Publicamos en esta entrada un extracto
del libro El Vuelo Mágico, de Mircea Eliade, disponible en la edición en castellano publicada por la editorial
Siruela. Se trata de una entrevista que Mircea Eliade realiza a Jung, con motivo de las conferencias realizadas en el círculo Eranos, y en la que también participó M. Eliade.
Este
verano en Ascona se ha hablado mucho de Job y Yahvé; el último libro de Jung se
llama, en efecto, Respuesta
a Job. Como todos los años desde 1932, el profesor Jung ha pasado
la segunda quincena de agosto en Ascona, a orillas del Lago Mayor, para asistir
a las conferencias organizadas por el círculo Eranos. Algún día tendrá que
escribirse la historia de este círculo tan difícil de definir. Fue Rudolf Otto
quien le dio nombre: en griego, eranos
significa «comida frugal donde cada uno aporta su parte». Eranos es
la creación del entusiasmo, de la voluntad y de la perseverancia de la Sra.
Olga Fröbe-Kapteyn, holandesa educada en Inglaterra pero establecida en Ascona
desde hace treinta años. Interesada por el simbolismo, apasionada por las
investigaciones de jung, la Sra. Olga Fröbe-Kapteyn se ha propuesto invitar
todos los años a un cierto número de sabios para discutir un tema común desde
la perspectiva de la especialidad de cada uno de ellos. Así, se han tratado
temas tan diferentes como El Hombre y la Máscara, la Gran Diosa, la Meditación
en Oriente y Occidente, el Tiempo, el Yoga, los Ritos, etc. La intención de
Eranos consiste en considerar el simbolismo desde todos los ángulos posibles: psicología,
historia de las religiones, teología, matemática e incluso biología. Sin
dirigirlo directamente, Jung es el spiritus
rector de este círculo al que ha comunicado sus primeras
investigaciones sobre la alquimia, el proceso de individuación y, recientemente
(1951), sus hipótesis concernientes a la sincronicidad. Un editor con coraje y
clarividencia, el Dr. Brody, se ha encargado de publicar los textos de estas
conferencias. Hoy en día los veinte volúmenes de Eranos-Jahrbücher constituyen
con sus ocho mil páginas una de las mejores colecciones científicas referidas
al estudio de los simbolismos.
A sus setenta y siete años el profesor jung no ha perdido nada de su
extraordinaria vitalidad, de su sorprendente juventud. Ha publicado uno tras
otro tres libros nuevos: sobre el simbolismo del Aión, sobre la sincronicidad y, finalmente,
esta Respuesta a Job que
ha provocado ya reacciones sensacionales, sobre todo entre los teólogos.
-Siempre había pensado en este libro -me confiesa el profesor Jung, una tarde
en la terraza de la Casa Eranos-; pero he tardado cuarenta años en escribirlo.
Cuando leí por vez primera, aún niño, el Libro
de Job, quedé terriblemente conmocionado. Descubrí que Yahvé era
injusto, que incluso es un malhechor. Pues se deja persuadir por el diablo.
Acepta torturar a Job por la sugestión de Satán. En la omnipotencia de Yahvé,
ninguna consideración hacia el sufrimiento humano. Por lo demás, aún subsisten
en ciertos escritos judíos rastros de la injusticia de Yahvé: en un texto
tardío, Yahvé pide la bendición del gran sacerdote, como si el hombre fuera
superior a Él...
-Pudiera suceder que todo esto fuera una cuestión de lenguaje. Pudiera ser que
lo que usted llama «injusticia» y «crueldad» de Yahvé no fueran más que fórmulas>
aproximativas, imperfectas, para expresar la total trascendencia de Dios. Yahvé
es «aquel que es», por tanto está por encima del Bien y del Mal. Es imposible
captarlo, comprenderlo, formularlo; por consiguiente, es a la vez «el
misericordioso» y «el injusto». Eso es un modo de decir que ninguna definición
puede circunscribir a Dios, ningún atributo lo agota...
