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El martes 23 de septiembre de
2014 acudí con mi mujer al Teatro La Abadía para
ver la obra de teatro titulada Petit
Pierre. La obra se basa en la
sorprendente historia de Pierre Avezard,
nacido en 1909 en un pequeño pueblo francés. Pierre nació prematuro, deforme,
medio ciego, sordo y mudo. Como
consecuencia de su aspecto, muy pronto la sociedad de su tiempo lo rechaza y
deja de estudiar a los siete años para dedicarse al oficio de los inocentes: el cuidado de las vacas.
Cuando leí un extracto de la
biografía del personaje alrededor del cual se había creado esta obra de teatro,
apenas unas horas antes de acudir a su representación, como estudioso de la
psicología profunda sentí un tremendo interés por la creación del carrusel mecánico,
movido por un sólo motor, que Pierre Avezard,
el protagonista de la obra, había realizado con sus propias manos y utilizando para
ello chapas, maderas y otros materiales de desecho que Petit Pierre tuvo a su alcance.
Dirigida por Carles Alfaro e interpretada por Jaume Policarpo, director artístico de Bambalina Teatre Practicable, en el papel de Petit Pierre, y por Adriana Ozores, como andrógina narradora de los terribles avatares acontecidos
a lo largo del siglo XX (la crisis económica mundial de 1929 (Gran Depresión),
la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, la lucha por la conquista
del espacio, etc.) en contraste con la sencilla y anónima vida de Pierre Avezard. Este, en apariencia
ajeno a las transformaciones que jalonaron la sociedad y la cultura occidental,
dedicó la mayor parte de sus energías a crear un carrusel mecánico circular,
movido por una sola fuente de energía, a modo de mándala compensador del caos
que vivía el mundo en aquellos terribles tiempos. Una situación, por cierto,
que se asemeja mucho a la que está viviendo occidente en estos momentos.
«Un bello relato de
supervivencia, de arte, de voluntad, de vida», así lo describe el folleto de la
obra, que sigue diciendo:
"Hace unos años, en la otra
orilla del Atlántico -sobre el escenario del Teatro Juárez de Guanajuato-,
descubrimos un texto peculiar en cuyo seno latían dos corazones: el del mundo y
el de su habitante más humilde: Pierre
Avezard.
«Su autora, la canadiense Suzanne Lebeau, se inspiró en la
biografía de este personaje real con una conmovedora historia que pone en
evidencia, de manera sencilla, directa y contundente, la injustificable
capacidad de nuestra sociedad para marginar a todo aquel que no se ciñe a un
patrón de normalidad. La obra nos muestra, al mismo tiempo, la generosidad y la
nobleza de este ser inefable que es capaz de responder a ese desprecio
construyendo un magnífico poema de amor y gratitud hacia las personas y la
naturaleza.
«En este tiempo nuestro de
desconcierto e incertidumbre, el proyecto alrededor de Petit Pierre ha conseguido fijar la aguja de nuestra brújula. Tal
vez haya contribuido a ello la turbación que brota de esta pequeña historia que
ha sido capaz de imantar también a Carles Alfaro, cuya clarividencia y
apasionamiento hemos echado de menos durante demasiados años. Y de su mano,
Adriana Ozores, actriz inmensa que con su fina inteligencia teatral redondea un
equipo, inimaginable hace tan solo unos meses para la compañía."
Jaime Policarpo, Director
artístico de Bambalina Teatre Practicable.
Petit Pierre es una auténtica obra de arte. Y lo digo en el más
riguroso de los sentidos. Porque, para que una obra de teatro -como cualquier
producto creativo realizado por el hombre- sea realmente "una obra de
arte", debe de dar necesariamente la palabra al Alma (lo que hoy llamamos lo inconsciente)
y, de ese modo, dicha obra surge de un auténtico proceso
creativo. Al ser el proceso creativo algo vivo, los creadores de una obra de
arte saben cómo comienza esta, pero nunca cómo va a terminar, puesto que adquiere
autonomía, es decir, vida propia.
