Continuamos, en esta entrada, con el tema del complejo materno. En este caso, en lugar de tratar la lucha por la emancipación, y el sacrificio de la seguridad del hogar, la infancia y la Madre, reproducimos una parte del capítulo El sacrificio del Hijo, del ya clásico libro de Esther Harding, titulado Los Misterios de la Mujer. Simbología de la Luna. Consideramos que, pese al tiempo transcurrido desde su primera publicación, el tema tratado en él no ha perdido un ápice de actualidad.
" El mito (de Attis) narra que, cuando su hijo alcanza la virilidad, es sacrificado, no a pesar de su amor y cuidado protector, sino por el mandato y consentimiento de su madre (...)
Attis se castró y mató a sí mismo porque su madre, Cibeles, le había vuelto loco (...)
En estos mitos, la madre no es una, es dual. Tiene dos aspectos: en su aspecto luminoso es compasiva, llena de amor materno y de piedad; en su aspecto oscuro es feroz y terrible, no tolera el aspecto infantil de dependencia de su hijo. Porque la debilidad y el modo de aferrarse de él, la minan (a ella), igual que su excesiva solicitud (para con su hijo) lo mina a él. Su necesidad infantil apela demasiado íntimamente a su propio deseo de maternizarlo. Su instinto (del joven) no es sólo el instinto sexual. El contacto íntimo con su cuerpo no es sólo erótico para ella, ni representa únicamente su añoranza infantil de regresar a su propia madre;es, también, la maternidad en sí misma que anhela el contacto con el niño. Por medio de estos contactos experimenta (la madre) su propia maternidad. Su deseo no es sólo la urgencia de que el hombre colme su necesidad sexual, también puede tomar la forma de un impulso para hacer que el objeto de su amor sirva su instinto maternal. La mayoría de las mujeres conocen la profunda necesidad de unos pequeños brazos aferrándose a ellas, o el calor y suavidad de los miembros de un bebé. Se esconde un placer físico en la relación con un niño, vástago de su propio cuerpo, que no está lejos en su intensidad y atracción del placer de un contacto erótico, aunque de una forma diferente.
Este deseo no es realmente amor al objeto como tal, es de nuevo el amor al objeto porque le da satisfacción personal. Parece ser que, a través del sacrificio de su deseo sexual, la mujer no queda completamente liberada del problema de sus demandas egoístas. Ha avanzado un paso hacia la liberación pero en esta segunda jornada también puede caer víctima de sus tendencias autoeróticas. Se ha identificado con su hijo. Su satisfacción personal se encuentra buscando su bienestar. Ahora, en vez de buscar su propio camino, sus propias ventajas en un abierto egoísmo, como hizo antes de su sumisión al instinto por el matrimonio en el templo (primera iniciación femenina), busca el bien de su hijo. Si él es feliz ella está contenta; su ambición queda satisfecha cuando se lo reconoce. No se da cuenta, por norma general, de que este aparente altruismo en realidad es un oculto egoismo. Y no sospecha que su incapacidad para decirle "no" es realmente una incapacidad para decirse "no" a sí misma, o negar, en un nivel más profundo, su debilidad y amor propio.
Es difícil reconocer en esta actitud de indulgencia hacia el hijo todo el vicio en su carácter auténtico, porque la sociedad lo recomienda como una virtud. Exteriormente, parece tan admirable par auna mujer fundir sus intereses en aquellos del niño y sacrificar su propia comodidad y bienestar en cada momento para mejorar los intereses de él. Es tan sólo más tarde cuando la auténtica naturaleza de su modo de actuar se muestra por sí misma. Entonces, cuando la completa incapacidad del hijo para afrontar la realidad de la vida, su falta total de disciplina y su incapacidad para tomar una actitud responsable, trae el testimonio doloroso de la falsedad de su educación, generalmente ya es demasiado tarde para remediar la situación. Incluso en este momento, la sociedad y la propia madre, están dispuestos a decir "como puede haber salido tan mal después de todo lo que ella hizo por él", sin reconocer en lo más mínimo que si él era tan infantil, era precisamente por todo lo que ella había hecho, sin dejarle hacer a él nada por sí mismo (...).
El problema de la identificación con el hijo, sin embargo, no se acaba en l a relación entre una madre y sus hijos reales. Una mujer que todavía no "ha sacrificado a su hijo", esto es, sacrificar el instinto materno en sí mismo, puede no tener hijos realmente, pero no obstante, mantendrá una actitud maternal con sus relaciones. Está bajo la coacción interior de maternizar a todos los que le importan. La maternidad domina en ella. Nunca se da cuenta de que la impotencia para aceptar la dificultad de sus amigos refleja su propia impotencia para afrontar las cosas difíciles de su propia vida; aún menos aprecia el hecho de que su actitud de excesiva solicitud hacia ellos fomenta sus peores debilidades, los devuelve a su infancia y autocompasión, por lo que está minada la virilidad del hombre. Por esta actitud roba la individualidad a su hijo. Lo hace blando, femenino, se vuelve impotente, pierde toda su virilidad. Esta es la falsa castración a través de la madre por la que no se logra la redención. Con este tipo de abrazo se mata al hijo, incrustándolo en el árbol como féretro de Osiris.