-Yo hablo como psicólogo -continúa el profesor Jung- y, sobre todo, hablo del
antropomorfismo de Yahvé¿ y no de su realidad teológica. Como psicólogo
compruebo que Yahvé es contradictorio y también creo que se puede interpretar
psicológicamente esta contradicción. Para poner a prueba la fidelidad de Job,
Yahvé concede a Satán una libertad casi sin límites. Ese hecho no carece de
consecuencias para la humanidad: se esperan acontecimientos futuros muy
importantes a causa del papel que Yahvé pensó tener que ceder a Satán. Ante la
crueldad de Yahvé, Job calla. Ese silencio es la más hermosa y noble respuesta
que el hombre haya podido dar a un Dios todopoderoso. El silencio de Job
anuncia ya a Cristo. En efecto, Dios se hace hombre, Cristo, para redimir su
injusticia con respecto a Job...
El teólogo protestante Hans Schär, al que ya se debe un bello volumen sobre la
psicología religiosa de Jung, se pregunta si dentro de cien años Respuesta a Job no será
considerado un libro profético. Cuando Jung había publicado sus primeros
estudios sobre el inconsciente colectivo y, por consiguiente, se había
despegado del freudismo, parece ser que Freud decía de su antiguo colaborador:
«Al principio era un gran sabio, ¡pero ahora se ha convertido en profeta!». ¡En
la broma del Maestro algunos ven el mayor de los elogios: en efecto, consideran
al profesor Jung como un profeta de los tiempos modernos. Pues si Freud tuvo el
gran mérito de descubrir el inconsciente personal, Jung descubrió el
inconsciente colectivo y sus estructuras, los arquetipos. Y con ello aportó una
luz nueva a la interpretación de los mitos, las visiones y los sueños. Más aún:
muy pronto Jung se liberó de los prejuicios cientifistas y positivistas del
psicoanálisis freudiano: no redujo la vida espiritual y la cultura a
epifenómenos de complejos sexuales de la infancia. Finalmente Jung tiene en
cuenta la Historia: mira la psique como naturalista y como historiador; según
él, la vida de las profundidades psíquicas es la Historia. Dicen los junguianos
que sus descubrimientos cambiarán completamente el universo mental del hombre
moderno. Freud no se equivocó: Jung no podía quedarse en ser un simple «sabio»,
tenía que ampliar cada vez más el horizonte de sus descubrimientos y trazar un
camino para que el hombre moderno saliera de su crisis espiritual. Pues para
Jung, como para muchos otros, el mundo moderno está en crisis, y esta crisis
está provocada por un conflicto aún no resuelto en las profundidades de la
psique.
-El gran problema de la psicología -continúa Jung-, es la reintegración de los
contrarios: eso se encuentra por todas partes y en todos los niveles. Ya en mi
libro Psicología y alquimia (1944)
tuve ocasión de ocuparme de la integración de Satán. Pues mientras Satán no sea
integrado, el mundo no se curará y el hombre no se salvará. Pero Satán
representa el Mal y ¿cómo integrar el Mal? Sólo existe una posibilidad:
asimilarlo, es decir, elevarlo a la conciencia, hacerlo consciente. Eso es lo
que la alquimia llama «conjunción de dos principios». Porque realmente la
alquimia retorna y prolonga el cristianismo. Según los alquimistas, el
cristianismo ha salvado al hombre, pero no a la naturaleza. El alquimista sueña
con curar el mundo en su totalidad: la piedra filosofal es concebida como el Filius Macrocosmi que cura
el mundo. El fin último de la «obra» alquímica es la apokatastasis, la
Salvación cósmica.
