domingo, 14 de marzo de 2021

PSICOTERAPIA DE ORIENTACIÓN JUNGUIANA. EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN


PSICOTERAPIA JUNGUIANA. LA CURA DEL ALMA. PARTE 5.

José González. Psicólogo y terapeuta de orientación junguiana.




Mani y el maniqueismo

Continuamos en este artículo escrito para psicología junguiana con el simbolismo presente en la figura de Mani. 

Como vimos en nuestro anterior artículo, el nombre de Mani, Manes, significa vaso. Este símbolo alude al recipiente en el que tiene lugar la obra alquímica de transformación del plomo en oro. Pero como dijimos Mani se cambió de nombre. Su nombre original era Gabricus, que se asemeja mucho al nombre con el que los alquimistas se referían al azufre (kibrit). 

Además, Mani fue un niño huérfano, adoptado por una mujer aristócrata, por lo que estos detalles biográficos están relacionados con los símbolos del huérfano, del solitario y del hijo de la viuda, a los que ya nos hemos referido en un artículo anterior

Recordemos que Mani obtuvo de su padre adoptivo cuatro libros procedentes del sabio Escitiano, maestro de su padre adoptivo, pero que le llegaron como legado de su madre adoptiva. Desde un punto de vista psicológico esto se puede interpretar como el descubrimiento que el yo consciente hace de un conocimiento proveniente del anciano sabio, una personificación del sí mismo, como resultado de la relación del yo con lo inconsciente colectivo (la Madre). En definitiva, la sabiduría que proviene del principio espiritual simbolizado por el anciano sabio.

De hecho, Jung relaciona a Mani con el azufre negro, al que se refiere como "la oscuridad activada en la materia, la sombra del Sol, que representa la virginal y materna materia prima". Lo que probablemente aluda al conocimiento que se obtiene cuando la consciencia mantiene relaciones con lo inconsciente que, como vimos, es un acto simbolizado por la alquimia mediante la coniunctio, la hierogamia o el incesto.

E. Edinger, en sus conferencias sobre el libro de Jung Mysterium Coniunctionis, se refiere de un modo acertado a ese conocimiento que se obtiene mediante la relación de la consciencia con la oscuridad ctónica o subterránea de lo inconsciente y lo contrapone al conocimiento obtenido mediante la adopción de un sistema filosófico o una religión ya formulada y altamente diferenciada. 

Nosotros nos hemos referido anteriormente a la vía seca cuando hablamos de ese camino que honra al tabú del incesto y sigue al padre. Una forma moderna de este camino sería aquél conocimiento que se obtiene del saber científico proveniente de las figuras que representan la autoridad científica en un determinado ámbito (el padre), y que confieren a la consciencia colectiva racional (logoterapia, psicoanálisis clásico, terapia cognitivo conductual, etc.) la máxima importancia. 

Como dijimos anteriormente, ya desde los primeros siglos del cristianismo, Cristo ha adoptado para el cristiano dogmático la imagen luminosa de ese conocimiento espiritual que desciende de las alturas, mientras que Mani, como azufre negro, es un contrapunto a ese Cristo exclusivamente luminoso, bueno y "espiritual", es decir, una especie de hermano oscuro de Cristo.

Los psicólogos de orientación junguiana estamos especialmente familiarizados con ese conocimiento que proviene de la profundidad de lo inconsciente a través de las experiencias visionarias (sueños y visiones) y de los productos creativos de la imaginación activa: la vía húmeda.

Para aquellas personas que siguen una vía seca, Jung y, en general, lo junguiano, es concebido como "errado", "equivocado", "no científico", "místico", "meramente psicológico", "maniqueo", "gnóstico", etc., y las críticas se suceden y repiten, muchas veces por un desconocimiento profundo de la obra junguiana, pero sobre todo porque quienes lo critican, bien no pertenecen al ramo, bien desconocen los hechos psíquicos a los que Jung, y la psicología junguiana, se refiere. Hay que indicar aquí que un mero conocimiento intelectual no basta para la comprensión del proceso y sólo aquellos que están recorriendo el camino pueden darse cuenta del tremendo esfuerzo que hizo Jung para hacerlo perceptible e inteligible a otros peregrinos.

