En la última entrada a su blog, Maribel Rodríguez explica cómo existe una diferencia consustancial entre Sabiduría y Erudición. En él comentaba que hay personas sin estudios superiores, y hasta sin estudios, que disponían de una Sabiduría de la Vida que ya querrían para sí muchos profesores de universidad, catedráticos, científicos, etc.
Yo, por mi parte, he realizado un comentario a su entrada en el que distinguía entre la erudición y la sabiduría. Resumiendo lo allí comentado, un erudito es un individuo que ha adquirido conocimiento sobre una o varias materias. Es, por tanto, una persona que dispone de muchos datos, de una gran cantidad de información. Los intelectuales son un claro ejemplo de este tipo de individuos, a quienes, cariñosamente, yo llamo "craneotecas". Un sabio, en cambio es aquella persona que dispone de un conocimiento intuitivo y directo de aquellos principios universales de los que habla Rene Guenon. Normalmente, este último conocimiento puede denominarse "gnosis", pues entraña un contacto directo con la esencia vital, con la chispa divina, con el Espíritu Universal. Y este conocimiento no se adquiere con el esfuerzo personal, con la fuerza de la voluntad, sino que es un don dado por la Gracia divina.
Son, por consiguiente, conocimientos diferentes. Uno es epistemológico, el otro lo es gnóstico, por así decirlo. La sabiduría no excluye a la erudición. De hecho, esta última complementa muy bien a aquella. Pero sin la Sabiduría, la erudición es una especie de fuego fatuo. Al oído avispado le suena a hueco. De hecho, la verdadera Autoridad Moral radica, precisamente, en el contacto directo con la Fuente.
Esto nos plantea, a su vez, una cuestión que hace ya unos cuantos años me hice a mí mismo y que plasmé en la primera parte de mi trilogía La Hermandad de los iniciados, titulada Encuentros en la oscuridad. Como considero que puede resultar interesante lo que escribí en sazón, voy a verterlo aquí para que sirva de punto de encuentro y reflexión sobre un tema que se me antoja esencial.
"¿Qué diferencia al hombre del resto de los animales? Numerosos estudios recientes habían demostradoque animales como los delfines o los chimpancés eran seres inteligentes, con sobresalientes capacidades de aprendizaje y un cierto grado de autoconsciencia. Son incluso capaces de reconocerse cuando se ven frente a un espejo, pues se habían realizado pruebas con chimpancés y los resultados habían sido sorprendentes. Algunos investigadores afirmaban que la comunicación entre los seres humanos era lo que nos diferenciaba del resto de los animales. Otros iban un poco más allá y defendían la postura de que no era la capacidad de comunicarnos lo que nos diferenciaba, pues muchos animales primitivos se comunican a través de feromonas, sino, más bien, la palabra hablada y escrita. Esto era algo que, según ciertos científicos y pensadores, sólo se presentaba en el hombre y era la expresión de su cultura. El hecho de poder dar expresión gráfica, además de oral, a los sentimientos más profundos, a los pensamientos y a las reflexiones sobre la vida son, en verdad, signos de identidad del ser humano y su tecnología avanzada es una expresión de sus capacidades intelectuales. Muchos coinciden en que lo definitorio del hombrees su lenguaje.
Yo, por mi parte, he realizado un comentario a su entrada en el que distinguía entre la erudición y la sabiduría. Resumiendo lo allí comentado, un erudito es un individuo que ha adquirido conocimiento sobre una o varias materias. Es, por tanto, una persona que dispone de muchos datos, de una gran cantidad de información. Los intelectuales son un claro ejemplo de este tipo de individuos, a quienes, cariñosamente, yo llamo "craneotecas". Un sabio, en cambio es aquella persona que dispone de un conocimiento intuitivo y directo de aquellos principios universales de los que habla Rene Guenon. Normalmente, este último conocimiento puede denominarse "gnosis", pues entraña un contacto directo con la esencia vital, con la chispa divina, con el Espíritu Universal. Y este conocimiento no se adquiere con el esfuerzo personal, con la fuerza de la voluntad, sino que es un don dado por la Gracia divina.
Son, por consiguiente, conocimientos diferentes. Uno es epistemológico, el otro lo es gnóstico, por así decirlo. La sabiduría no excluye a la erudición. De hecho, esta última complementa muy bien a aquella. Pero sin la Sabiduría, la erudición es una especie de fuego fatuo. Al oído avispado le suena a hueco. De hecho, la verdadera Autoridad Moral radica, precisamente, en el contacto directo con la Fuente.
Esto nos plantea, a su vez, una cuestión que hace ya unos cuantos años me hice a mí mismo y que plasmé en la primera parte de mi trilogía La Hermandad de los iniciados, titulada Encuentros en la oscuridad. Como considero que puede resultar interesante lo que escribí en sazón, voy a verterlo aquí para que sirva de punto de encuentro y reflexión sobre un tema que se me antoja esencial.