Jung ha comprendido muy bien que la alquimia, desde sus orígenes hasta su fin,
no fue sólo una pre-química, una «ciencia experimental» embrionaria, sino una
técnica espiritual. El objetivo de los alquimistas no era estudiar la Materia,
sino liberar al Alma de la materia. Jung llegó a esta conclusión leyendo los
textos de los alquimistas clásicos. Se sorprendió ante la semejanza entre los
procesos alquímicos por los cuales se pensaba obtener la piedra filosofal y las
imágenes en los sueños de algunos de sus pacientes que, sin darse cuenta, estaban
trabajando en la integración de su personalidad. En estudios acerca de la
alquimia asiática publicados entre 1935 y 1938, mostramos que las operaciones
de los alquimistas chinos e indios perseguían igualmente la liberación del alma
y la «perfección de la materia», es decir, la colaboración del hombre en la
obra de la naturaleza. Esta convergencia de resultados adquiridos en ámbitos
diferentes y por métodos diferentes nos parece una confirmación manifiesta de
la hipótesis de Jung.
-He estudiado alquimia durante quince años, pero no se lo dije nunca a nadie.
No quería sugestionar ni a mis pacientes ni a mis colaboradores. Pero después
de quince años de investigaciones y de observaciones, las conclusiones se
impusieron con una fuerza ineluctable: las operaciones alquímicas eran reales,
sólo que esa realidad no era física sino psicológica. La alquimia representa la
proyección de un drama en términos de laboratorio que es a un tiempo cósmico y
espiritual. El opus magnum tenía como finalidad
tanto la liberación del alma humana como la curación del Cosmos. Lo que los
alquimistas llamaban «materia» era en realidad el «sí mismo». El «alma del
mundo», anima mundi, identificada
por los alquimistas con el spiritus
mercurius, estaba aprisionada en la materia. Por eso los
alquimistas creían en la verdad de la materia: pues la materia era en efecto su
propia vida psíquica. Se trataba de liberar esa materia, de «salvarla»; en una
palabra, obtener la piedra filosofal, es decir, el «cuerpo glorioso», el corpus glorificationis. Pero
ese trabajo es difícil y está sembrado de obstáculos: la «obra» alquímica es
peligrosa. Ya en el inicio se encuentra al «Dragón», el espíritu ctónico, el
«Diablo», o como lo llaman los alquimistas, el «Negro», la nigredo. Y ese encuentro
produce sufrimiento. La «materia» sufre hasta la desaparición de la «negrura»;
en términos psicológicos el alma se encuentra en las ansias de la melancolía
luchando con la «Sombra». El misterio de la conjunción, misterio central de la
alquimia, persigue justamente la síntesis de los opuestos, la asimilación del
«Negro», la integración del Diablo. Para el cristiano «despierto» eso
constituye un acontecimiento psíquico muy grave, pues es la confrontación con
su «Sombra»: ésta representa la «negrura» (nigredo),
lo que permanece separado, es decir, lo que jamás podrá ser
totalmente integrado en la persona humana. Al interpretar la confrontación del
cristiano con su «Sombra» en términos psicológicos, se descubre el miedo
secreto de que el Diablo sea más fuerte, de que Cristo no haya logrado vencerle
completamente. De otro modo, ¿por qué se ha creído, y se continúa creyendo, en
el Anticristo? ¿Por qué se ha esperado, y se espera aún, la llegada del
Anticristo? Pues sólo después del reino del Anticristo y después de la segunda
venida de Cristo, el Mal será vencido definitivamente en el mundo y en el alma
humana. Todos estos símbolos y creencias son solidarias en el plano
psicológico: siempre hay que luchar contra el Mal, con Satán, y vencerle, esto
es, asimilarlo, integrarlo en la conciencia. En el lenguaje alquímico la
materia sufre hasta la desaparición de la nigredo,
cuando la «aurora» es anunciada por la cauda pavonis y aparece un día nuevo, la leukosis, albedo. Pero en
ese estado de «blancura» no se vive en el sentido propio del término. De algún
modo, es una especie de estado ideal, abstracto; para vivificarle se necesita
«sangre» y hay que obtener lo que los textos alquímicos llaman la rubedo, lo rojo de la
Vida. Sólo la experiencia total del ser puede transformar ese estado «ideal» de
la albedo en una existencia
humana integral. Sólo la sangre puede reanimar una consciencia gloriosa en la
que se ha disuelto el último rastro de la «negrura» en la que el Diablo ya no
tiene una existencia autónoma sino que se incorpora a la unidad profunda de la
psique. Entonces la «obra», el opus
magnum de los alquimistas, ha sido realizada: el alma humana está
perfectamente integrada...
