Hacia la época de su separación con Freud, coincidiendo con el inicio de su "experimento" un 12 de diciembre de 1913, es decir, de su inmersión en, y de su tránsito por, lo Inconsciente y, por tanto, el comienzo del trabajo con las imágenes que de allí le emanan y que se concretarán en su LIBER NOVUS o LIBRO ROJO, con fecha de 18 de diciembre de 1913, Jung tuvo el siguiente sueño:
“Me encontraba con un joven moreno desconocido, un salvaje, en una solitaria montaña rocosa. Era antes del amanecer, el cielo del este era ya claro y las estrellas se extinguían. Entonces resonó por las montañas el cuerno de Sigfrido y supe que debíamos matarle. Íbamos armados con fusiles y le acechábamos en un estrecho acantilado.
“Me encontraba con un joven moreno desconocido, un salvaje, en una solitaria montaña rocosa. Era antes del amanecer, el cielo del este era ya claro y las estrellas se extinguían. Entonces resonó por las montañas el cuerno de Sigfrido y supe que debíamos matarle. Íbamos armados con fusiles y le acechábamos en un estrecho acantilado.
De pronto, apareció Sigfrido en lo alto de la cumbre de la montaña, con el primer rayo del sol naciente. En un carro de osamenta descendía rápidamente por la pendiente rocosa. Al doblar él una esquina, disparamos sobre él y se desplomó, herido de muerte.
Lleno de asco de mí mismo y de arrepentimiento por haber destruido algo tan grande y bello, intenté huir, impulsado por el miedo, pues podían descubrir el crimen. Entonces comenzó a llover copiosamente y supe que todas las huellas del crimen quedarían borradas. Había escapado al peligro de ser descubierto, la vida podía continuar, pero quedaba un insoportable sentimiento de culpa.”
Después de narrar el sueño, Jung expresa el impacto que imprimió en su consciencia:
“Cuando desperté medité sobre el sueño, pero me resultó imposible comprenderlo. Intenté, pues, dormirme nuevamente, pero una voz dijo: “Tienes que comprender el sueño e inmediatamente!” La agitación interior fue aumentando hasta el terrible instante en que la voz dijo: “¡Si no comprendes el sueño tendrás que disparar sobre ti!” En mi mesita de noche había un revólver cargado y sentí miedo. Entonces volví a meditar y de pronto comprendí el sentido del sueño: “¡Éste es el problema que se le plantea al mundo!” Sigfrido representa lo que los alemanes quisieran realizar, a saber: imponer heroicamente su propia voluntad. “¡Donde hay una voluntad se encuentra un camino!” Lo mismo quería yo. Pero ahora ya no era posible. El sueño mostraba que la actitud que encarnaba por medio de Sigfrido, el héroe, ya no se adecuaba más a mí. Por ello, él tenía que ser asesinado.
Después experimenté gran compasión, como si hubiera disparado sobre mí. En ello se expresaba mi secreta identidad con el héroe, así como el sufrimiento que el hombre experimenta cuando es forzado a sacrificar su ideal y su actitud consciente. Pero había que dar fin a esta identidad con el ideal del héroe; pues existe algo más alto que la voluntad del Ego y a lo cual hay que someterse. (…) El salvaje moreno que me había acompañado y que propiamente había tomado la iniciativa del crimen es una encarnación de la sombra primitiva. La lluvia muestra que desaparecía la tensión entre lo consciente y lo inconsciente.
A pesar de que entonces no me era posible todavía comprender el significado del sueño por los escasos indicios, se liberaron nuevas fuerzas que me ayudaron a llevar a su fin mi experimento con el inconsciente.”
Jung asiente con meridiana claridad que, en el preciso momento en que tuvo el sueño, no supo qué significaba. Pero una voz interior, procedente de lo inconsciente, le advirtió de la importancia de comprender el sentido de aquel sueño, inmediatamente. Y, al meditarlo, pudo dar con su interpretación: La muerte del héroe en su interior. Esto representa, en realidad, el sacrificio de su consciencia racional, orientada unilateralmente hacia el logro de los objetivos culturales colectivos, alimentados éstos por el espíritu de la época (zeitgeist).
