En la entrada de hoy, voy a tratar un tema que considero interesante, porque muestra lo desencaminado que está el espíritu occidental del camino hacia la Fuente, de ese retorno al Paraíso Perdido necesario para que se produzca la necesaria iniciación al mundo del Espíritu.
Resulta que, de un modo aparentemente fortuito, hablando de mi último viaje a Sepúlveda, para recorrer las hoces del Río Duratón, un compañero de trabajo me dice: ¡Habrás comido cordero! Cuando le respondo que no, que trato de evitar comer carne, el tipo se sorprende. Empieza a preguntarme si lo hago por algún motivo especial, etc. Su asombro fue tan acusado que no me quedó más remedio que explicarle los motivos exotéricos por los cuales no como carne, así como, tampoco, ningún tipo de hamburguesa, ni comida rápida alguna.
El primer argumento que esgrimí fue el que suelo utilizar más habitualmente, a saber: que el ganado actual está, en su mayor parte, alimentado con pienso compuesto (recordando el caso de las vacas locas); que es medicado con clembuterol, así como con cierto tipo de hormonas esteriodes, que favorecen el aumento del volumen y la velocidad de crecimiento de los animales. Tras decirle esto, mi compañero me mira estupefacto, y continúa preguntando. De modo que le digo que, además, no bebo leche de vaca, porque los ganaderos, por norma general, suministran grandes cantidades de antibióticos a sus reses y, estos, pasan a la leche que luego bebemos los humanos.
Al ver la expresión de su cara tras decirle todo esto, terminé ahí mis argumentos. Estaba seguro de que, si continuaba, el shock podría ser demasiado fuerte, sobrepasando sus escasas posibilidades de asimiliación.
Ahora bien, a estos argumentos exotéricos se le podrían añadir muchos otros, como que la carne es más difícil de digerir, genera un mayor número de toxinas en el organismo, etc. Pero lo más importante, lo que me gustaría expresar aquí, es lo que esto representa a un nivel más profundo (como, por ejemplo, en la época de la Cuaresma).
Por tanto, si vemos esto desde el punto de vista simbólico, la sociedad moderna no hace sino intoxicar no sólo nuestro vehículo, el cuerpo, sino, y lo que es más importante, también el alma, al psyqué. Fíjense en las telenovelas basura, en la literatura barata, en los medicamentos anestesiantes que se utilizan con la finalidad de mantener al ser humano dormido a la realidad del alma. En este sentido, me viene a la memoria la película, protagonizada por Nichole Kidman, titulada Invasión. Las claves de lo que menciono aquí las encontrará el lector interesado en esa película.
Pero, profundicemos un poco más. Mi compañero de trabajo, aunque no lo explicitó, pensaba que mi dieta era una especie de obstáculo a su visión hedonista de la vida. Un acto de austeridad como ese no acababa de comprenderlo bien. Y, sin embargo, mis motivos profundos para llevar una dieta saludable son, para una mentalidad occidental moderna, incluso más inconcebibles. Se trata, en realidad, de motivos de orden espiritual. Debo hablar, en este caso, de una especie de ascesis, en el sentido de una norma de vida cuyo objetivo es de orden espiritual. Y, si esta ascesis es tenida por una suerte de mortificación o de un "sacrificio", lo es cuando la vida está orientada a la satisfacción de los deseos, y el individuo se halla identificado con el ámbito de la máscara social.
René Guenon alude a este mismo tema cuando dice que "lo que así es sacrificado gradualmente en la ascesis, son todas las contingencias de las cuales el ser debe alcanzar a liberarse, como otros tantos lazos u obstáculos que le impiden elevarse a un grado superior." Por lo tanto, una alimentación así, busca, en el fondo, eliminar todos aquellos elementos tóxicos, venenosos, que contaminan el cuerpo, incidiendo directamente en el alma. De modo que, si este "sacrificio" está destinado a limpiar y purificar el cuerpo, la ascesis como tapas, es decir, como fuego que quema y elimina las impurezas, debe afectar de igual modo a los alimentos espirituales, como es el caso de la literatura, el arte o la música modernas.