No voy a analizar aquí esta grandiosa reconstrucción de la alquimia emprendida
por Jung. Baste con recordar que la integración del «Mal» constituye para él el
gran problema de la consciencia moderna. Algunos le han reprochado su esfuerzo
orientado a la Unidad Total, a costa de sacrificar las polaridades, la
abolición de contradicciones, la integración de Satán. Pero Jung no pretende
hacer ni teología ni filosofía de la religión.
-Yo soy un psicólogo. No me ocupo de lo que trasciende el contenido psicológico
de la experiencia humana. Ni siquiera me planteo el problema de saber si es
posible semejante trascendencia, pues en todos los casos lo transpsicológico ya
no es asunto del psicólogo. Ahora bien, en el plano psicológico, me enfrento
con experiencias religiosas que poseen una estructura y un simbolismo
susceptibles de ser interpretados. Yo considero que la experiencia religiosa es
real, es verdadera. Compruebo que semejantes experiencias pueden «salvar» el
alma, pueden acelerar su integración e instaurar el equilibrio espiritual. Como
psicólogo compruebo que el estado de gracia existe: es la perfecta serenidad
del alma, el equilibrio creador, fuente de energía espiritual. Sin dejar de
hablar como psicólogo, corroboro que la presencia de Dios se manifiesta en la
estructura profunda de la psique como una coincidentia
oppositorum. Y toda la historia de las religiones, todas las
teologías están ahí para confirmar que la coincidentia
oppositorum es una de las fórmulas más utilizadas y más arcaicas
para expresar la realidad de Dios. Como decía Rudolf Otto, la experiencia
religiosa es numinosa, y yo como psicólogo distingo esa experiencia de las
otras por el hecho de que trasciende las categorías ordinarias de tiempo,
espacio y causalidad. últimamente he estudiado mucho la sincronicidad
(brevemente expresado: la «ruptura del tiempo») y he comprobado que está muy
cerca de la experiencia numinosa: espacio, tiempo y causalidad están abolidos.
No pretendo establecer ningún juicio de valor acerca de la experiencia
religiosa. Compruebo que el conflicto interior es siempre fuente de crisis
psicológicas profundas y peligrosas; tan peligrosas que pueden destruir la
integridad humana. Psicológicamente, ese conflicto interior se manifiesta por
medio de las mismas imágenes y por el mismo simbolismo atestiguados en todas
las religiones del mundo y utilizados también por los alquimistas. De ese modo
he llegado a ocuparme de la religión, de Yahvé, Satanás, Cristo, la Virgen.
Comprendo muy bien que un creyente vea en esas imágenes algo diferente de lo
que yo, como psicólogo, tengo el derecho de ver. La fe del creyente es una gran
fuerza espiritual y es la garantía de su integridad psíquica. Pero yo soy
médico: me ocupo de la curación de mis semejantes. Por desgracia, la fe y sólo
ella ya no tiene el poder de curar a ciertos seres. El mundo moderno está
desacralizado; por eso está en crisis. El hombre tiene que volver a descubrir
una fuente más profunda de su propia vida espiritual. Pero para ello tiene la
obligación de luchar contra el Mal, de enfrentarse con su «Sombra», de integrar
al «Diablo». No hay otra salida. Por eso Yahvé, Job, Satanás, representan
psicológicamente situaciones ejemplares: son como los paradigmas del eterno
drama humano...