No obstante, como se desprende de lo que venimos diciendo, la vía húmeda junguiana es un camino inadecuado para los "hijos del padre". Para estos últimos, repetimos, es la vía seca la adecuada y sería un terrible desatino, no exento de consecuencias desafortunadas, adentrarse en la oscuridad de las entrañas de la madre (lo inconsciente). 

Lo mismo puede decirse de los prístinos hijos de la Madre, para quienes, en la medida en que quede un resquicio del padre, la consciencia no podrá acceder a los dominios de la profundidad. Esto puede expresarse en sueños mediante una batalla entre la consciencia colectiva, simbolizada por ejemplo en un grupo de hormigas guerreras o legionarias, y la consciencia individual y sus contenidos, simbolizados por el yo y sus compañeros, teniendo acceso a los dominios del espíritu de la profundidad, después de que el yo haya derrotado a los representantes de la consciencia colectiva (las hormigas).

Por ese motivo, los psicólogos de orientación junguiana sabemos que es imprescindible conocer y respetar las necesidades anímicas del paciente y sólo en determinados casos es adecuada una intervención que conduzca a la consciencia a las oscuras profundidades de lo inconsciente.

Hace casi veinte años, en un artículo que escribí para la Jung's Page norteamericana, titulado El Reino de Acuario: la Unión de los Opuestos, me referí a la importancia que han tenido los hallazgos descubiertos en un lugar de Egipto, cerca del monasterio de San Pacomio, en Nag Hammadi, a unos cien kilómetros de Luxor. Me referí entonces, y lo retomé de nuevo en mi libro La hermandad de los iniciados, a que el descubrimiento de los manuscritos del cristianismo gnóstico primitivo parecía apuntar a que nuestra época está más próxima a poder asimilar la sombra colectiva del cristianismo oficial, al hermano oscuro del Cristo luminoso y exclusivamente bondadoso de la postura dogmática. 

En todo caso, debo hacer una aclaración antes de proseguir. A Jung le han tildado de maniqueo, así como también de gnóstico. Estas designaciones tienen en el occidente cristiano un significado peyorativo, porque se refieren sobre todo a la defensa de una posición dualista de la realidad y de Dios. Al criticar Jung la posición dogmática cristiana de Cristo como sumo bien y, con ello, la idea de la privatio boni, señalando que en el ámbito de la psicología los productos de lo inconsciente que simbolizan la imagen de Dios, es decir, el sí mismo, son paradójicos; como, por cierto, también lo son las imágenes tradicionales de Cristo. Al así hacerlo, los defensores del padre le han dicho que sigue los pasos del maniqueísmo o del gnosticismo. 

Pero Jung, y los terapeutas de orientación junguiana, está en las antípodas del maniqueísmo. En Mani el bien y el mal tienen ambos una existencia sustancial, el mismo grado de realidad, sí, y en eso coincidimos; ahora bien, para el maniqueísmo se trata de opuestos irreconciliables. Mani y, en general, el gnosticismo cristiano considera el mundo, la materia, como la expresión del mal, al hombre como caído en este mundo dominado por el maligno, y, por tanto, de acuerdo con esa concepción, habría que hacer todo lo posible para dirigirse hacia el bien, que está en el Pleroma

Sin embargo, Jung habla de la unión de los opuestos: mediante el autoconocimiento de la paradójica esencia del sí mismo, y gracias a la integración de los contenidos de lo inconsciente y la retirada paulatina de las proyecciones. Para ello se hace indispensable la meditación, es decir, la introspección, la comprensión de los sueños y los productos de la imaginación, lo que conduce a la toma de consciencia del sustrato arquetípico que convoca todo cuanto la consciencia vive, y que esta considera, erróneamente, como proveniente del mundo. En definitiva la individuación.

Por último, antes de finalizar este artículo, creo necesario hacer una observación respecto de las experiencias visionarias que forman parte de la terapia de orientación junguiana. El trabajo con las imágenes consiste básicamente en que el paciente preste atención y se involucre activamente en la captación de las imágenes de los sueños, de los estados emocionales o las visiones que le sobrevienen en estado de vigilia. Escribir sobre ellos, anotarlos en un diario fechado, dibujarlos o esculpirlos ayuda a seguir la pista a sus transformaciones. Buscamos con ello una integración en la consciencia de los contenidos que surgen objetivamente desde lo inconsciente.

