En nuestra entrada anterior, dedicada al fútbol, iniciamos una temática que nos resulta especialmente importante reseñar: el desplazamiento del interés en lo pura y netamente material. Sobre este asunto proseguimos en nuestra reflexión de hoy. Claro, por ley de opuestos, cuando lo material es sobreestimado en grado sumo, lo espiritual queda relegado, poco menos que, a un apéndice maldito, criticado, incluso, por algunos lúcidos pensadores, sin la menor consideración y con una ausencia completa de autocrítica. Sólo así pueden comprenderse la multitud de prejuicios que muestran con semejantes críticas.
Según algunos autores, entre ellos René Guénon y Carl G. Jung, el principio del fin de la primacía del orden de lo espiritual, en favor de la materia, podemos rastrearlo en las postrimerías de la Edad Media, allá por el siglo XIV, momento en que la Alquimia se escindió en dos, Química y Mística, como también comenzara a ocurrir con la Astrología, dando lugar a dos disciplinas separadas: la Astronomía y la Astrología. De igual modo, en aquellos tiempos, la orden del Temple fue destruida y, con ella, la relación regular con la esencia espiritual, simbolizada en el Centro del Mundo. Esta escisión y, posterior inversión de valores, ha ido incrementándose gradualmente hasta nuestros días.
Así pues, la supremacía de lo Espiritual, en el sentido de realidad trascendente, frente al mundo de la Materia se debe, en verdad, a que la última depende y tiene su razón de ser en la primera. Es decir, lo material o fenoménico, que debiera ser reconocido como un orden subordinado con respecto al ámbito espiritual, del cual depende, no sólo ha dejado de entenderse de ese modo, sino que, para más inri, se han invertido los términos. Hoy, es el ámbito de la Materia, el mundo limitado de las realidades del dominio material, lo que se puede percibir y tocar con los sentidos, externos, lo que se ha erigido en principio supraordinado con respecto a lo espiritual. La realidad de éste, el Espíritu, se ha vuelto extraño para una inmensa mayoría de personas.
Por tal motivo, no nos puede resultar extraordinario que el mundo esté sumido en una profunda crisis económico-financiera, ecológica y espiritual (siendo, de hecho, todas ellas epifenómenos de una misma crisis global); tampoco, que los nuevos héroes sean jugadores de fútbol, v.gr.; o que se haya abierto una sima, un agujero infernal, que amenace con devorar el decrépito mundo moderno. Sólo aquellos capaces de dirigirse hacia sí mismos, retornando al Paraíso Perdido, de modo parecido a como James Cameron lo representa en su película Avatar, aprovecharán la oportunidad que la crisis, en la que está sumido Occidente, encierra. En palabras de Esther Harding:
"La cultura Occidental está amenazada en este sentido (por un diluvio desde lo inconsciente) porque sus bases han sido demasiado restringidas. Amplias áreas de la psique humana no incluidas en la diferenciación cultural, han permanecido, en parte o totalmente, inconscientes, y, por lo tanto, no han sido desarrolladas, ni sus límites han sido definidos. A través de los siglos estas partes de la psique han sido gradualmente vigorizadas, por la represión de los valores humanos que representan y ahora amenazan con salir a la superficie de un modo desastroso." (Los Misterios de la Mujer. Simbología de la luna. Ed. Obelisco. P. 287.)
Las religiones mistéricas nos hablan de ciertos misterios, por los que el hombre y la mujer participaban en diversas etapas de iniciación y, con ello, se convertían en espíritus "nacidos dos veces" (nombre por el que se conocía a Dioniso). Y esto es así porque, cuando un individuo, hombre o mujer, accede al Útero materno de lo Inconsciente Colectivo, se somete a sus leyes y abandona su pretérita orientación, exclusivamente personalista, esto es, egocentrista, entonces nace en él su verdadera personalidad y su individuación va cristalizando en el transcurso de su vida. Ahora bien, este proceso obliga al aspirante a descubrir cuales son sus propios límites, mediante una inmersión en las profundidades de su propio interior. Ha de llegar hasta el final, hasta el límite de sus fuerzas humanas, lo que le revelará cuales son sus capacidades.
Ahora bien, no basta con las visiones y experiencias que se tienen en dicho período de iniciación. Se requiere, como algo indispensable, el acto de comprensión, el darse cuenta del significado de lo experimentado y, por tanto, la ampliación de la consciencia. Durante esta iniciación, el hombre o la mujer, beben el soma, la bebida de los dioses, que es, precisamente, el elixir de inmortalidad. Pues quien bebe de la fuente de la juventud, del soma divino, se libera de la condición temporal. Esto significa que, quién escucha la voz interior, aquella que proviene de lo inconsciente colectivo, de la memoria akásica, tiene acceso a un conocimiento trascendente. Y este conocimiento nada tiene que ver con el adquirido por el esfuerzo consciente, mediante la lectura y estudio de libros. Se trata, más bien, de una sintonización con la memoria intemporal de lo inconsciente, simbolizado, en el ritual cristiano, por la bebida de la sangre de cristo de la copa o Grial.
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