Hoy voy a tratar un tema que me resulta muy interesante: La filosofía de la ciencia. Pero, para no retrotraernos demasiado en la historia, lo que nos llevaría demasiado lejos, comenzaremos por aquella forma de pensamiento que más ha influído en la ciencia moderna.
El movimiento positivista, dominante durante todo el siglo XIX, fue inaugurado por Auguste Compte (1798-1875). Para Compte, el gran éxito de la ciencia hacía aconsejable destilar su esencia para que pudiera ser utilizada su metodología en toda empresa humana. Para Compte y sus seguidores, los positivistas, la ciencia debía ceñirse a los hechos observables y alejarse lo más posible de las explicaciones hipotéticas, para ellos indemostrables. Lo que un científico debía de hacer es observar los hechos que se le presentan y proponer leyes científicas, a modo de ecuaciones matemáticas, que describan los fenómenos. Un ejemplo de ello lo constituye la ley de la gravitación universal formulada por Newton.
A partir de la formulación de leyes, los científicos pueden predecir eventos futuros, lo que, a su vez, les facilita el ejercer un control sobre la naturaleza.
Sin embargo, a mediados del siglo XX, Carl Hempel y Paul Oppenheim incorporan a la perspectiva positivista la función explicativa que debe cumplir la ciencia. Las explicaciones científicas debían considerarse como argumentos puramente lógicos que permitieran deducir los hechos a explicar a partir de las leyes científicas formuladas. Este modelo de explicación se lo ha denominado nomológico-deductivo, por cuanto las explicaciones son consideradas como deducciones realizadas a partir de ciertas leyes generales. Los hechos quedan subsumidos o generalizados en el marco de una ley científica. Ahora bien, para que la explicación sea válida lo explicado no debe estar contenido, ni implícita ni explícitamente, en la explicación. Así, por ejemplo, explicar que alguien es tímido porque es introvertido no sería una explicación válida, si la introversión no contienen algún rasgo de conducta diferente que el de la timidez.
Otro aspecto importante, y polémico, de este modelo positivista es que identifica explicación con predicción. Pero, como sabemos, que una ley pueda predecir la ocurrencia de un eclipse, por ejemplo, con ello no se está explicando lo que es un eclipse.
Este enfoque nomológico, que trata de ceñirse a los hechos cuanto sea posible, evitando las preguntas sobre la verdadera estructura causal de la naturaleza, se enfrenta al enfoque causal. Este enfoque lo que persigue es penetrar en la esencia de la naturaleza. Desde esta perspectiva, lo que uno se pregunta es lo siguiente: ¿Por qué sucede lo que sucede? Por ejemplo, en el caso anterior, la pregunta sería ¿Por qué un introvertido actúa como lo hace? Es decir, para este enfoque la ciencia tiene éxito no porque esté organizada lógicamente, sino porque es verdadera y es verdadera porque todas las hipótesis son probadas y sus teorías desafiadas, contrastándolas con la realidad.
La diferencia entre el enfoque causal y el nomológico es profunda porque se apoya en ideas muy diferentes. La controversia entre ambos enfoques se conoce como el debate del realismo en la ciencia. Esta divergencia de perspectivas nos recuerda, por ejemplo, a la polémica medieval entre el nominalismo y el realismo. Esta polémica venía suscitada por el modo en que se entendían los universales, es decir, los modelos o abstracciones de los objetos. Para los nominalistas, los universales no son más que meros nombres, pero están vacíos de contenido, no tienen existencia más que como abstracciones. En cambio, para los realistas los universales tienen existencia en sí mismos y las cosas, los objetos de este mundo, existen gracias a que existen los universales. Esta polémica también puede rastrearse en las diferencias entre los planteamientos aristotélicos y platónicos.
Así que, como vemos, la ciencia moderna está impregnada por el positivismo lógico que es, en esencia, una nueva modalidad de nominalismo o de aristotelismo. Los hechos percibidos por los sentidos son válidos y verdaderos, mientras que los universales (las teorías científicas, por ejemplo), no son sino herramientas útiles, empíricamente correctas, pero carecen de existencia real. Esta es la perspectiva antirrealista. Mientras que el realismo sostiene lo contrario, que las teorías científicas son literalmente verdaderas, en el sentido de que nos muestran cómo es el mundo realmente.
Utilizando la tipología funcional de caracteres de la psicología analítica podemos entrever la oposición entre la extraversión, que pone el énfasis en los objetos externos (hechos observables por medio de los sentidos) y la introversión que enfatiza los hechos internos, es decir, las causas últimas, los modelos o universales. Por consiguiente, mientras no se comprenda que la base de estas polémicas la hallamos en la diferente disposición tipológica personal, es decir, que depende del prisma con el que el científico enfoca su objeto de estudio, la controversia entre realistas y antirrealistas no se resolverá satisfactoriamente.
