Imagen tomada en el Parque Nacional de Tortuguero |
El pasado día 19 de Junio de 2011, para festejar nuestra Luna de Miel, mi mujer y yo fuimos de viaje a Costa Rica. Dado que ha sido una experiencia inolvidable, querría dejar aquí, por escrito, una escueta cronología de las vivencias más conspicuas en los lugares que visitamos. Para que no resulte demasiado larga, la iré publicando por partes, en sucesivas entradas.
Si bien este trabajo no tiene la pretensión de convertirse en una guía turística –pueden encontrarse multitud de guías de Costa Rica, y de muy buena calidad, en el mercado, como la publicada por el DailyPlanet o la del National Geographic -, considero que podría serles de interés a aquellas personas que estén pensando o hayan decidido ya realizar su primer viaje a Costa Rica.
Antes de comenzar con la crónica, propiamente dicha, quiero puntualizar que, nuestro viaje, lo contratamos con una agencia de viajes de conocido prestigio, con un itinerario preestablecido por nosotros. No obstante, para los más atrevidos, quienes, además, dispongan de bastantes días de vacaciones (un mínimo de 15 días en Costa Rica), puede resultarles interesante la opción de alquiler de un vehículo 4x4 (contratado por una buena agencia) para conocer, con toda libertad y autonomía, las zonas más representativas de Costa Rica. Esta opción no es muy recomendable en la época de lluvias, porque las carreteras se anegan y se pueden abrir socavones de diámetro y profundidad extraordinarios, como pudimos comprobar. Además, no conviene dejar nada de valor en el interior del coche, y es aconsejable cerrar las puertas siempre que no se esté dentro del vehículo. No obstante, como dirían los ingleses, it is up to you.
Día 1. Domingo, 19 de Junio de 2011. SALIDA de Madrid hacia San José.
Salimos desde nuestra casa, en Madrid, en dirección a
Con estas y otras tribulaciones, llegábamos al aeropuerto, a eso de las 10:00 a.m., donde facturamos una única maleta, de 19,2 kg ., según la báscula aeroportuaria. Una vez facturada, nos dirigimos hacia la puerta de embarque con nuestras maletas de mano, cada uno la suya, donde llevábamos algo de ropa, así como ciertos objetos valiosos, tales como los prismáticos, la cámara de fotos o los cargadores de los móviles (si bien, estos últimos, no los utilizamos más que al final del viaje).
Una vez en el avión nos sentamos en nuestros respectivos asientos, ubicados en la salida de emergencia, que habíamos elegido on-line veinticuatro horas antes, utilizando la tarjeta de iberia plus e introduciendo el código del billete, con la finalidad de tener un viaje lo más confortable que nos fuese posible, considerando mi altura y corpulencia. Tras las oportunas explicaciones de las azafatas de vuelo, esperamos a que el avión despegara para observar, a través de la ventanilla, cómo la nave se iba elevando. Los edificios se iban viendo cada vez más pequeños, las montañas, las parcelas de cultivos y los poblados se iban perfilando, especialmente durante los primeros minutos de ascensión, hasta que, pasado un cierto límite de altitud, ya no se percibían más los detalles. Todo parecía una mancha de tierra allí abajo, en la que se apreciaban ondulaciones (cordilleras) y, al cabo de unos 45 minutos de vuelo, sólo el océano Atlántico era visible (una gran extensión de agua, el vulgarmente conocido como “charco”), salpicado por algunas nubes.
El vuelo duró cerca de once horas. No pude dormir nada durante el mismo, pues mi agitación e inquietud ante las experiencias que me esperaban impidieron que echara una cabezadita. Lo que sí hice, en cambio, fue comenzar a leer un libro muy interesante, titulado El Paradigma Holográfico. Muy en consonancia con este viaje que, para mí, se asemejaba bastante al viaje al mundo de Pandora, tal y como lo retrata James Cameron en su película Avatar. No en balde acababa de terminar el manuscrito de mi último libro, en coautoría con mi esposa, dedicado íntegramente al análisis de los símbolos y mitos presentes en la película Avatar. El Paradigma Holográfico, muy grosso modo, es un modelo que tiene en cuenta los avances acontecidos en la Física cuántica y en la Psicología Analítica y transpersonal. De acuerdo con estas investigaciones, el ser humano, como cualquier partícula atómica, contiene información extensible a la totalidad del Universo. Esto significa que, el individuo, a un nivel profundo, está relacionado con el colectivo y, en último término, con el universo todo. Esto es lo que los grandes místicos y las vertientes más esotéricas o profundas de las diversas religiones han venido manifestando desde los más remotos tiempos. Y algunos científicos de vanguardia, estudiando, de un lado, la estructura de la materia y, del otro, la naturaleza profunda de la psique, han descubierto que, en efecto, cuanto decían los místicos es cierto. En cierto sentido, esto mismo es lo que James Cameron trata de mostrar en la película Avatar, entre otras cosas.
