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viernes, 30 de septiembre de 2011

VIOLENCIA DE GÉNERO: UN TESTIMONIO DE TRANSFORMACIÓN A TRAVÉS DE LA CRISIS


En un ensayo anterior, sobre la violencia en las relaciones de pareja, que titulé ¿Violencia de Género o Conflicto Intrapsíquico?, desarrollé la idea de la existencia de conflictos intrapsíquicos no resueltos en toda relación de pareja conflictiva y/o violenta. De igual modo, insistía en la importancia de no convertir a ninguno de los miembros de una pareja en "chivo expiatorio" o "cabeza de turco", puesto que, con ello, no sólo se descubre la inconsciencia y la ignominia de quien así procede, sino que, y esto es lo más importante, se aumenta la tensión social y se dificulta la necesaria transformación individual. 


Me llamó la atención la respuesta que recibí por parte de algunas personas, vinculadas al sector de la seguridad pública, advirtiéndome que mi ensayo no ayudaba a las mujeres maltratadas. También se me reprochó que son los hombres los “violentos”, los “maltratadores”, y a quienes “hay que recordarles” que están saltándose las normas. Si bien, no les falta razón a quienes afirman que, por norma general, en un porcentaje muy alto, son los hombres los que ejercen violencia física y verbal sobre las mujeres (aunque, no siempre, y, en más de una ocasión el agresor se convierte en agredido), vuelvo a insistir en que el conflicto no se resuelve “culpando” a los “malhechores”, a los “agresores”, a los “violentos”. Pues estos son víctimas, igualmente, de su propio proceder. Salvo en los casos de sociopatía o psicopatía, como en los trastornos antisociales o psicóticos, por ejemplo,  no parece que, los así llamados “maltratadores”, decidan y quieran conscientemente agredir a sus parejas. La experiencia enseña más bien que son “poseídos” o “dominados” por ciertos factores inconscientes. Además, los “agresores” son, en realidad, personas que encarnan en sus propias vidas conflictos irresueltos e irreconocidos (reprimidos o sojuzgados) por la sociedad a la que pertenecen. De igual modo, las mujeres maltratadas no elijen conscientemente un tipo de perfil psicológico de pareja, ni una relación afectiva destructiva, más bien se "enredan" en ella.

Desde luego, en un artículo o en un ensayo divulgativo no me es posible realizar un tratamiento exhaustivo de los fenómenos que emergen en la casuística de la violencia en la pareja.  Por mi parte, me limito a enfocar mi interés y a llamar la atención de los lectores  a un punto ciego muy importante: La necesidad de mantenernos entre los opuestos psíquicos, entre la luz de la consciencia y la sombra que ésta genera, sin identificarnos con el uno ni con el otro. Y, por ello, cité el excelente libro de la psicoterapeuta junguiana Barbara Hanna,  titulado "Encuentros con el Alma", donde su autora aborda el problema del arquetipo del "animus", utilizando el método de meditación conocido como  Imaginación Activa. Entiendo, no obstante, que no en todos los casos se está capacitado, o está indicado, este tipo de inmersión en lo Inconsciente y que, aún estándolo, se requiere un trabajo previo. Pero es interesante, y muy esclarecedor, de cara a ver cómo surge este conflicto desde lo Inconsciente y el modo en que, desde ese paradigma, se enfrenta. Desde luego, en la práctica clínica, resulta muy difícil no abordar los conflictos en las relaciones de pareja sin tomar en consideración los elementos inconscientes, que están involucrados cuando una mujer “elije” a un hombre que la “maltrata”.

Así pues, lo que trato de señalar (y fíjense que en ningún momento uso el término culpabilizar) es que todos y cada uno de nosotros portamos en nuestro interior ese "conflicto". Y que, por lo tanto, haríamos bien en ser conscientes de los factores inconscientes que operan ahí. En el momento en que proyectamos ese conflicto en uno de los dos polos, en el agresor o en el agredido, entonces dejamos de mantener el conflicto en nuestro propio interior, dejamos de trabajar dentro de nosotros, y descargamos eso fuera. Al así hacerlo, aumentamos, inconscientemente, con nuestras propias oscuridades (inconsciencia) el conflicto en el mundo y hacemos un flaco servicio a la humanidad. Si queremos trabajar en sanar una sociedad enferma, debemos ser conscientes de que esa misma enfermedad está también en nosotros y, por lo tanto, que debemos responsabilizarnos de nosotros mismos, sin culpabilizar a nadie. Esto que es válido en el caso de las relaciones de pareja, también es válido para los conflictos bélicos y, en general, en todo cuanto sucede en nuestra vida.

Sin una actitud de este tipo, que haya tomado consciencia de las propias oscuridades, y sin la experiencia de un descensus ad inferos, lejos de poder ayudar a solventar los conflictos intrapsíquicos (y sus correlatos externos) en los/as pacientes “enredados” un una relación violenta, se incrementará, de una manera inconsciente, el problema que se trata de resolver (o de ayudar a resolver).