El movimiento positivista, dominante durante todo el siglo XIX, fue inaugurado por Auguste Compte (1798-1875). Para Compte, el gran éxito de la ciencia hacía aconsejable destilar su esencia para que pudiera ser utilizada su metodología en toda empresa humana. Para Compte y sus seguidores, los positivistas, la ciencia debía ceñirse a los hechos observables y alejarse lo más posible de las explicaciones hipotéticas, para ellos indemostrables. Lo que un científico debía de hacer es observar los hechos que se le presentan y proponer leyes científicas, a modo de ecuaciones matemáticas, que describan los fenómenos. Un ejemplo de ello lo constituye la ley de la gravitación universal formulada por Newton.
A partir de la formulación de leyes, los científicos pueden predecir eventos futuros, lo que, a su vez, les facilita el ejercer un control sobre la naturaleza.
Sin embargo, a mediados del siglo XX, Carl Hempel y Paul Oppenheim incorporan a la perspectiva positivista la función explicativa que debe cumplir la ciencia. Las explicaciones científicas debían considerarse como argumentos puramente lógicos que permitieran deducir los hechos a explicar a partir de las leyes científicas formuladas. Este modelo de explicación se lo ha denominado nomológico-deductivo, por cuanto las explicaciones son consideradas como deducciones realizadas a partir de ciertas leyes generales. Los hechos quedan subsumidos o generalizados en el marco de una ley científica. Ahora bien, para que la explicación sea válida lo explicado no debe estar contenido, ni implícita ni explícitamente, en la explicación. Así, por ejemplo, explicar que alguien es tímido porque es introvertido no sería una explicación válida, si la introversión no contienen algún rasgo de conducta diferente que el de la timidez.
Otro aspecto importante, y polémico, de este modelo positivista es que identifica explicación con predicción. Pero, como sabemos, que una ley pueda predecir la ocurrencia de un eclipse, por ejemplo, con ello no se está explicando lo que es un eclipse.
Este enfoque nomológico, que trata de ceñirse a los hechos cuanto sea posible, evitando las preguntas sobre la verdadera estructura causal de la naturaleza, se enfrenta al enfoque causal. Este enfoque lo que persigue es penetrar en la esencia de la naturaleza. Desde esta perspectiva, lo que uno se pregunta es lo siguiente: ¿Por qué sucede lo que sucede? Por ejemplo, en el caso anterior, la pregunta sería ¿Por qué un introvertido actúa como lo hace? Es decir, para este enfoque la ciencia tiene éxito no porque esté organizada lógicamente, sino porque es verdadera y es verdadera porque todas las hipótesis son probadas y sus teorías desafiadas, contrastándolas con la realidad.
La diferencia entre el enfoque causal y el nomológico es profunda porque se apoya en ideas muy diferentes. La controversia entre ambos enfoques se conoce como el debate del realismo en la ciencia. Esta divergencia de perspectivas nos recuerda, por ejemplo, a la polémica medieval entre el nominalismo y el realismo. Esta polémica venía suscitada por el modo en que se entendían los universales, es decir, los modelos o abstracciones de los objetos. Para los nominalistas, los universales no son más que meros nombres, pero están vacíos de contenido, no tienen existencia más que como abstracciones. En cambio, para los realistas los universales tienen existencia en sí mismos y las cosas, los objetos de este mundo, existen gracias a que existen los universales. Esta polémica también puede rastrearse en las diferencias entre los planteamientos aristotélicos y platónicos.
Así que, como vemos, la ciencia moderna está impregnada por el positivismo lógico que es, en esencia, una nueva modalidad de nominalismo o de aristotelismo. Los hechos percibidos por los sentidos son válidos y verdaderos, mientras que los universales (las teorías científicas, por ejemplo), no son sino herramientas útiles, empíricamente correctas, pero carecen de existencia real. Esta es la perspectiva antirrealista. Mientras que el realismo sostiene lo contrario, que las teorías científicas son literalmente verdaderas, en el sentido de que nos muestran cómo es el mundo realmente.
Utilizando la tipología funcional de caracteres de la psicología analítica podemos entrever la oposición entre la extraversión, que pone el énfasis en los objetos externos (hechos observables por medio de los sentidos) y la introversión que enfatiza los hechos internos, es decir, las causas últimas, los modelos o universales. Por consiguiente, mientras no se comprenda que la base de estas polémicas la hallamos en la diferente disposición tipológica personal, es decir, que depende del prisma con el que el científico enfoca su objeto de estudio, la controversia entre realistas y antirrealistas no se resolverá satisfactoriamente.
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