Durante mi adolescencia tuve la oportunidad de conversar con una astróloga profesional acerca del significado de la Astrología como herramienta para estudiar el carácter, así como el destino que el ser humano está llamado a realizar en esta vida. En aquel entonces, en un alarde de ignorancia e incompetencia, cuestionaba continuamente todos los argumentos que aquella astróloga, con mucha paciencia, me fue explicando. Tardé cerca de tres años en darme cuenta de los prejuicios que hacían presa de mí, y de que en el fondo aquello a lo que ella se refería me daba cierto resquemor, casi un temor a que lo que me estaba diciendo sobre mi personalidad (y tipología psicológica) fuese cierto.
Con el transcurso del tiempo, entrado ya en mis veinte años, me fui percatando de cuán certeras habían sido aquellas explicaciones que me había dado la astróloga, a quien tenía por una persona extraña, y cuyo enfoque me parecía infantil (mítico en el lenguaje de Wilber).
Pero cuando realmente comprendí los fundamentos de la Astrología, que comparé después con los que rigen en el I Ching y en otras mancias o artes adivinatorios, fue al experimentar la disolución de la máscara social, de mi consciencia identificada con el espíritu de esta época, para quien la consciencia científico-racional era el único modo de conocimiento. Me vienen a la memoria en estos momentos las palabras de C. G. Jung sobre la identificación de la consciencia individual con la consciencia colectiva: "No se puede jugar con el espíritu de la época, pues constituye una religión, más aún, una confesión o un credo, cuya irracionalidad no deja nada que desear; tiene, además, la molesta cualidad de querer pasar por el criterio supremo de toda verdad y la pretensión de detentar el privilegio del sentido común. El espíritu de la época escapa a las categorías de la razón humana. Es una inclinación sentimental que, por motivos inconscientes, actúa con una soberana fuerza de sugestión sobre todos los espíritus débiles y los arrastra. Pensar así es popular; y, por tanto, decente, razonable, científico y normal”.
No obstante, ya a mis veinte años, me había parecido de una arrogancia propia de un pensamiento adolescente esa pretensión del espíritu de estos tiempos, de la consciencia colectiva actual, de que la ciencia, esa expresión de la diferenciación de las funciones racionales del hombre, que ha llegado a un estado en el que se ha desligado de su fundamento arcaico, de esa alma del mundo o mundus imaginalis (Henry Corbin) a la que Jung ha rebautizado con el nombre de Inconsciente Colectivo Psicoideo, sea la medida de todas las cosas.
No se me ocurriría cuestionar ahora la importancia de esa diferenciación de la consciencia racional del sustrato inconsciente, que con tanto esfuerzo ha logrado su independencia. Desde un punto de vista mitológico, esto se puede expresar como un "matricidio", es decir, como un intento por parte de una consciencia patriarcal de aniquilar al fundamento del que la consciencia ha sido dada a luz. En cierto modo, esto se relaciona con un estado de la consciencia que podríamos denominar juvenil. No obstante, creemos que es importante hacer hincapié aquí en que no entendemos lo "mítico" como lo hace Wilber, ni mucho menos. De ahí los malentendidos que se repiten una y otra vez, cada vez que en el ámbito de la Psicología Analítica nos referimos a los mitos. El mito y lo mitológico lo entendemos de un modo semejante a como lo hace Joseph Campbell, Mircea Eliade, Herry Corbin, Erich Neumann, Karl Kereny, Gilbert Durand o C. G. Jung, entre otros. Simplificando mucho entendemos que representan patrones o pautas de comportamiento en el lenguaje de lo inconsciente, es decir, el lenguaje de los símbolos, que es el de la "naturaleza" del alma. En este sentido, la Astrología, que es también un modo simbólico de comprender esos mismos patrones (o leyes, como se las consideraba antes), y que nos habla de las características de aquello que ha sido dado a luz en un momento dado, permite comprender -hay otros medios simbólicos, por supuesto- cuál es la pauta o modo de expresión al que el individuo está "sujeto" o “circunscrito”. Todo ser humano, desde un determinado punto de vista, es expresión de un mito. Y la astrología, como otros sistemas simbólico-mitológicos, puede ayudarnos a comprender ese mito que nos habita y del cuál somos expresión. Desgraciadamente, la inmensa mayoría de las personas somos completamente ignorantes de ese "mito" o "pauta" que está antes (pre-racional) y después (trans-racional) del nivel racional, y que es el verdadero "dueño" de nuestro destino. Por ese motivo, creemos que el trabajo no reside en buscar descalificaciones a los sistemas simbólico-mitológicos, como hace la ciencia oficial en un despliegue de ignorancia sin parangón, sino en tratar de servirnos de ellos para conocernos mejor a nosotros mismos, y colaborar en el despliegue efectivo del mito que somos. Esto implica un DIÁLOGO, una relación dialéctica, entre la consciencia y lo inconsciente, entre la razón y el mito. Al parecer, en eso estamos de acuerdo, tanto aquellos que defienden el “modelo integral” de Ken Wilber, como los que nos dedicamos a la Psicología Analítica y a la Transpersonal. En lo que diferimos es en la importancia que concedemos a lo SUPRACONSCIENTE, a ese ámbito de la psique al que Jung ha denominado Inconsciente Colectivo Psicoideo o Psique Objetiva (no biográfica). Consideramos que la consciencia, en relación con lo supraconsciente, por más que se haya hipertrofiado en los últimos años, es una pequeña parcela en comparación con ese otro ámbito, que, por cierto, parece hallarse más allá de las categorías del espacio, del tiempo y de la causalidad. La física cuántica comienza, de hecho, a comprobar la existencia del fenómeno de la sincronicidad, y de esta idea de que, en ese ámbito subatómico, las categorías de espacio, tiempo y causalidad parece que no tienen aplicación. El enlace al vídeo que dejo a continuación, lo aclara bastante bien: Vídeo obtenido de la noticia Materia Oscura: El entrelazamiento cuántico.
