo si está profundamente convencido de que hace lo correcto.

Estudiar no es ir a la guerra. Pero es como cavar una trinchera a lo largo de muchos, muchísimos años. El enemigo: los exámenes. La victoria… ¿Instituir una familia fundamentada en la crisis de pareja? ¿Consumir desenfrenadamente productos globalizados? ¿No consumir desenfrenadamente en beneficio del enfriamiento global? ¿Convertir la crianza de hijos en una vocación? ¿Abortarlos para seguir la propia vocación? ¿Qué propia vocación? ¿Sufragarse la libertad de un par de horas de ocio a través de las ocho horas de esclavitud y alienamiento en el puesto laboral? ¿Venderle la vida a un banco? ¿Atiborrarse de medios y de información para estar cada día más desinformado? ¿Esperar unas décadas más a ver si la vida empieza de verdad en la jubilación, en la tercera edad? En definitiva: ¿Integrarse en una sociedad que pierde lustro tras lustro credibilidad y fuerza moral?

Trato de decir que el problema del fracaso escolar es un síntoma muy conspicuo del muy grave malestar en la cultura que todos, no sólo los púberes, sentimos hoy. No está fracasando el estudiante; el estudiante es una fuerza vital, es la Naturaleza que busca abrirse paso y expresión. Está fracasando el Sistema, que cada día destruye más el entorno natural, en lugar de someterse a él. Como bien dice María Calvo, las niñas suelen ser más obedientes que los niños. Son más adaptables, más condescendientes, más resignadas al entorno y sus normas. El varón suele ser más crítico, más rebelde, menos crédulo, y necesita para actuar ideales de más largo alcance y más abstractos que el concreto pragmatismo o la inmediata ganancia de la armonía relacional. Esta es la razón básica, que subyace a todas las demás, del por qué las chicas siguen funcionando mejor como engranajes de esta gigantesca maquinaria disfuncional.

Debía ser allá en mis tiempos de estudiante de primero, o quizás segundo de B.U.P, cuando me preguntaba a menudo por qué las chicas tenían tanta urgencia en integrarse a fondo en una sociedad de la que cualquier chico deseaba desde hacía algunas décadas desintegrarse."


El ensayo completo lo podéis leer aquí.

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