Les dejo a continuación el texto completo de la ponencia que presenté en el Primer Congreso Internacional de Salud Integral: Espiritualidad, Reto del Siglo XXI, que ha tenido lugar en los Mochis, Sinaloa, México, los días 12 y 13 de Octubre del 2012.
"Muy buenas tardes a todos
ustedes y gracias por su presencia.
Quería expresar mi gratitud a los organizadores de este evento, y muy
especialmente a Maira Sainz por
haberme invitado a participar, brindándome la oportunidad de compartir con
ustedes un tema del que llevo cerca de veinte años ocupándome: La práctica de una vida espiritual como el
modo de renovar la cultura, entendida esta como el conjunto de modos de vida y
costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico,
industrial, etc., de la época materialista en la que vivimos. Como fruto de
mis investigaciones he publicado varios libros. Uno de ellos lleva por título
precisamente El retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura, que es el tema central del
que voy a hablarles hoy.
Comienzo mi exposición
mostrándoles una imagen que seguramente les será conocida a la mayoría de
ustedes. Se trata de una imagen de la película Avatar, dirigida por el cineasta norteamericano James Cameron. Y
comienzo con ella porque nos muestra, en un lenguaje imaginal o simbólico, lo
que desarrollaré en mi exposición.
Si se fijan bien en el fondo de
la imagen, al lado izquierdo de la pantalla, podrán observar la figura de un
gran ojo de color verde. James Cameron, en la película Avatar, da prevalencia
al ojo y, por ende, al sentido de la vista. Desde una perspectiva simbólica,
cuando se insiste en la representación de los ojos, lo que se pretende indicar
es la necesidad de agudizar la "mirada interior". Por lo tanto, esto
nos da una clave para comprender el resto de la imagen. El entorno selvático,
que nos recuerda incluso a la imagen del Paraíso Bíblico, no se está refiriendo
a una realidad exterior, es decir, a un bosque o a una selva terrestres, sino a
un entorno interior, a una selva celeste. Se trata de una representación del
mundo interior del ser humano, es decir, de esa Alma de la que el ser humano
occidentalizado parece haberse desarraigado. Pero, pese a que los hombres de
nuestra cultura desconocen la existencia de ese "otro mundo" que es
el Alma (el psiquiatra suizo C. G. Jung denominó a ese dominio intermedio entre
el hombre y el Misterio divino lo Inconsciente
Colectivo o Psique objetiva, y Henri Corbin, el hermeneuta islámico, Mundo Imaginal) y que habita en lo más
profundo de sí mismos, eso no significa que no exista. En realidad, se trata
del fundamento mismo de este mundo físico o material del que muchos están
convencidos de que es lo único existente.
Los habitantes de ese
"otro mundo" que es el Alma del hombre han recibido muchos nombres a
lo largo de la historia. Los griegos se referían a ellos como a dioses; los
chamanes los denominan espíritus de sus ancestros; los cristianos los han llamado
ángeles; la parapsicología moderna los
llama "seres extraterrestres" y la Psicología Analítica se refiere a
ellos como arquetipos.
Les voy a narrar un sueño, que
incluí en mi libro La Hermandad de los
Iniciados, que expresa en un lenguaje simbólico todo esto que les acabo de
decir. El sueño fue así:
"“Viajando a través del tiempo llego a un país
extraño. Ese lugar no era de este mundo, sino del mundo del más allá, donde se
originan los cuentos, las fábulas y los mitos. Ese mundo es, también, el mundo
del que hablan los profetas, los místicos y los grandes maestros de oriente.
