Rosarium Philosophorum,1550. El león devora el Sol. |
El pasado fin de semana del 15 y 16 de octubre de 2011 tuve el privilegio y el honor de ser invitado a las XV Jornadas-Encuentro tituladas “AFRONTANDO LAS CRISIS. PERSPECTIVA PERSONAL E INSTITUCIONAL” por la Asociación Española de Logoterapia (AESLO). En el Local IESU, última obra de Moneo, que forma parte de una moderna Iglesia, tuvieron lugar estas jornadas, en las que pude participar realizando una comunicación titulada LA CRISIS COMO FUENTE DE CREATIVIDAD (Y TRASCENDENCIA), gracias a la amable invitación de la Dra. María Ángeles Noblejas.
A continuación podéis leer dicha comunicación.
José Antonio Delgado González
Lcdo. Ciencias Ambientales, estudioso de la Psicología Profunda , escritor y estudiante de Psicología.
Aunque se haya mencionado en repetidas ocasiones a lo largo de estas jornadas, nunca se insistirá lo suficiente en que, las crisis que actualmente padece el mundo occidental, y el oriente occidentalizado, atañen, primordialmente, a los valores. Y, con ello, no se está diciendo que, con proclamar a voz en cuello la importancia de la bondad, la libertad, la fraternidad y la igualdad entre todos los seres humanos, sea suficiente. Lamentablemente, no lo es, como muestran las constantes violaciones de los derechos humanos en todas partes del orbe. En estos hechos, vemos retratado el estado moral del ser humano de hoy.
Desgraciadamente, sólo una pequeña porción de la sociedad es capaz de ver más allá de los acontecimientos, de los sucesos o de los hechos, así llamados objetivos, para leer entre líneas su significado “simbólico”. Y es que vivimos una época que se caracteriza por un auténtico eclipse de cordura, que parece afectar, de igual modo, a las clases dirigentes, a buena parte de los intelectuales y al colectivo de esta sociedad en la que hemos sido alumbrados. A veces pienso si no vivimos algo parecido a lo que aparece reflejado en la película “El planeta de los Simios”. La regresión cultural que estamos sufriendo y el estado moral de las clases dirigentes así parecen atestiguarlo.
Como antes apuntaba, tengo la impresión de que, lo que al ser humano parece haberle sucedido, en el transcurso de los últimos tiempos (Ilustración, modernidad, post-modernidad), es que ha perdido su Alma, convirtiéndose, por tanto, en un ser desalmado (carente de conciencia, cruel, privado de espíritu). Así, las crisis que padecemos hoy son el resultado de esa pérdida del Alma (de un vacío existencial que diría Frankl). Ahora bien, toda crisis encierra en su seno una oportunidad de renacer de los escombros del pasado. Como ya manifestaron autores tales como Victor Frankl, Carl G. Jung, Mircea Eliade o Joseph Campbell, entre otros, toda vida humana genuina implica crisis profundas, sufrimiento, pérdida, muerte y resurrección. Y esto es válido tanto para los individuos, cuanto para el colectivo. Así, en estos momentos en que atravesamos una crisis profunda, que parece afectar a todas las facetas de nuestra vida o, al menos, a aquellas que considerábamos de la mayor importancia (especialmente el dinero, al que hemos convertido en una deidad), la única esperanza de resolución parece residir en la posibilidad de que se produzca una renovación total y profunda, una renovación que transforme la vida toda, y de la cual emerja el Sentido de la propia existencia. Entendiendo por Sentido, la orientación vital, el significado de la Vida y el soporte vital que nos sostiene y del cual somos expresión. Y esta tarea le está encomendada, en primer lugar, al individuo, a la persona, que, tras un descensus ad inferos, puede hallar el tesoro de una vida plena de sentido, una vida sacralizada y unificada.
Sobre esta idea, Víctor Frankl, en su libro autobiográfico El hombre en busca de sentido, afirma lo siguiente: "Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y, después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros." Aquí, Frankl está apuntando la importancia de transformar el punto de vista egocéntrico (“no espero nada de la vida”, como escuchaba decir a muchos prisioneros que habían perdido el sentido de sus vidas) en una perspectiva centrada en el sentido de la Vida , una Vida que nos ha sido concedida.
