miércoles, 9 de diciembre de 2020

PSICOTERAPIA DE ORIENTACIÓN JUNGUIANA


En esta entrada que hoy escribo para Psicología junguiana quería hablar sobre la psicoterapia de orientación junguiana que practico en mi consulta. Pueden encontrar este mismo texto en el apartado "PSICOTERAPIA".

La psicoterapia de orientación junguiana parte de las premisas teórico-prácticas del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. Quienes hacemos este tipo de psicoterapia entendemos que las técnicas o métodos que utilizamos en la práctica psicoterapéutica, a diferencia de otros posibles enfoques de psicología, se transforman en una cosmovisión, en una forma de ver el mundo y en una actitud vital que considera la relación de la consciencia con el ámbito espiritual o sagrado como la auténtica psicoterapia. En este sentido, distinguimos entre dos tipos de psicoterapia: 

1. La "Pequeña Psicoterapia": Consiste en la eliminación o disminución significativa de los síntomas que el paciente presenta cuando acude a consulta. Esto ocurre, por ejemplo, cuando un paciente padece síntomas de algún trastorno psicopatológico, como por ejemplo los síntomas de un trastorno del estado de ánimo, como la depresión o la ansiedad, y el terapeuta aborda dicha sintomatología, contando con el paciente, mediante la puesta en práctica de una metodología de corte cognitivo conductual o analítico conductual. Al hacerlo así, los síntomas tienden a remitir en el transcurso del proceso psicoterapéutico. 

2. La "Gran Psicoterapia": Consiste en favorecer que el paciente experimente un "encuentro con lo inconsciente", es decir, con aquella parte de sí mismo que desconoce y que, por ese motivo, habitualmente permanece fuera del ámbito de su consciencia. Con ello puede dar comienzo lo que en psicología junguiana denominamos el "inicio de un proceso de individuación" o una "iniciación a la profundidad". El paciente comienza a darse cuenta de aquellos fenómenos psíquicos (contenidos de lo inconsciente) que son los auténticos causantes de los síntomas que padece y por los cuales acudió a la consulta. Con ello logramos una modificación de la actitud que posibilita un cambio positivo y duradero que repercute en una sustancial mejora de la calidad de vida del paciente. 

Al igual que otras orientaciones integradoras, la terapia de orientación junguiana se nutre de las aportaciones de autores de diversas escuelas (S. Freud, A. Adler, A. Maslow, S. Grof, J. Nelson, E. Neumann, R. Assagioli, V. Frankl, K. Wilber, etc.) y de distintos paradigmas (cognitivo-conductual, psicoanalítico, post-junguiano, humanista, transpersonal, integral, etc.), pero sin perder de vista la realidad total del individuo. Esto significa que la perspectiva antropológica y filosófica, así como el modo de abordar la realidad anímica, puede no coincidir con la mantenida por muchos de los paradigmas de psicología hoy vigentes. De hecho, la verdadera integralidad de la orientación junguiana reside en que, en la terapia, tenemos en cuenta no solo aquello que el paciente expresa conscientemente, la conducta observable en la consulta, los actos fallidos, etc.; tampoco nos limitamos a considerar los aportes teóricos de diversas escuelas y/o autores o la aplicación de técnicas o métodos terapéuticos; además de todo ello, tenemos en cuenta aquello que el inconsciente (en el paciente, en el terapeuta y en la interacción entre ambos) nos dice de la problemática con la que el paciente viene a la consulta. Por lo tanto, los sueños y los fenómenos de sincronicidad (coincidencias plenas de sentido para el paciente y/o el terapeuta) constituyen una parte importante del repertorio terapéutico.


Por cierto que lo inconsciente lo consideramos desde una perspectiva diferente a como lo entiende el psicoanálisis clásico. Lo inconsciente no solo incluye los instintos, las pulsiones, los deseos o los complejos, sino que, al mismo tiempo, se refiere a todo aquel microcosmos anímico en el que habitan los conocidos arquetipos, modelos de ordenación de los contenidos inconscientes, patrones de conducta o disposiciones innatas a reaccionar ante diferentes situaciones como seres humanos. En este sentido, la capacidad de tener una experiencia de iniciación a la profundidad que habita en el hombre, por ejemplo, es una disposición innata y, por lo tanto, posible o accesible, en principio, a todo ser humano. Sin embargo, la experiencia clínica, la investigación en psicología junguiana, la antropología y la historia de las religiones nos enseñan que dicha experiencia tiende a sucederle a un reducido número de personas. Así, las dimensiones biológico-instintiva, cognitiva o mental, conductual, social y espiritual forman parte de la persona y, por lo tanto, son objeto de consideración en el contexto terapéutico.


