Decía en la primera parte de este ensayo, que vivimos en una época de desmoronamiento de leyes, pautas obsoletas de comportamiento, valores rectores de la actitud consciente, modelos de organización social, institucional y política, etc. Incluso la Declaración Universal de los Derechos Humanos redactada por Naciones Unidas en 1948 ha tenido que ser revisada y actualizada, en el año 2007 y, en 2009, tras una toma de consciencia de los graves defectos que, en la práctica, tiene la DUDHE (Declaración Universal de los Derechos Humanos Emergentes), se incide en la importancia del aprendizaje y la educación. Ahora bien, esto no deja de ser sintomático de que, en realidad, son los pilares sobre los que se asientan nuestras “avanzadas democracias”, que se jactan de ser baluartes del proclamado Estado del Bienestar, con el consumismo y el materialismo a ultranza que caracterizan al capitalismo imperante, las que están sufriendo una descomposición acelerada, que acabará por provocar su inevitable desplome. Ante esta situación, lo único que puede hacerse con una relativa esperanza de éxito es fortalecerse interiormente, des-identificándose con la máscara social, que demanda demasiada energía e impide el flujo de la libido en pro del proceso de individuación.
Puesto que, cuando esto sucede, cuando los pilares sobre los que se sustenta toda una civilización se desmoronan, cuando se produce el ocaso de los dioses y, por consiguiente, la desacralización de la vida toda se cierne sobre una cultura, es entonces que tienden a emerger sistemas de adaptación primitivos y lo inconsciente se hace con las riendas de toda una sociedad, el caos hace acto de presencia invadiendo al colectivo. Típicas manifestaciones de esta emergencia del sustrato pagano, de la sombra colectiva, son:
* Emergencia de ideas delirantes: que pueden adoptar la forma de un fanatismo religioso -el fundamentalismo religioso se expande como consecuencia de una carencia de experiencia espiritual verdadera-, una tiranía política, poderosos deseos de poder bajo la forma de imperialismo capitalista, de estados totalitarios o autocráticos, decaimiento de los viejos sistemas “democráticos”, pérdida del poder del estado (no sin antes producirse una regresión y una intrusión del Estado en asuntos que competen a la vida privada), fragmentación de la unidad nacional de los países, con un incremento del terrorismo y de las tendencias secesionistas, etc.
* Emergencia de instintos dionisíacos: manifestaciones de este tipo lo encontramos en el incremento de la violencia, la proliferación de las guerras, el consumo de drogas, el desenfreno orgiástico, el agnosticismo, el ateísmo y el laicismo agostan la vida espiritual, etc. Un claro ejemplo lo constituyen las cuatro Guerras vividas en los últimos veinte años: Guerra del Golfo de 1990-91, la Guerra de Serbia en 1999, la Guerra contra Afganistán en 2001 y la Guerra contra Irak.
Considerando la simbología astrológica, sabemos que Plutón está transitando por el signo de Capricornio desde el año 2008 y continuará hasta el 2022, lo que está relacionado sincronísticamente con la autoridad, o sea, con el arquetipo del Padre, y es en la esfera de las ideas arquetípicas en la que se manifiesta el tránsito de Plutón, horadando todo lo relacionado con las estructuras socio-político-económicas asociadas a Saturno: los gobiernos, las instituciones, las economías capitalistas, etc., todas ellas se están viendo afectadas por la detonación demoledora de las energías plutonianas.
Durante ese proceso de muerte y destrucción, tiende a producirse un incremento, por parte del colectivo, en la tendencia a permanecer, rígidamente, en el mismo estado, luchando contra viento y marea contra todo aquello que amenaza la seguridad de lo conocido. Sin embargo, precisamente porque el colectivo tiende a comportarse así, dado que su nivel de consciencia, como colectivo, es inferior al del individuo, lo inconsciente se manifiesta con mayor vehemencia. Así, la tensión entre la consciencia, que lucha por mantenerse en sus trece, y lo inconsciente, que puja por un cambio radical, se radicaliza, lo que favorece la aparición de un clima de suma agresividad. Un ambiente que es, por consiguiente, proclive a la guerra, en tanto que la consciencia colectiva lucha violentamente por mantener todos los elementos que se le oponen ocultos al haz de la consciencia, por lo que acaban por proyectarse en el mundo al modo en que lo hace todo cuanto es rechazado, reprimido o suprimido.
De esta suerte, la sombra termina por hacerse con las riendas de toda una cultura y los elementos más oscuros, demoníacos, infrahumanos, pueriles y febles emergen en todas y cada una de las estructuras socio-económico-culturales, haciéndose patente la imposibilidad de continuar por la misma senda: desde los execrables actos de pedofilía en el seno de la Iglesia, a la descarada endogamia de los partidos políticos o el complot de los Sindicatos, que miran más por los beneficios de sus líderes que por los trabajadores a los que, supuestamente, representan, o a la usura del Estado y de sus secuaces, los Bancos; por no hablar del despropósito de los centros educativos, que miran por la máscara o apariencia externa, mientras se mantienen en la pretensión de formar clones adaptados al nuevo Dogma cientifista; o del predominio del paradigma feminista relativista-fundamentalista, que domina en casi todas las esferas de la sociedad; y, también, las graves injusticias contra las clases menos favorecidas ,llevadas a cabo por el sistema judicial, lo que pone de manifiesto la ineficacia práctica de la Declaración de los Derechos Universales.
Semejante panorama, de máxima tensión entre elementos contrarios, no hace sino prever lo peor. Odín vuelve a emerger, y la guerra... la guerra se huele en el ambiente.
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