Les invito a que supriman de sus dietas todo alimento que envenene sus cuerpos y contamine sus almas.
Resulta que, de un modo aparentemente fortuito, hablando de mi último viaje a Sepúlveda, para recorrer las hoces del Río Duratón, un compañero de trabajo me dice: ¡Habrás comido cordero! Cuando le respondo que no, que trato de evitar comer carne, el tipo se sorprende. Empieza a preguntarme si lo hago por algún motivo especial, etc. Su asombro fue tan acusado que no me quedó más remedio que explicarle los motivos exotéricos por los cuales no como carne, así como, tampoco, ningún tipo de hamburguesa, ni comida rápida alguna.
El primer argumento que esgrimí fue el que suelo utilizar más habitualmente, a saber: que el ganado actual está, en su mayor parte, alimentado con pienso compuesto (recordando el caso de las vacas locas); que es medicado con clembuterol, así como con cierto tipo de hormonas esteriodes, que favorecen el aumento del volumen y la velocidad de crecimiento de los animales. Tras decirle esto, mi compañero me mira estupefacto, y continúa preguntando. De modo que le digo que, además, no bebo leche de vaca, porque los ganaderos, por norma general, suministran grandes cantidades de antibióticos a sus reses y, estos, pasan a la leche que luego bebemos los humanos.
Al ver la expresión de su cara tras decirle todo esto, terminé ahí mis argumentos. Estaba seguro de que, si continuaba, el shock podría ser demasiado fuerte, sobrepasando sus escasas posibilidades de asimiliación.
Ahora bien, a estos argumentos exotéricos se le podrían añadir muchos otros, como que la carne es más difícil de digerir, genera un mayor número de toxinas en el organismo, etc. Pero lo más importante, lo que me gustaría expresar aquí, es lo que esto representa a un nivel más profundo (como, por ejemplo, en la época de la Cuaresma).
Por tanto, si vemos esto desde el punto de vista simbólico, la sociedad moderna no hace sino intoxicar no sólo nuestro vehículo, el cuerpo, sino, y lo que es más importante, también el alma, al psyqué. Fíjense en las telenovelas basura, en la literatura barata, en los medicamentos anestesiantes que se utilizan con la finalidad de mantener al ser humano dormido a la realidad del alma. En este sentido, me viene a la memoria la película, protagonizada por Nichole Kidman, titulada Invasión. Las claves de lo que menciono aquí las encontrará el lector interesado en esa película.
Pero, profundicemos un poco más. Mi compañero de trabajo, aunque no lo explicitó, pensaba que mi dieta era una especie de obstáculo a su visión hedonista de la vida. Un acto de austeridad como ese no acababa de comprenderlo bien. Y, sin embargo, mis motivos profundos para llevar una dieta saludable son, para una mentalidad occidental moderna, incluso más inconcebibles. Se trata, en realidad, de motivos de orden espiritual. Debo hablar, en este caso, de una especie de ascesis, en el sentido de una norma de vida cuyo objetivo es de orden espiritual. Y, si esta ascesis es tenida por una suerte de mortificación o de un "sacrificio", lo es cuando la vida está orientada a la satisfacción de los deseos, y el individuo se halla identificado con el ámbito de la máscara social.
René Guenon alude a este mismo tema cuando dice que "lo que así es sacrificado gradualmente en la ascesis, son todas las contingencias de las cuales el ser debe alcanzar a liberarse, como otros tantos lazos u obstáculos que le impiden elevarse a un grado superior." Por lo tanto, una alimentación así, busca, en el fondo, eliminar todos aquellos elementos tóxicos, venenosos, que contaminan el cuerpo, incidiendo directamente en el alma. De modo que, si este "sacrificio" está destinado a limpiar y purificar el cuerpo, la ascesis como tapas, es decir, como fuego que quema y elimina las impurezas, debe afectar de igual modo a los alimentos espirituales, como es el caso de la literatura, el arte o la música modernas.
Les invito a que supriman de sus dietas todo alimento que envenene sus cuerpos y contamine sus almas.
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