martes, 4 de marzo de 2014

EL FENÓMENO MÍSTICO. Respuesta del hombre a la Presencia de Dios



La Incredulidad de Santo Tomás, de Caravaggio (1601-1602)
Ya hemos indicado en la entrada anterior que Dios no es ningún objeto nuestro, es decir, de ningún acto que realicemos, como si Dios fuese el objeto supremo. Dios es el que hace que el ente y, por lo tanto, el hombre, sea quien es, puesto que es El que posibilita la existencia misma del ser humano. 

La respuesta cristiana a esa Presencia, que se hace sentir en el hombre como una llamada o vocación (vocatus) es la actitud teologal que se compone de fe, esperanza y caridad; en el Islam sería la sumisión a la voluntad divina; en el hinduismo sería la Bhakti, que podría traducirse como devotio, es decir, la entrega de uno mismo a Dios. En todas estas actitudes hallamos una entrega del sujeto a Dios, que es el centro de su vida. 

Cuando hablamos del término creer en Dios debemos diferenciar los tres usos de esta palabra:

1.       Creer que: Que alude una forma débil de saber, es decir, a un saber aproximado. Ej. Creo que Pedro estará mañana en Madrid (se sospecha, pero no se sabe con certeza).

2.       Creer a: Cuando los sujetos otorgan credibilidad suficiente a quien se cree para aceptar lo que dice. Ej.: Creo a Alberto cuando me dice que él no ha sido el responsable del accidente de tráfico.

3.       Creer en: Remite a otra persona. Relación interpersonal en la que se acepta y reconoce a aquél a quien se cree. Esta forma de creer produce un encuentro con el otro, pues el sujeto sale de sí mismo.

Así, es sobre todo esta última forma del término creer a la que se alude cuando se dice creo en Dios (en el Misterio). Pero la relación con el Misterio o con Dios precisa de unos preámbulos existenciales sin los cuales no es posible:

1.       Reconocimiento de la presencia de Dios en nosotros. De lo contrario no podríamos oír su palabra.

2.       Despertar del yo a la Realidad. Los Psicólogos analíticos y transpersonales lo denominan despertar de la Conciencia o de los sentidos del Alma. 

3.       Búsqueda más allá de uno mismo (del mundo conocido, o sea, de la consciencia colectiva o espíritu de la época). El hombre se percibe como un enigma para sí mismo. La pregunta clave es ¿Quién soy? El modernismo y, en gran medida también, el post-modernismo se caracteriza por una respuesta de distracción de la experiencia, es decir, de huída de sí mismo para llenar el vacío de Dios con el consumo de cosas. Claro, como el vacío que Dios deja es infinito, ningún objeto de deseo lo llenará jamás. De ahí el consumismo atroz de la cultura unilateralmente extravertida en la que vivimos. 

4.       Llegamos al  umbral de la conversión porque, el encuentro con el Misterio, produce un cambio de rumbo, un cambio de corazón  y/o de mente, es decir, una metanoia. La transformación que se opera es tan radical que las tradiciones lo expresan mediante el símbolo del renacimiento o nuevo nacimiento. C. G. Jung, y posteriormente S. Grof, dirán que se trata de una muerte y un renacimiento del sujeto, es decir, de una actitud heroica voluntarista e individualista. El sujeto adopta una actitud radicalmente distinta frente a todas las esferas de la realidad en las que entra en contacto. S. Grof denomina a esta nueva actitud holotrópica, lo que evoca la imagen de un girasol. El yo dejaría de ser el centro rector de toda actuación y se desplazaría hacia Dios, el único y verdadero eje o centro alrededor del cual gira el yo, como la tierra alrededor del sol.  Comienza a producirse una relación de sujeto frente a otro sujeto, en lugar de tratar de convertir a los sujetos en objetos que sirvan a nuestros propósitos o metas. Para ello es indispensable el desprendimiento de todo. Así, descubierto el más allá de nosotros, el sujeto da el paso de ir más allá de sí mismo. Encuentra la piedra preciosa, el tesoro difícil de alcanzar, la piedra filosofal escondida en lo profundo de sí mismo. Esta trascendencia del yo es, al mismo tiempo, un encuentro con lo otro, lo que llevaría a la más alta expresión de la personalidad humana. Jung denominará a este autotrascenderse proceso de individuación. En él se produce una renuncia de sí, una entrega al Otro, único modo de llegar a un encuentro con esa presencia que hace que el sujeto sea. Los alquimistas se refieren al Lapis, que es un símbolo del Cristo interior, aunque un Cristo ctónico, como al imán de los filósofos, porque pone en el sujeto la fuerza de atracción que lo mueve hacia él en un movimiento centrovertido (E. Neumann), es decir, una circunvolución alrededor de un centro que es Dios. San Agustín habla también de esta gracia para dar el paso hacia lo desconocido. El profeta Isaías lo expresa diciendo que hay que poner a Dios en el centro de la vida, haciéndola plena, es decir, eterna. 

