CRÍTICA A LA PSIQUIATRÍA Y A LA PSICOLOGÍA MODERNAS
José González. Psicólogo y terapeuta de orientación junguiana.
En este breve artículo que hoy escribo para Psicología junguiana me voy a referir específicamente a una serie de críticas que desde la práctica de la psicoterapia junguiana me veo en la necesidad de hacer a los valores presentes en la consciencia colectiva contemporánea.
Para empezar, el objeto de estudio de la psicología, como su propio nombre indica, es el alma o la psique. Por lo tanto, no se reduce solo a la mente racional o consciente, y menos aún a la biología del cerebro. El alma es el ámbito de la emoción y de la imaginación, abandonada y maldita no solo por la ciencia, sino también por las confesiones.
Uno de los temas fundamentales que surge en la consulta es el modo en que se aborda la psique en el modelo de psicología occidental. Así, se pretende trasponer al estudio del alma el modelo somático o biológico, más propio de la medicina que de la psicología. Con ello, desaparece el auténtico objeto de tratamiento y estudio de la psicología: la psique o el alma.
Como decíamos más arriba, el alma se expresa en el ámbito de las emociones y de las imágenes. Es un mundo de imágenes que fluye cual ripario discurrir de las aguas, o bien, se refleja en el espejo de una fuente cuya agua vuelve al lugar del que procede. Lo observamos los psicólogos en los sueños, en la imaginación y en la actividad creativa (y, por supuesto, en todo aquello que el paciente refiere). La psique es, en verdad, una imagen del mundo. La consciencia puede ver el mundo desde dentro cuando observa el alma. De ahí que todos los conflictos que acontecen en el mundo también están ocurriendo en la psique de los individuos que participamos en el mundo. La guerra de Ucrania no solo ocurre entre Rusia y Ucrania, siendo que están involucrados otros países y, en el fondo, dos paradigmas o modos de ver el mundo. La guerra ruso-ucraniana también acontece en la psique de quienes vivimos en esta época convulsa.
Así pues, la psiquiatría moderna adolece no solo de un desconocimiento del objeto de estudio de la psicología, sino además de una lamentable carencia de una verdadera psicopatología. Los dioses ya no están en el Olimpo, ni los observamos en la actividad de la naturaleza. Sin embargo, los vemos actuar en los padecimientos psíquicos, creando pandemias que son potenciadas por los medios de comunicación de masas y las redes sociales.
Por ejemplo, el modelo imperante en el actual manual de trastornos mentales (DSM-V) es descriptivo, procede de un paradigma decimonónico aunque la publicación del primer manual tuviera lugar a mediados del siglo XX, y está compuesto por un conjunto de rasgos que en la práctica muchas veces resulta imposible de aplicar a casos concretos.
De hecho, visto en detalle, cualquier persona es susceptible de presentar varios rasgos o criterios diagnósticos sin por ello adolecer de trastorno alguno o, también, se producen solapamientos que dan lugar a comorbilidades. Y es que la psicología no se reduce a la etología humana, como pretende la orientación conductual. Repetimos: la psicología es el estudio científico del alma. En todo caso, la psicología engloba el estudio de la conducta y de la mente racional (cognitiva gusta en denominarse en la academia), pero no se agota con ello. Pues la dimensión inconsciente, en la que prima la emoción y la imagen, es el verdadero objeto de estudio de la psicología. Precisamente la represión o el abandono de la imaginación, que es lo que caracteriza a la civilización occidental y que arranca en la Ilustración, es el factor causante de toda la psicopatología actual.
Resulta cuanto menos gracioso, cuando no penoso, que el modelo psicopatológico de la psiquiatría se presente como ateórico. Esto es desde luego inconcebible, y con ello lo que ocurre es que el paradigma de la psiquiatría pierde todo su carácter científico. Pues como venimos señalando son bastante evidentes sus premisas teóricas.
La psicología cognitiva, que deriva en una psicología positiva de la mano de un autor norteamericano, Martin Seligman, pretende reducir lo psíquico a lo mental. Con ello, el objeto de estudio de la psicología, el alma, se circunscribe únicamente al ámbito de la consciencia. Por si esto fuera poco, se pretende desde ese enfoque presentar un modelo para alcanzar la felicidad. La felicidad, por supuesto, consistiría en ser exitoso socialmente. Todos deberíamos aprender de aquellos que han conseguido triunfar. Así, las personas más felices deben ser las más exitosas. Hagámonos todos influencers, participemos en operación triunfo, convirtámonos todos en “gurús” de la espiritualidad o seamos ricos y famosos y, con eso, según la psicología positiva, seguro que seremos felices y comeremos perdices.
La gran problemática de la psicología y psicoterapia modernas reside, en cambio, en la carencia de una certeza científica acerca de la importancia de la actitud moral en el tratamiento y cura de los trastornos psíquicos. Es fundamental lo que el paciente hace con los contenidos psíquicos que provocan su sufrimiento y malestar. Que los integre en la consciencia y se responsabilice de ellos es vital, no solo para su cura, sino también para el proceso de maduración que el tratamiento psicológico junguiano promueve y propicia.
Por último, no puedo dejar de señalar el reduccionismo filosófico que impera en la psiquiatría moderna. Se refleja en cómo se pretende reducir todo lo psíquico a un funcionamiento neuronal, con lo que el objeto de estudio de la psicología, el alma, desaparece o se desvanece en el tratamiento.