Se diferencia, por lo tanto, de aquellos métodos, de tipo hipnótico o meditativo, dirigidos por un terapeuta o un guía, en los que este introduce una imagen o un tema elegido subjetiva y conscientemente, y que se han vuelto muy populares en occidente: por ejemplo, el mindfullnes, la hipnosis, la meditación cristiana inspirada en los ejercicios de San Ignacio y otros ejercicios espirituales de inspiración hindú. Todos ellos tienen el valor de que intensifican la concentración y ayudan a consolidar la consciencia, permitiendo que esta se fortalezca, evitando así la irrupción de lo inconsciente. Pero en lo que se refiere al acceso a la profundidad y la síntesis de consciente e inconsciente no tienen ningún valor.


 Bibliografía


González, J. (2004). El retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura. Soria. Editorial Sotabur. 

González, J. (2020). Cómo integrar tu sombra. Madrid. Ed. El hacedor de lluvia.

González, J. ( 2020). INICIACIÓN. El estertor del patriarcado. Madrid. Ed. El hacedor de lluvia.

González, J. (2020). La hermandad de los iniciados. Madrid. Ed. El hacedor de lluvia.

Jung, C. G. (2011). Aion. Contribuciones al simbolismo del sí mismo. Madrid. Ed. Trotta Vol.9/2.

Jung, C. G. (2002) Mysterium Coniunctionis. Madrid. Ed. Trotta. Vol. 14.



lunes, 8 de marzo de 2021

PSICOTERAPIA DE ORIENTACIÓN JUNGUIANA. EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN.


PSICOTERAPIA JUNGUIANA. LA CURA DEL ALMA. PARTE 4.

José González. Psicólogo y terapeuta de orientación junguiana.


Proseguimos en este artículo hablando sobre las experiencias convocadas por la profundidad para el blog psicología junguiana. 

En nuestro anterior artículo hablamos de las experiencias convocadas por el sí mismo (imagen de Dios en el alma) durante el proceso de individuación, y nos referimos al simbolismo alquímico de la piedra filosofal como sinónimo del "hijo de la viuda". Decíamos que este sinónimo procedía del maniqueísmo, dado que a los seguidores de Mani se los conocía como "hijos de la viuda".

En los próximos artículos quiero profundizar en el significado simbólico de Mani y el maniqueísmo en un proceso de individuación, y en la importancia que tiene comprender el rechazo que provocó en los padres de la Iglesia.

Mani y el maniqueísmo

Los datos biográficos sobre Mani de que disponemos son fragmentarios pero desvelan hechos muy interesantes para la comprensión de ciertas experiencias convocadas durante un proceso de individuación. 

Según parece Mani fue un niño huérfano y, por lo tanto, es el ejemplo del "hijo de la viuda" por excelencia. Su nombre original debió de ser Cubricus que cambió posteriormente por el de Manes, palabra esta última babilónica que significa en castellano vaso. Fue vendido con cuatro años como esclavo a una rica viuda, quien le tomó cariño y le adoptó haciéndole heredero de su fortuna. No obstante, con la fortuna de su madre adoptiva Mani heredó, a ojos de la tradición cristiana, el verdadero veneno de su doctrina gnóstica. Se trata de los cuatro libros de Escitiano, también conocido como "Buddha", maestro de su padre adoptivo Terebinto. Dicho nombre podría ser una alusión al budismo, dado que se cree que Escitiano pudo haber hecho un viaje a la India y quizá haber sido un Brahman. De hecho, la transmigración de las almas que la doctrina de Manes contiene podría proceder del budismo.

La biografía de Escitiano es legendaria: se dice que había estado en Jerusalén en tiempos de los apóstoles. Profesaba una doctrina dualista que, de acuerdo con Epifanio, se ocupaba de los pares de opuestos "blanco y negro, amarillo y verde, húmedo y seco, cielo y tierra, noche y día, alma y cuerpo, bueno y malo, justo e injusto". 

Para el cristianismo, Mani extraía de aquellos libros su perniciosa herejía, envenenando a los pueblos. Esto es especialmente importante porque el maniqueísmo representa, junto con el resto de sectas gnósticas, la sombra colectiva del cristianismo.

