El concreto tema de la segregación sexual en las escuelas,
en cuya raíz podemos encontrar, en realidad, un asunto mucho más polémico aún,
y que conviene traer a la palestra, como es el de si el “hombre (y, por
supuesto, la mujer) nace o se hace”, ha sido tratado magistralmente por el terapeuta
de orientación junguiana, Raúl Ortega, en un magnífico ensayo publicado en la
web Odisea del Alma, de la que él es webmaster, y que traigo hoy a colación
aquí.
Por supuesto, el autor de este blog suscribe,
solidariza y se responsabiliza de cuanto el Sr. Ortega expresa en el trabajo
que publico a continuación. Y es que, como comprobaremos tras su lectura, no
hay duda de que este tema (“nature
versus nurture”) tiende a reaparecer
en nuestra sociedad bajo diferentes disfraces.
"¿De qué se trata toda esta polémica en el
fondo?
En mi opinión, todo se sustenta en una
contracorriente subterránea que costosamente va saliendo a la luz en mitad de
nuestros caros lugares comunes y tópicos modernos. Un impulso que abiertamente
podemos llamar reaccionario, aunque sea un calificativo del
que todos los defensores de éste y similares movimientos quisieran huir
espantados para no ser rechazados a priori y antes de poder esgrimir el primer
argumento siquiera. Este modo políticamente incorrecto se resiste a seguir
asumiendo como absoluta verdad ciertas categorías alrededor de las personas en
general y los géneros en particular que a lo largo de los últimos siglos se han
ido imponiendo en la cultura, o sea, la psicología de masas, la psicología
individual y las políticas de Estado. Esas categorías quieren fundamentar, más
o menos tácitamente, la igualdad de derechos y oportunidades en una igualdad
esencial de temperamento, aptitudes y actitudes compartida por todos los seres
humanos. Aunque, para tratar de curarse en salud, el tópico moderno use por
doquier el discurso de la "igualdad en la diferencia", en realidad
las grandes ideologías humanistas que sustentan nuestra cultura moderna están
basadas en la presunción de que existe un sólo modo de entender el buen
progreso, el bien y el bienestar en la vida, y que ese modo es compartido por
todos los seres humanos. Todas las ideologías sociológicas racionalistas
tienden a hacer de cada individuo un átomo indistinguible de la masa, un
número, porque así de ecuánimes, homogéneas y, sobre todo, simplistas, son las
matemáticas. Nunca es la imaginación del arquitecto de utopías racionales tan
compleja y sofisticada que pueda diseñar un mundo mejor contando con las
profundas diferencias entre los seres humanos, así que suele despreciar esas
irregularidades cortando, nunca mejor dicho, por lo sano. De camino, se vuelve
muy cómodo para toda administración pública lidiar sólo con sumas y restas, y a
la política le resulta muy manejable y adecuada la sencilla ecuación "1
hombre, 1 voto". Cuando la sociedad requiere conjuntar actitudes para
enfrentarse a problemas que la fuerza bruta, el número, ayuda mucho a resolver,
como son los casos de la revolución o la guerra, la conciencia de clase y el
patriotismo, respectivamente, son inigualables instrumentos. Pero cuando la
sociedad sale de esos estados de excepción, la personalidad particular y el
prurito diferenciador individualista piden paso, y entonces todo lo conseguido
gracias a la homogeneidad se convierte en obstáculo y problema. Lo peor es que
suele ser lo más valioso que tenemos como seres humanos lo que quiere
segregarse del entorno. Como todas las escuelas psicológicas saben, el hombre a
menudo es más necio, más inmoral y más estúpido cuando funciona según la
unánime psicología de masas.
Juguemos a comparar rostros humanos. ¿Qué vemos?