Otra de las características definitorias de la terapia de orientación junguiana es la falta de intervención directiva y, al mismo tiempo, el respeto al proceso de transformación del paciente. Esto puede parecer extraño a muchos psicólogos, quienes están más pendientes de medir la eficacia y la efectividad de la intervención terapéutica, muchas veces con la idea errónea de que la solución al conflicto del paciente depende solo del uso del método o técnica más adecuados (por lo tanto, de la supuesta profesionalidad y metodología científica que emplea el psicólogo), pero lo cierto es que la experiencia acaba mostrando que la terapia es un proceso autónomo, que involucra a la totalidad del paciente y del terapeuta.

Dada la tendencia holística de la terapia de orientación junguiana consideramos, también, que el ser humano es una totalidad formada por un conjunto de dominios, partes o subsistemas que se encuentran en interacción e interrelación y que generan ciertas sinergias o propiedades emergentes. De ahí la importancia de tener en cuenta las relaciones entre la consciencia y lo inconsciente, tanto en el propio paciente, como en el terapeuta y en la interacción de ambos. En este sentido, la terapia de orientación junguiana parte de la premisa, avalada por la experiencia repetida, de que no existe una separación entre lo que le sucede al paciente cuando se presenta en la consulta, el trabajo interior que el terapeuta realiza en sí mismo y los conflictos o problemas que acucian a la sociedad de su tiempo en un momento y en un lugar dados. Muchas veces el paciente trae a la consulta la misma problemática que el terapeuta ha tenido/tiene que abordar en sí mismo y que tiene en jaque a toda una sociedad.


En el marco de la psicoterapia junguiana se entiende la vida del ser humano como dividida en dos polos, vertientes o etapas fundamentales:


1.       Durante la primera de ellas, las personas necesitan aprender a afrontar la vida, por lo que van madurando, creciendo y desarrollándose hasta que son capaces de integrarse en la sociedad y cultura en la que viven. Los individuos vivimos una infancia, adolescencia y primera juventud, habitualmente siendo educados por nuestros padres, formándonos en un oficio, estudiando una carrera universitaria, integrándonos en un grupo de iguales, manteniendo una relación de pareja, teniendo descendencia, etc. En esta primera etapa, la terapia se focaliza en ayudar al paciente a ir atravesando las diferentes subestaciones o subetapas vitales, que pueda alcanzar ciertas metas u objetivos, que adquiera disciplina, autonomía, voluntad, etc. En definitiva, que rompa los lazos que le unen a la infancia y a la familia para que pueda crear un "yo" estructurado y una máscara social que le ayuden a relacionarse en sociedad y a afrontar y asimilar las dificultades y frustraciones que puedan ir surgiendo.

2.      Durante la segunda gran vertiente la persona necesita aprender a prepararse para la muerte, el reencuentro con el alma y la consiguiente metanoia o cambio completo de mentalidad. Alrededor de la segunda mitad de la vida puede dar comienzo lo que, en psicología analítica, se denomina el proceso de individuación. A partir de este momento, el terapeuta junguiano se convierte en un guía o ayudante en la difícil travesía que supone el encuentro del yo consciente, ya formado y estructurado, con el mundo del alma, con ese microcosmos del que la consciencia de la persona no es sino una pequeña parte. Dicho encuentro se experimenta como una auténtica crisis, como una muerte y un renacimiento, o, en palabras del terapeuta de orientación junguiana, Raúl Ortega, como "una transformación de lo viejo por fusión con otra personalidad interna, que cambia al hombre por dentro y por fuera". En esta segunda etapa, aquellas partes de la personalidad que vivían una vida oculta en el fondo del alma, proyectadas en las personas, circunstancias o sucesos exteriores, es decir, problemas y conflictos que se creía que provenían de fuera, comienzan a ser reconocidas como constituyentes de una totalidad mayor que forma parte de uno mismo o, mejor, que uno mismo forma parte de Ella. Así, por ejemplo, todo aquello que a la persona le desagradaba del mundo, como algunas personas, entornos sociales o familiares o circunstancias desagradables en las que se veía involucrada empiezan a ser reconocidas también como partes conflictivas de sí misma. En sus relaciones eróticas con personas del otro sexo, el individuo puede empezar a sospechar o a darse cuenta de aquellos aspectos desconocidos de sí mismo que se encuentran presentes en la relación y que creía que pertenecían al otro o que provenían del otro. Por último, puede producirse un despertar de su consciencia a la Realidad espiritual.