Pero para que esto suceda, primero se ha de producir una muerte de una parte de nosotros. A través de esta muerte “iniciática”, es decir, de esta muerte “simbólica”, se hace posible una nueva gestación, un nuevo nacimiento. Y, al igual que sucede en todas las iniciaciones tradicionales, lo que muere es un determinado estado de consciencia, una orientación establecida, una identificación parcial y exclusiva con el mundo material, que se caracteriza por la profanidad, la desacralización, la falta de un sentido último de la existencia, más allá del predominio de una infantilidad patológica que, como ocurre en los niños, mira principalmente por sus propias necesidades egocéntricas, para renacer a un estado de consciencia que se caracteriza por el acceso al mundo del Espíritu (pneuma, hálito o soplo vital, principio generador), a la verdadera cultura (entendida esta como cultivo, crianza o forja del Alma). Así entendida, la cultura reside, no en el ámbito de la razón y del intelecto, sino en lo más profundo del ser humano, allí donde habitan los espíritus de los antepasados, los dioses, los seres sobrenaturales, los daimones o geniecillos o, como los denomina la Psicología Analítica , los arquetipos o potencias espirituales de lo Inconsciente Colectivo (W. Shakespeare expresa esta misma idea en su tragedia Hamlet, donde escribe: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de lo que alcance a entender la Filosofía ”). La razón y el intelecto se convierten, tras la iniciación, en instrumentos indispensables de reflexión de lo vivido, transformando las vivencias en experiencias y expresando a través del lenguaje la experiencia de lo vivido. Es decir, dando fe de la experiencia del Sentido. Esta paradoja mercurial se expresa en un koan Zen que dice: “la iluminación no se obtiene pensando, pero tampoco sin pensar.”
Y es que, según parece, toda crisis enseña al hombre una lección que necesita aprender. Quizás la lección más importante es la de no apegarse a ningún logro obtenido, sea este de carácter material o intelectual, tampoco a ningún lugar geográfico, ni a relación personal alguna, pues todo ha de sacrificarse en virtud de una consagración de la propia Vida, como ofrenda a algo que trasciende nuestro ego. La Vida, después de atravesar una crisis de esta magnitud, adquiere una dimensión sagrada.
Viktor Frankl da testimonio de esta última experiencia al afirmar que, cuando lo había perdido todo, se dio cuenta de la importancia del "Amor como la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre". Y, al vivenciar esta verdad, pudo ver la realidad con los ojos de un niño, llenos de asombro ante la belleza de la naturaleza. Podía disfrutar de una puesta de sol o de la imagen de su mujer, evocada en su interior, pese al trato inhumano que recibía en los campos de concentración.
Para poder atravesar la desorientación que parece caracterizar a toda crisis, la creatividad juega un papel fundamental. De hecho, en los momentos de mayor oscuridad, de gran tensión y sufrimiento, la expresión creativa permite dar un cauce a los estados afectivos que emergen durante las crisis. Ya sea a través de la pintura, de la danza, de la escultura, de la composición musical, de la literatura, o bien, de un híbrido de varias expresiones artísticas, el individuo puede dar “rienda suelta” a esas emociones que lo embargan durante los periodos de crisis.
Un ejemplo de ello nos lo proporciona el recientemente publicado Libro Rojo del psiquiatra Carl G. Jung, donde su autor, a través de un método que él denominó Imaginación Activa, en el que interactuaba con las imágenes internas, dibuja y escribe su experiencia con el Alma. Jung descubrió este método precisamente cuando atravesaba un periodo de desorientación y crisis, entre 1912 y 1916, hasta el punto de pensar que estaba perdiendo la cabeza.
Muchos otros escritores, poetas y visionarios, como Miguel de Unamuno, Antonio Machado, William Blake, Dante Alighieri, Friedrich Nietzsche o María Zambrano, por poner unos pocos y conspicuos ejemplos, también accedieron, después de atravesar una crisis, a ese mundo que Henry Corbin, el gran hermeneuta islámico, denominó Mundus Imaginalis o Mundo Imaginal y que Jung rebautizó como Inconsciente Colectivo, lo que puede verificarse tras la lectura de sus obras. Víctor Frankl también recurrió a la imaginación, cuando evocaba la imagen de su mujer, con quien mantuvo incluso varios diálogos interiores, durante su estancia en los campos de concentración, lo que le ayudó a soportar los mayores sufrimientos.
