Hace algunos años publiqué un libro titulado “Cine y Espiritualidad”, en el que abordaba la interpretación simbólica de la película Avatar, de James Cameron. En mi opinión, en dicha película el afamado director de cine expresaba de un modo gráfico lo que acontece en la cultura occidental, y al mismo tiempo manifiesta una salida a la crisis en la que el mundo está sumido.
En estos días estoy trabajando en una reedición de dicho libro, con un título distinto, más acorde con la época, y que probablemente lleve el título de “Avatar. ¿El nacimiento de un nuevo paradigma?”.
En él desarrollo la idea de que en nuestra época materialista de progreso tecnológico y científico, cada vez más se está manifestando una profunda crisis como consecuencia de la pérdida de la imagen de Dios, de aquel símbolo que representa el valor más alto; el valor que da vida y sentido a la existencia del ser humano.
El Mito cristiano afirma que dicho valor supremo hoy perdido en nuestra cultura se ha transformado. El cuerpo según el mito no lo encontraron allí donde le habían sepultado. Pero el cuerpo en realidad simboliza la forma exterior y visible, la concepción hasta ese momento aceptada pero transitoria, del valor supremo que proporciona sentido a la vida del ser humano en una época históricamente determinada.
La película Avatar escenifica de un modo magnífico esa pérdida del sentido de la vida, que representa la muerte de Dios. Que una sociedad pierda a su Dios e incurra en graves crisis sociales y psicológicas desde luego que no constituye un acontecimiento extraño, sino que es un acontecer típico que se repite con frecuencia en la historia de la humanidad. Los dioses mueren y resucitan bajo formas distintas.
Sin embargo cabe preguntarse dónde se encontrará la nueva imagen de Dios. James Cameron, utilizando un despliegue de efectos especiales impresionante, nos lo muestra en la pantalla de un modo realmente magnífico: en las profundidades del alma es donde encontraremos el nuevo cuerpo en el que se manifiesta la divinidad.
Ese es precisamente el objetivo, por decirlo de algún modo, de la terapia de orientación junguiana: que la persona se encuentre a sí misma, que comprenda cuál es su auténtica vocación y, en definitiva, que su consciencia acceda y se relacione con aquella Naturaleza en la que dios se hace presente.
Una actitud así orientada le permite adquirir a la persona una independencia y una libertad de acción que lo hacen responsabilizarse de su propia vida, abandonando de ese modo la infantil actitud que busca en el “papá o mamá“ Estado, en el Gobierno de turno, el Papa o en la figura de autoridad religiosa o política de turno, la solución de todos sus conflictos.
José González
Psicólogo y terapeuta de orientación junguiana
José González
Psicólogo y terapeuta de orientación junguiana
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