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sábado, 15 de octubre de 2016

LAS ETAPAS EN EL PROCESO TERAPÉUTICO DE ORIENTACIÓN JUNGUIANA



LAS ETAPAS EN EL PROCESO TERAPÉUTICO DE ORIENTACIÓN JUNGUIANA

José González psicólogo y terapeuta de orientación junguiana


En esta entrada me gustaría presentar, de un modo divulgativo y esquemático, los diferentes estadios o etapas de un proceso de psicoterapia desde una orientación junguiana. Por supuesto que las cosas se pueden comprender y clasificar de diferentes modos, pero aquí presentaré cómo lo entiendo desde mi orientación junguiana.



La primera etapa del proceso terapéutico, que siempre ha de trabajar con la transferencia[1], consiste en que el paciente comprenda que está viendo el mundo desde la habitación de su casa materna/paterna o desde el colegio, proyectando todas las figuras de autoridad, masculinas o femeninas, que ha tenido a lo largo de su experiencia biográfica. Sin embargo, además de esta perspectiva objetiva, una perspectiva madura precisa que el paciente comprenda el valor subjetivo de todas esas imágenes que le causan problemas. Tiene que darse cuenta de que forman parte de él y de qué manera lo hacen. Debe de averiguar cómo atribuye un valor positivo a una persona, circunstancia o suceso cuando en realidad es él quien podría y debería desarrollar o hacerse cargo de ese valor. De igual modo, cuando proyecta cualidades negativas en otras personas, y odia o envidia a alguien, es importante que descubra que está proyectando su propio lado inferior, su sombra, dado que prefiere tener una imagen optimista y positiva, aunque parcial, de sí mismo. La problemática con la que el paciente viene a consulta le invita a convertirse en una personalidad madura, completa, y esto incluye la responsabilidad por su totalidad, con sus defectos y sus virtudes, sus funciones superiores e inferiores.



La segunda etapa del proceso terapéutico consiste en la discriminación o diferenciación entre los contenidos biográficos y los contenidos arquetípicos. En el primer estadio, trabajamos la disolución de las proyecciones de carácter personal o biográfico. Estas se pueden disolver mediante la toma de consciencia. Ahora bien, las proyecciones transpersonales o arquetípicas no desaparecen, ni se disuelven porque se hagan conscientes. Los arquetipos forman parte de la estructura anímica de la psique y, a diferencia de los contenidos personales, no son lastres que uno tenga que soltar y dejar atrás. Se trata de contenidos que compensan la actitud consciente y son de la mayor importancia. Es más, constituyen una auténtica protección frente al padecimiento de un trastorno mental. Los arquetipos, entendidos como modos de reaccionar o de comportarse, intervienen y permiten que la persona se adapte a una situación desconocida de un modo adecuado a su propia naturaleza. Una de esas imágenes que suele presentarse con frecuencia en mi consulta es la del redentor. Dado que esta imagen forma parte de la profundidad del ser humano es natural que se constele, es decir, se active y se prepare para la emergencia plena en la consciencia, en situaciones críticas en las que la persona se siente perdida, desorientada. Huelga decir que el paciente que se encuentre en una situación así, reflejo de lo que sucede en el mundo, tenderá a proyectar la imagen de un salvador en el terapeuta. Y que el terapeuta trabajará con el paciente para que este retire dicha proyección en él. Con ello se pretende disolver el acto de la proyección, es decir, el lugar en el que dicha imagen arquetípica está transferida -el psicoterapeuta-, pero nunca el contenido que está siendo transferido -el arquetipo del salvador o redentor-, puesto que esto último resulta imposible. Los arquetipos son factores dinámicos trascendentes a la consciencia que contienen un poder enorme. Son factores tan poderosos que pueden cambiar toda una vida, así como toda la realidad del mundo, pues son los factores decisivos que producen los acontecimientos mundiales.



La tercera etapa de la terapia consiste en distinguir o diferenciar los factores arquetípicos o transpersonales de la propia relación personal con el terapeuta. Entra dentro del proceso terapéutico normal que le caigas bien al paciente si has trabajado con ahínco, paciencia y esmero con él, y tú también sentirás aprecio por el paciente, pues has trabajado codo con codo con él. Pero esta reacción es adecuada siempre que no esté viciada por la proyección de factores arquetípicos o transpersonales no reconocidos como tales. Esto significa que debe de haber en el paciente un reconocimiento y una aceptación de las imágenes arquetípicas, de su importancia y carácter religioso. Dicho reconocimiento puede suponer que el paciente se integre en una comunidad religiosa, en una Iglesia, en un credo, etc. Las dificultades auténticas comienzan cuando esa experiencia con su profundidad, con los arquetipos, no puede alojarse en el marco de una religión establecida. En ese caso, la experiencia arquetípica no encuentra un receptáculo adecuado, el paciente recae en la transferencia y las imágenes arquetípicas vician la relación humana con el terapeuta. En ese momento, el psicólogo o el terapeuta se convierte para el paciente en el redentor, y pobrecillo de él si no lo es. Desgraciadamente, ningún hombre puede ser un redentor, o un mago, ni ninguna otra imagen arquetípica que esté constelada en la profundidad del paciente.



Llegamos en este momento a la cuarta etapa del proceso de terapia que consiste en la objetivación de las imágenes arquetípicas presentes en la transferencia. Se trata de una parte esencial del proceso de individuación o realización de la profundidad del paciente. Su meta es la de separar las imágenes de la profundidad de los factores exteriores, ya sean estos personas, ideas, situaciones o circunstancias materiales y que comprenda que todo depende de si consigue una nueva relación con su profundidad. Cuando la persona comprende que el centro que gobierna y hace girar todo cuanto sucede en su vida (y en el mundo) se encuentra en él y deja de proyectarlo en factores exteriores, dotando al otro de un poder que emana de sí-mismo, su vida deja de depender de factores externos. El paciente necesita encontrar un modo individual con el que poder expresar las imágenes atemporales de su profundidad. Dichas imágenes arquetípicas deben tomar forma en la vida del modo que las caracteriza, ya que de lo contrario el individuo se desorienta y entra en conflicto consigo mismo. El método que utilizo en este cuarto estadio combina la interpretación de los sueños con el trabajo creativo mediante la imaginación activa, que puede adoptar diferentes expresiones adaptadas a las peculiaridades del paciente: escritura, dibujo, pintura, música, danza, etc.



En entradas posteriores desarrollaré aquellos aspectos de la terapia que aquí solo he podido esbozar.





Bibliografía:


Jung, C. G (2009). La vida simbólica. Vol 18/I. Obras Completas. Madrid: Ed. Trotta.






[1] La palabra transferencia significa pasar algo de un lugar a otro, llevar algo de una forma a otra. Se trata de un caso particular del proceso general que es la proyección. Proyección significa lanzar algo hacia fuera y en psicología lo entendemos como el proceso normal de trasladar hacia fuera un contenido subjetivo. Por ejemplo, cuando uno dice que el color de la sala en la que se encuentra es amarillo o azul está trasladando hacia fuera un contenido subjetivo, que es el color que él percibe. El color no está ahí sino que es el modo en que los sujetos percibimos la realidad exterior. Lo mismo sucede con el sonido y, en general, con todo aquello que percibimos a través de los sentidos. La transferencia sucede de un modo involuntario, como toda proyección, pero entre dos personas y, por lo general, en un marco psicoterapéutico.

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