"¿Qué diferencia al hombre del resto de los animales? Numerosos estudios recientes habían demostradoque animales como los delfines o los chimpancés eran seres inteligentes, con sobresalientes capacidades de aprendizaje y un cierto grado de autoconsciencia. Son incluso capaces de reconocerse cuando se ven frente a un espejo, pues se habían realizado pruebas con chimpancés y los resultados habían sido sorprendentes. Algunos investigadores afirmaban que la comunicación entre los seres humanos era lo que nos diferenciaba del resto de los animales. Otros iban un poco más allá y defendían la postura de que no era la capacidad de comunicarnos lo que nos diferenciaba, pues muchos animales primitivos se comunican a través de feromonas, sino, más bien, la palabra hablada y escrita. Esto era algo que, según ciertos científicos y pensadores, sólo se presentaba en el hombre y era la expresión de su cultura. El hecho de poder dar expresión gráfica, además de oral, a los sentimientos más profundos, a los pensamientos y a las reflexiones sobre la vida son, en verdad, signos de identidad del ser humano y su tecnología avanzada es una expresión de sus capacidades intelectuales. Muchos coinciden en que lo definitorio del hombrees su lenguaje.
Todos estos argumentos fueron esgrimidos en la clase de ética por la profesora y se debatieron por los alumnos y por expertos en el tema que habían sido invitados en aquella ocasión. Sin embargo, después de las experiencias vitales que Juan había tenido y aleccionado por sus guías espirituales, muestra elocuente de su implicación vital en el gran movimiento universal hacia el Conocimiento de lo Trascendente, se percató de que, pese a que aquellos eran argumentos que tenían un cierto peso específico y razón de ser, no eran en modo alguno los que definían al ser humano y lo distinguían del resto de los animales. Juan comprendió que lo verdaderamente humano consistía en la consciencia de la divinidad residente en el interior de todo ser humano.
Sólo el hombre tiene la capacidad de renacer al mundo del Espíritu, teniendo acceso al manantial de Sabiduría. Sólo el hombre tienela capacidad y, por tanto, la responsabilidad derivada de realizarse a sí mismo de un modo consciente. El resto de los seres vivos tan sólo son actores de la trama que es su desarrollo vital. Un árbol, al igual que un chimpancé o un delfín, nace, crece, se reproduce y muere. Un chimpancé, por ejemplo, pese a su inteligencia, a su incipiente autoconsciencia y a la escasa diferencia genética que lo separa del ser humano, atraviesa todas esas fases vitales sin ser consciente de su desarrollo. Y, aún menos, de su pertenencia y/o correspondencia a/con un ciclo cósmico. Sin embargo, el ser humano puede ser actor y creador en su propia Obra; puede colaborar conscientemente en el proceso de hacerse un individuo, y eso no le es accesible sino sólo a él. No obstante, no todos los seres humanos acceden a esa realidad subyacente a las apariencias y, en cierto modo, viven una vida que apenas difiere de la de sus hermanos pitecoides. Tal vez por ese motivo los expertos no han expuesto esta diferencia sustancial y esencial como la fundamental, la que verdaderamente define al ser humano y lo distingue del resto de animales—pensaba para sí Juan.
Así pues, parece que la iniciación al mundo del Espíritu es lo que define a un individuo como ser humano. La muerte de su estado animal o natural de ignorancia e irresponsabilidad infantil y su renacimiento al mundo de Sofía es conditio sine qua non para adquirir la condición de ser humano y este proceso de muerte y renacimiento, con la transformación de la consciencia que lleva aparejada es lo que culmina en un verdadero individuo humano. Y, por ende, ésa es, y no otra, la característica definitoria y distintiva del homo sapiens. Y, dado que son los menos quienes vivencian esta renovación, no es de extrañar, por tanto, que muchos científicos modernos encuentren en la reproducción o perpetuación de los genes el sentido verdadero de la vida humana. Una perspectiva misógina y harto angosta, por otro lado. Esos científicos trasladan directamente sus conclusiones, derivadas de hipótesis aplicadas al mundo de los animales, al ser humano y, con ello, hacen desaparecer de la vida humana lo que, en verdad, es característica definitoria de la misma. Visto desde la óptica de lo meramente físico o natural, el hombre también se rige por las mismas leyes de la genética y le puede ser aplicada la hipótesis evolucionista. Pero esa perspectiva conduce a un craso error cuando se pretende definir el sentido de la vida humana y lo verdaderamente humano en términos estrictamente naturales, por cuanto no contempla el proceso de muerte y renacimiento, al elemento de eternidad que le es consustancial a todo ser humano. Y, dado que es la capacidad de ser consciente de esta naturaleza divina, eterna, lo que define al ser humano y lo distingue de los animales, su alma no es un subproducto de la materia.
Tal vez lo opuesto estaría más cerca de la realidad y los recientes estudios sobre física cuántica parecen apuntar en esa dirección. El Aguador mismo le había enseñado a Juan que eran las potencias o arquetipos los verdaderos arquitectos de lo que tiene lugar en el mundo material. Y, por tanto, éste no era sino el producto de los dioses, la encarnación de poderes o potencias sempiternas, existentes desde los orígenes del Universo. En definitiva, el hombre es un microcosmos que gira en correspondencia directa con el macrocosmos, confirmándose la máxima gnóstica que afirma «así es arriba como abajo», asimilable a la cristiana ortodoxa «así en la tierra como en el cielo». "
Fuente: José Antonio Delgado González. Encuentros en la oscuridad. Editorial Nuevosescritores. 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario