En nuestro anterior artículo hablamos de las experiencias convocadas por el sí mismo (imagen de Dios en el alma) durante el proceso de individuación, y nos referimos al simbolismo alquímico de la piedra filosofal como sinónimo del "hijo de la viuda". Decíamos que este sinónimo procedía del maniqueísmo, dado que a los seguidores de Mani se los conocía como "hijos de la viuda".
En los próximos artículos quiero profundizar en el significado simbólico de Mani y el maniqueísmo en un proceso de individuación, y en la importancia que tiene comprender el rechazo que provocó en los padres de la Iglesia.
Mani y el maniqueísmo
Los datos biográficos sobre Mani de que disponemos son fragmentarios pero desvelan hechos muy interesantes para la comprensión de ciertas experiencias convocadas durante un proceso de individuación.
Según parece Mani fue un niño huérfano y, por lo tanto, es el ejemplo del "hijo de la viuda" por excelencia. Su nombre original debió de ser Cubricus que cambió posteriormente por el de Manes, palabra esta última babilónica que significa en castellano vaso. Fue vendido con cuatro años como esclavo a una rica viuda, quien le tomó cariño y le adoptó haciéndole heredero de su fortuna. No obstante, con la fortuna de su madre adoptiva Mani heredó, a ojos de la tradición cristiana, el verdadero veneno de su doctrina gnóstica. Se trata de los cuatro libros de Escitiano, también conocido como "Buddha", maestro de su padre adoptivo Terebinto. Dicho nombre podría ser una alusión al budismo, dado que se cree que Escitiano pudo haber hecho un viaje a la India y quizá haber sido un Brahman. De hecho, la transmigración de las almas que la doctrina de Manes contiene podría proceder del budismo.
La biografía de Escitiano es legendaria: se dice que había estado en Jerusalén en tiempos de los apóstoles. Profesaba una doctrina dualista que, de acuerdo con Epifanio, se ocupaba de los pares de opuestos "blanco y negro, amarillo y verde, húmedo y seco, cielo y tierra, noche y día, alma y cuerpo, bueno y malo, justo e injusto".
Para el cristianismo, Mani extraía de aquellos libros su perniciosa herejía, envenenando a los pueblos. Esto es especialmente importante porque el maniqueísmo representa, junto con el resto de sectas gnósticas, la sombra colectiva del cristianismo.
Como sabemos, Agustín de Hipona, uno de los padres de la iglesia, responsable, entre otros, de la construcción de la consciencia colectiva occidental (cristiana) abrazó el maniqueísmo durante su juventud. Tras una serie de vivencias, que Agustín expone en sus Confesiones, se convirtió al cristianismo volviéndose especialmente vehemente y vituperante contra Mani y su doctrina.
Esta reacción es un ejemplo histórico temprano de lo que tiende a ocurrirles a los conversos que abandonan una religión o una ideología para abrazar otra. Esto es especialmente así cuando la consciencia no se ha liberado de la heimarmene, de la compulsión de los astros, es decir, de la identificación con uno de los opuestos. Estos giros enantiodrómicos pueden producirse, por ejemplo, cuando una persona que durante la juventud abrazó una ideología racionalista y materialista, como lo es el comunismo o el marxismo o neomarxismo, en la adultez se convierte al cristianismo, al judaísmo o al Islam. O bien, a la inversa, cuando un cristiano decide abrazar una ideología comunista, abandonando el monasterio.
Agustín defendió la doctrina cristiana de la privatio boni. Para él, Cristo es el sumo bien, excluyendo a su antagonista, el poder maligno. El mal, para Agustín y para la tradición cristiana, carece de sustancia, es sencillamente una ausencia de bien o de perfección. Por consiguiente todo bien procede de Cristo, y según esa concepción, todo mal solo puede proceder del hombre.
Sin embargo, Mani concede al mal el mismo grado de realidad que el bien, y una existencia sustancial. En eso coincide con el resto de sectas gnósticas. De hecho, la secta cátara o albigense, aniquilada por la ortodoxia cristiana del modo más atroz, tenía raíces maniqueas. Con toda probabilidad, Mani tuvo experiencia directa con la realidad del mal, con el Diablo, de ahí el dualismo de su doctrina. Esto le valió la animadversión de los padres de la iglesia, y Agustín lo consideró la encarnación del Diablo.
Este hecho histórico es un ejemplo temprano de lo que sucede cuando a un/a hijo/a del padre le señalas al Diablo y sus maquinaciones: identificará al Diablo con el mensajero y testigo. Creerá que la persona que ha experimentado, visto e identificado el mal es él mismo el mal del que le trata de alertar. De ahí que lo más prudente para una persona con un conocimiento así sea ver, oír, identificar y callar. La consciencia colectiva, y sus portadores, no comprenderán sobre qué se les está hablando y se producirá una proyección, pues es lo que ocurre siempre que la consciencia se topa con un contenido que le es completamente desconocido.
Un ejemplo de esto lo hallamos en el ámbito de la investigación de los trastornos de la personalidad, y en especial de la psicopatía. La consciencia colectiva (la sociedad) apenas tiene idea de la realidad a la que nos referimos los profesionales cuando hablamos de psicopatía. Incluso nos resulta muy difícil trasladar a un colega psicólogo o a un psiquiatra que no haya tenido un mínimo de experiencia con el mal personificado en un psicópata, los rasgos que lo caracterizan. Los malentendidos y las proyecciones están siempre presentes, como en una especie de juego de espejos, en el seno del cual el profesional mismo a veces corre el riesgo de ser confundido con el mal que intenta ayudar a identificar.
Continuaremos en próximos artículos hablando del mito de Mani y su relación con algunas experiencias convocadas por la profundidad.
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Bibliografía
González, J. (2004). El retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura. Editorial Sotabur.
González, J. (2020). Cómo integrar tu sombra. Ed. El hacedor de lluvia.
González, J. ( 2020). INICIACIÓN. El estertor del patriarcado. Ed. El hacedor de lluvia.
González, J. (2020). La hermandad de los iniciados. Ed. El hacedor de lluvia.
Jung, C. G. (2002) Mysterium Coniunctionis. Ed. Trotta. Vol. 14.
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