C.G. Jung y Henry Corbin conversando en el Círculo Eranos |
Henry Corbin, el metafísico e islamólogo francés, ha sido un autor al que apenas llevo leyendo unos tres años. Tenía sus libros en mi estantería de metafísica, junto a la del orientalista y gran metafísico francés, René Guenón, desde hace unos cinco años, pero no los había leído porque aún permanecía inmerso en el estudio de la psicología analítica de C. G. Jung y de los continuadores de su legado.
No ha sido hasta fecha bastante reciente que mi atención se ha dirigido hacia fuentes diferentes, gracias al interés que me han suscitado los grandes místicos de todas las tradiciones. Uno de los estudiosos de la mística más importantes en la geografía española, y probablemente también a nivel mundial, Juan de Dios Martín Velasco, del que he tenido el privilegio de haber sido alumno suyo el pasado fin de semana del 14 al 16 de febrero, resulta ser una de mis actuales referentes para el estudio del fenómeno místico. Iré subiendo en próximas entradas los contenidos del curso, así como mis reflexiones acerca de lo que D. Juan expuso.
De hecho, mi última novela, titulada Al final del túnel, ya contiene, especialmente en la segunda parte del libro, algunas de mis reflexiones sobre la experiencia mística, así como esbozos o intuiciones de tipo metafísico. Aunque es en mi aún inédito ensayo, titulado "La imaginación creadora en el cine contemporáneo. Avatar y su simbología", que espero sea publicado en el transcurso de este 2014, donde introduzco la imaginación creadora tal y como la describe Henry Corbin y, sobre todo, Ibn Arabi.
En mitad de mis pesquisas, Ángel Almazán de Gracia ha publicado recientemente en su blog Jung y el Mundo Imaginal, un texto de Henry Corbin sobre el Círculo Eranos titulado "C. G. Jung-Henry Corbin: Encuentros y desencuentros" que me ha resultado de gran interés, muy en la línea de mi percepcion actual sobre la Psicología Analítica como puente, para una mentalidad científica occidental, entre lo psicológico o anímico y lo metafísico o espiritual.
No ha sido hasta fecha bastante reciente que mi atención se ha dirigido hacia fuentes diferentes, gracias al interés que me han suscitado los grandes místicos de todas las tradiciones. Uno de los estudiosos de la mística más importantes en la geografía española, y probablemente también a nivel mundial, Juan de Dios Martín Velasco, del que he tenido el privilegio de haber sido alumno suyo el pasado fin de semana del 14 al 16 de febrero, resulta ser una de mis actuales referentes para el estudio del fenómeno místico. Iré subiendo en próximas entradas los contenidos del curso, así como mis reflexiones acerca de lo que D. Juan expuso.
De hecho, mi última novela, titulada Al final del túnel, ya contiene, especialmente en la segunda parte del libro, algunas de mis reflexiones sobre la experiencia mística, así como esbozos o intuiciones de tipo metafísico. Aunque es en mi aún inédito ensayo, titulado "La imaginación creadora en el cine contemporáneo. Avatar y su simbología", que espero sea publicado en el transcurso de este 2014, donde introduzco la imaginación creadora tal y como la describe Henry Corbin y, sobre todo, Ibn Arabi.
En mitad de mis pesquisas, Ángel Almazán de Gracia ha publicado recientemente en su blog Jung y el Mundo Imaginal, un texto de Henry Corbin sobre el Círculo Eranos titulado "C. G. Jung-Henry Corbin: Encuentros y desencuentros" que me ha resultado de gran interés, muy en la línea de mi percepcion actual sobre la Psicología Analítica como puente, para una mentalidad científica occidental, entre lo psicológico o anímico y lo metafísico o espiritual.
De hecho, a día de hoy, hay algunos términos utilizados por Jung que empiezo a dejar de usar en mis libros, porque los considero poco apropiados para designar la realidad a la que se refieren, y los estoy sustituyendo por otros procedentes de tradiciones platónicas, cristanas o islámicas.
Por ese motivo, les dejo a continuación el texto completo de Henry Corbin, que ha publicado Ángel Almazán en su blog, y que se encuentra en el libro El imán oculto, publicado por la Editorial Losada.
Por ese motivo, les dejo a continuación el texto completo de Henry Corbin, que ha publicado Ángel Almazán en su blog, y que se encuentra en el libro El imán oculto, publicado por la Editorial Losada.