Rasgos comunes, aquellos precisamente que nos llevan a llamarnos entre nosotros
"semejantes". Pero, al mismo tiempo, no hay una nariz igual a otra,
ni una boca, ni una mirada. Somos tan distintos a la vez que podríamos también
llamarnos entre nosotros "diferentes". Sabemos reconocer a un
individuo en particular aún mezclado entre una multitud. Sin embargo, si un caucásico
tiene que diferenciar rostros entre una muchedumbre de otra raza, le va a
costar bastante más. Todas esas caras le van a resultar demasiado
indistinguibles. Basta convivir un tiempo con la nueva etnia, familiarizarse
con sus exóticos rasgos, conocer mejor a esos otros hombres y mujeres, para
adquirir la capacidad de discriminación adecuada. Entonces, esto es lo que les
debe pasar a todas las psicologías, sociologías y políticas del fundamentalismo
igualitario: que no conocen lo suficiente a los seres humanos.
Cuando nuestra cultura tiene que aceptar
diferencias evidentes entre las gentes acude rápidamente a argumentos alrededor
de disimilitudes educativas, influencias del medio dispares, y no es raro que
su discurso acabe convirtiéndose en perorata sobre el poder que aún tienen en
nosotros la injusticia y la discriminación sociales heredadas desde un siempre
más ignorante y cruel pasado histórico. Pero es precisamente en la noche de los
tiempos donde se pierde el origen de la sensibilidad del ser humano a la
realidad de las diferencias, la genuina, objetiva y curiosa inquietud acerca de
la diversidad de los caracteres. Nuestra ancestral vocación por entender y
describir las tipologías tiene una historia frondosa y fascinante, llena de
sagaz perspicacia y agudas observaciones, antes bien que de ineptitud y
oscurantismo. La vieja Astrología, en toda su magnificencia
intuitiva, propone sin ambages, en frontal oposición a nuestras favoritas
concepciones acerca de la gestación de los caracteres, el origen innato
del temperamento y sus variedades. El moderno Indicador Myers-Briggs,
test de tipos diseñado por Katherine Cook Briggs y su hija Isabel Briggs Myers
basado en las innovadoras ideas de Carl Gustav Jung vertidas en la obra Tipos
Psicológicos, es una de las herramientas más usadas universalmente en
el área de Recursos Humanos a día de hoy. Su propuesta es también el origen
innato de las tipologías. En general, en abrumadora mayoría, las
teorías a lo largo de la Historia sobre la genésis del carácter se han
decantado por fundamentos básicos prefijados antes del nacimiento, de un modo
similar a la gestación de las particularidades fisionómicas.
El meollo de la polémica alrededor de la
reimplantación de la escuela unisex está justo en este debate entre el "se
nace" y el "se hace". Démonos cuenta de que esto es algo que va
bastante más allá del problema educativo.
Como no me canso de divulgar, hoy día nadie se
atreve a usar consideraciones puramente psicológicas, y menos aún de talante
intuitivo, para argumentar seriamente a favor o en contra de cualquier tesis
sobre la personalidad humana. Hoy día la piedra angular de cualquier argumento
al respecto, por decreto paradigmático, la detenta el cerebro y
sus circunvalaciones. La última y primera palabra se recoge desde los
descubrimientos en el área de la Neurología, y es por eso que
desde ahí parte el discurso de los principales teóricos de la educación en la
diferencia, como María Calvo. A juzgar por la debilidad de las tesis que salen
en contra cuando se evoca este punto, queda patente que integrar hoy en la
propia teoría testimonios extraídos de áreas de moda con tanto "mana"
como son el gen y el cerebro, es una garantía de éxito en la ruptura de las
defensas enemigas. A mi entender, sin embargo, es la psique, no el cerebro, la
última frontera y la clave de todas las claves, e hipotecar los argumentos
únicamente al discurso neurológico una maniobra no suficientemente inteligente.
El cerebro que creemos analizar objetivamente a día de hoy es, con total
seguridad, en gran medida, un objeto de culto animista, cargado de
nuestras propias proyecciones. Son las mismas Neurología y Biología, aunque
desde sus sectores más revolucionarios, las que están alertando hace rato de la
posibilidad de que el cerebro, en lugar de ser un motor y un generador del
psiquismo, sea un receptor, un "ojo", que traduce, no luz, sino una
igualmente exterior e independiente psique. Sin abundar más en esta
dirección ahora, mi postura es aceptar el argumento neurólogico sólo como una
prueba más, y desde luego no la fundamental, a favor de la premisa que
considera predestinados rasgos decisivos en las aptitudes y las actitudes con
las que nacemos.
