Autor: José Antonio Delgado González (1999-2001)
Corrían tiempos de aporía y desesperación. Tiempos de barbarie, de negritud,
de inversión de valores morales, de destrucción de creencias religiosas,
de desmembramiento... Esos tiempos no distaban mucho de los nuestros.
por la inexorable ley del tiempo, transmutado por el saturnino dios del
verdadero conocimiento, acostumbraba a recitar su sentencia favorita:
“Ahora que está próximo el fin del mundo, conviene abrir el corazón al Sol naciente
y saludarlo con alegría.”
¡Qué verdad encierra tamaño adagio y cuán eximio interés despierta, pese a su
inminente trascendencia!- exclamaba el sabio para sí. Sabido es, no
obstante, que la ignorancia es un vil enemigo, que arredra por entre las
fisuras del pretendido entendimiento, escondida bajo la máscara de una
pretenciosa arrogancia racionalista.
Pero, queridos amigos, parco en conmiseración es el Destino para con
aquellos que se resisten a seguir el Camino. Y pocos son los elegidos en el
arduo periplo que conduce a la inmensidad del inframundo. Fue el joven
Galuin uno de esos "agraciados". Así se llamaba un acaudalado varón, en lo
mejor de la edad, exuberante en entusiasmo, un argonauta, presto a
embarcarse en ardua travesía, con rumbo hacia el descubrimiento de aquellos
derroteros profundos, antaño conocidos como Campos Elíseos. Mas no rico en
posesiones materiales, bienes gananciales, ni cuestiones de índole afín.
Antes al contrario, Dios quiso traerlo al mundo bajo el yugo de la pobreza,
del dolor, de las dificultades infantiles y de la problemática situacional
de una familia de baja alcurnia.
Decían los más ancianos del lugar que fueron su humilde abolengo y su
lacerante infancia, los revulsivos que compelieron a Galuin a transitar por
el reino de los infiernos emergiendo, sano y salvo, de los peligros que le
arreciaron en aquellos, sus primeros años de existencia, con el don de la
videncia.
El viejo Barba Blanca conocía su historia. Su padre se la había contado, al
igual que lo hiciera su abuelo con aquél. Esa tradición se remontaba a los
albores de la humanidad, allí donde el registro histórico se desvanece en
abigarrada mixtura con el misterio del mito.
Cuenta la historia que Galuin, día tras día, al regresar a la morada de su
alma, recordaba las palabras que Barba Blanca aprendió de sus ancestros.
Esas palabras, preñadas de significado, que describen el advenimiento de un
nuevo día, el surgimiento de una etapa nueva, que es tanto del orden
natural, cuanto del espiritual. Ellas resonaban en lo interior del joven
Galuin, identificándose con ellas, como si en su fuero más íntimo, algo o
alguien las reclamara para sí.
Un día como otro cualquiera, de esos que prometen hacerse interminables,
cuando el sol se encontraba en su zénit, un extraño hedor comenzó a emanar
de aquel ambiente de trabajo enrarecido, en el que Galuin se sentía
subsumido. No sabría decir qué era. Sólo lo sentía, lo presentía...
Entonces, tras el correr de escasos minutos, Galuin supo de una terrible
noticia. Los dos árboles Gemelos más vetustos del lugar fueron talados, y
cayeron como las hojas de un melojo al despuntar el otoño.
Aquella noche se encontraba agitado e inquieto. Incapaz de conciliar el
sueño, tuvo una extraordinaria actividad onírica y, en medio del discurrir
de las imágenes virtuales, una voz de ultratumba resonó en lo más hondo de
su Ser.
-¡Prepárate! Ha dado comienzo la manifestación de una larga y difícil
transformación. -Le dijo aquella extraña voz, mientras regresaba al averno
del cual procedía.
Fueron numerosos los días que Galuin dedicó a meditar, contemplar y
elaborar sus intuiciones y estados de ánimo, referidos a aquel acto de
barbarie, que como las ondas de un terremoto, afloraron a la superficie de
su conciencia. Y pudo vislumbrar, como por un ojo de buey, lo que aquello
significaba para él.
Aquel aciago día, era el cumpleaños de su padre y debía felicitarlo. Sin
embargo, habían discutido con vehemencia unos días atrás, debido, en parte,
a que su actitud no se acomodaba a lo que su padre consideraba correcto.
Necesitado de un mayor espacio vital, tranquilidad, sosiego y soledad para
regresar a los dominios de su alma, finalmente olvidó la obligada llamada.
Pasaron las horas y el oscuro velo de la noche se desplegó. Al conciliar el
sueño, retornó al fantástico anima mundi. La imagen de un anciano surgió de
entre las tinieblas y con su rostro cálido, afectuoso y alegre le reveló
ocultos tesoros de sabiduría ancestral.
-¡Querido discípulo!¡Hijo del Universo! El hombre, criatura efímera o fugaz,
destruye el mundo natural del cual depende su supervivencia. Los estériles
paisajes son idénticos por doquiera que vaya. Destrucción de bosques,
drenado de pantanos, arranque de arrecifes coralinos, esterilización de
feraces tierras, desertización, pavimentación desproporcionada,
contaminación del aire y de la tierra y envenenamiento de los alimentos que
le sirven de nutrimento.
-¡Querido discípulo! ¡Hijo del Universo! Las relaciones humanas son un
espectáculo aterrador. Un tumor maligno se ha ido extendiendo y ha sembrado
la simiente de la discordia y desarmonía. El demonio de la barbarie se ha
adueñado de los hombres y de las mujeres y las agresiones matrimoniales se
cobran numerosas víctimas.
-¡Querido discípulo! ¡Hijo del Universo! Los instintos eróticos se han
corrompido, manifestándose de modos directos y distorsionados. Aberrantes
prácticas sexuales, orgías báquicas desenfrenadas, sodomía, intercambios de
pareja, pornografía abierta, uso de niños y esclavos en prácticas
pornográficas. En estas condiciones está el hombre, descendiente del gorila
¡Merecería no superarlo!
-¡Querido discípulo! ¡Hijo del Universo! Vosotros, hombres, habéis rechazado
vuestra ascendencia divina. Os habéis alejado de aquella Alma vuestra, más
vieja que la historia y más duradera que el efímero ser humano, en la
ingenua creencia de pretender dominar y gobernar la naturaleza con las leyes
de la racionalidad. Esa Alma, invisible, poderosa, segura y sempiterna os
habla en sueños, en imágenes, en símbolos, en inspiraciones fulminantes, en
ideas relampagueantes, en sentimientos arrolladores... y no le prestáis la
debida atención. Repudiada, odiada y temida por muchos, ignorada y acallada
por otros, esa alma vuestra es la esencia de la vida. Al darle la espalda a
Ella, os dais la espalda a vosotros mismos, corriendo un oscuro velo que os
impide experimentar la Vida en su desbordante plenitud.
-¡Querido discípulo! ¡Hijo del Universo! Olvidasteis la ley que gobierna en
el Universo aquella agrupación de fenómenos y hechos. Como es arriba,
también es abajo. Los procesos internos que suceden en vuestra Alma, son
reflejo de lo que sucede en la Naturaleza-Universo. Toda manifestación
objetiva es reflejo de estados subjetivos.
-¡Querido discípulo! ¡Hijo del Universo! Según lo dicho, todo cuanto te he
revelado, también sucede en los íntimos lares de tu alma. Trabaja con ahínco
en el descubrimiento de ti mismo, vive plenamente la totalidad de los
estados afectivos, no importa cuán extraños o diabólicos les parezcan a tu
asustado ego, pues de ellos depende tu supervivencia y la evolución de tu
Conciencia. Abre el corazón al nuevo día. La noche se cierne sobre el
pasado, la Luna brilla con luz plateada y el Sol nuevo despunta, acariciando
las montuosas cumbres con el fulgor de sus dorados rayos.
Con el pronunciar de estas palabras, el anciano sabio desapareció. Excitado,
Galuin se despertó. Esas palabras habían calado hondo en el corazón de
nuestro héroe, pues describían el estado en el que se encontraba el mundo y
la nueva etapa evolutiva que se abría ante su perpleja mirada. La caída de
los árboles Gemelos no era sino una manifestación simbólica de lo que le
estaba sucediendo a la humanidad en aquellos oscuros tiempos. Galuin
comprendió la difícil tarea que le había sido encomendada. Sabía que al ser
humano lo caracterizaba su capacidad de autoengaño, para poder sobrellevar
la angustia y mantenerse en un falaz sentimiento de seguridad. El sabio
anciano le había despertado del profundo sueño en el que se encontraba y
desde ese momento Galuin ya no sería el mismo.
Meditando sobre las palabras que el sabio le reveló en sueños, se percató de
que esa falta de atención a la relación existente entre las pautas de
conducta, el estilo de vida y sus efectos colaterales sobre la Naturaleza,
en las relaciones interpersonales y en la propia vida del ser humano, les
estaba conduciendo, poco a poco, a la destrucción del planeta y a ellos con
él.
Si el mundo se encuentra en semejante estado y si el hombre ha degenerado
hasta semejarse a su hermano pitecoide ¿cómo es posible una recuperación?
¿Cómo puede el hombre encontrarse a sí mismo? ¿Acaso la palabra Sabiduría se
ha trocado en algo huero y sin sentido? –Se preguntó, después de mirar la
situación sub specie aeternitatis.
-¡No! -Se dijo- la recuperación del hombre y la transformación de la
situación actual, sólo es posible regresando a la fuente de la sabiduría
primordial. Otrora brotaba a borbotones, su fluir era caudaloso y colmado de
vida. Hoy, apenas fluye un pequeño reguero, que con dificultad recorre el
rocoso y contaminado lecho por el cual serpentea. Esa Sabiduría de lo
Trascendente nace en un determinado momento de la evolución del individuo,
y, a través de su efímera y diminuta existencia, es capaz de manifestar la
grandeza de lo Eterno. Su primer estadio es la intuición, pero ésta no es
sino un pálido reflejo de aquella fuente primordial. De ella surgen todos
los dioses y diosas que gobiernan la existencia del hombre. Esa fuente se
llama videncia, comunión con dios, contemplación de la eterna sabiduría de
la vida y reside en los lares más íntimos del alma humana.
Desde aquel día en que el anciano sabio le desveló sus secretos, Galuin no
cejó un instante de pensar en él. Pues ese anciano era su guía en el camino
del llegar a ser. A partir de entonces, Galuin comenzó a acostarse sobre el
centro de su alfombra persa, justo en el núcleo del mandala grabado en su
tejido, para practicar una relajación profunda. Y en ese estado escuchaba como
la voz del anciano sabio resonaba en sus adentros.
Este cuento, cuyo esbozo inicié en el año 1999, cuando atravesaba una metanoia, lo terminé de escribir en el año 2001, más o menos en la época en que tuvo lugar el atentado terrorista del 11 de Septiembre en Nueva York. En aquel entonces, me estaba percatando de la importancia del despertar de la conciencia, del descubrimiento del mito que a cada uno le habita y del despliegue consciente de este patrón arquetípico. Los movimientos terroristas, tan extendidos por todo el mundo, son una expresión compensatoria de la actual tendencia niveladora-unificadora, o de masificación, a la que está conduciendo el proceso de globalización.
© José Antonio Delgado González. Todos los derechos reservados.
Queda prohibida la reproducción de todo o de parte de este cuento sin la autorización expresa del autor.
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