Hoy, como nos hallamos en la víspera del Día de Todos los Santos, voy a realizar algunas reflexiones en torno a esta fecha.
Una fecha que fue instituida por la Iglesia Católica para conmemorar la muerte de los mártires cristianos. Esta fiesta coincide con la celebración del Día (o, mejor, la Noche) de los Muertos, una fiesta pagana prehispánica, originaria de México y que tiene lugar, tanto en este país, como en Centroamérica. Esta última fiesta era presidida por una diosa, la “Dama de la Muerte ”, esposa del señor de la Tierra de los Muertos. En Estados Unidos, tiene su correlato en la fiesta de Halloween.
Todas estas fiestas están relacionadas con la Conmemoración de los Fieles Difuntos, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y, especialmente, por aquellos que aún permanecen en el Purgatorio, en estado de purificación.
Estas fiestas evocan la época de la caída de las hojas, del doblar de la vegetación, del retorno al caos primordial de la materia bruta, en espera de que la fermentación del humus prepare el renacimiento de la nueva vida. Desde un punto de vista astrológico, se relaciona con el signo de Escorpio, el octavo signo de zodíaco, que ocupa el lugar intermedio del trimestre otoñal, cuando las hojas amarillentas de los árboles son arrancadas por el viento, y los animales y las plantas se preparan para una existencia nueva. Regido por el planeta Plutón, una potencia sombría, misteriosa, relacionada con los infiernos y las tinieblas interiores.
En Alquimia, los espíritus de los muertos eran los vapores que se desprendían, en el proceso de transformación de la oscura materia prima saturnal, lo que equivalía a una purificación. El mallorquín Ramón Llull dice en su Compendium en Bibliotheca chemica curiosa, tomo I, Ginebra, 1702, lo siguiente: “Has de saber, hijo mío, que ha cambiado el curso de la naturaleza, de modo que (…) podrás ver, sin inquietarte demasiado, evadirse los espíritus (…) en el aire; se condensarán en forma de bestias monstruosas o de hombres que vuelan de un lado para el otro, como las nubes”. Por tanto, lo que se producía era una transformación de la materia bruta, mediante la utilización del fuego. Esta quema de lo más primitivo del alma humana, de los instintos más primarios, del lado oscuro de la psyché, o sea, de su sombra, conducía a la superación del “hombre viejo”. Este “hombre viejo” es, como las caducas hojas de los árboles, y la materia vegetal muerta, la vida prosaica, del que no ha despertado a la otra realidad, regresando a la Fuente.
Por consiguiente, el Día de los Difuntos simboliza, y con él se celebra, esa muerte del “hombre viejo”, mediante un proceso de purificación, en el seno de una nigredo alquimista, un Diluvio Universal, donde acontece una ruptura de proyecciones en la realidad material, y el acceso al ámbito de los espíritus, o sea, al mundo de los antepasados, en los dominios de la “Dama de la Muerte ”, en el más allá. Durante este período vital, tiene lugar la salida de los espíritus, la emergencia de los arquetipos desde lo Inconsciente Colectivo, en esa vuelta al Caos primordial, un Vacío del que Todo procede. Como los animales oscuros que se esconden bajo tierra, y los muertos se ocultan bajo las lápidas de los cementerios, la consciencia retorna a las oscuridades de lo Inconsciente. Desde aquí, surgen los espíritus de sus antepasados, los arquetipos, que, al ser constelados o activados, emergen de las profundidades de lo Inconsciente Colectivo al ámbito de la consciencia. Aquí se produce una dialéctica entre la destrucción (del hombre viejo) y la creación (de lo nuevo), de la muerte al estado hílico o de hombre material, y el renacimiento al ámbito espiritual o transformación en hombre espiritual, de la condena (especialmente, por el estado de ignorancia e inconsciencia infantil) y la redención (liberación de las cadenas del materialismo).
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