Durante la tarde del pasado domingo, fíjense en qué día, mientras comentaba el tema principal de mi próximo libro, la gnosis eterna, un profesor de bachillerato, Ldo. en Filosofía y en Historia, atacó con vehemencia la postura de los "gnósticos". El profesor me increpaba que los gnósticos estaban equivocados al pretender que, a través del conocimiento, se llegaba a la iluminación. Decía que no es a través del conocimiento, sino a través del Amor que se llega a la salvación del alma.
Una y otra vez me encuentro con el mismo equívoco cuando se habla del gnosticismo. La palabra gnosis significa, en efecto, "conocimiento". Pero hay que diferenciarlo del conocimiento epistémico (episteme), científico o reflexivo, que es aquél que se obtiene por el esfuerzo intelectual, a través de la percepción sensible y el uso de la razón. La gnosis, por el contrario, es un conocimiento directo, sin intermediación, de la Verdad. Una Verdad que se refiere a los principios inmutables y eternos que la psicología analítica denomina arquetipos, el esoterismo, principios universales y Platón, eidos o ideas. La gnosis es, pues, un conocimiento revelado por Dios, gracias al cual se tiene acceso a la Realidad que se encuentra allende el mundo de la materia. Y esta Realidad se corresponde con el Mundo de las Ideas de Platón, con lo Inconsciente Colectivo psicoideo de Carl Gustav Jung o, bien, con el dominio de los espíritus de los ancestros del chamanismo.
Pero, ese conocimiento, para que sea "perfecto", implica que el gnóstico debe internarse en ese tejido, del cual el Universo mismo depende, que conforma lo que acontece en la realidad manifiesta, es decir, material o corporal. De ese modo, al gnóstico se le revela, no sólo el conocimiento de su propio destino, del para qué está aquí, qué sentido tiene su vida, de qué rizoma del árbol del conocimiento participa, de qué faz cósmica es él un reflejo. Sino que, además, conoce cuál es el destino de la humanidad en el momento en el que ha nacido, así como qué principios son los que gobiernan en todo el Universo, participando activamente en su manifestación. La experiencia con ese tejido cósmico, en el interior de la Hystera de la Diosa, resulta esencial para adquirir la verdadera gnosis.
Por lo tanto, no es de extrañar que, el profesor con el que comí el pasado domingo, como muchos intelectuales modernos, no tengan ni la más remota idea de lo que es la gnosis. Y, en su lugar, confundan el juego de la abstracción, propia del intelecto, de la función del pensamiento, con el ámbito metafísico de las Ideas platónicas. Un error comprensible, aunque no por ello menos garrafal.
El catedrático de Filosofía e Historia de las Religiones, Francismo García Bazán, expresa esta misma idea acerca de la gnosis en su libro La gnosis eterna, cuando afirma:
"La palabra "gnosis" significa conocimiento. Deriva de una antigua etimología indoeuropea, jñâ, también presente en el sustantivo sánscrito jñana, con un significado idéntico: el conocimiento en sí mismo. Es decir, el saber directo e inmediato, despojado tanto de los velos que lo obstaculizan (el error o el olvido), como de los intermediarios que lo fracturan y lo debilitan (el juicio y la razón)."
Pero, tras una primera iniciación en el ámbito de los principios universales, ese conocimiento virtual ha de hacerse efectivo. Y ello tiene lugar a través de la manifestación de ese conocimiento revelado, mediante la enseñanza y la práctica correcta.
El gnóstico valentiniano Teodoto expresó esta misma divisa del siguiente modo:
"Pero no sólo el bautismo es el que salva, sino también el conocimiento, qué éramos y qué hemos llegado a ser, de dónde éramos y en dónde hemos sido arrojados, hacia dónde nos apresuramos; de dónde somos redimidos, qué es la generación y qué la regeneración."
En el Evangelio de la Verdad (NHC I,3), se nos explica qué es la gnosis perfecta:
"De esta manera el que posee el conocimiento es de lo alto. Si es llamado, escucha, responde y se vuelve hacia quien lo llama para ascender hacia él. Y sabe cómo se llama. Poseyendo el conocimiento hace la voluntad de quien le ha llamado, quiere complacerle y recibe el reposo. Su nombre propio aparece. Quien llegue a poseer el conocimiento de este modo sabe de dónde viene y adónde va. Sabe como una persona que habiendo estado embriagada ha salido de su embriaguez, ha vuelto a sí mismo y ha corregido lo que le es propio."
La gnosis es un conocimiento revelado: se entiende como un despertar de la consciencia, como una llamada de lo alto a realizar el Camino que le está deparado al gnóstico, un Camino que es su más alto Destino. Este Destino le estaba deparado desde siempre, sólo que el gnóstico, tras escuchar su voz interior, se vuelve hacia ella, abandona todo aquello que lo había desviado de su Camino, y continúa el sendero hacia la realización del Sí Mismo. Y es aquí dónde tiene cabida el Amor. Puesto que no hay verdadero Amor, allí donde no hay conocimiento. La ignorancia y la estulticia impiden el Amor, con mayúsculas. El verdadero Amor no es amor a esta persona, o a aquella persona, en cuanto persona. Ese amor es un amor profano. El verdadero Amor es, ante todo y sobre todo, Amor a Dios, Amor al Sí-Mismo y, a través de él, Amor a todas las criaturas. Puesto que la esposa, la hermana, el tío, el sobrino, el amigo del alma, el enemigo acérrimo, etc., son todos emanaciones de Dios, manifestaciones del Sí-Mismo. Y, quien no conoce este secreto, es incapaz de Amar en el sentido al que nos estamos refiriendo aquí.