En mi caso particular, mientras atravesaba una crisis que afectó a todas las facetas de mi vida, rompiendo mi cosmovisión egocéntrica, conocí el método propuesto por Jung antes mencionado, la Imaginación Activa, y escribí varios centenares de páginas en las que expresaba el diálogo interior que mantuve con las imágenes, que desde lo inconsciente biográfico y colectivo fueron brotando, mientras permanecía en un estado de consciencia parecido al duermevela.
La crisis, así concebida, puede entenderse como una iniciación al ámbito espiritual, un retorno al paraíso perdido de nuestra interioridad, para utilizar el título de mi primer libro, es decir, la recuperación del contacto con el Alma perdida, donde la consciencia accede a una realidad que no es la realidad material y ordinaria, sino a un mundo trascendente, allí donde los espíritus se corporeizan y los cuerpos se espiritualizan. Para ejemplificar el contacto con el Alma, es decir, con lo Trascendente, mientras atravesaba una crisis existencial, o mejor, una metanoia, para lo cual me serví de la Imaginación Activa , método que tiene como predecesora la Imaginación verdadera y no fantástica de la alquimia medieval, vamos a leer el diálogo que mantuve con una imagen interna, ligeramente modificado para su publicación en un libro titulado Encuentros en la oscuridad:
José: Mientras meditaba, tuve una visión que me dejó sumido en lo más
profundo de mí mismo. La imagen de un geniecillo, de
un daimon, apareció ante mi asustada mirada interior y comenzó
a hablarme en un lenguaje extraño y enigmático.
Daimon: ¡Querido Discípulo! ¡Hijo del Universo! Escucha
con atención todo cuanto te voy a revelar acerca
de la naturaleza del Mal. Hay quienes opinan que Dios
es pura Bondad, que en él reside el Bien Supremo y
que encaminando sus pasos hacia Él conseguirán encarnar
una vida virtuosa, pero en verdad te digo que
esos que así piensan yerran en algo que es de lo más
fundamental, pues la maldad no es un atributo ajeno
a Dios. El Mal es la cara opuesta de Dios, su otro rostro.
En Él residen ambos opuestos, tanto la Bondad
cuanto la Maldad. Ese Mal que desgarra las entrañas,
que compone la tensión de los opuestos que se separan y luchan entre sí.
Muerte y destrucción, escisión y distanciamiento
son atributos del Mal de cuyo seno aflorará la semilla
del Bien. Confusión y caos son los prolegómenos
del nacimiento de lo nuevo. Lo nuevo es la
Totalidad, que se reorganiza y ordena sólo a través de
la desorganización y del Caos. Medita largamente sobre
estas enseñanzas, para que extraigas de ellas el máximo
jugo.
José: ¿Quién eres? ¿Cuál es tu nombre?
Daimon: Soy aquel daimon que quiere el Mal y genera el
Bien. He recibido muchos nombres. Tú puedes llamarme
Abraxas. Soy el puente entre dos mundos, el Dios de
las controversias. Dos rostros poseo y, sin embargo, pocos
son los que me conocen. Represento el límite y su ruptura,
el control y el caos; domino y liberto, moldeo y deshago,
estructuro y destruyo; soy el más anciano y el
más joven. A través de mí conocen los hombres el mundo de arriba y el de
abajo, la luz y la oscuridad, lo anterior y lo posterior,
el Todo y la Nada , el poder y la debilidad, la Materia
y el Espíritu; de mí consiguen el ensalzamiento y la
miseria, la cúspide y las honduras, la dilatación y la contracción,
el cielo y el infierno. ¡Querido Discípulo! Escúchame
con atención: sólo aquél que esté libre de deseos
obtendrá de mí los dones más divinos. Quién no
ansíe nada, lo tendrá todo. Aprende y graba estas palabras
para que sean norma de tu vida. Aquellos que
se afanan por ascender a lo más alto, terminarán cayendo
y su caída los conducirá a un abismo tanto más
hondo, cuanto más alto se hayan elevado. Ésta es mi
ley. Busca siempre la norma de la medianía. En el equilibrio
hallarás la Virtud.
José: ¿De dónde procedes?
Daimon: Del mundo de lo no manifestado. He tomado
forma manifiesta para que puedas escuchar mis enseñanzas
y aprender los secretos mejor guardados. Como
forma sin forma, mi mundo es el Pleroma. Como Padre
de los seres manifestados soy Creatura. Como Creatura
me manifiesto a los hombres, pero estos suelen
conocerme a través de mis acciones. En tanto que
Arquetipo pertenezco al Pleroma y, por tanto, soy incognoscible,
inaprensible, innominable e inefable. Y,
sin embargo, mi actuación se hace patente por doquier.