Si la política occidental está ya aceptando este
discurso y está empezando a cambiar leyes educativas y programas de
subvenciones a colegios, y la estadística de calificaciones sigue avalando la
conveniencia de estos cambios, por más desagradablemente reaccionarios que le
parezcan al sector filosófico más fanáticamente "progre", el
siguiente paso obvio será trasladar todas estas consideraciones al plano
laboral y, en último término, a lo social in toto. Esto sí que son
palabras mayores. Muy inquietantes.
Como representante, inspiradora y madre
espiritual del sector más fanáticamente "progre" en relación a estos
temas de las políticas de sexo, Simone de Beauvoir debe estar
revolviéndose en la tumba con el discurso de las María Calvo. Su "No
se nace sino que se deviene mujer" ya planta de frente toda la
batalla. No creo que ni siquiera le aliviase comprobar que el discurso diferencista
actual favorece a las mujeres con una ventaja en virtudes innatas provechosas y
admirables. Pero el discurso de Simone tarde o temprano tenía que sufrir
reveses. Inserto en la filosofía existencialista, empeñada en divulgar la esencial
soledad del Hombre en un Cosmos infinitamente vacío, justo en la misma época en
que el fenómeno OVNI obligaba a las masas a acuñar y esgrimir apresuradamente
el slogan opuesto "We Are Not Alone" (no estamos
solos), y empeñada en divulgar la inexistencia de poderes trascendentes
mientras Jung publicaba libro tras libro acerca de los Arquetipos, el Self, y
el poder y la influencia de las energías y las inteligencias más allá de lo
humano, es un discurso que pelea desde un movimiento tarde o temprano perdedor,
como siempre apuesta a perder toda filosofía que basa su metodología en un
exceso de racionalismo, abstracción, juegos mágicos de palabras y literatura en
detrimento del método esencial de conocimiento filosófico que debe partir, como
su hija la Ciencia prescribe, de la fenomenología. El existencialismo es
demasiado francés, o sea, demasiado cartesiano, cortesano, lingüístico y
mediático. Definitivamente, recomendaría aferrarse mejor al error del paradigma
neurológico, que al menos parte de ciertos atisbos experimentales, que seguir
basando los idearios psicológicos y políticos propios en la influencia de
discursos snobs autocomplacientes de "enfants et filles terribles"
procedentes de la excelsa en estética, pero no tanto en ética, París.
Diría ahora que Simone comete un error al que se
enfrenta el analista transpersonal día sí, día no, en la consulta. Ella,
indesconociblemente, pertenece a una tipología muy determinada. La suya es una
tipología rara, no común estadísticamente hablando (y es una de mis preferidas,
dada en hombre o mujer, dicho sea de paso), pero constantemente infiere este
tipo de mujer, desde su prejuicio cognitivo, que tal y como es la personalidad
que ella ostenta, así debe ser la de todo el resto de mujeres en el fondo, y
así debe ser en realidad entonces la esencia del "Eterno Femenino".
Deduce que ella debe ser más inteligente que la media, y que gracias a eso vive
"liberada", expresando una feminidad genuina, mientras el resto de
mujeres malviven con su personalidad real apresada en la esclavitud, sometida a
una sociedad machista. Todo lo cual es permitido por su ignorancia. Esta
tipología siempre acaba elaborando un discurso sociológico similar, lo divulgue
al mundo desde el púlpito de intelectual famosa o lo espete sólo a las amigas
en las sobremesas si es una anónima vecina. La acumulación de experiencia
desprejuiciada en el trato con los demás, la profundización en el análisis
propio y del prójimo, va corrigiendo esta visión igualitarista
indiscriminada. Disminuyen las decepciones constantes frente al carácter de
ciertas amigas, al dejar de esperar peras de aquellas que han nacido para ser
olmos. Aprende a reconocer a sus pares, y a formar círculos de confianza sólo
con aquellas personas que no tienen que alienar su personalidad para adaptarse
a sus exigencias relacionales.