Además, se dio cuenta de que ese problema, que le afectaba a él, era un dilema que se le planteaba al mundo occidental. La muerte del héroe significa, por tanto, el desmantelamiento de la pretensión moderna de creer que con la fuerza de voluntad y con el poder que otorga el manejo de las funciones superiores de la consciencia, el ser humano puede lograr cuanto se proponga –en definitiva, hybris heroica o, como lo denomina la psicología inflación-. Algo que suele expresarse con la afirmación ¡querer es poder!, olvidando que existen leyes universales a las que todos estamos supeditados. Dichos principios fundamentales, espirituales, o arquetipos operan allende la limitada luz de nuestra consciencia, la cual se aleja cada vez más del necesario estado de equilibrio. No es de extrañar, pues, que la inmensa mayoría de los europeos se declare ateo o agnóstico. Sin embargo, semejante actitud hace temer lo peor, porque la disociación de la personalidad se hace cada vez más acusada y, con ello, también el peligro de una conflagración. Y es que, como hemos indicado antes, cuando la consciencia se aleja de su sustrato instintivo, de lo inconsciente, éste adquiere los rasgos de un auténtico daimon, representado por el cristianismo con la imagen del Diablo, la cara oculta de Dios. La alarmante extensión del terrorismo no deja lugar a dudas; es la muestra más tangible del peligro que asola a la humanidad moderna. Frente a semejante demostración de salvajismo, empiezan a manifestarse reacciones sincréticas compensatorias, que adoptan la forma de sectas, congregaciones o grupos cristianos, cual es el caso de los evangélicos, los testigos de Jehová, los metodistas africanos, etc, como ya sucediera en los orígenes del cristianismo.
Esto acredita que la religión cristiana, como, por otro lado, sucede también con el Judaísmo y el Islamismo, ya nada le dice al hombre moderno. Y, si bien, las grandes religiones pretendan legítimamente ostentar la custodia de las verdades eternas, lo cierto es que han de pagar un tributo: la pérdida del ropaje temporal con el que se envisten. Además, en el mundo contemporáneo, no es posible mantener la actitud inflexible que caracteriza a toda religión monoteísta. Hasta cierto punto, el psicólogo entiende la pretensión de toda religión de proclamarse como auténtica y única y que conciba que su dios, es el Dios verdadero. A fin de cuentas, toda conversión religiosa, que sea verdadera, excluye cualquier atisbo de relatividad. Si es genuina tiene el carácter de ser absoluta, única e irrepetible para quien la experimenta. Por eso dice Marie-Louse von Franz, en su libro El puer aeternus, lo siguiente:
“Así, nos hallamos en una situación terriblemente contradictoria, porque para tener una experiencia religiosa se necesita una especie de obligación absoluta, pero esto es irreconciliable con el hecho razonable de que hay muchas religiones y muchas experiencias religiosas y que la intolerancia es realmente bárbara y obsoleta. La solución posible sería que cada individuo retuviera su propia experiencia y la tomara como absoluta, aceptando el hecho de que otros tengan experiencias distintas, vinculando la necesaria condición absoluta sólo a uno mismo: para mí esto es absoluto (no hay relativismo, ni ninguna otra posibilidad), pero no debo extender los límites al campo de los demás. Y eso es lo que intentamos hacer. Intentamos que la gente tenga una experiencia religiosa sin colectivizarla y dando el paso equivocado de insistir en que también sea válido para otros. Debe ser absolutamente válido para mí, pero es un error para mí pensar que la experiencia que para mí es absoluta tenga que aplicarse a otros. “
En cierto modo, el sueñode Jung incide en lo que sucede cuando el individuo sufre una verdadera irrupción de contenidos provenientes de lo inconsciente. La confrontación de la consciencia con los productos de lo inconsciente puede entenderse como una auténtica experiencia religiosa, que, como declara Marie-Louise von Franz:
“Significaría una experiencia que no puede alcanzarse por el esfuerzo intelectual, o ejercitando la concentración, o el yoga, o los exercitia spiritualia, sino más bien en una experiencia del Ser, que sólo podemos tener aceptando lo inconsciente y lo desconocido de la vida y la dificultad de vivir el propio conflicto.”
Se trata, por tanto, de la muerte del ego y del renacimiento del Sí-Mismo, tema al que me he referido unas líneas más arriba, y que he expuesto con suficiente detalle en mi ensayo sobre la unión de los opuestos, donde lo he ejemplificado en las figuras de los dos magos protagonistas de la epopeya de J. R. Tolkien, El Señor de los anillos: Gandalf-Saruman, entre otras.
Continuará...
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