PSICOTERAPIA JUNGUIANA. LA CURA DEL ALMA. PARTE 3.
José González. Psicólogo y terapeuta de orientación junguiana.
Proseguimos nuestro extenso artículo sobre
el proceso psicoterapéutico de orientación junguiana escrito para Psicología junguiana. En esta ocasión vamos a hablar del proceso de individuación,
y continuaremos describiendo algunas de las experiencias numinosas convocadas por el arquetipo del sí mismo durante dicho proceso.
El proceso de individuación
Ahora bien, este proceso puede ser
comprendido como un camino convocado por el sí mismo, que recorren solo
unos pocos individuos -aquellos llamados por el sí mismo-. Dichos
individuos, a medida que van avanzando en la retirada de las proyecciones/ilusiones
creadas por esos arquetipos denominados anima en el varón y animus
en la mujer, van haciéndose conscientes de la procedencia transpersonal de sus
experiencias vitales y, last but not least, de su más íntimo destino.
El huérfano y la viuda.
Una de las experiencias vitales que la
consciencia ha de vivir durante el proceso de individuación viene simbolizada
en la alquimia por la imagen del lapis como huérfano. Huérfano es uno de
los sinónimos con los que se conoce a la piedra de los filósofos, es decir, al sí
mismo proyectado en la materia. Jung cinceló en una de las caras de su piedra,
en la Torre que construyó en Bollingen, una inscripción alquímica de Arnaldo de
Vilanova que dice así:
“Soy huérfano, estoy solo; sin embargo, se me encuentra en todas
partes. Soy una unidad pero contrapuesto a mí mismo. Soy joven y anciano a la
vez. No he conocido padre ni madre, porque se me tuvo que extraer de las
profundidades como a un pez. O porque caí del cielo como una piedra blanca. Voy
vagando por bosques y montañas, pero estoy oculto en lo más íntimo del hombre.
Soy mortal como todos, sin embargo, no me afecta el curso de los tiempos.”
La experiencia de la orfandad, que es percibida ya en la niñez por muchos de mis pacientes intuitivos, se refiere a que la
vivencia del sí mismo ocurre cuando se pierden todos los asideros, el
soporte de las figuras paternas desaparece y la consciencia se siente huérfana,
desterrada o abandonada, precisamente porque desaparece toda fuente de
seguridad exterior. Solo así puede experimentarse la fuente que proporciona
seguridad a la existencia. Por lo tanto, dicha experiencia, mediante la cual la
conciencia siente que ha sido despojada de todo cuanto le proporciona seguridad
exterior, es imprescindible para descubrir el sólido soporte de la piedra.
Resulta cuanto menos significativo que, en plena época de pandemia, se haya
constelado precisamente el arquetipo que sustenta esta experiencia (o sea, el sí
mismo) lo que permite comprender el motivo por el cual una canción
sudafricana, cantada en una lengua desconocida por occidente como es la zulú,
se haya convertido en un auténtico
éxito viral. Me estoy refiriendo a la canción Jerusalema, cantada
por la cantante Nomcebo y el artista Master KG.
Otra experiencia, muy relacionada con esta,
viene expresada en el término alquímico del “hijo de la viuda” referida a la
piedra filosofal. Parece que el término tiene su origen en el maniqueísmo puesto
que a los maniqueos se los llamaba “hijos de la viuda”. También se les conoce
así a los masones y a Malkut, en la Cábala, se la conoce como “viuda”. Estas
designaciones aluden a que la piedra no tiene padre. El término viuda proviene
del latín videre que significa en castellano “separarse”. Por lo tanto,
es imprescindible separarse de aquello a lo que permanecemos unidos en
identidad inconsciente, aquello que nos hace estar ligados y, por ende, que nos
mantiene en un estado de dependencia y de falta de libertad, si es que queremos
ser conscientes del trasfondo arquetípico, de la realidad detrás de la proyección.
Además de esta experiencia de retirada de proyecciones/desilusión, la viuda se refiere a la madre, esto es, al origen de la vida; en lo que atañe a la consciencia su origen es lo inconsciente. Que el hijo no tenga padre representa, desde un punto de vista simbólico, que la consciencia ha de estar completamente desprendida de las ideas que conforman el saber colectivo (el padre). La consciencia no puede acceder a la profundidad si están presentes en el hijo (la consciencia), en alguna medida, las ideas colectivas. Pues la consciencia se mantendría unida a las ideas superiores, al padre, lo que le impediría toda conexión incestuosa con lo inconsciente.
Los psicólogos de orientación
junguiana, así como las personas que realizan un proceso de individuación,
tratamos con las regiones oscuras, ctónicas o subterráneas de lo inconsciente. Esto
contrasta con las ideas que provienen de una consciencia luminosa, ligada al
padre, que se adquiere cuando se abraza una religión o un sistema filosófico altamente
diferenciado. Esta sabiduría proviene de lo alto, de ideas abstractas y “elevadas”,
a diferencia de la consciencia del “hijo de la viuda” que es incestuosa porque
tiene oscuras relaciones con la madre (lo inconsciente). De ahí que, para una
consciencia colectiva resulte cuanto menos sospechosa, cuando no directamente
escandalosa.
Con esta última afirmación me estoy refiriendo a dos modos de relación con la realidad numinosa que, por ser opuestos, muchas veces provocan en quienes los experimentan profundos malentendidos, cuando no directamente enemistades insalvables. Esto forma parte en todo caso del juego de opuestos y de cómo cada parte tiende a identificarse con un opuesto, rechazando a su contrario. Pero lo cierto es que, para una mentalidad que honra al Padre, y por lo tanto, a todas aquellas ideas metafísicas, filosóficas o religiosas que proceden de una religión establecida, de un sistema filosófico/científico o, incluso, de una ideología laica ese es el modo adecuado para ellos de experimentar el trasfondo arquetípico/numinoso. Estás personas pueden ser llamadas "hijos del padre" y su camino es una vía seca.
Por el contrario, para quienes el padre ha muerto y son, por tanto, "hijos de la viuda", el camino hacia la obtención del lapis proviene de la relación directa con la profundidad de lo inconsciente, con la madre, y para ellos el trasfondo arquetípico es experimentado mediante las imágenes arquetípicas que, por cierto, están en el origen de las diversas religiones, sistemas filosóficos e ideologías laicas. Estas personas pueden ser llamadas "prístinos hijos de la madre". Y su camino es una vía húmeda.
Otra experiencia que tiene una base arquetípica es aquella que viene representada por la Iglesia Espiritual. A diferencia de las Iglesias colectivas y exteriores, esta idea de la Iglesia Espiritual alude a la unión fraternal de todas aquellas personas que han tenido la profunda experiencia del sí mismo. Sobre esta experiencia dice un texto alquímico lo siguiente: “Espíritu es Dios y quienes Le adoran han de hacerlo en el espíritu y en la verdad”. La vivencia individual de la profundidad hace que todas aquellas personas que se han visto convocadas desde el sí mismo (el espíritu de Mercurio) a experimentar un proceso de individuación se encuentren unidas a través de un vínculo espiritual, que trasciende todas las barreras materiales. No es una congregación de corderos alrededor de un pastor, sino una unión de seres humanos que se han separado del rebaño para convertirse en individuos.
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Bibliografía:
González, J. (2020). INICIACIÓN. El estertor del patriarcado. Ed. El hacedor de lluvia.
González, J. (2020). La hermandad de los iniciados. Ed. El hacedor de lluvia.
Jung, C.
G. (2002) Mysterium Coniunctionis. Ed. Trotta. Vol. 14.
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