lunes, 17 de agosto de 2009

CRÍTICA A KEN WILBER EN SU INTERPRETACIÓN DE LA PSICOLOGÍA ANALÍTICA. 1ª Parte



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Recientemente, he tenido ciertas discrepancias con una estudiosa de la psicología integral, referidas a algunas de las críticas que hace el escritor norteamericano mundialmente conocido, Ken Wilber, a la psicología analítica de Carl Gustav Jung. Y lo hago después de haber profundizado durante más de una década y media en la ingente obra del psiquiatra suizo y, lo que es más importante, de haber realizado un análisis de lo inconsciente siguiendo su cartografía. Desde luego, mapas del territorio anímico, a día de hoy, hay donde elegir. Ahora bien, por afinidad subjetiva, por mi propia ecuación personal, y, por considerar el abordaje de lo inconsciente por parte de la psicología analítica como uno de los métodos más acertados (si bien, susceptible de ser trascendido), he dedicado una buena parte de mis energías a recorrer el camino que Jung denominó Individuación.
Pues bien, mi discrepancia principal radica en lo que Ken Wilber denomina “la falacia pre/trans”. Con ello, el autor quiere reseñar la importancia, especialmente para el psicoterapeuta, de distinguir entre los estados pre-racionales (posteriormente, los denomina pre-personales) de consciencia, o sea, aquellos que tienen que ver con la primera infancia, tales como el narcisismo primario, la indiferenciación entre sujeto/objeto, fusión oceánica, etc…; y los estados trans-racionales (o transpersonales) de consciencia, tales como las experiencias de unión mística o las experiencias contemplativas, verbigracia. Hasta aquí, no hay nada que objetar. Ahora bien, el error que, a mi juicio, comete Ken Wilber lo hallamos cuando afirma que Jung es un “elevacionista”, contraponiéndolo a Freud, como un reduccionista. Dejemos que sea Wilber, en su libro Sexo, ecología, espiritualidad, quien lo exprese:
“… si uno siente simpatía por los estados superiores y místicos pero aún no distingue entre pre y trans, entonces elevará todos los estados prerracionales a algún tipo de gloria transrracional (el narcisismo infantil primario, por ejemplo, es visto como un sueño inconsciente dentro de la unión mística). Jung y sus seguidores a menudo siguen este camino y se ven forzados a interpretar estados de indisociación o indiferenciación, carentes de toda integración, como estados profundamente transpersonales y espirituales.
Freud fue reduccionista, Jung elevacionista: son las dos caras de la falacia pre-trans. Ambos tienen razón y están equivocados al cincuenta por ciento. Una buena parte de la neurosis es, efectivamente, una fijación/regresión a los estados prerracionales, estados que no deben ser glorificados. Por otro lado, los estados místicos existen realmente, más allá (no debajo) de la racionalidad, y no deben ser reducidos.
Aún respetando y elogiando la tremenda labor de integración que Wilber ha realizado en el ámbito de la Psicología, y admitiendo no ser un conocedor especialmente profundo de su obra, considero que estas afirmaciones sólo pueden ser sostenidas si se sobrevuela la obra de Jung y de aquellos que han continuado su legado, sin realmente pararse a profundizar en ella (por no hablar de vivenciarla). Jung no sólo no se contrapone a Freud, sino que, siendo honestos, continúa su obra y la trasciende. Dejemos que sea Jung quien tome la palabra, en el volumen 4 de su Obra Completa, Freud y el Psicoanálisis. Trotta, Madrid, 2000, p. 306. :
Frente a Freud, cuyo principio explicativo es esencialmente reductivo, remitiendo continuamente al condicionamiento infantil, yo concedo un peso algo mayor a la explicación constructiva o sintética, reconociendo que el mañana es prácticamente más importante que el ayer, y el 'desde entonces' menos importante que el 'hacia donde'. Aún apreciando la historia como se merece, me parece más significativo vitalmente lo por crear, y estoy convencido de que ninguna comprensión del pasado o ninguna reviviscencia, por fuerte que sea, de recuerdos patógenos, libera tanto a una persona del dominio del pasado como la construcción de lo nuevo. Soy muy consciente de que sin comprender el pasado y sin integrar importantes recuerdos, no puede crearse en absoluto nada nuevo ni se está en condiciones de vivir. Pero considero una pérdida de tiempo y un prejuicio erróneo excavar en el pasado buscando pretendidas causas específicas de enfermedad, pues las neurosis, indiferentemente de los primeros motivos a partir de los cuales pueden haberse originado, siempre están condicionadas y se mantienen mediante una actitud indebida presente que, una vez reconocida, debe corregirse hoy y no en la prehistoria infantil. Tampoco es suficiente el mero hecho de hacer conscientes las causas, porque la curación de la neurosis es en último termino un problema moral y no un efecto mágico de la evocación de recuerdos".