Cuando
una obra no toma vida propia, ni se desarrolla y desenvuelve como un organismo
autónomo, entonces no es el producto de una creación, sino la elaboración de
una investigación o de un producto de consumo. Y esto último no es, en sentido
estricto, una creación, sino una construcción con un objetivo consciente bien
definido.
El efecto
que Petit Pierre tiene en el
espectador es el de trasladarle al mundo imaginario que los artistas han creado
en su interacción con el alma del mundo. De algún modo se asemeja al estado
hipnótico o a la entrada en el mundo de lo inconsciente colectivo durante la
práctica de la meditación o imaginación activa. En otras palabras, la
consciencia del espectador entra en un estado semejante al duermevela y accede
al mágico microcosmos recreado en la obra de teatro.
Dicho
todo esto, trataré a continuación de esbozar lo que considero que puede estar
en la base del efecto de atracción que esta obra ejerce, primero en los artistas
que la han recreado y después en el público que ha asistido a su
representación.
Las
personas familiarizadas con la Psicología Analítica o junguiana, y
post-junguiana, denominamos "Inconsciente Colectivo" al microcosmos
que se encuentra más allá y más acá de la consciencia del individuo, y que
trasciende los márgenes de la realidad
biográfica que se manifiesta en esa instancia a la que denominamos inconsciente
personal. En el inconsciente personal hallamos aquellos contenidos que una vez
fueron conscientes pero que dejaron de serlo por diversos motivos.
Cuando
exponemos la cosmovisión de la Psicología Analítica a un público no familiarizado
con la realidad del alma, de ordinario encontramos que le resulta muy difícil
de comprender qué es eso de que más allá de la realidad sensible, experimentada
a través de los sentidos, hay un
microcosmos "interior"; qué es eso de "los arquetipos" o
"potencias espirituales" ordenadoras de la realidad física y psíquica,
que habitan en ese microcosmos; o, también, qué es lo "inconsciente colectivo".
Pese
a estos inconvenientes, a veces la vida nos muestra ejemplos sobresalientes de
la actividad del microcosmos interior al que denominamos "inconsciente
colectivo" y del modo en que ese mundo trans-individual se manifiesta en
la realidad concreta y sensible, perceptible a través de los sentidos. Uno de
esos ejemplos conspicuos lo constituye precisamente Petit Pierre.
Semejante
situación de aislamiento con respecto al mundo sensible -recordemos que nació
deforme, medio ciego, sordo y mudo- incrementada por el rechazo social y la
marginación que su aspecto provocaba en la sociedad de su tiempo, fue el
acicate para que este hombre, analfabeto, expresara la vida que brotaba desde
esa otra realidad, íntima, a la que denominamos lo "inconsciente colectivo".
Su
carrusel mecánico, alimentado por una única fuente de energía, representa la vida que bullía en el "interior" de su alma. En otras
palabras, se trata de una expresión del microcosmos al que Pierre tuvo acceso,
del mándala que movía toda su vida psíquica y física, como consecuencia del
repliegue de la energía psíquica que se encontraba vertida hacia dentro - a esta
situación la psicología la denomina introversión.
Además,
dadas las especiales condiciones del mundo en aquellos difíciles y tumultuosos
años del siglo XX, Pierre estaba representando, con materiales de desecho, una
imagen de la divinidad, un arquetipo que expresa el orden oculto que está
allende la realidad en la que vivían la mayoría de los seres humanos de aquella
convulsa época. De ahí que, a través de
su carrusel mecánico, Pierre estaba enviando un mensaje al resto de los hombres
y mujeres de su época. Una época que es, también, nuestro época.
Sobre
estos y otros temas afines hablaremos en
el seminario que impartiremos sobre Sueños
y Visiones: Claves para una interpretación simbólica, los días 22 y 23 de noviembre.
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