Nacer hombre o mujer conlleva diferencias. Nacer
tal hombre o aquella mujer, puede conllevar diferencias aún más profundas
incluso con representates del mismo género.
El grave problema del fracaso escolar actual
No puedo terminar el comentario a estas noticias
sin tocar esta cuestión. Ciertamente, es tan urgente y conmocionante el debate
en sí sobre los géneros, sus similitudes y sus diferencias, que aunque esta
polémica parezca surgir en principio sólo como respuesta a una problemática
previa más básica y más importante, rápidamente acapara toda la atención y el
protagonismo, y el asunto del que parecía partir se acaba desvelando casi como
mera excusa. Es tan así en la opinión pública que he llegado a leer por ahí que
es preferible mantener la convivencia de niños y niñas en las aulas aún cuando
eso ocurra en detrimento de su rendimiento académico. Se nota claro cuáles son
nuestras prioridades y principales sensibilidades. Pero sería un error que yo
obviara en este comentario toda referencia al problema en sí del fracaso
escolar, por mucho que palidezca frente al bullicio de los asuntos sexuales.
Seré de todos modos esquemático.
Hay unas causas estadísticamente constantes de
fracaso, como todas aquellas taras orgánicas que obstaculizan seriamente el
proceso de aprehensión, comprensión y retención de información (dislexia,
hiperactividad, bajo C.I., etc.). Esto no nos interesa ahora, sino solamente
aquello que se esconde detrás del aumento progresivo en las estadísticas del
porcentaje de fracasados, incremento alarmante en los últimos años, que no se
corresponde con ningún aumento en la prevalencia de disturbios orgánicos, y que
en principio podemos introducir en el cajón de sastre que la psicopedagogía
etiqueta como “causas emocionales”.
Dejando aparte cuestiones colaterales menores
como la influencia que seguramente tienen en este asunto cambios decisivos en
el entorno cognitivo del niño tales como la omnipresencia del ordenador, la
internet y, en general, la supremacía actual de lo hipnótico audiovisual, y
mayores como la disfuncionalidad y desestructuración cada vez más extendidas de
la familia (que al final incluiré en el conjunto mayor que contiene, codo con
codo, todas las causas de desazón y angustia del estudiante actual ante su
incierto futuro), tengo que decir que hace varias décadas que el nivel al que
llegaría este problema se podía predecir sólo atendiendo a la evolución que se
ha ido dando en el seno del mismo sistema educativo, sin necesidad de salir fuera
de la clase a buscar razones coadyuvantes. Me refiero a que la exigencia
académica hace rato que no hace más que crecer y crecer. La competitividad
estudiantil y laboral no ha hecho otra cosa que incrementarse exponencialmente.
Para acceder al mismo nivel socioeconómico cada año hay que cumplimentar más
requisitos y, encima, la seguridad laboral se ha debilitado tanto que las
garantías de logro en este sentido han descendido dramáticamente, incluso
cumplimentando estas desorbitadas cláusulas que siguen elevando su listón día a
día. La escolarización comienza antes. El fin de la formación académica termina
después. Hace mucho que la ecuación esfuerzo-recompensa da resultados
negativos, y la cifra no hace otra cosa que descender. Todo esto conforma un panorama
desesperanzador para el estudiante típico, aquel que va a clase sencilla y
llanamente para ganarse la vida después integrado en sociedad como un ciudadano
más, y nada más. El estudiante típico es aquella diligente y abnegada persona
que con sudor y lágrimas se prepara para seguir sudando y llorando cuando
acceda a un puesto laboral. Para estas personas, que el ganarse no más que el
pan, el cobijo y una mínima integración en la tribu humana requiera cada vez
esfuerzos más hercúleos y sobrehumanos no puede ser otra cosa que una
absurdidad clavada como un trauma en mitad de la propaganda de la sociedad del
bienestar, herida que va calando más a fondo de generación en generación. No es
de extrañar que al estudiante que va a clase como inversión financiera le
parezca cada año más ruinoso un negocio donde esa inversión cada vez es más
grande y el resultado probable más mediocre. No me sorprende por lo tanto que
el representante de este tipo más astuto y hábil prefiera invertir su tiempo y
sus mañas cada vez más en derroteros oportunistas, a la caza de esos 15 minutos
de fama y de los contactos dorados que le concedan una llave más cómoda de
acceso al éxito. No se les puede culpar a las nuevas generaciones de invertir
su esperanza en la cultura del "pelotazo". Al menos en ésta aún
pervive para ellos el "sueño americano". En la alternativa, el cauce
normal académico, lo que respira hoy es una "pesadilla occidental".