"Fue en Teherán, en la primavera de 1954, donde
recibí la noticia de que la Sección de Ciencias Religiosas me llamaba a suceder
a Louis Massignon en la dirección de los estudios islámicos. El querido
Massignon no era ajeno a esta elección. Yo conocía sus intereses y, fueran
cuales fueran nuestras diferencias de pensamiento, me consideraba el más
cercano a él para prolongar la dirección que él había dado a las
investigaciones, si no en cuanto a su contenido, al menos en cuanto a su
sentido y su espíritu. Pero en el intervalo, exactamente en la primavera de
1949, yo había recibido otro llamamiento cuyas consecuencias se hicieron sentir
desde entonces en el programa y el ritmo de mis investigaciones.
Me refiero a la invitación que me envió Olga Fröbe-Kapteyn para participar en el círculo Eranos que ella había fundado en 1932, en Ascona (en el Tessin, junto al Lago Mayor); antes recordaba el papel que en esa iniciativa había desempeñado la inspiración de Rudolf Otto. Esta participación debía traducirse en dos conferencias de una hora cada una, en el mes de agosto de 1949. No sospechaba que esta participación iba a repetirse durante más de un cuarto de siglo. He testimoniado en un breve texto que se reproduce en este volumen lo que constituye el espíritu y la realidad única de Eranos.
Sin duda lo que el círculo Eranos ha podido aportar a cada uno de los aproximadamente 150
conferenciantes que allí se sucedieron desde hace casi medio siglo, varía,
necesariamente, de forma considerable en cada caso. Están aquellos que no
hicieron más que pasar por allí, un año o dos, sin más, porque un indicio
indefinible, misterioso, advertía que ni su naturaleza ni su comportamiento
lograrían armonizarse con una finalidad en sí misma difícilmente definible. En
cambio, estuvo el pequeño grupo de los que de año en año se convirtieron, sin
haberlo premeditado en absoluto, en el sostén del concepto de Eranos.
En cuanto a la función decisiva
que Eranos haya cumplido para estos
últimos, fue, ante todo, además de adiestrarles en el dominio de su
especialidad, la de llevarles a una libertad espiritual integral. Cada cual
descubría poco a poco y dejaba hablar a lo más recóndito de sí mismo. Toda
ortodoxia eclesiástica, académica o universitaria, de cualquier tipo, es
completamente extraña al círculo . Este
aprendizaje para ser abierta e íntegramente uno mismo se convierte en una
costumbre que no se pierde ya, por peligroso que tuviera que ser a veces en su
rareza. Las conferencias de cada sesión se publican en un grueso volumen en
tres idiomas. La colección alcanzará en 1978 su volumen 45, y constituye una
verdadera enciclopedia para uso de los investigadores en las ciencias de los
símbolos. Cada uno de esos volúmenes ha representado para los participantes
algo así como un laboratorio, donde se tanteaba el primer ensayo de una
investigación nueva. Para casi todos, esos ensayos se han transformado en
libros.
Ese espíritu de Eranos
era alimentado y fortalecido por los intercambios de ideas entre quienes
componían el círculo, simbolizado por nuestra Mesa Redonda bajo el cedro, y por
las amistades que allí se entablaron en el curso de los años. Rudolf Otto, que
había ayudado a Olga Fröbe-Kapteyn a definir su concepción, no vino jamás.
En
cambio, Carl Gustav Jung fue durante años algo así como el genio tutelar,
esbozando sus libros en conferencias que atraían a un numeroso auditorio de
Zúrich. Las entrevistas con C.G. Jung eran algo inolvidable. Tuvimos largas
conversaciones en Ascona, en Küssnacht, en Bollingen, en su torreón, al que me
llevaba mi amigo Carl-Alfred Meier.
¿Qué decir de aquellas conversaciones sobre
las que no querría dejar planear ninguna ambigüedad? Yo era un metafísico, no
un psicólogo. Jung era un psicólogo, no un metafísico, aunque con frecuencia se
haya codeado con la metafísica. Nuestra formación y nuestros objetivos
respectivos eran muy diferentes, y sin embargo nos entendíamos en el diálogo,
hasta el punto de que cuando apareció su Respuesta
a Job, que fue destrozado ferozmente desde todos los lados confesionales,
yo quise dar una interpretación leal de su trabajo en un largo artículo que me
valió su amistad. Este artículo hacía de él, en alguna forma, un intérprete de
la Sofía y de la sofiología. ¿Me
atreveré a decir que la enseñanza y la conversación de Jung podía aportar a
todo metafísico, a todo teólogo, un don inapreciable, a condición de separarse
de ellas en el momento oportuno? Pienso en el precepto de André Gide:
"Ahora, Nathanaël, tira mi libro ...".
Jung entre E. Newman y Mircea Eliade en el Círculo Eranos |
Jung se defendía con fuerza y humor de ser
"junguiano". Yo mismo fui amigo de Jung, pero jamás fui
"junguiano". Lo preciso porque, para muchos lectores superficiales o
ingenuos, basta que uno se refiera varias veces a un autor para que hagan de él
uno de sus adeptos.