Por lo tanto, Jung, como su, en un tiempo maestro, Freud, toma muy en serio las experiencias biográficas de la infancia (lo que Wilber denomina estados pre-racionales o prepersonales), y la importancia de su integración en la consciencia, pero busca, al tiempo, la finalidad, el para qué de determinados síntomas. Pues, como es bien sabido, para Jung la raíz de toda enfermedad psíquica reside en el fracaso del individuo en su individuación, por una actitud unilateralmente dirigida, bien hacia el mundo exterior (con una identificación con la persona o máscara de adaptación a las demandas de la sociedad, en una suerte de proceso de masificación), bien hacia el mundo interior (por una identificación con una imagen arquetípica, y su correspondiente estado de inflación del ego, posesión del complejo del yo o Ego por un arquetipo, y, en último término, por una desintegración, entendida como pérdida en un mundo delirante de imágenes). Y, el proceso de individuación, como Jung insiste en numerosas ocasiones, no es otra cosa que la asunción y realización simbólica de los distintos arquetipos, de los constituyentes universales de la psique objetiva o inconsciente colectivo (entre los que destacan la persona, la sombra, el anima/animus, el puer aeternus o el anciano sabio) en la singularidad de uno mismo, lo que les confiere una expresión única e irrepetible en la manifestación del Sí-Mismo realizado, expresado o encarnado. Así pues, la individuación es un proceso de diferenciación, de distinción y, al tiempo, un proceso que tiende a la unificación, a la coagulación, de esos constituyentes psíquicos diferenciados, en una unidad superior que los engloba, lo que constituye, por consiguiente, la personalidad única que es el Sí-Mismo individuado (Antonio Vázquez expresa la misma idea en su artículo Proceso de Individuación y Proyecto Existencial).
Por tanto, y resumiendo un poco, Jung expone en muchas de sus obras que el inicio del proceso de individuación se corresponde con una toma de consciencia de lo inconsciente personal o individual, lo que Freud llamó el subconsciente, y, por consiguiente, lo que se pretende integrar en la consciencia son los estados prepersonales, de los que habla Wilber. Luego, tras esa primera etapa del análisis, el individuo se enfrenta a una sombra mucho más cerrada, que es lo que Jung denomina lo inconsciente colectivo, constituido, como hemos indicado, por esos constituyentes universales que él denomina arquetipos, la parte transpersonal de la psique.
Wilber, en una entrevista, afirma que los arquetipos no son transpersonales, sino colectivos. Y que, el único arquetipo realmente transpersonal en Jung es el Sí-Mismo o arquetipo de la Totalidad. Mucho se podría debatir sobre éste último comentario. Sólo mencionar que, por ejemplo, el arquetipo plutoniano de la Sombra colectiva, como Mal Absoluto, la otra cara de Dios, representado muy elocuentemente en el libro de Job, es tan transpersonal como lo es el Sí-Mismo. Son las dos caras del mismo arquetipo. Pues, todo arquetipo, tiene su lado oscuro y su lado luminoso. Siendo el arquetipo, el correlato del instinto en la psique, evidentemente la energía puede ir hacia arriba y hacia abajo, y el ego puede perderse en el pathos del ciego instinto o quedarse atrapado en un mundo de ideas delirantes. Sobre este particular, el lector interesado, puede consultar la última parte de mi ensayo sobre el arquetipo del puer aeternus, el conocido síndrome de peter pan. Continuaremos desarrollando estas ideas y aclarando lo que, a nuestro juicio, Wilber no parece haber contemplado.

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