En mi novela Encuentros en la oscuridad narro la historia de un personaje que ha sido condenado, injustamente, a cumplir cuatro años de cárcel, habiéndose convertido en un “chivo expiatorio” de su sociedad. En la  historia trato de reflejar el ambiente en que nace, las relaciones entre sus padres y familiares, el clima cultural imperante durante su desarrollo, así como los conflictos que emergen durante su adolescencia, y cómo esa trayectoria vital lo lleva a cometer un acto calificado por la sociedad como de “violencia de género”. El protagonista de la novela es condenado a cumplir cuatro años de cárcel, pero, gracias a la ayuda de una mujer, logra resolver sus conflictos intrapsíquicos y, finalmente, encuentra el verdadero sentido a su vida.  

Esta novela surgió como un honesto intento de mostrar al público interesado cuales son los motivos (inconscientes) que pueden llevar a un hombre a ejercer violencia contra una mujer. Así como, también, que uno de los factores principales que propician las violentas relaciones de pareja es la pérdida del Alma del ser humano moderno, lo que le convierte en un ser desalmado.

Así mismo, tras publicar el ensayo mencionado más arriba sobre violencia de género,  tuve la suerte de contar con la amabilidad de una mujer que expuso su experiencia personal, y el trabajo de transformación que tuvo que llevar a cabo para superar una relación de pareja conflictiva y violenta. Su caso es el siguiente:


“¡Hola! Con mucho agrado me encuentro con tu blog. Te felicito porque es muy claro y encontré interesantes todos los post que fui leyendo.

Concuerdo con la parte individual del tema violencia de género, y lo digo por haber pasado por la experiencia y haber tenido que enfrentar mis proyecciones y conocer mi sombra. Todo se me derrumbo cuando me moví para salir de esa situación, y hoy puedo decir que era lo que necesitaba vivir para salir del estado de adormecimiento en el que me encontraba.
Pero, por otro lado, se que tuve la posibilidad de:

1- Tomar la distancia suficiente de quien ejercía la violencia, sostenida por una institución que, en muchos casos puede parecer extrema en sus metodologías, pero hoy reconozco que de otra manera no hubiese podido.

2- tener la terapeuta adecuada, que poco a poco y muy amorosamente me fue llevando a desplazarme de mi "punto ciego", como a mi me gusta llamarlo.

3- Haber encontrado un círculo de mujeres que me abrió al mundo de la conexión espiritual.

4- También, el apoyo de mi familia, porque tuve los recursos económicos y afectivos en el momento en que los necesité.

Por todo esto, sé que soy una mujer privilegiada porque no todas las mujeres que pasamos por esta experiencia cuentan con todas estas redes. Tampoco los hombres que ejercen la violencia. Y acá es donde me surge la pregunta de ¿qué pasa cuando la otra parte no puede/quiere hacer ese trabajo?

Lamentablemente, la proyecciones son a veces muy violentas y las mujeres siguen muriendo a cusa de estos actos.

Saludos y gracias.-



A su pregunta, le respondí así:


Querida Mariana:


Muchas gracias por contarnos tu historia personal, que es el testimonio valioso de una transformación, sin lugar a dudas. ¡Mi más sincera enhorabuena!


Estoy de acuerdo contigo en que, en muchos casos, sin una institución que medie, y sin un apoyo social y familiar, sería muy difícil, para muchas mujeres, salir y tomar distancia de una relación destructiva (para ambos, aunque exteriormente parezca que sólo afecta a la mujer. Uno de los graves prejuicios de esta sociedad es pensar que, en una relación de pareja, el daño sólo lo recibe la mujer).


Ahora bien, el trabajo de toma de consciencia, de transformación y, eventualmente, de realización individual es una labor cuya responsabilidad recae sobre el individuo (mujer o varón). Muy poco podemos hacer para cambiar el colectivo; a veces, ni siquiera podemos ayudar a cambiar a la otra persona. En eso, casi no disponemos de libertad para cambiar nada. Ahora bien, la libertad individual es enorme, como tú misma has podido comprobar.

Así que, si la persona con la que uno convive no quiere hacer el trabajo de cambiar, poco o nada puede uno/a hacer para modificar eso. (En realidad, si entrásemos en mayores profundidades, seguramente el cambio de uno/a mismo/a también incide, a nivel inconsciente, en la otra persona, aunque él/ella no sea consciente de ello.)
 
Pero, como decía más arriba, lo que sí se puede hacer es asumir la libertad y la responsabilidad individual en la relación y, en general, en la propia vida. Eso sí está en manos de cada uno.

Si esa libertad y responsabilidad (no hay una, sin la otra) individual la asumieran y la ejercieran las mujeres y los hombres, entonces el conflicto interpersonal probablemente se solventaría de un modo exitoso, dándose cuenta, tanto una, como otro, de que en el fondo de cada conflicto (de cada crisis) se encierra una oportunidad de transformarse y de crecer como seres humanos adultos.
 

Un saludo muy cordial


Agradezco sinceramente a su autora que se haya atrevido a contarnos su experiencia personal.


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