Al hilo de la entrada que Maribel Rodríguez acaba de publicar en su blog personal, en la que explica la creación de una Universidad de la Mística, y su participación en ella como directora de la cátedra Edith Stein, me he animado a verter algunas reflexiones en torno al concreto tema de la mística cristiana.
Ciertamente, hace ya varios decenios, que se viene observando una suerte de avalancha, debido a una tremenda crisis que está afectando a Occidente desde hace muchos lustros, hacia expresiones espirituales más exóticas, como son las orientales. Este fenómeno en sí muestra dos asuntos cruciales: 1. Que vivimos en una época de crisis de valores, lo que se podría llamar un ocaso o muerte de las antiguas deidades; 2. Que el occidental contemporáneo está tratando de compensar esa pérdida trasplantándose a Oriente (o creando nuevos dioses, como son el Dinero y el Poder, o bien, en ciertos ámbitos, los Ovnis, etc.).
Pero las religiones orientales (o espiritualidad oriental) son una expresión de un alma antigua, con unas raíces profundamente ancladas y un sustrato cultural que las abona, muy diferentes a las occidentales. Por ese motivo, un trasplante de ese tipo puede conllevar una enfermedad anímica, tanto o más peligrosa que la vacuidad en la que está quedando el occidental medio.
Hoy, el cristianismo ya nada le dice al tecnocrático hombre moderno. Su ilustrada mente y la adoración a la Diosa Razón hacen que el mensaje cristiano le parezca infantil, contradictorio y, en último caso, hace tiempo superado.
Mas las consecuencias de semejante pérdida irreparable (me refiero al significado de los símbolos cristianos y/o al sentido profundo de sus rituales) las podemos ver a diario en los medios de comunicación: Guerras, Terrorismo, salvajismo atroz, materialismo a ultranza... ya no se sabe lo que es ser humano.
Cuando el hombre pierde el contacto con la Tierra Madre, con su Alma, entonces tienen lugar los acontecimientos que a diario vemos en los medios de comunicación. Los instintos primarios, del Dragón, se hacen con las riendas de la cultura, de modo que lo más tosco, lo más burdo, lo más indiferenciado es objeto de adoración. Como ejemplo de rabiosa actualidad están los programas televisivos de máxima audiencia, que presenta una alcahueta haciendo ostentación de la mediocridad y la mentira. Es lo que sucede siempre que tiene lugar el ocaso de una civilización, por otro lado.
Ciertamente, hay indicios de que en la Institución Cristiana se están produciendo cambios, que parecen avecinar una especie de nueva Reforma, o mejor, una renovación del mensaje cristiano. Mas, según a mí me parece, el retorno a la institución y la adherencia al cristianismo institucionalizado, por muy reformado que parezca, no constituirá la norma. Más bien, tiendo a pensar, guiado por mi intuición y por el estudio de uno de los símbolos que se relacionan con el espíritu de la época (zeitgeist), el Aguador o Acuario, que la búsqueda de la Verdad, de Dios en último término, pasará por un viaje interior que realizarán los individuos, adentrándose en lo más recóndito de Sí-Mismos, para, como los gnósticos de todos los tiempos, o los místicos de todas las religiones, encontrar la chispa divina que yace en su propio interior. Quizás los relatos artúricos, donde los caballeros de la Tabla Redonda se embarcaban en un viaje en busca del Santo Grial, representen mejor el espíritu de la época, que la Institución propiamente dicha. Tan es así, que la misma institución cristiana no se revitalizará, no se renovará, al igual que sucedía con el reino artúrico, sin que muchos Parzifales hallen la respuesta correcta a la pregunta singular: ¿Quién sirve al Grial?
Ciertamente, hace ya varios decenios, que se viene observando una suerte de avalancha, debido a una tremenda crisis que está afectando a Occidente desde hace muchos lustros, hacia expresiones espirituales más exóticas, como son las orientales. Este fenómeno en sí muestra dos asuntos cruciales: 1. Que vivimos en una época de crisis de valores, lo que se podría llamar un ocaso o muerte de las antiguas deidades; 2. Que el occidental contemporáneo está tratando de compensar esa pérdida trasplantándose a Oriente (o creando nuevos dioses, como son el Dinero y el Poder, o bien, en ciertos ámbitos, los Ovnis, etc.).
Pero las religiones orientales (o espiritualidad oriental) son una expresión de un alma antigua, con unas raíces profundamente ancladas y un sustrato cultural que las abona, muy diferentes a las occidentales. Por ese motivo, un trasplante de ese tipo puede conllevar una enfermedad anímica, tanto o más peligrosa que la vacuidad en la que está quedando el occidental medio.
Hoy, el cristianismo ya nada le dice al tecnocrático hombre moderno. Su ilustrada mente y la adoración a la Diosa Razón hacen que el mensaje cristiano le parezca infantil, contradictorio y, en último caso, hace tiempo superado.
Mas las consecuencias de semejante pérdida irreparable (me refiero al significado de los símbolos cristianos y/o al sentido profundo de sus rituales) las podemos ver a diario en los medios de comunicación: Guerras, Terrorismo, salvajismo atroz, materialismo a ultranza... ya no se sabe lo que es ser humano.
Cuando el hombre pierde el contacto con la Tierra Madre, con su Alma, entonces tienen lugar los acontecimientos que a diario vemos en los medios de comunicación. Los instintos primarios, del Dragón, se hacen con las riendas de la cultura, de modo que lo más tosco, lo más burdo, lo más indiferenciado es objeto de adoración. Como ejemplo de rabiosa actualidad están los programas televisivos de máxima audiencia, que presenta una alcahueta haciendo ostentación de la mediocridad y la mentira. Es lo que sucede siempre que tiene lugar el ocaso de una civilización, por otro lado.
Ciertamente, hay indicios de que en la Institución Cristiana se están produciendo cambios, que parecen avecinar una especie de nueva Reforma, o mejor, una renovación del mensaje cristiano. Mas, según a mí me parece, el retorno a la institución y la adherencia al cristianismo institucionalizado, por muy reformado que parezca, no constituirá la norma. Más bien, tiendo a pensar, guiado por mi intuición y por el estudio de uno de los símbolos que se relacionan con el espíritu de la época (zeitgeist), el Aguador o Acuario, que la búsqueda de la Verdad, de Dios en último término, pasará por un viaje interior que realizarán los individuos, adentrándose en lo más recóndito de Sí-Mismos, para, como los gnósticos de todos los tiempos, o los místicos de todas las religiones, encontrar la chispa divina que yace en su propio interior. Quizás los relatos artúricos, donde los caballeros de la Tabla Redonda se embarcaban en un viaje en busca del Santo Grial, representen mejor el espíritu de la época, que la Institución propiamente dicha. Tan es así, que la misma institución cristiana no se revitalizará, no se renovará, al igual que sucedía con el reino artúrico, sin que muchos Parzifales hallen la respuesta correcta a la pregunta singular: ¿Quién sirve al Grial?
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