Por supuesto, nada de esto le dije al "profesor", puesto que bien sabía yo que de nada serviría, dada su miopía para con los principios metafísicos. Y, sobre todo, porque la experiencia a la que aquí estamos aludiendo, socavaría los cimientos sobre los que descansa el conocimiento que él tiene de la realidad. Precisamente, mi próximo libro, ese que creó tanto revuelo el domingo mientras comíamos, se recrea en lo que, según mi entender, constituiría una comunidad de gnósticos.
Pero, ese conocimiento, para que sea "perfecto", implica que el gnóstico debe internarse en ese tejido, del cual el Universo mismo depende, que conforma lo que acontece en la realidad manifiesta, es decir, material o corporal. De ese modo, al gnóstico se le revela, no sólo el conocimiento de su propio destino, del para qué está aquí, qué sentido tiene su vida, de qué rizoma del árbol del conocimiento participa, de qué faz cósmica es él un reflejo. Sino que, además, conoce cuál es el destino de la humanidad en el momento en el que ha nacido, así como qué principios son los que gobiernan en todo el Universo, participando activamente en su manifestación. La experiencia con ese tejido cósmico, en el interior de la Hystera de la Diosa, resulta esencial para adquirir la verdadera gnosis.
Por lo tanto, no es de extrañar que, el profesor con el que comí el pasado domingo, como muchos intelectuales modernos, no tengan ni la más remota idea de lo que es la gnosis. Y, en su lugar, confundan el juego de la abstracción, propia del intelecto, de la función del pensamiento, con el ámbito metafísico de las Ideas platónicas. Un error comprensible, aunque no por ello menos garrafal.
El catedrático de Filosofía e Historia de las Religiones, Francismo García Bazán, expresa esta misma idea acerca de la gnosis en su libro La gnosis eterna, cuando afirma:
"La palabra "gnosis" significa conocimiento. Deriva de una antigua etimología indoeuropea, jñâ, también presente en el sustantivo sánscrito jñana, con un significado idéntico: el conocimiento en sí mismo. Es decir, el saber directo e inmediato, despojado tanto de los velos que lo obstaculizan (el error o el olvido), como de los intermediarios que lo fracturan y lo debilitan (el juicio y la razón)."
Pero, tras una primera iniciación en el ámbito de los principios universales, ese conocimiento virtual ha de hacerse efectivo. Y ello tiene lugar a través de la manifestación de ese conocimiento revelado, mediante la enseñanza y la práctica correcta.
El gnóstico valentiniano Teodoto expresó esta misma divisa del siguiente modo:
"Pero no sólo el bautismo es el que salva, sino también el conocimiento, qué éramos y qué hemos llegado a ser, de dónde éramos y en dónde hemos sido arrojados, hacia dónde nos apresuramos; de dónde somos redimidos, qué es la generación y qué la regeneración."
En el Evangelio de la Verdad (NHC I,3), se nos explica qué es la gnosis perfecta:
"De esta manera el que posee el conocimiento es de lo alto. Si es llamado, escucha, responde y se vuelve hacia quien lo llama para ascender hacia él. Y sabe cómo se llama. Poseyendo el conocimiento hace la voluntad de quien le ha llamado, quiere complacerle y recibe el reposo. Su nombre propio aparece. Quien llegue a poseer el conocimiento de este modo sabe de dónde viene y adónde va. Sabe como una persona que habiendo estado embriagada ha salido de su embriaguez, ha vuelto a sí mismo y ha corregido lo que le es propio."
La gnosis es un conocimiento revelado: se entiende como un despertar de la consciencia, como una llamada de lo alto a realizar el Camino que le está deparado al gnóstico, un Camino que es su más alto Destino. Este Destino le estaba deparado desde siempre, sólo que el gnóstico, tras escuchar su voz interior, se vuelve hacia ella, abandona todo aquello que lo había desviado de su Camino, y continúa el sendero hacia la realización del Sí Mismo. Y es aquí dónde tiene cabida el Amor. Puesto que no hay verdadero Amor, allí donde no hay conocimiento. La ignorancia y la estulticia impiden el Amor, con mayúsculas. El verdadero Amor no es amor a esta persona, o a aquella persona, en cuanto persona. Ese amor es un amor profano. El verdadero Amor es, ante todo y sobre todo, Amor a Dios, Amor al Sí-Mismo y, a través de él, Amor a todas las criaturas. Puesto que la esposa, la hermana, el tío, el sobrino, el amigo del alma, el enemigo acérrimo, etc., son todos emanaciones de Dios, manifestaciones del Sí-Mismo. Y, quien no conoce este secreto, es incapaz de Amar en el sentido al que nos estamos refiriendo aquí.
Por supuesto, nada de esto le dije al "profesor", puesto que bien sabía yo que de nada serviría, dada su miopía para con los principios metafísicos. Y, sobre todo, porque la experiencia a la que aquí estamos aludiendo, socavaría los cimientos sobre los que descansa el conocimiento que él tiene de la realidad. Precisamente, mi próximo libro, ese que creó tanto revuelo el domingo mientras comíamos, se recrea en lo que, según mi entender, constituiría una comunidad de gnósticos.