En más de una ocasión he mantenido discusiones sobre la utilidad práctica de atiborrarse de multitud de conocimientos de escuelas y modelos diferentes de psicología. Según parece, al menos eso opinan muchos psicólogos y psiquiatras modernos, de ese modo se puede ayudar mejor al paciente. Por mi parte, expresaba mis serias dudas acerca de esta opinión, porque, según mi experiencia y mi propio punto de vista, lo que ayuda a sanar a un paciente no es lo que el "psicólogo" o el "psiquiatra" saben, sino lo que son.
La primera argumentación que se me objetaba era que, sin un conocimiento teórico de muchas perspectivas, resultaba muy difícil ayudar a un paciente, porque no a todos los pacientes se les puede tratar con el mismo enfoque o paradigma. Para algunos, un tratamiento cognitivo-conductual será lo idóneo; para otros, le tendrá que ser aplicada una terapia psicoanalítica, que profundice en su complejo de edipo; mientras que a otros, lo que les mueve a la consulta es una neurosis noógena y lo que precisan es una nueva perspectiva que les permita encontrarle el sentido a sus vidas. No dudo de que este argumento, completamente lógico y racional, por otro lado, tenga su parte de verdad. Mas, quien no haya recorrido la vía hacia sus profundidades, aquél que se haya limitado a leer, a memorizar y a escribir libros o artículos sobre la relación entre las distintas escuelas, que ha aprendido de memoria, olvidándose de realizar su propio camino, dudo mucho que pueda ayudar a sanar a paciente alguno. Y, lamentablemente, son mayoría los psicólogos que se encuentran en esa situación. Desde mi punto de vista, sólo si el conocimiento de esos diferentes "métodos" es el resultado de un proceso de autoconocimiento, de una realización que brota desde el Ser del individuo, podrá tener cierta utilidad práctica, y sólo en un grado limitado.
Otra argumentación que se me objetaba, al hablar del necesario autoconocimiento, se refería a la necesidad o no de ser "analizado" por un analista, es decir, de ser psicoanalizado por un experto, para poder convertirse uno, finalmente, en un psicólogo competente. Sin embargo, este argumento, razonable y válido, parece olvidar la importancia de la "autoiniciación", la cual no está sujeta a ningún método, ni a la guía de experto alguno: es la propia dinámica del Alma la que provoca la transformación de la consciencia y el acceso a lo inconsciente. De ese fondo insondable puede surgir, como de hecho ha sido así en determinadas personalidades, la guía necesaria para la realización de la Obra que es la realización del Ser que habita en el individuo. De modo que es el "hombre interior", el "analista" interior, si se quiere, el que se presenta al individuo, y le sirve de iniciador y de maestro. Un ejemplo de ello lo constituye Filemón en Carl G. Jung o los gurús de ciertos sabios indios.
Lo mismo cabría decir con respecto a los diferentes caminos espirituales. Ettiene Perrot, en su libro El Camino de la Transformación , a partir de C. G. Jung y la Alquimia , lo expresa del siguiente modo:
"Podemos ahorrarnos el viaje a Oriente e incluso, salvo vocación particular, debemos resistir la tentación del exotismo, la atracción de los espejismos y cultivar en su lugar el hic et nunc, buscando en nuestra propia tierra el alimento espiritual que reclama nuestra estructura de occidentales, de cristianos o de israelitas. El hecho de ser creyentes ateos no cambia para nada nuestra impedimenta hereditaria. “
Y Jung, en Psicología y simbólica del arquetipo dice:
“¿Iríamos a tomar símbolos ya preparados, nacidos en suelo extranjero, impregnados de sangre extranjera, expresados en lenguas extranjeras, para ponérnoslos como un traje nuevo? ¿Mendigos envueltos en prendas reales, reyes disfrazados de mendigos? ¿O bien hay algo en nosotros que nos ordena no entregarnos a la mascarada para poder vernos con nuestros propios trajes?”
Estas palabras son hoy más actuales que nunca, pues estamos en un momento de la historia en que la pérdida del Alma, del contacto con la fuente que mana y que se encuentra en nuestro interior, hace que muchos hombres y mujeres modernos viajen a Oriente, a la India o a China, con la pretensión de importar un camino espiritual que, salvo en los casos de vocación, no resulta ser sino una nueva modalidad de consumismo. Algo que, por otro lado, ya expresé en otro lugar.
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