Lo que sorprendía de entrada a un filósofo en el
psicólogo Jung era el rigor con el que él hablaba del alma y de la realidad del
alma, su insurrección contra la disolución del alma a la que conducían
alegremente el psicoanálisis de Freud, los laboratorios de psicología y tantas
otras invenciones en las que tan fértil es nuestro mundo agnóstico.
¿No es
sintomático que de términos técnicos de Jung como "inconsciente
colectivo" o "proceso de individuación", en Francia parezca a
menudo no retenerse más que el primero, y eso para poner el acento en la
palabra "colectivo"? Es de temer que el malentendido, completo o
incompleto, se prolongue.
Esta reserva expresa nos pone en condiciones de
valorar lo que Jung fue el primero en discernir y expresar mediante los
conceptos Animus y Anima, aunque, desgraciadamente, el uso
que de ellos se hizo después se pareciera demasiado al de un pequeño aparato
automático que se aplica, valga o no valga, a cualquier caso. Pero la vía en la
que nos ponía Jung era la del descubrimiento del Imago interior. Reconocer en un rostro los rasgos y el brillo de
esta Imago es entonces no agitarse
más en una vana búsqueda exterior de lo inaccesible, sino comprender que esa Imago está en primer lugar presente en
sí mismo, y que esta presencia interior es la que me permite reconocerla en el
exterior.
Más tarde, yo debía ser absorbido, y lo sigo estando, por la
metafísica de la Imaginación activa (la "Imaginación agente") y lo
que mis filósofos iraníes me llevaron a denominar, para diferenciarlo del puro
imaginario, mundo imaginal, mundo de
las formas imaginales (mundus imaginalis,
equivalente literal del árabe 'âlam
al-mithâl). Pero tenía que constatar esto. Todo lo que el psicólogo enuncia
sobre la Imago adquiere, para el
metafísico, un sentido metafísico. Todo lo que éste enuncia es interpretado por
el psicólogo en términos de psicología. De ahí todos los malentendidos
posibles. Por eso decía anteriormente que después de habernos informado uno a
otro, había que aceptar la separación inevitable en el momento necesario.
Y esto vale para todas las admirables
investigaciones a las que procedió C.G. Jung. Sus trabajos sobre alquimia están
basados en una documentación inmensa, y todo investigador en alquimia debe
leerlos y beber en ellos. De esas investigaciones, Jung deducía la idea de un
"mundo de cuerpos sutiles". La intuición era profundamente justa. Ese
mundo de los cuerpos sutiles ha sido definido y situado con rigor por los
teósofos tradicionales del islam: el mundo intermedio donde los espíritus se
corporifican y los cuerpos se espiritualizan. Es, precisamente, el mundus imaginalis, el mundo del Alma, el
Malakût, primer mundo del Ángel.
Desgraciadamente, sea cual sea su voluntad restauradora del Alma y del mundo
del Alma, le falta todavía al psicólogo occidental disponer de esos cimientos o
de ese marco metafísico que asegure ontológicamente la función de ese mundo
mediador, que preserva lo imaginal de
los desórdenes y las divagaciones de lo imaginario,
de la alucinación y la locura. Ha sido por eso por lo que yo he debido
diferenciar radicalmente lo imaginal y
lo imaginario. Pero dado que esta
diferenciación radical y decisiva apenas se ha admitido todavía normalmente,
evito hablar, ante un psicólogo, del Ángel y de la angelología que han ocupado
un lugar tan grande en mis investigaciones.
Compárese la interpretación de las visiones de los
profetas por un cabalista o por el ta'wîl
de la gnosis chiita, con el análisis que de ellas ofrece un psicólogo. Hay
todavía una "profunda brecha" entre ambas. La pérdida de lo imaginal en Occidente nos remite a toda
la corriente surgida de Descartes y Mersenne oponiéndose a los platónicos de
Cambridge y a todo lo que representan J. Boehme, Swedenborg, Oetinger. Es todo
un "combate por el Alma del mundo" el que debemos librar. La
psicología junguiana puede preparar oportunamente el terreno del combate, pero
la conclusión victoriosa del combate depende de otras armas que las de la
psicología.
Acabo de insistir sobre el caso y la obra
considerable de C.G. Jung porque la simpatía que hubo entre nosotros no es un
misterio, pero también quiero despejar toda ambigüedad que haría de mí el
psicólogo que no soy, o me haría sospechoso de un "psicologismo" que
siempre he combatido.