Como sabemos, Agustín de Hipona, uno de los padres de la iglesia, responsable, entre otros, de la construcción de la consciencia colectiva occidental (cristiana) abrazó el maniqueísmo durante su juventud. Tras una serie de vivencias, que Agustín expone en sus Confesiones, se convirtió al cristianismo volviéndose especialmente vehemente y vituperante contra Mani y su doctrina. 

Esta reacción es un ejemplo histórico temprano de lo que tiende a ocurrirles a los conversos que abandonan una religión o una ideología para abrazar otra. Esto es especialmente así cuando la consciencia no se ha liberado de la heimarmene, de la compulsión de los astros, es decir, de la identificación con uno de los opuestos. Estos giros enantiodrómicos pueden producirse, por ejemplo, cuando una persona que durante la juventud abrazó una ideología racionalista y materialista, como lo es el comunismo o el marxismo o neomarxismo, en la adultez se convierte al cristianismo, al judaísmo o al Islam. O bien, a la inversa, cuando un cristiano decide abrazar una ideología comunista, abandonando el monasterio

Agustín defendió la doctrina cristiana de la privatio boni. Para él, Cristo es el sumo bien, excluyendo a su antagonista, el poder maligno. El mal, para Agustín y para la tradición cristiana, carece de sustancia, es sencillamente una ausencia de bien o de perfección. Por consiguiente todo bien procede de Cristo, y según esa concepción, todo mal solo puede proceder del hombre. 

Sin embargo, Mani concede al mal el mismo grado de realidad que el bien, y una existencia sustancial. En eso coincide con el resto de sectas gnósticas. De hecho, la secta cátara o albigense, aniquilada por la ortodoxia cristiana del modo más atroz, tenía raíces maniqueas. Con toda probabilidad, Mani tuvo experiencia directa con la realidad del mal, con el Diablo, de ahí el dualismo de su doctrina. Esto le valió la animadversión de los padres de la iglesia, y Agustín lo consideró la encarnación del Diablo. 

Este hecho histórico es un ejemplo temprano de lo que sucede cuando a un/a hijo/a del padre le señalas al Diablo y sus maquinaciones: identificará al Diablo con el mensajero y testigo. Creerá que la persona que ha experimentado, visto e identificado el mal es él mismo el mal del que le trata de alertar. De ahí que lo más prudente para una persona con un conocimiento así sea ver, oír, identificar y callar. La consciencia colectiva, y sus portadores, no comprenderán sobre qué se les está hablando y se producirá una proyección, pues es lo que ocurre siempre que la consciencia se topa con un contenido que le es completamente desconocido.

Un ejemplo de esto lo hallamos en el ámbito de la investigación de los trastornos de la personalidad, y en especial de la psicopatía. La consciencia colectiva (la sociedad) apenas tiene idea de la realidad a la que nos referimos los profesionales cuando hablamos de psicopatía. Incluso nos resulta muy difícil trasladar a un colega psicólogo o a un psiquiatra que no haya tenido un mínimo de experiencia con el mal personificado en un psicópata, los rasgos que lo caracterizan. Los malentendidos y las proyecciones están siempre presentes, como en una especie de juego de espejos, en el seno del cual el profesional mismo a veces corre el riesgo de ser confundido con el mal que intenta ayudar a identificar. 

Continuaremos en próximos artículos hablando del mito de Mani y su relación con algunas experiencias convocadas por la profundidad. 

Para leer la séptima parte de este artículo pincha aquí.


 Bibliografía


González, J. (2004). El retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura. Editorial Sotabur. 

González, J. (2020). Cómo integrar tu sombra. Ed. El hacedor de lluvia.

González, J. ( 2020). INICIACIÓN. El estertor del patriarcado. Ed. El hacedor de lluvia.

González, J. (2020). La hermandad de los iniciados. Ed. El hacedor de lluvia.

Jung, C. G. (2002) Mysterium Coniunctionis. Ed. Trotta. Vol. 14.

lunes, 1 de marzo de 2021

PSICOTERAPIA DE ORIENTACIÓN JUNGUIANA. PROCESO DE INDIVIDUACIÓN.

 

PSICOTERAPIA JUNGUIANA. LA CURA DEL ALMA. PARTE 3.

