Hace apenas un par de días que regresé de un viaje a Marruecos. Para mí, todo viaje exterior es, al tiempo, un viaje interior. De acuerdo con mi cosmovisión, todo cuanto sucede en el mundo objetivo, material, externo, es una imagen especular de lo que tiene lugar en el mundo subjetivo, espiritual, interno. Son, en resumen, las dos caras de una misma moneda.
Por ese motivo, precisamente, me resultan siempre muy curiosas algunas reacciones ante la perspectiva de viajar a ciertos países. Desde luego, para el español medio, Marruecos es un lugar tercermundista plagado de integristas que atentan contra la seguridad del visitante, sobre todo si es Nazarani, o sea, cristiano, o sea, en última instancia, occidental. Ya, ya sé, no todos los occidentales son cristianos. Sin embargo, el cristianismo ha sido la religión dominante durante siglos en la civilización occidental. Y eso ha dejado su huella en la psique. Sí, esa civilización que en estos momentos está de capa caída, es decir, en decadencia. Bueno, en decadencia lleva ya unos cuantos decenios, pero parece que la inmensa mayoría de las personas sólo toma contacto con esa realidad cuando la cosa se pone muy fea, afectando directamente a sus bolsillos.
Cuán distinta es la realidad que se palpa y experimenta en Marruecos, cuando el visitante se interna en aquel bello país, libre de prejuicios. Entonces, y sólo entonces, puede experimentarse la cara amable de aquel lugar. Sí, ciertamente, mi pareja y yo, estuvimos en época de Ramadán y nos vimos ante la situación de tener que vestir con discreción, y comer un tanto a escondidas, al menos hasta que se pusiera el sol. Pero me resultó de lo más natural proceder de ese modo, puesto que, a fin de cuentas, el extranjero en aquella tierra era yo, y, por ende, también yo quien debía adaptarse a las costumbres allí imperantes. De esto mismo se quejan muchos españoles, a saber, de que los extranjeros vienen a nuestro país y no se adaptan a nuestras costumbres. Pero, quien eso defiende, debería proceder del mismo modo cuando visita un país extranjero. Y, lamentablemente, son escasos los que así proceden en la práctica.
Tras esta introducción, un poco a modo de descargo en mi favor por desatender el blog durante un tiempo, y, un poco, también, para expresar, con una gruesa pincelada, lo experimentado allí, me propongo abordar un tema que salió a colación, antes, durante, y después de mi viaje a Marruecos. Un asunto que me afecta muy profundamente, y que se ha convertido en objetivo prioritario para mí durante bastantes años: La conjugación de la Naturaleza (Materia) y el Espíritu. Para quien no sepa de mi trayectoria personal, le diré que me licencié en Ciencias Ambientales, allá por el año 2000, y que, simultaneando la licenciatura, fui estudiando, como autodidacta, Psicología Analítica. Al principio, abordé la lectura del psicoanalista y sociólogo judío alemán Erich Fromm, devorando la práctica totalidad de su obra traducida al castellano. Durante un tiempo, Fromm se convertiría en mi maestro. Al tiempo que leía a Fromm, fui haciendo incursiones en la obra de Sigmund Freud, pero muy de soslayo. Había algo en su obra que me resultaba ajeno a mis vivencias interiores, por más que en psicología se le considere el padre del Psicoanálisis. Sin embargo, cuando comencé a leer la obra del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, discípulo predilecto de Freud (si bien, tras su ruptura con Freud, éste lo convertirá en acérrimo enemigo) algo en mi interior dijo: ¡eureka! He aquí lo que andabas buscando. Desde entonces, allá por el año 1996 -si bien, ya antes, había realizado alguna incursión tangencial-, he dedicado gran parte de mis energías a estudiar la obra completa de Jung. Al principio, su obra me resultó, ciertamente, muy compleja y, en algunos puntos, hasta engorrosa, poco clara, y un tanto ambigua. Especialmente, cuando presenta su hipótesis de lo inconsciente colectivo y sus constituyentes, los arquetipos. Hube de atravesar una auténtica crisis existencial, una metanoia, en el que mi vida diera un giro de 180 º -con lo que semejante experiencia conlleva-, para entender vivencialmente lo que Jung llama lo Inconsciente Colectivo y el efecto numinoso de los arquetipos. De esa experiencia, que Jung denomina Inicio de un Proceso de Individuación, algo así como un Génesis espiritual, o una iniciación mística, brotó el material, la materia prima alquimista, que fui moldeando como pude. Del trabajo con esa materia prima surgió mi primer libro El Retorno al paraíso perdido. Todo cuanto he hecho y escrito desde entonces, toma como referencia y punto de partida el material que en aquel entonces emergió.