Sólo puedes acceder a mí a través de mi nombre (símbolo) que
es pura manifestación. Sin ellos saberlo la vida de los seres
humanos es un sueño en cuyo seno se entretejen los
más imbricados hilos que conforman el tapiz que habrá
de manifestarse en el mundo fenoménico. Detrás
de los fenómenos que los hombres llaman sucesos
hállase el mundo de las deidades secundarias,
verdaderos regentes de las vidas y destinos humanos y no humanos.
José: Pero, entonces, ¿no somos dueños de nuestros
destinos?
Daimon: No atiendes a lo que te estoy diciendo. Abre bien
tus oídos internos para que comprendas en su justa
medida, extensión y entendimiento mis palabras. El
hombre natural está regido
por los Gobernadores del Destino, también llamados
dioses secundarios o instintos, pues el hombre en estado
natural es un ignorante de las leyes del Espíritu.
Profano en los designios divinos, y ajeno por completo
a la Verdad del Uno, el Gran Andrógino, se halla
perdido y, por consiguiente, es una marioneta cuyos
hilos penden de las manos del Destino.
Pero existe un modo por el cual el
ser humano puede liberarse de la voluntad de los instintos.
Ahora bien, para ello habrá de morir a su estado
natural o instintivo. Sólo a través de esta muerte
podrá el hombre renacer a la verdadera Vida. Y esa
Vida nueva está libre de las ataduras al signo, si bien
las influencias de los Gobernadores seguirán actuando.
Pero al renacer al mundo del Espíritu, el ser humano
deja tras de sí su estado de ignorancia e infantilismo,
comienza a conocer las leyes del Espíritu y se
interna en el conocimiento de sí mismo. Deja de ser
esclavo de las leyes del Destino. El acceso al
vasto universo estelar lo hace penetrar en el Alma
del Universo y, con ello, descubre su esencia dual: su
parte mortal, regida por las leyes del tiempo y del
Destino y la parte inmortal, que se pierde en la lejanía,
allende los límites del tiempo y del espacio conocidos.
Esta vía a la verdadera
Vida no es recorrida sino por unos pocos, los menos.
Entiende bien esto: no es camino fácil. El
enfrentamiento con la muerte y la posterior resurrección
a una nueva vida es dramática experiencia.
En ella el hombre se reconoce a sí mismo, de suerte
que de la unión de lo Femenino con lo Masculino se
engendra el prodigio del Ser Uno, completo, Andrógino
y, por lo tanto, hembra y macho al mismo tiempo.
José: Aquí terminó el primer diálogo. Días después,
sumido en tribulaciones, regreso de nuevo a
un estado de meditación en el que todos mis sentidos
parecían haber quedado suspendidos. En
ese momento, de detrás del telón de fondo de mi interioridad,
surgió una nueva figura que refulgía cual luz
incandescente, aunque esta vez sin forma. Una voz
como de ultratumba empezó a hablarme del siguiente
modo:
Daimon: ¡Querido Discípulo! ¡Hijo del Universo! Parece
que estás cuestionándote lo que muchos hombres antes
que tú se han preguntado. No vas del todo mal encaminado
cuando reflexionas en torno a la Obra que
es la realización de tu propia esencia. No obstante, habrás
de saber que ello no es tarea fácil.
El conocimiento de tu procedencia
divina no se logra sino después de que hayas muerto.
Sí, querido discípulo, la muerte no es otra cosa que un cambio de estado.
Una transformación que te conduce al conocimiento
de tu esencia divina (…)
Así que, en aquella crisis, en aquél sinsentido, se escondía el Sentido último de mi vida. En definitiva, mi verdadera vocación. Todo cuanto he escrito, y todo cuanto escriba en el futuro, se nutre de los encuentros entre el espíritu inmortal y mi vida finita, entre el Padre y la Madre , entre la Eternidad y el Tiempo. Muchas gracias.
Quiero agradecer desde aquí a todos los conferenciantes y comunicadores, así como a todos los que han hecho posible que este encuentro tuviera lugar, por su magnífica labor de dar a conocer los frutos maduros de la vida y obra del creador de la Logoterapia , también conocida como la “tercera escuela vienesa de psicoterapia”, Victor E. Frankl, centrada en la búsqueda del sentido de la existencia humana.
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