José González. Psicólogo y terapeuta de orientación junguiana.



Proseguimos nuestro extenso artículo sobre el proceso psicoterapéutico de orientación junguiana escrito para Psicología junguiana. En esta ocasión vamos a hablar del proceso de individuación, y continuaremos describiendo algunas de las experiencias numinosas convocadas por el arquetipo del sí mismo durante dicho proceso.


El proceso de individuación



Todas las experiencias vitales que vive nuestra consciencia a lo largo de la existencia están convocadas por la profundidad. Dichas experiencias son percibidas por nuestra consciencia como provenientes de la realidad objetiva. Por ese motivo resulta inevitable la proyección, dado que es el modo en que la consciencia puede conocer su trasfondo arquetípico. Ahora bien, nuestra consciencia no puede retirar las proyecciones, es decir, no puede liberarse de la heimarmene o de la ilusión creada por maya (anima/animus), si antes no experimenta hasta sus últimas consecuencias el trasfondo arquetípico. Esto se asemeja mucho a la descripción que hace Platón en el mito de la caverna. Dicho trasfondo es proyectado en la realidad exterior, en el mundo circundante, a través de las diversas personas, circunstancias, acontecimientos o sucesos que nos ocurren. Esto es en esencia la individuación: un hacerse consciente del trasfondo arquetípico de la existencia.

Ahora bien, este proceso puede ser comprendido como un camino convocado por el sí mismo, que recorren solo unos pocos individuos -aquellos llamados por el sí mismo-. Dichos individuos, a medida que van avanzando en la retirada de las proyecciones/ilusiones creadas por esos arquetipos denominados anima en el varón y animus en la mujer, van haciéndose conscientes de la procedencia transpersonal de sus experiencias vitales y, last but not least, de su más íntimo destino.

El huérfano y la viuda.

Una de las experiencias vitales que la consciencia ha de vivir durante el proceso de individuación viene simbolizada en la alquimia por la imagen del lapis como huérfano. Huérfano es uno de los sinónimos con los que se conoce a la piedra de los filósofos, es decir, al sí mismo proyectado en la materia. Jung cinceló en una de las caras de su piedra, en la Torre que construyó en Bollingen, una inscripción alquímica de Arnaldo de Vilanova que dice así:

“Soy huérfano, estoy solo; sin embargo, se me encuentra en todas partes. Soy una unidad pero contrapuesto a mí mismo. Soy joven y anciano a la vez. No he conocido padre ni madre, porque se me tuvo que extraer de las profundidades como a un pez. O porque caí del cielo como una piedra blanca. Voy vagando por bosques y montañas, pero estoy oculto en lo más íntimo del hombre. Soy mortal como todos, sin embargo, no me afecta el curso de los tiempos.”

La experiencia de la orfandad, que es percibida ya en la niñez por muchos de mis pacientes intuitivos, se refiere a que la vivencia del sí mismo ocurre cuando se pierden todos los asideros, el soporte de las figuras paternas desaparece y la consciencia se siente huérfana, desterrada o abandonada, precisamente porque desaparece toda fuente de seguridad exterior. Solo así puede experimentarse la fuente que proporciona seguridad a la existencia. Por lo tanto, dicha experiencia, mediante la cual la conciencia siente que ha sido despojada de todo cuanto le proporciona seguridad exterior, es imprescindible para descubrir el sólido soporte de la piedra. Resulta cuanto menos significativo que, en plena época de pandemia, se haya constelado precisamente el arquetipo que sustenta esta experiencia (o sea, el sí mismo) lo que permite comprender el motivo por el cual una canción sudafricana, cantada en una lengua desconocida por occidente como es la zulú, se haya convertido en un auténtico éxito viral. Me estoy refiriendo a la canción Jerusalema, cantada por la cantante Nomcebo y el artista Master KG.

Otra experiencia, muy relacionada con esta, viene expresada en el término alquímico del “hijo de la viuda” referida a la piedra filosofal. Parece que el término tiene su origen en el maniqueísmo puesto que a los maniqueos se los llamaba “hijos de la viuda”. También se les conoce así a los masones y a Malkut, en la Cábala, se la conoce como “viuda”. Estas designaciones aluden a que la piedra no tiene padre. El término viuda proviene del latín videre que significa en castellano “separarse”. Por lo tanto, es imprescindible separarse de aquello a lo que permanecemos unidos en identidad inconsciente, aquello que nos hace estar ligados y, por ende, que nos mantiene en un estado de dependencia y de falta de libertad, si es que queremos ser conscientes del trasfondo arquetípico, de la realidad detrás de la proyección.