Y, además, entendemos que el viaje del héroe o el proceso de individuación, parece que comienza, se dirige y culmina en un centro inmóvil que es el que mueve todos los hilos (el arquitecto de todo, el Sí-Mismo, “Dios en nosotros” o el Rey del Castillo de diamante del que habla Teresa de Jesús en las Moradas), y ahí ya no hay imágenes. La consciencia es importante porque acompaña al proceso, que en sí mismo es autónomo, y sin su colaboración no podría hablarse de proceso de individuación. Parece como si Dios necesitara del hombre para hacerse consciente de Sí-Mismo. En otras palabras, según parece ese proceso circular, centrovertido, por el que el complejo del yo gira como la tierra alrededor del Sol, siendo éste último su centro regulador, necesita de la consciencia del ser humano para hacerse consciente de Sí Mismo. De ahí su importancia, que no pongo en duda en ningún momento. Lo que discuto es la preeminencia o superioridad que, según parece, se le concede a la consciencia racional, como si ésta última, que es precisamente hija de lo Inconsciente Colectivo o Alma del Mundo, estuviese por encima o más allá de aquello que constituye sus raíces y hasta el sustrato del que se alimenta (sin que la consciencia tenga la menor sospecha, al parecer). Sobre este mismo asunto, véase el ensayo de José Carlos Aguirre, acerca de Stanislav Grof, y cómo este último autor habla de una Consciencia Cósmica, como sinónimo de anima mundi (alma del mundo). El paso siguiente sería considerar a la consciencia racional la hacedora del proceso, es decir, la creadora de todo. Y ese es un camino que conduce, en última instancia, a un peligroso endiosamiento, del que parece imbuido el espíritu de esta época. Claro que el destino de Lucifer, al creerse igual a Dios, fue precisamente su Caída (la crisis financiero-económica que azota a los países “ricos” es una manifestación de esa Caída). Aunque, al mismo tiempo, ese atrevimiento de creerse igual a Dios, que, al parecer, es algo que sólo el ser humano puede llegar a experimentar, o sea, esa temeridad de igualarse a los mismos dioses, puede conducirle a alcanzar los más grandes logros y, al mismo tiempo, a provocar los mayores desastres. Pese a todo, incluso esto último pareciera estar regulado o contenido en el Plan divino. Aunque este ya es otro cantar.
En otro lugar expresamos nuestra opinión, tanto Raúl Ortega como un servidor, sobre el proyecto atman Wilberiano, y en qué punto consideramos que había patinado. También expresamos la diferencia fundamental entre nuestra cosmovisión y la cosmovisión de Wilber. Básicamente, nosotros tenemos en cuenta tanto la parte inconsciente o a-racional, cuanto la parte consciente o racional, y tratamos de mantener un diálogo con esa alma del mundo a la que antes me refería; no compartimos la idea de Wilber del desarrollo espiral-lineal ascendente, porque comprendemos que las ramas del Árbol están conectadas con las raíces, y, por lo tanto, tenemos en cuenta tanto lo uno, como lo otro. El proceso de individuación, tal y como lo entendemos, supone un estar atento a las señales que lo Inconsciente Colectivo o Alma del Mundo (espíritu de las profundidades) le envía a la consciencia, a través de sueños, experiencias visionarias y, por supuesto, teniendo en cuenta ese otro principio a-racional que Jung bautizó con el nombre de "sincronicidad", y que es conocido desde muy antiguo.
De igual modo, considero que es una pretensión de una arrogancia que roza la megalomanía situar TODO lo que no esté en el nivel racional (me refiero aquí a lo simbólico, al ámbito de los mitos, de las leyendas y de todo producto de lo inconsciente), por "debajo" de la razón; y equiparar lo a-racional con la etapa mítica (en el sentido de una de las etapas por las que pasa el niño según Piaget) me parece el mayor de los desatinos. El lenguaje simbólico es una llave de acceso al Misterio, no algo personal que la razón pueda abarcar y explicar. Si así fuese, entonces hablaríamos de un lenguaje icónico. Por ejemplo, el símbolo de la Cruz, ese arcaico engranaje del que también habla simbólicamente el Tao, jamás podrá ser agotado en su interpretación consciente. Porque alude a un "otro", a un "algo", que es un Misterio.
Para los seguidores de Wilber, según parece, lo único que puede denominarse con justicia espiritual es lo transracional que, ¡vaya novedad!, se equipara con estados que se describen en la espiritualidad oriental pero que, y esto es muy curioso, culmina en el nivel de consciencia occidental ¿americano? Pero no me voy a meter en ese berenjenal. Porque está dentro del desarrollo natural de la consciencia que el yo consciente luche por separarse de la influencia poderosa que ejerce sobre él lo Inconsciente. Sólo después de que aquél haya adquirido una posición de firmeza, puede acceder a la siguiente etapa y atravesar el oscuro y terrible umbral que lo conduce al ignoto mundo de lo Inconsciente, sin que padezca un grave trastorno mental. Hasta que ese momento llegue, si es que llega, la consciencia necesita ir afianzando su posición y luchar contra lo que puede considerarse "pensamiento mítico", "superstición", etc. Es decir, el peligroso ámbito de la Madre (lo Inconsciente Colectivo). Y eso que el tránsito por el Reino de la Madre (por lo Inconsciente Colectivo Psicoideo), es decir, el viaje interior a la Luna, no es el final del Camino, sino una de las estaciones del viaje hacia el Eje del Mundo (la gran fuente).
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