Por otro lado, para el estudiante atípico, el siempre rebelde vitalista que se
toma en serio como valiosos en sí mismos los ideales del conocimiento y la
vocación, este estado de cosas no puede ser algo distinto de una tomadura de
pelo. Cada año más letra muerta, más potajes de información seca, más inflación
de la función intelectual. Y de la vida, de la experimentación y la
fenomenología, que es el fundamento de todo verdadero conocimiento ¿qué?
Toda actividad humana necesita estar animada con
algún Mito del Sentido. Cuanto más costosa, esforzada, es, más clara, menos
relativa y más profunda debe ser su significación. La psicología sabe bien cómo
le destroza la mente a los soldados el embarcarse en batallas que no cuentan
con una total credibilidad y buena prensa. Tenemos un ejemplo muy presente en
Iraq, otro no muy lejano en Vietnam. No son la violencia y la barbarie las
causas directas de la traumatización. El ser humano puede soportar mucho dolor
y espanto sin quebrarse. Pero sólo si está profundamente convencido de que hace
lo correcto.
Estudiar no es ir a la guerra. Pero es como cavar
una trinchera a lo largo de muchos, muchísimos años. El enemigo: los exámenes.
La victoria… ¿Instituir una familia fundamentada en la crisis de pareja?
¿Consumir desenfrenadamente productos globalizados? ¿No consumir
desenfrenadamente en beneficio del enfriamiento global? ¿Convertir la crianza
de hijos en una vocación? ¿Abortarlos para seguir la propia vocación? ¿Qué
propia vocación? ¿Sufragarse la libertad de un par de horas de ocio a través de
las ocho horas de esclavitud y alienamiento en el puesto laboral? ¿Venderle la
vida a un banco? ¿Atiborrarse de medios y de información para estar cada día
más desinformado? ¿Esperar unas décadas más a ver si la vida empieza de verdad
en la jubilación, en la tercera edad? En definitiva: ¿Integrarse en una
sociedad que pierde lustro tras lustro credibilidad y fuerza moral?
Trato de decir que el problema del fracaso
escolar es un síntoma muy conspicuo del muy grave malestar en la cultura que
todos, no sólo los púberes, sentimos hoy. No está fracasando el estudiante; el
estudiante es una fuerza vital, es la Naturaleza que busca abrirse paso y
expresión. Está fracasando el Sistema, que cada día destruye más el entorno
natural, en lugar de someterse a él. Como bien dice María Calvo, las niñas
suelen ser más obedientes que los niños. Son más adaptables, más
condescendientes, más resignadas al entorno y sus normas. El varón suele ser
más crítico, más rebelde, menos crédulo, y necesita para actuar ideales de más
largo alcance y más abstractos que el concreto pragmatismo o la inmediata ganancia
de la armonía relacional. Esta es la razón básica, que subyace a todas las
demás, del por qué las chicas siguen funcionando mejor como engranajes de esta
gigantesca maquinaria disfuncional.
Debía ser allá en mis tiempos de estudiante de
primero, o quizás segundo de B.U.P, cuando me preguntaba a menudo por qué las
chicas tenían tanta urgencia en integrarse a fondo en una sociedad de la que
cualquier chico deseaba desde hacía algunas décadas desintegrarse."
El ensayo completo lo podéis leer aquí.
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