En toda su obra, que es inmensa, Jung parece obsesionado con la reintegración
de los opuestos. A su modo de ver, el hombre no puede alcanzar la unidad más
que en la medida en que logra superar los conflictos que lo desgarran
interiormente. La reintegración de los contrarios, la coincidencia oppositorum, es
la piedra angular del sistema de Jung. Por eso mismo está interesado en las doctrinas
y técnicas orientales. El taoísmo y el yoga le han revelado los medios
utilizados por el asiático para transcender las múltiples polaridades y
alcanzar la unidad espiritual. Pero este esfuerzo orientado a la unidad por la
integración de los opuestos se encuentra también en Hegel aunque sea en un
plano bien distinto. Uno se podría preguntar si no se debería llevar aún más
lejos la comparación entre Hegel Jung. Hegel descubre la Historia y su gran
esfuerzo tiene como fin la reconciliación del hombre con su propio destino
histórico. Jung descubre el inconsciente colectivo, es decir, todo lo que
precede a la historia personal del ser humano, y se dedica a descifrar las
estructuras y la «dialéctica» con intención de facilitar la reconciliación del
hombre con la parte inconsciente de su vida psíquica y conducirle a la
reintegración de su personalidad. A diferencia de Freud, Jung tiene en cuenta
la Historia: los arquetipos, estructuras del inconsciente colectivo, están
cargados de «historia». Ya no se trata, como en Freud, de una espontaneidad
«natural» del inconsciente de cada individuo, sino de una inmensa cantera de
«recuerdos históricos»: la memoria colectiva donde en su esencia sobrevive la
Historia de toda la humanidad. Jung cree que el hombre debería aprovechar más
esa cantera: su método analítico está dirigido justamente a elaborar los medios
para utilizarla.
-El inconsciente colectivo es más peligroso que la dinamita, pero existen
medios para manejarlo sin demasiados riesgos. Cuando se desencadena una crisis
psíquica, se está mejor situado que cualquier otro para resolverla. Se tienen
sueños y «sueños de vigilia»: hay que esforzarse por observarlos. Se podría
decir que cada sueño lleva a su manera un mensaje: no sólo te dice que algo no
funciona en tu ser profundo, sino que además te proporciona también la solución
para salir de la crisis. Pues el inconsciente colectivo, que te envía estos
sueños, posee ya la solución. En efecto, nada se ha perdido de toda la
experiencia inmemorial de la humanidad. Todas las situaciones imaginables y
todas las soluciones posibles parecen estar previstas por el inconsciente
colectivo. No tienes más que observar con sumo cuidado el «mensaje» transmitido
por el inconsciente y «descifrarlo». El análisis ayuda a leer correctamente
esos mensajes...
Jung concede una importancia capital a la interpretación de los sueños, esa
mitología camuflada en el hombre moderno. No deja de ser interesante recordar
que el surrealismo, que representa el esfuerzo más sistemático de renovación de
la experiencia poética contemporánea, había aceptado la realidad onírica. 0
mejor aún: el surrealismo ha perseguido, entre otras cosas, la integración del
estado de sueño para conseguir la «situación total», más allá de la dualidad
consciencia-inconsciencia. Por mucho que los freudianos le hayan acusado de ser
más «teórico» que práctico, Jung no ha querido abandonar la perspectiva del
psicólogo para proponernos una filosofía basada en la dialéctica de la coincidencia oppositorum. Pero
es permisible esperar que sus discípulos retomen y prolonguen un día sus
esfuerzos por precisar las relaciones entre la experiencia consciente del
individuo y la «Historia» conservada en el inconsciente colectivo. Los sueños
representan para Jung un lenguaje coherente y, tanto más rico aún por cuanto
está libre de las leyes del tiempo y de la causalidad. Fue a consecuencia de
sus sueños, que vanamente había tratado de interpretar en términos del
psicoanálisis freudiano, cuando Jung llegó a suponer la existencia del
