En esta entrada he decidido publicar un texto inédito, que escribí en el año 2001 como parte de lo que iba a ser el prólogo de mi libro EL RETORNO AL PARAÍSO, y que decidí suprimir por considerar demasiado personal, demasiado alejado del "espíritu de la época", de la cosmovisión científica del stablisment. Tenga el lector en cuenta que este libro, originariamente, era lo que me convertiría, eventualmente, en doctor en Psicología. Pero, por motivos diversos, que el observador avezado podrá imaginar, decidí abandonar el ámbito académico y "una brillante carrera" (en palabras de mi padre y de algunos de mis antiguos profesores), para iniciarme en mi interioridad y seguir la llamada a mi vocación espiritual.
Bueno, pues aquí les dejo ese fragmento, ahora que "el qué dirán" los demás científicos me importa bien poco, y me afecta aún menos.
"Después de un estadio de represión de la energía sexual (a los 23 años, tras una separación de pareja), conseguí trasladarla al plano sutil. Es decir, esa energía la utilicé para llegar a un autoconocimiento y a una profundización en mis lares más íntimos. Y, entonces, la necesidad instintiva propia de un joven de veinticinco años de realizar una vida extravertida, se vio trascendida y reorientada a un crecimiento espiritual, a una introversión profunda. La enorme cantidad de energía que demandaba semejante empresa fue el cauce perfecto para reorientar la libido. Para ser honesto, no hice sino tratar de colaborar con lo inevitable, al morir para con el mundo exterior durante esa fase de mi vida. Estaba entrando en las fauces del Dragón. Como pinocho, me dirigí al interior de la Ballena , donde encontraría a los espíritus de mis familiares.
En el plano de lo inconsciente, la energía comienza a investirse en imágenes. Estas imágenes fueron las que me iban guiando en el desarrollo espiritual y las que me mostraban en qué estadio del proceso me encontraba. Desapareció la necesidad de la unión sexual física y, con ello, el apego a los objetos. Y al alcanzar la edad de veintiocho años, empecé a ver la imagen de una mujer (el anima) y a experimentar uniones sexuales con ella, en el plano espiritual.
Resultó para mí desconcertante, inefable diría yo, que ninguna de las uniones sexuales reales, materiales, me hubiera proporcionado el placer que sentía cuando me unía en el plano espiritual a aquella imagen de mi alma. ¡Cuánta belleza rezumaba y qué placer inconmensurable me proporcionaba la unión con Ella! No fue hasta meses después, que supe de la existencia de experiencias semejantes en la mística de San Juan de la Cruz.
Y cuando logré llegar al remanente de imágenes primigenias o arquetipos de lo inconsciente colectivo, me encontré en lo que los textos antiguos llaman la noche del Aquelarre, la noche saturnal, la nigredo alquimista, el enfrentamiento con el Diablo en el Desierto... En ese período llegué a conocer quien era yo en realidad. En especial mi sombra, la barbarie que llevaba dentro, la esencia de todas mis bestialidades, la maldad que todo hombre lleva consigo. Pues comprendí, entonces, que todo ser humano es, potencialmente, un criminal, una bestia, un asesino... y que sólo se requieren unas condiciones especiales para que, el más tranquilo de los hombres, se convierta en una bestia infrahumana.
Y es la masa, la que con su inconsciencia, llama a la bestia, relegando a la conciencia individual a un segundo plano. Allí desaparece el hombre individual para convertirse en masa. Entonces comprendí a Séneca cuando decía que, al llegar a su hogar, tras haber estado con sus conciudadanos, necesitaba de una limpieza del alma, para eliminar lo que ellos habían movilizado en su interior.
Pero, en ese período de sufrimiento y de tensión inexpresables, reorganicé e integré los opuestos en el interior de mi psique, o mejor, para ser más exacto y sincero, se reorganizaron ellos. Y tuve contacto con mi potencial creador. Las semillas de oro que se encuentran al final del viaje. Es decir, por segunda vez, tuve contacto con lo inconsciente colectivo, con el Mundo Dorado del que habla Robert Johnson. Y, sin embargo, este era sólo el inicio de un viaje aún más largo, que es el resto de mi vida.
El contacto con Cristo en mí, con lo que los gnósticos llaman la luz de la naturaleza (lumen naturae) o Lux aeterna del Réquiem de Mózart, ha sido una experiencia vivificante y revitalizadora, pero es también una Cruz. La Cruz que lleva Cristo en el camino a su crucifixión, ese es el sentimiento que se tiene cuando se pasa por esa etapa de la individuación. Nuestra Cruz, es nuestra personalidad total. Y es pesada Cruz, porque una vez que se tiene contacto con ella, el yo consciente y nuestra voluntad, de la que tan orgullosos nos sentimos, dejan de tener la importancia que otrora tuvieran. He tomado consciencia de lo poco que es nuestro diminuto ego y la importancia de la personalidad total, de Dios en el hombre. Este rige mis pasos, yo soy su siervo, a partir del momento en que tengo contacto con esa realidad, en esencia la única y verdadera realidad. Pero Dios necesita de mí para poder expresar su palabra, es decir, para manifestar lo inmanifestado. Ángelus Silesius dice en uno de sus versos: “Yo no soy fuera de Dios, y Dios no es fuera de mí; Yo soy su brillo y su luz, Él es mi ornamento”.