Hecha esta breve reseña autobiográfica, regresemos al tema que nos concierne: crear un puente entre Naturaleza y Espíritu. Como iba diciendo, antes de mi viaje a Marruecos, un compañero de trabajo me preguntó, un tanto extrañado al conocer que me había licenciado en Ciencias Ambientales y que, sin embargo, estudiaba y escribía sobre psicología y espiritualidad, lo siguiente:
- José, tú te has licenciado en Ciencias Ambientales, pero escribes de espiritualidad ¿no parece tener mucho que ver una cosa con la otra, no?-
Entonces, tras mirar a mi compañero, directamente a los ojos, le dije:
- Verás, Antonio, durante mi licenciatura me enseñaron cómo funcionaban los ciclos en la Naturaleza y cómo el hombre interfiere o actúa en ellos, en principio, para su propio beneficio. La práctica totalidad de la carrera aborda temas teóricos, así como técnicos, que ayudan a comprender cómo funciona la Naturaleza (el estudio de los sistemas naturales, la interconexión de los distintos ecosistemas, por ejemplo) y de qué modo el hombre, mediante una abusiva intervención, está provocando un desequilibrio en los más variados ámbitos: contamina las aguas de ríos, mares, océanos; contamina la atmósfera con gases de efecto invernadero (millones de moléculas de CO2 son inyectadas a la atmósfera diariamente), ha contaminado y, en ciertas regiones, aún contamina con CFCs (Clorofluorocarbonados), moléculas poco reactivas que en las altas capas de la atmósfera se disocian, destruyendo la capa de Ozono, etc.…; desequilibra los ecosistemas naturales, así como los agroecosistemas con las grandes superficies de monocultivo, etc.… Sin embargo, Antonio, ¿quién es el responsable último de todas estas actuaciones? El ser humano. Y, mientras el ser humano no sea consciente de lo que hace y de los efectos de sus acciones, de nada servirá tener un conocimiento técnico exhaustivo. De hecho, si uno indaga más profundamente, la crisis ecológica en la que estamos inmersos –y la crisis económica no es sino una de sus manifestaciones- es, en definitiva, una crisis de valores rectores de la actitud consciente de los individuos. O sea, en última instancia, una crisis cultural. De ahí, Antonio, mi interés por el estudio de una psicología integral, que tome al individuo como a una totalidad indivisa, formando parte de un gran sistema al que denominamos Naturaleza.
Tras mi respuesta, mi amigo Antonio se quedó pensativo, asintiendo con un gesto que había comprendido.
Por ese motivo, precisamente, me resultan siempre muy curiosas algunas reacciones ante la perspectiva de viajar a ciertos países. Desde luego, para el español medio, Marruecos es un lugar tercermundista plagado de integristas que atentan contra la seguridad del visitante, sobre todo si es Nazarani, o sea, cristiano, o sea, en última instancia, occidental. Ya, ya sé, no todos los occidentales son cristianos. Sin embargo, el cristianismo ha sido la religión dominante durante siglos en la civilización occidental. Y eso ha dejado su huella en la psique. Sí, esa civilización que en estos momentos está de capa caída, es decir, en decadencia. Bueno, en decadencia lleva ya unos cuantos decenios, pero parece que la inmensa mayoría de las personas sólo toma contacto con esa realidad cuando la cosa se pone muy fea, afectando directamente a sus bolsillos.
Cuán distinta es la realidad que se palpa y experimenta en Marruecos, cuando el visitante se interna en aquel bello país, libre de prejuicios. Entonces, y sólo entonces, puede experimentarse la cara amable de aquel lugar. Sí, ciertamente, mi pareja y yo, estuvimos en época de Ramadán y nos vimos ante la situación de tener que vestir con discreción, y comer un tanto a escondidas, al menos hasta que se pusiera el sol. Pero me resultó de lo más natural proceder de ese modo, puesto que, a fin de cuentas, el extranjero en aquella tierra era yo, y, por ende, también yo quien debía adaptarse a las costumbres allí imperantes. De esto mismo se quejan muchos españoles, a saber, de que los extranjeros vienen a nuestro país y no se adaptan a nuestras costumbres. Pero, quien eso defiende, debería proceder del mismo modo cuando visita un país extranjero. Y, lamentablemente, son escasos los que así proceden en la práctica.