Dicho esto, las sesiones de Eranos fueron ocasión de muchos encuentros memorables y duraderos:
Adolf Portmann, el maestro en ciencias de la Naturaleza según el espíritu de
Goethe; Gerhard van der Leeuw, el gran fenomenólogo neerlandés de la res religiosa; D.T. Suzuki, el maestro
de budismo zen; Victor Zuckerkandl, incomparable fenomenólogo del discurso
musical; Ernst Benz, a quien ningún movimiento religioso de ayer o de hoy le es
extraño; los amigos Mircea Eliade, Gilbert Durand, James Hillman, ¿cómo
nombrarlos a todos? Que lo sea en cualquier caso, en un lugar privilegiado, mi
amigo Gerschom Scholem, a quien los estudios de la Cábala le deben una
renovación total. Su obra monumental es para nosotros una mina inagotable. Mejor
dicho, nos hace escuchar un imperativo al que ya no nos podemos sustraer, a
saber, que a partir de ahora, no podemos desunir ya una de otra las formas del
esoterismo en las tres grandes "religiones del Libro". Págs. 228-234
"Con signos,
con "hierofanías" y teofanías, no se hace Historia. O más bien, el
sujeto que es a la vez el órgano y el lugar
de la historia es la individualidad psicoespiritual concreta. La única
"causalidad histórica" son las relaciones de voluntad entre los
sujetos agentes. Los "hechos" son cada vez una creación nueva: hay discontinuidad entre ellos. De ahí que percibir
sus conexiones no sea formular leyes ni deducir causas, sino comprender un sentido, interpretar signos, una estructura de conjunto. Por
otra parte, sería conveniente que estuviera en el centro de este libro el
planteamiento de C.G. Jung sobre la sincronicidad, pues está en el centro de
una nueva problemática del tiempo. Percibir una causalidad en los
"hechos" separándolos de las personas es hacer posible, sin duda, una
filosofía de la Historia, es afirmar dogmáticamente ese sentido racional de la
Historia sobre el que nuestros contemporáneos han construido toda una
mitología. Pero eso es entonces reducir el tiempo real al tiempo físico
abstracto, esencialmente cuantitativo, al
de la objetividad de los calendarios profanos de los que han desaparecido los signos que daban una cualificación
sacral a cada presente". Pags. 273-274
"Ha pasado el tiempo. Yo ignoraba entonces, que
durante diez años permanecería fijado en investigaciones y meditaciones sobre
esta tierra de Irán, el país "color de cielo", con el leitmotiv que tan justamente habían
enunciado las conversaciones con Rudolf Otto trazando la curva de mi destino
personal. Si es cierto que éste se mide para cada uno en el campo de visión que
le fue abierto, debería dejar que las altas montañas de Irán dijeran cómo
conservan la presencia latente de las teofanías dispensadas a Zaratustra, la
visión de los Arcángeles de luz que domina la filosofía iraní desde Avicena y
Sohravardî pasando por sus continuadores; la huella invisible de los pasos del
Arcángel Rafael enviado por el joven Tobías hasta esa Raghes cuyo paisaje
dibuja su línea de creta en el cielo sutil. Como si, a través de las
recurrencias de sus visiones, de Zaratustra a Sohravardî, su resurrector, de
Mani a los gnósticos del islam chiita, el alma de Irán hubiera estado siempre
tras las huellas de aquella a la que su antigua cosmogonía llama la Fravarti -y a la que los Fieles de Amor
llamaban Madonna Intelligenza o Sofía-, aquélla que el "Parsifal" de
los Hechos de Tomás alcanza en el límite de un Oriente celestial que tipifica
la "montaña del Señor", la montaña que, al este, emerge de las aguas
de un lago místico. Irán permite dar un nombre a esta búsqueda: la Fravarti, el Ángel, pues no hay nombre
que haga transparentarse mejor el prodigio de luz, sin el que no queda más que
lo Incognoscible, lo Innombrado; pero él te anuncia a ti mismo tal como fuiste,
amado y guiado desde el origen de los orígenes.
¿Era necesario que esas cosas fuesen formuladas?
Pero, ¿se las formularía a menos que hubiera una solicitación acuciante, y se
cedería a ésta a menos que permitiera una total libertad para la verdad,
libertad para decirlo todo? Sin Eranos,
el esfuerzo se habría visto aplazado, habría pasado la hora en que todo eso
fuera formulable. Y he aquí, pues, la segunda cita con el destino, el otro
punto decisivo de la curva, puesto que fue Rudolf Otto quien propuso el nombre
de lo que iba a ser Eranos. Y es
"en Eranos" donde el peregrino venido de Irán debía conocer a aquél
que por su "Respuesta a Job" le hizo comprender la respuesta que él
traía en sí mismo desde Irán. El camino hacia la eterna Sofía. Que a C.G. Jung
le sean dadas las gracias por ello." Págs. 280-281
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