Quizás esto les parezca extraño a determinadas personas. No sé si ustedes habrán tenido una vivencia semejante, pero desde luego cambia toda una vida. Al seguir profundizando, me fui dando cuenta que mi desarrollo espiritual me conducía a la “Gnosis” y que, mi vida, se dirigía por los senderos del gnosticismo.
Lo que ahora diga puede resultarles aún más extraño. Sin embargo, es así como lo siento y como lo vivo. Mi vida ha sido todo un calvario. Una infancia muy difícil, una adolescencia muy controvertida y una juventud no menos extraordinaria. Sin embargo, esa dificultad es la que ha hecho que haya aflorado la energía que se encuentra en los reservorios de lo inconsciente colectivo. Mis fuerzas humanas no hubieran podido trascender semejante lastre y es, entonces, cuando surgen las fuerzas sobrehumanas de lo inconsciente, los ayudantes del viaje que es la vida. He tenido una especie de “ángel de la guarda” a mi lado, que ha impedido mi degradación y mi muerte en las cloacas de la barbarie humana. Pero a Mercurio (símbolo de la personalidad total) se lo encuentra en las cloacas. Allí, donde la vida ya no es posible, nace la nueva personalidad, el niño divino. Cristo nació en un pesebre y es conveniente que no lo olvidemos.
Por eso, para mí, la realidad única y verdadera reside en mis más íntimos lares. Los acontecimientos y las personas que se han relacionado conmigo, sólo tienen importancia en tanto que han participado de esa realidad interna y, en cierto modo, han sido el reflejo de mis transformaciones espirituales.
No tiene, pues, que sorprender si digo que, al salir por la ciudad a ciertas horas, pueda ver el espectáculo que me rodea con los ojos de un ser asombrado ante la involución del ser humano. Soy espectador de un terrorífico espectáculo, veo degradarse a la sociedad por momentos y no tengo muy buenos augurios para el final de nuestra “civilización”. Uno piensa, ante este espectáculo, en la torre de Babel y la disgregación en diferentes lenguas; en la caída del gran Imperio Romano, con el éxodo de miles de personas, semejante al proceso de emigración actual. Y no hablemos de la mujer y del hombre, de las relaciones interpersonales, del sexo como unión de opuestos. Hoy predomina una utilización instrumental y profana de la sexualidad. Y, aún diría más, la pornografía, la escenografía pornográfica sin sentido, sin sentimiento, son muestras de una descomposición de nuestra civilización. Y no hablemos del incremento, entre los jóvenes, del consumo de drogas, lo que evidencia una búsqueda de lo trascendente, por vías del todo equivocadas.
Ahora, soy consciente de que esos episodios de mi vida se relacionaban con el nacimiento de mi función inferior: el sentimiento. De ahí que hubiera entrado en la Noche oscura del alma y que todo pareciera sumirse en la oscuridad más impenetrable. Pues la función inferior es aquella que nos ancla a lo inconsciente colectivo. Es ella el canal de conexión entre la conciencia y lo inconsciente. Si quería llegar a desplegar mi potencial, tenía que desarrollar, aunque más no fuere rudimentariamente, el sentimiento. Mi identidad está, pues, ligada al Mundo Dorado a través de mi función inferior.
Vista mi vida desde una perspectiva sub specie aeternitatis, puedo decir de ella con el gran maestro gnóstico cristiano Valentinus:
“Terror, perturbación e inestabilidad, duda y división, muchas ilusiones que funcionaban por estos medios, y ficciones vacías, como si se hubieran hundido en un sueño y se encontraran en sueños inquietantes. O bien hay un lugar al que huyen, o regresan sin fuerzas después de haber perseguido a otros, o dan golpes o los reciben, o han caído de altos lugares o son lanzados al aire cuando ni siquiera tiene alas. A veces es como si el pueblo les estuviera asesinando, aunque nadie les persigue, o ellos mismos matan a sus vecinos, pues están manchados de su sangre. Cuando los que han pasado por todo esto despiertan, no ven nada. Ese es el camino de quienes apartan a un lado la ignorancia como si fuera un sueño, no estimándola en nada, ni estimando sus obras como cosas sólidas, sino dejándolas atrás como un sueño en la noche. Consideran el conocimiento del Padre como si fuera amanecer. Este es el camino que cada uno ha seguido, como si durmiera en el tiempo cuando era ignorante. Y ése es el camino que le ha llevado al conocimiento, como si hubiera despertado.”
Mucho de lo que intento expresar pertenece al ámbito del Misterio. Los pasos de la Obra y los misterios del conocimiento han de quedar ocultos a los ojos del profano y su expresión siempre habrá de ser oscura para el no iniciado, a fin de que se eviten toda suerte de malentendidos, así como impedir la profanación de la verdadera “Gnosis”. Por ello, dudé mucho antes de publicar este prefacio. Este acto de apertura pretende mostrar que la quintaesencia de este libro es mi experiencia directa con lo inconsciente colectivo y los resultados de una, por momentos, dura y dolorosa labor de iluminación de los contenidos cercenados, pertenecientes a la sombra de esta, nuestra época en crisis.
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