En cambio, cuando una mujer tiene el valor de decir "no" igual que "sí", cuando la parte negativa u oscura de Eros tiene un lugar al lado de la parte luminosa, entonces el hijo, igual que la madre, puede ser redimido por el sacrificio. Porque cuando se encuentra con la negativa de ella de mimarlo, considerarlo, salvándolo de la injusticia, obtiene por ello el poder para afrontar las dificultades de la situación por sí mismo (...). Mientras su intención sea persuadir a la "madre" para que le dé todo lo que él quiere, no tendrá capacidad para ganarlo por sí mismo. De su voluntaria castración y muerte como hijo, resulta su renacimiento como hombre.
No es casualidad que el sacrificio del hijo sea representado por la castración, ya que la mayor demanda de satisfacción que el hombre hace a la mujer es la de su sexualidad. Es en este campo en el que se siente más indefenso para cubrir su propia necesidad, excepto pidiendo a la mujer que le sirva. Esta demanda infantil por su parte y el igualmente poco desarrollado deseo maternal de darse en ella, puede servir en un bajo nivel de desarrollo psicológico para producir una alianza entre un hombre y una mujer que parezca una relación seria (...)
Del mismo modo, en la vida moderna, la iniciación a la diosa es alcanzada por un hombre que puede sacrificar su sexualidad, tanto si sucede como simple deseo físico o surge de él por una proyección de su anima. En el último caso, su tarea es mucho más dura porque compromete tanto al corazón como a la sexualidad. (...) Un compromiso de este carácter no le permite (a la mujer que es su pareja, debido a la proyección de su anima) ser ella misma, sino que la convierte en una función de la psique del hombre y compromete la demanda de que ella será conforme a su ideal y colmará su deseo. Esta petición también tendrá que ser sacrificada en la iniciación a la diosa del amor, ya que no hace falta decir que la iniciación no será efectuada completamente por el sacrificio del deseo físico, el sacrificio más difícil debe hacerse también. (...)"
Esto último a lo que se refiere la autora, se vivencia, por ejemplo, en lo que los alquimistas denominan una "calcinatio". Aquí es el ardor, la quemazón por el sacrificio de la pasión tifónica o lujuriosa del instinto, lo que provoca la iniciación. Se sacrifica tanto el deseo sexual por la mujer, objeto de proyección del anima, como el sentimiento amoroso que ella despierta. Durante esta fase, pueden experimentarse toda suerte de deseos pasionales, y puede que emerjan, desde lo inconsciente, sentimientos de lo más oscuros. Debido a lo doloroso y difícil de este proceso, muchos hombres permanecen en un estado inmaduro durante toda una vida. De ahí que Esther Harding prosiga diciendo:
"Hay otro aspecto de esta iniciación que es bastante práctico en sus implicaciones. En tanto que un hombre es joven, la clase de emoción que resulta de la proyección del anima puede ser la expresión real de su relación con el Eros. El instinto inconsciente acarrea para él el valor y significado de la relación psicológica y espiritual. En tal caso una relación con una chica hacia quien se ha elevado su anima, de quien, como se dice (habitualmente), se ha enamorado, puede ser completamente satisfactoria. A medida que pasan los años, sin embargo, llega el momento en que debe sobrepasar esta fase adolescente y aprender a crear una relación más madura, en la que el conocimiento del carácter auténtico y la personalidad de la pareja juegue una parte más importante y consnciente. No obstante, si falla en lograr este cambio en sí mismo, si permanece en un estado relativamente inmaduro, donde en vez de tomar en su propia psique las cualidades emotivas y sensaciones que deberían mediarse por su anima, si persiste en encontrarlas fuera de él en la proyección hacia una mujer, su relación con el principio femenino permanece inconsciente, y consecuentemente, también en un estado infantil. Su "amor" todavía consiste principalmente en "yo quiero" y su sexualidad en el (puro) deseo (físico). Pero, a medida que pasan los años la situación cambia, porque aunque todavía quiere, o crea que quiere, el viejo tipo de compromiso emotivo encuentra que la experiencia real ya no le satisface. Aunque siga buscando chicas más jóvenes, más atractivas, todavía se encuentra insatisfecho, incluso impotente. Sigue buscando la satisfacción emotiva de una forma que ya debiera haber superado, se aferra a un patrón infantil e inmaduro. Su infantilismo se refleja al esperar que, la mujer que por el momento lleva los valores del anima, debería hallar su necesidad de satisfacción emotiva y sexual. Espera que ella le de el amor que necesita, en vez de comprender que el amor maduro sólo puede desarrollarse en una relación instintiva como el resultado de un esfuerzo largamente continuado y consciente. Espera que la vida le dé lo que quiere, que sea como una madre para él. Esta perspectiva, sin embargo, le roba la virilidad. Es, como dice el antiguo mito, una castración a la madre. Pero este sacrificio no es la prueba de iniciación tomada voluntariamente con un motivo religioso. Es un sacrificio involuntario a la madre, que no aporta renovación. El sacrificio del deseo es una iniciación posterior que sólo pueden alcanzar aquellos que ya tienen experiencia de la vida y de sus propias naturalezas. Si se intenta prematuramente, quizás como una evasión infantil de los riesgos y dificultades de la vida, sólo puede resultar una desilusión y pérdida de libido.(...)
Seguir ciegamente una proyección del anima tras otra es quedar atrapado en esta fase infantil del desarrollo emotivo. Si el reconocimiento de este hecho nace en un hombre comprometido en tal situación, de modo que obtiene una penetración en la verdadera naturaleza de su amor y en su relación con la mujer que le atrae, puede introducirse una nueva fase del desarrollo psicológico y emotivo.(...) El cambio se consigue por un esfuerzo determinado para ser consciente de los motivos ocultos, de la realidad auténtica detrás de la ilusión emotiva, sin importar lo que pueda costar.(...)"
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