inconsciente colectivo. Eso tuvo lugar en 1909. Dos años más tarde, Jung
empezaba a darse cuenta de la importancia de su descubrimiento. Finalmente, en
1914, siempre a consecuencia de una serie de sueños y de «sueños de vigilia»,
comprende que las manifestaciones del inconsciente colectivo son en parte
independientes de las leyes del tiempo y de la causalidad. Como el profesor
Jung ha tenido a bien autorizarnos a hablar de esos sueños y de esos «sueños de
vigilia», que han desempeñado un papel capital en su carrera científica,
ofrezco seguidamente un resumen:
En octubre de 1913, encontrándose en el tren que le llevaba de Zúrich a
Schaffhausen, le sucedió este extraño hecho: una vez en el túnel, pierde la
conciencia de tiempo y de lugar, y despierta al cabo de una hora oyendo
anunciar al conductor la llegada a Schaffhausen. Durante todo ese tiempo fue
víctima de una alucinación, de un «sueño de vigilia»: veía el mapa de Europa y
veía cómo el mar la iba cubriendo país por país empezando por Francia y
Alemania. Poco tiempo después, todo el continente se encontraba bajo el agua, a
excepción de Suiza, que era como una montaña muy alta que las olas no podían
sumergir. Jung se veía sentado sobre la montaña. Y, al mirar mejor alrededor de
él, se dio cuenta de que el mar era sangre: comenzó a distinguir sobre las olas
los cadáveres, los tejados de las casas, vigas medio quemadas...
Tres meses más tarde, en diciembre de 1913, se repite el mismo «sueño de
vigilia» a la entrada del mismo túnel. («Era como una inmersión en el
inconsciente colectivo», comprendería más tarde.) El joven psiquiatra se
preocupa. Se pregunta si no estará «haciendo una esquizofrenia» (según el
lenguaje de la época). Finalmente, algunos meses más tarde, sueña lo siguiente:
se encuentra con un amigo durante el verano en los mares del sur, cerca de
Sumatra. Por los periódicos se enteran de que Europa ha sido invadida por una
ola de frío terrible como jamás antes se había conocido. Jung decide partir a
Batavia y embarcarse para regresar a Europa. Su amigo le dice que viajará en un
velero de Sumatra hasta Hadramaout y que luego continuará su camino por Arabia
y Turquía. Jung llega a Suiza. Sólo ve nieve. Una viña inmensa se eleva en
algún lugar con muchos racimos. Se acerca y se pone a coger racimos
distribuyéndolos entre desconocidos que le rodean pero que no puede ver...
-A su tercera repetición, el sueño llegó a inquietarme en el más alto grado.
Justamente preparaba una comunicación sobre la esquizofrenia para el congreso
de Aberdeen y me decía: «¡Hablaré de mí mismo! Probablemente me volveré loco
después de la lectura de la comunicación ... ». El congreso tenía lugar en
julio de 1914: exactamente en el período en que en mis tres sueños me veía en
los mares del sur. El 31 de julio, inmediatamente después de mi conferencia, me
enteré por los diarios de que la guerra acababa de estallar. ¡Por fin
comprendía! Y cuando al día siguiente el barco me dejó en Holanda, no había
nadie más feliz que yo. Ahora estoy seguro de que no me amenazaba ninguna
esquizofrenia. Había comprendido que mis sueños y visiones procedían del
subsuelo del inconsciente colectivo. Sólo tenía que trabajar para profundizar y
dar validez a este descubrimiento. Y es a lo que me dedico desde hace casi
cuarenta años...
Poco
tiempo después Jung tuvo la alegría de recibir una segunda confirmación a su
sueño. Los diarios no tardaron en hablar de las aventuras del capitán de barco
alemán Von Mücke, que en un velero había recorrido los mares del sur desde
Sumatra hasta Hadramaout y después se había refugiado en Arabia para alcanzar
desde allí Turquía...
Extracto
de El Vuelo Mágico, por Mircea Eliade.
Disponible completo en la edición en castellano publicada por la editorial
Siruela.
1ª
Edición: "Rencontre avec Jung", en Combat, 9 de octubre de 1952
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