Además de esta experiencia de retirada de proyecciones/desilusión, la viuda se refiere a la madre, esto es, al origen de la vida; en lo que atañe a la consciencia su origen es lo inconsciente. Que el hijo no tenga padre representa, desde un punto de vista simbólico, que la consciencia ha de estar completamente desprendida de las ideas que conforman el saber colectivo (el padre). La consciencia no puede acceder a la profundidad si están presentes en el hijo (la consciencia), en alguna medida, las ideas colectivas. Pues la consciencia se mantendría unida a las ideas superiores, al padre, lo que le impediría toda conexión incestuosa con lo inconsciente. 

Los psicólogos de orientación junguiana, así como las personas que realizan un proceso de individuación, tratamos con las regiones oscuras, ctónicas o subterráneas de lo inconsciente. Esto contrasta con las ideas que provienen de una consciencia luminosa, ligada al padre, que se adquiere cuando se abraza una religión o un sistema filosófico altamente diferenciado. Esta sabiduría proviene de lo alto, de ideas abstractas y “elevadas”, a diferencia de la consciencia del “hijo de la viuda” que es incestuosa porque tiene oscuras relaciones con la madre (lo inconsciente). De ahí que, para una consciencia colectiva resulte cuanto menos sospechosa, cuando no directamente escandalosa.

Con esta última afirmación me estoy refiriendo a dos modos de relación con la realidad numinosa que, por ser opuestos, muchas veces provocan en quienes los experimentan profundos malentendidos, cuando no directamente enemistades insalvables. Esto forma parte en todo caso del juego de opuestos y de cómo cada parte tiende a identificarse con un opuesto,  rechazando a su contrario. Pero lo cierto es que, para una mentalidad que honra al Padre, y por lo tanto, a todas aquellas ideas metafísicas, filosóficas o religiosas que proceden de una religión establecida, de un sistema filosófico/científico o, incluso, de una ideología laica ese es el modo adecuado para ellos de experimentar el trasfondo arquetípico/numinoso. Estás personas pueden ser llamadas "hijos del padre" y su camino es una vía seca.

Por el contrario, para quienes el padre ha muerto y son, por tanto, "hijos de la viuda", el camino hacia la obtención del lapis proviene de la relación directa con la profundidad de lo inconsciente, con la madre, y para ellos el trasfondo arquetípico es experimentado mediante las imágenes arquetípicas que, por cierto, están en el origen de las diversas religiones, sistemas filosóficos e ideologías laicas. Estas personas pueden ser llamadas "prístinos hijos de la madre". Y su camino es una vía húmeda.

  Iglesia Espiritual

Otra experiencia que tiene una base arquetípica es aquella que viene representada por la Iglesia Espiritual. A diferencia de las Iglesias colectivas y exteriores, esta idea de la Iglesia Espiritual alude a la unión fraternal de todas aquellas personas que han tenido la profunda experiencia del sí mismo. Sobre esta experiencia dice un texto alquímico lo siguiente: “Espíritu es Dios y quienes Le adoran han de hacerlo en el espíritu y en la verdad”.  La vivencia individual de la profundidad hace que todas aquellas personas que se han visto convocadas desde el sí mismo (el espíritu de Mercurio) a experimentar un proceso de individuación se encuentren unidas a través de un vínculo espiritual, que trasciende todas las barreras materiales. No es una congregación de corderos alrededor de un pastor, sino una unión de seres humanos que se han separado del rebaño para convertirse en individuos.  

Para ir a la quinta parte de este artículo pincha aquí

Bibliografía:

González, J. (2020). INICIACIÓN. El estertor del patriarcado. Ed. El hacedor de lluvia. 

González, J. (2020). La hermandad de los iniciados. Ed. El hacedor de lluvia. 

Jung, C. G. (2002) Mysterium Coniunctionis. Ed. Trotta. Vol. 14.