5.       Por lo tanto, la fe es aquello que hace vivir al hombre, aquello que le impulsa. Así, la experiencia mística convierte la fe en experiencia real de lo Real. La relación con Dios se realiza siempre en el interior de la fe. Y en la relación con Dios el ser humano se diviniza. De ahí que el alma, de acuerdo con Jung, sea divinizada por el encuentro con Dios.

La fe es, por lo tanto, experiencia de Dios. En ello, el sujeto se compromete por entero y esto se sigue de la experiencia de la fe. Esta experiencia pone en ejercicio a toda la existencia siendo Dios el centro de esa existencia: "Solo Dios basta", dice Teresa de Jesús. El conjunto de la vida del ser humano acaba siendo el medio para vivir la experiencia de Dios. Por lo tanto, la vida toda se experimenta como sagrada.

Este proceso de vivenciación de la actitud creyente se hace a través de modos diversos:

1.       La vivencia de la fe a través de la oración es la puesta en ejercicio de la fe, como acto que capacita el ejercicio de la fe. La oración es, por lo tanto, la actualización de la fe, es decir, la vivencia de la fe. Los actos incontables de oración lo son realmente cuando surgen de una actitud orante, es decir, de una actitud en la que se vive la vida ante la presencia de Dios. La oración así entendida se expresará de acuerdo a las distintas circunstancias y situaciones que el hombre atraviesa y con los actos que realice. Los místicos han hecho la experiencia de toma de consciencia de Dios en la oración. La práctica de la oración hace que se sea consciente de la presencia de Dios, lo que produce un sentimiento intenso su presencia. 

2.       En ocasiones, y esto es cada vez más frecuente, este sentimiento intenso y profundo de presencia de Dios (que colorea la existencia entera) se produce fuera de la oración, lo que provoca que el individuo tenga fe. 

3.       Otra forma de sentimiento intenso en el que Dios se hace presente  puede ser a través del Amor al prójimo. El ejercicio del Amor puede dar lugar a estas experiencias. Cuando hablamos de amor al prójimo (por ejemplo, amor a la esposa, al hijo, al amigo, etc.) nos referimos aquí a un amor maduro, que tiene en cuenta al otro como a un sujeto, en el que Dios se hace presente; no a un amor inmaduro que trata de convertir al otro en un objeto con el que cumplir nuestros deseos egoístas (Martin Buber).

4.       El solo hecho de reconocer la Presencia de Dios ya es una experiencia, es decir, creer ya es una experiencia. El mismo Job proclama, tras sufrir toda una serie de calamidades, que antes sabía de Dios de oídas, pero a partir de un cierto momento lo ha visto. La experiencia de Pablo de camino a Damasco es otro ejemplo de conversión, en el que Paulo experimenta la presencia de Dios, o sea, Dios se le hace presente.

De lo dicho se colige que toda experiencia de Dios es una experiencia mística. Empieza cuando el sujeto toma consciencia de la presencia de Dios y se somete o responde a ella. Po lo tanto, un místico es un individuo que ha mantenido una relación personal con la realidad última.

No obstante, la cosa no acaba ahí. Siempre cabe ir progresando y las experiencias van cambiando. Podríamos decir que hay más distancia entre un creyente literalista y un místico, que entre un místico y un laico. Lo que caracteriza al místico es el reconocimiento y la aceptación del Misterio.

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