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martes, 17 de noviembre de 2009

EXPERIENCIA MÍSTICA Y GNOSIS VERSUS ORTODOXIA O LITERALISMO

Dice la psiquiatra Maribel Rodríguez, en uno de sus comentarios a la reciente entrada en su blog Universidad de la Mística y Cátedra Edith Stein, que la Psicología Transpersonal se ha convertido en el reverso tenebroso de la ortodoxia cristiana, entendida esta última como la cristalización y esclerosis del mensaje cristiano original; y estoy de acuerdo con ella. Ciertamente, hoy en día los rituales cristianos se repiten consuetudinariamente sin entender qué es lo que estos rituales persiguen; y los símbolos cristianos, que en los últimos tiempos se han hecho más estéticos, se han pulimentado, y se han perfeccionado, en algún sentido; decía que los símbolos cristianos, por ese perfeccionamiento, se han hecho más bellos estéticamente pero, en el fondo, están bastante alejados de la cruda experiencia original; una experiencia devastadora para una consciencia limitada y estrecha. De ahí que la ortodoxia, con buen criterio, tenga un "manual de instrucciones" para el colectivo. Si bien, esta vez con pésimo criterio, haya impedido o, cuanto menos, dificultado el camino esotérico a aquellas personalidades que, por su propia disposición, no se pueden adaptar al estrecho y rígido sendero institucional.

Pero ese alejamiento del hombre interior, precisamente, da lugar a que surjan movimientos de tipo compensatorio. La Psicología Transpersonal (aquella cuyo objeto de estudio es el ámbito psíquico que se encuentra más allá de lo personal), como en los primeros siglos del cristianismo sucedió con los grupos gnósticos, se me antoja que es una de las manifestaciones más excelsas de esta compensación. Y debemos recordar aquí que fue Carl Jung el primer psicólogo transpersonal, el primero que apuntó que la psique no es exclusivamente un vertedero de contenidos biográficos reprimidos por la censura, como apuntaba Freud, como tampoco se trataba de un lugar en el que se acumulara una suerte de complejo de inferioridad, que empujaba al individuo a compensar ese sentimiento con un deseo de poder, como decía Adler; ambos enfoques están en lo cierto, desde luego, pero sólo en parte; Jung nos mostró que más allá de ese inconsciente individual, de ese subconsciente, existe un inconsciente colectivo cuyos contenidos son autónomos y, en cierto modo, actúan con independencia de nuestra consciencia; y no sólo eso, sino que, lo inconsciente colectivo constituye, en sí mismo, un mundo interior, tan complejo como el mundo exterior. El grave problema del mundo occidental es su unilateralidad, su tendencia a pensar que la única realidad es la que proviene del mundo objetivo, del mundo exterior, aquel que percibimos a través de nuestros sentidos; pero ese es un craso error, un error que se defiende como si de una religión se tratara, pues está inmerso en el propio espíritu de la época. Por lo tanto, no es de extrañar que la nueva religión se denomine Materialismo. ¿Qué le ha sucedido entonces al hombre? Le ha sucedido que ha perdido su mundo interior, su Alma, a la que ha considerado como un apéndice indeseable. ¿Qué consecuencias tiene semejante actitud? Las que podemos ver a diario a nuestro alrededor, y que se reflejan en los medios de comunicación. En definitiva, que el ser humano se ha convertido en un ignorante de sí mismo. Su conocimiento del mundo exterior, de la materia, se ha hipertrofiado a expensas o en detrimento del autoconocimiento. Así, no debiera causar asombro que, como Jung advirtió, el verdadero peligro para la humanidad resida en el hombre mismo. No son las catástrofes naturales, por más que se esté provocando una destrucción acelerada de la Naturaleza, los verdaderos peligros para el ser humano. Sino, antes bien, lo es el propio ser humano, cuando permanece inconsciente de sí mismo.

Naturalmente, como también tuvo lugar en los orígenes del cristianismo, la Psicología Transpersonal (me refiero ahora a este término en la acepción que utiliza Stanislav Grof, como la psicología que estudia, también, los estados no ordinarios de consciencia, las emergencias espirituales, etc.) se ha percatado de la importancia que tiene el conocimiento del mundo interior. Pero, y esto es preciso reseñarlo, algunos de sus representantes pueden cometer el mismo error que se observa en algunos movimientos gnósticos (influidos por el helenismo, el zoroastrismo y las religiones mistéricas, entre otros), creando así, una nueva escisión, un nuevo dualismo. El problema del exceso de rigidez se compensa con una tendencia, igualmente rígida, a generalizar la vía de acceso al conocimiento de la chispa divina, como si se tratara del único camino posible. Lo que denota un nuevo estado de inflación de la consciencia. Exactamente lo mismo que les sucedió a ciertos grupos gnósticos. Nunca se advertirá lo suficiente del peligro que supone estar demasiado cerca de la divinidad, pues no anda muy lejos de ella el demonio de la hybris.

Y, hablando de la propia experiencia, pienso que se puede convenir conmigo en que no es lo mismo ser cristiano que católico, protestante u ortodoxo. No es lo mismo experimentar por uno mismo la chispa divina, y escribir sobre ello (plasmarlo en un particular libro rojo, como el que recientemente se ha editado), que adherirse a un movimiento, grupo, secta o, en último término, religión sin haber atravesado la desgarradora experiencia. Ahora bien, es importante darse cuenta de que la mayoría de las personas no está preparada para acceder a dicha experiencia. De ahí que deba existir, también, el camino exotérico, el ortodoxo, el literalista, si bien, con unos guías responsables y no con energúmenos ávidos de poder.

Maribel hablará de experiencia mística. El sentimiento gusta mucho de esa terminología. El pensamiento prefiere, en cambio, remitirse a la Gnosis, para referirse a la experiencia directa e intuitiva con el magma incandescente de lo Inconsciente Colectivo Psicoideo, del Unus Mundus, del Cristo Interior. Pero poco importa (o tal vez, sí), a la postre, el modo en que manifestemos esa experiencia. Que lo llamemos Experiencia Mística o Gnosis. Evidentemente, esto depende de la particular ecuación personal, de la retícula en la lente de la conciencia que le es propia a cada cual. Ahora bien, mientras que al sentimiento le cuesta poner en palabras esa experiencia, el pensamiento puede escribir volúmenes enteros que remiten a esa experiencia. El sentimiento hablará de inefabilidad (cosa que el pensamiento, estará de acuerdo en parte), porque no es capaz de ponerlo en palabras. El Tao del que se habla no es el Tao. Sin embargo, una cosa sí es cierta, la manifestación del mundo arquetípico, la concreción del mismo, la encarnación de lo daimónico, si bien es una experiencia numinosa, sobrecogedora, para la conciencia, para la corporalidad, vista desde la óptica del mundo arquetípico, no es sino una simplificación, una banalidad, un encorsetamiento. Por eso, si el corsé es muy estrecho, como sucede con el lenguaje científico, demasiados detalles se pierden por el camino, y el producto manifiesto es demasiado simplista, demasiado enjuto, como para mostrar un atisbo, si quiera, de la grandeza de aquello a lo que está aludiendo, de lo que está representando, encarnando. O sea, en términos cristianos, que Dios se haya hecho carne es, para el ser humano, desde luego, un acontecimiento sublime. Sin embargo, para Dios ese acto es un rebajamiento, una simplificación, un confinamiento y una limitación.

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