Así que, ahí estaba yo, junto a mi esposa, quien releía el libro de Tolkien titulado La comunidad del anillo –una lectura muy apropiada también, por cierto-, leyendo sobre la interrelación e interconexión de los seres humano, a un nivel profundo, mientras me dirigía a Costa Rica, una emulación real de ese mundo de interconexiones que es Pandora, en la película Avatar. Y no hay mejor modo para ver, in situ, esta realidad, que observar las interrelaciones de interdependencia que se presentan en los diversos ecosistemas. Y en Costa Rica esto se convierte en obviedad.
Aterrizamos en el aeropuerto de San José (fíjense por un momento: mi nombre es José, he nacido el día 19 de marzo, o sea el día de San José, igual que mi mujer, y el viaje fue un día 19 ¡vaya cúmulo de coincidencias! ¿No creen?), a las 15:20, aproximadamente, del día 19 de junio, con una diferencia horaria de ocho horas menos, con respecto a la hora española. Allí, en el aeropuerto internacional Juan Santamaría, nos recibió muy amablemente una empleada de la agencia Swiss Travel Costa Rica, a quien le entregamos la documentación que Viajes el Corte Inglés nos había dado en Madrid, y ella, a cambio, nos hizo entrega del Itinerario que seguiríamos durante nuestra estancia en Costa Rica, con todo lujo de detalles (fechas, horas, hoteles, régimen de pensión, etc.). Una vez fuera del aeropuerto, una furgoneta nos llevó hasta el hotel en el que nos alojamos en San José, el Hotel Corteza Amarilla Art Lodge & Spa, situado a unos veinte minutos del centro de la capital costarricense y a quince del aeropuerto. Este hotel está construido en el interior de una propiedad de 4.500 metros cuadrados y con un tipo único de arquitectura sincrética, que combina Art Noveu, Deco, Barroco y cierta influencia oriental. La puerta de entrada al hotel tiene un unicornio dibujado, símbolo de la pureza de espíritu, una muestra palpable de lo que vamos a encontrar en su interior. Una atmósfera mágica, un ambiente de tranquilidad y sosiego, un paisaje paradisiaco, un lugar precioso, un manejo respetuoso con el medio ambiente, en consonancia con su política de turismo sostenible, que ya quisieran para sí muchos hoteles españoles, y, finalmente, una comida espectacular, completamente diferente a cuanto hemos probado en Costa Rica. Especialmente fantástica fue la opción, que venía incluida en nuestro paquete, del unicornio, en la que nos ofrecieron todo un despliegue culinario de lo más sabroso, con todas las bebidas, fuesen cuales fuesen y en la cantidad que deseamos, pues todas ellas estaban incluidas en esta opción. ¡Y con una decoración inigualable! Eso sí, su precio es, quizás, un poco elevado (unos 60 dólares por persona). Desde luego, para quien decida ir a Costa Rica, y vaya a pernoctar en San José, este hotel es muy recomendable.
Después de cenar la deliciosa comida que nos ofrecieron y que, por cierto, no pudimos terminar por su abundancia, nos dirigimos a nuestra fabulosa habitación suite, muy espaciosa, independiente, al estilo de una cabaña o bungalow lujoso, con una cama de matrimonio grande (King), un cuarto de baño tremendo, con una ducha sorprendente, y frente a la misma, un pequeño jardín interior. Todo un lujo, en un ambiente armonioso, donde dormimos desde cerca de las seis de la tarde, hasta cerca de las siete del día siguiente.
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