No es de extrañar que la psiquiatría oficial abogue por la prescripción de psicofármacos, todos ellos derivados de analgésicos, con el objetivo de erradicar o reducir el dolor o el sufrimiento del paciente. Desde luego que se ha avanzado mucho en la investigación de los psicofármacos y pueden resultar de gran ayuda para ciertos pacientes. Pero tiende a convertirse en la primera opción de tratamiento en el sistema sanitario. Con ello disminuye o se elimina lo fundamental en todo tratamiento psicoterapéutico: la responsabilidad del yo consciente de hacerse cargo de los contenidos que provocan su padecimiento. Es decir, que el paciente se responsabilice de su vida anímica.
En esto precisamente radica la madurez del paciente y no, como sostiene la psicología oficial, en la mejor adaptación a la realidad social. Se puede ser psíquicamente un adolescente y estar perfectamente adaptado al ámbito público. En cambio, la individuación o realización de la profundidad del paciente exige que la persona sea fiel a sí misma, a la voz que procede del espíritu que habita en su más profunda inmanencia (el alma).
Desgraciadamente, la psicología moderna, como parte del espíritu de este tiempo, malinterpreta el significado del término sí mismo, que los junguianos utilizamos para referirnos a la experiencia de lo sagrado o numinosa, al núcleo de la psique, diferenciándolo expresamente del yo como centro de la consciencia.
Esa falta de comprensión, esta confusión manifiesta entre las dimensiones personal y transpersonal, se expresa en la necia equiparación entre la atención diligente a la profundidad y una especie de "narcisismo espiritual". Lo que equivale a identificar individualismo con individuación. Por supuesto, esta identidad inconsciente tiende a ocurrir cuando no se ha logrado una diferenciación suficiente entre ambas dimensiones: no se tiene la más remota idea de las dimensiones profundas de la psique, esto es, de aquello a lo que los psicólogos junguianos denominamos inconsciente colectivo.
Se cree que con el término, muy poco afortunado, de "Narcisismo Espiritual" se ha logrado descubrir algo singular o novedoso, cuando en realidad es un fenómeno muy frecuente, que puede rastrearse en la historia de la humanidad, y que en psicología junguiana denominamos inflación de la consciencia o, también, "posesión" por el efecto de un arquetipo. Los antiguos griegos lo denominaban hybris heroica.
La inflación de la consciencia ocurre cuando el yo es afectado por la acción de un arquetipo. Durante un cierto tiempo, el yo se identifica con los contenidos constelados o activados por el campo de acción de un arquetipo. Ejemplos de inflación por el efecto del arquetipo de la máscara social o persona están a la orden del día en políticos, siendo especialmente evidente en presidentes del gobierno, en ministr@s y en todas aquellas personas que ejerzan funciones en puestos de trabajo con cierto poder; también son frecuentes en directores generales de grandes corporaciones, en médicos, psiquiatras, catedráticos, etc.
Cuando la inflación se debe a la acción del arquetipo del sí mismo (o de la personalidad maná) entonces el yo puede sentir que dispone de un conocimiento superior, o que es espiritualmente superior al resto de seres humanos: se produce una identidad inconsciente entre el yo y el sí mismo. Este es, de hecho, el estado inicial o punto de partida en todo proceso de individuación. Si bien, puede producirse el fenómeno contrario, denominado deflación de la consciencia, como ya desarrollé en el artículo Fenomenología del Espíritu. La individuación consiste en la progresiva diferenciación de los contenidos de lo inconsciente colectivo, esto es, los arquetipos, por la consciencia.
Otro ejemplo de inflación lo encontramos en la identificación entre los contenidos de un dogma y el yo. En este caso, el comportamiento inflacionista se expresa en una identidad inconsciente con la ortodoxia y es especialmente perceptible en las actitudes más o menos fanáticas. La historia de las religiones está plagada de ejemplos de este tipo y la inflación es la responsable de la creación de posiciones ortodoxas que se enfrentan a las heterodoxas. En este caso se produce una identificación con las ideas de Verdad, de Belleza y de Bondad y, por lo tanto, la sombra es proyectada en las posiciones heterodoxas, y viceversa. La persona "poseída" se siente moralmente superior al resto de los mortales. Tanto en el cristianismo oficial como en los movimientos gnósticos encontramos el fenómeno inflacionario de la "posesión" de la consciencia por el efecto numinoso de un arquetipo.
En la actualidad, los psicólogos junguianos estamos observando la expansión de los efectos de la "posesión" de la consciencia por la acción de un arquetipo, el arquetipo de la Diosa, en la extensión de la ideología feminista. La consciencia de la masa (por no hablar de la nula autoconsciencia de sus integrantes) es prácticamente inexistente y el efecto del arquetipo se hace notar en forma de pandemia psíquica (ideología). Cuando esto ocurre, lo que observamos es una terrible perturbación que lo inconsciente provoca en la consciencia colectiva de una época. Las masas son arrastradas por potencias arquetípicas en un movimiento que precipita una reacción enantiodrómica cuyas consecuencias son aún imprevisibles.
Ante el avance de las ideologías el único antídoto posible es el fortalecimiento del individuo, esto es, el hombre que mantiene una relación con su propia profundidad.
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