Tras esta introducción, un poco a modo de descargo en mi favor por desatender el blog durante un tiempo, y, un poco, también, para expresar, con una gruesa pincelada, lo experimentado allí, me propongo abordar un tema que salió a colación, antes, durante, y después de mi viaje a Marruecos. Un asunto que me afecta muy profundamente, y que se ha convertido en objetivo prioritario para mí durante bastantes años: La conjugación de la Naturaleza (Materia) y el Espíritu. Para quien no sepa de mi trayectoria personal, le diré que me licencié en Ciencias Ambientales, allá por el año 2000, y que, simultaneando la licenciatura, fui estudiando, como autodidacta, Psicología Analítica. Al principio, abordé la lectura del psicoanalista y sociólogo judío alemán Erich Fromm, devorando la práctica totalidad de su obra traducida al castellano. Durante un tiempo, Fromm se convertiría en mi maestro. Al tiempo que leía a Fromm, fui haciendo incursiones en la obra de Sigmund Freud, pero muy de soslayo. Había algo en su obra que me resultaba ajeno a mis vivencias interiores, por más que en psicología se le considere el padre del Psicoanálisis. Sin embargo, cuando comencé a leer la obra del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, discípulo predilecto de Freud (si bien, tras su ruptura con Freud, éste lo convertirá en acérrimo enemigo) algo en mi interior dijo: ¡eureka! He aquí lo que andabas buscando. Desde entonces, allá por el año 1996 -si bien, ya antes, había realizado alguna incursión tangencial-, he dedicado gran parte de mis energías a estudiar la obra completa de Jung. Al principio, su obra me resultó, ciertamente, muy compleja y, en algunos puntos, hasta engorrosa, poco clara, y un tanto ambigua. Especialmente, cuando presenta su hipótesis de lo inconsciente colectivo y sus constituyentes, los arquetipos. Hube de atravesar una auténtica crisis existencial, una metanoia, en el que mi vida diera un giro de 180 º -con lo que semejante experiencia conlleva-, para entender vivencialmente lo que Jung llama lo Inconsciente Colectivo y el efecto numinoso de los arquetipos. De esa experiencia, que Jung denomina Inicio de un Proceso de Individuación, algo así como un Génesis espiritual, o una iniciación mística, brotó el material, la materia prima alquimista, que fui moldeando como pude. Del trabajo con esa materia prima surgió mi primer libro El Retorno al paraíso perdido. Todo cuanto he hecho y escrito desde entonces, toma como referencia y punto de partida el material que en aquel entonces emergió.
Hecha esta breve reseña autobiográfica, regresemos al tema que nos concierne: crear un puente entre Naturaleza y Espíritu. Como iba diciendo, antes de mi viaje a Marruecos, un compañero de trabajo me preguntó, un tanto extrañado al conocer que me había licenciado en Ciencias Ambientales y que, sin embargo, estudiaba y escribía sobre psicología y espiritualidad, lo siguiente:
- José, tú te has licenciado en Ciencias Ambientales, pero escribes de espiritualidad ¿no parece tener mucho que ver una cosa con la otra, no?-
Entonces, tras mirar a mi compañero, directamente a los ojos, le dije:
- Verás, Antonio, durante mi licenciatura me enseñaron cómo funcionaban los ciclos en la Naturaleza y cómo el hombre interfiere o actúa en ellos, en principio, para su propio beneficio. La práctica totalidad de la carrera aborda temas teóricos, así como técnicos, que ayudan a comprender cómo funciona la Naturaleza (el estudio de los sistemas naturales, la interconexión de los distintos ecosistemas, por ejemplo) y de qué modo el hombre, mediante una abusiva intervención, está provocando un desequilibrio en los más variados ámbitos: contamina las aguas de ríos, mares, océanos; contamina la atmósfera con gases de efecto invernadero (millones de moléculas de CO2 son inyectadas a la atmósfera diariamente), ha contaminado y, en ciertas regiones, aún contamina con CFCs (Clorofluorocarbonados), moléculas poco reactivas que en las altas capas de la atmósfera se disocian, destruyendo la capa de Ozono, etc.…; desequilibra los ecosistemas naturales, así como los agroecosistemas con las grandes superficies de monocultivo, etc.… Sin embargo, Antonio, ¿quién es el responsable último de todas estas actuaciones? El ser humano. Y, mientras el ser humano no sea consciente de lo que hace y de los efectos de sus acciones, de nada servirá tener un conocimiento técnico exhaustivo. De hecho, si uno indaga más profundamente, la crisis ecológica en la que estamos inmersos –y la crisis económica no es sino una de sus manifestaciones- es, en definitiva, una crisis de valores rectores de la actitud consciente de los individuos. O sea, en última instancia, una crisis cultural. De ahí, Antonio, mi interés por el estudio de una psicología integral, que tome al individuo como a una totalidad indivisa, formando parte de un gran sistema al que denominamos Naturaleza.
Tras mi respuesta, mi amigo Antonio se quedó pensativo, asintiendo con un gesto que había comprendido.
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