Aquél al que suelen referirse como el corazón del hombre. Podríamos decir que
se trataba de la Jerusalén Celestial, del mundo del Mago Merlín, el Rey Arturo
y los caballeros de la Tabla Redonda. Sí, todos ellos se refieren al mismo
lugar. Al visitar ese espacio pude percatarme de que estaba formado por
diferentes niveles, al estilo de los horizontes edáficos, yendo desde la zona
más superficial, donde habitan los humanos, a la zona inferior o profunda, en
la que se halla una mezcla abigarrada de seres, incognoscibles e
irreconocibles. Sé que están ahí porque actúan y moldean todo lo que es
visible, mas ellos mismos no son nada. Son potencias invisibles. Estas
potencias sólo son reconocibles cuando afloran a niveles más próximos a la
superficie, es decir, a niveles sub-superficiales. Yo estoy en el interior de
un edificio medieval. Se trata de un castillo y, junto a mí, están mis
compañeros humanos. De pronto, aparecen unas hormigas gigantes que suben
ganando terreno hacia nosotros. Mis compañeros y yo luchamos contra aquellas
fuerzas venidas del averno, hasta que logramos vencerlas en una guerra campal
sin precedentes y las hacemos retroceder, regresando al lugar del que
procedían. La lucha fue muy dura y se produjeron numerosas bajas en ambos
bandos. Al poco tiempo, cuando todo parecía estar calmado, volviendo a la
normalidad, una nueva irrupción de hormigas tuvo lugar por las mazmorras del
castillo. En este caso, mis compañeros y yo logramos ganar terreno a las
hormigas, hasta que, de repente, entré en una región que me era completamente
desconocida. Pude acceder a un nivel subterráneo, vetado hasta ese momento para
los humanos. No sabía cómo había descendido hasta allí, pues las mazmorras constituían
la estancia más profunda del edificio y, hasta ese día, pensábamos que no era
posible descender más. De hecho, sólo los seres de niveles inferiores, como los
dragones rojos y verdes, los elfos, las hadas, los enanos o los duendes, entre
muchos otros entes fabulosos, parecían tener acceso a esa estancia, atravesando
la misteriosa interfase que separaba ambos mundos. Sin embargo, una puerta
secreta se abrió y, tras ella, un mundo mágico y enigmático, colmado de vida...
Y también de muerte.”
Como vemos, el sueño está
aludiendo al acceso a un mundo que no es el mundo exterior, el mundo material,
sino a ese otro mundo que reside en lo más profundo del hombre y del que, para
desgracia de nuestra cultura moderna, los seres humanos han perdido el contacto
con él. No se trata de un mundo inaccesible y refractario a la consciencia del
hombre. Al contrario, es lo más íntimo y lo más próximo al ser humano, solo que
éste, con su afán egocéntrico de perseguir todo bien material y efímero de la
existencia, como si se tratase de lo único real y válido, se ha perdido a sí
mismo y ha perdido la vinculación con la divinidad que habita en su propio
interior. Este es, en el fondo, el
verdadero malestar de la cultura moderna.
Veamos, a vuela pluma, qué es
lo que parece haberle sucedido al hombre moderno en los últimos tiempos, para
llegar a esta situación de desarraigo. Como bien sabemos por la historia de la
Filosofía, la antropología antigua entendía que el hombre es un ser
tridimensional, compuesto por Physis, Psique y Nous (materia,
alma y espíritu). Esta antropología tripartita sigue estando presente a lo
largo de la historia del cristianismo (la trinidad cristiana como Padre, Hijo y
Espíritu Santo), y reaparece en ese mandala o círculo sagrado que preside como bandera
de la Paz este congreso. Piensen que la Paz, como viene simbolizado en la bandera,
solo se consigue cuando el ser humano, en un principio alienado, desintegrado o
desunido, logra unificar todos los contrarios que lo constituyen, convirtiéndose
en un hombre completo. Al llegar al
siglo XVII, primero con la expresión del pensamiento cartesiano y luego con el
comienzo del culto a la Razón humana, especialmente en la época de la
Ilustración (siglos XVIII y XIX) se empezó a entender al hombre como un ser
bidimensional, constituido por mente y materia. Esta antropología dualista se
fue extendiendo por todas las creaciones del hombre, incluida la ciencia. No ha
sido hasta el siglo XX que la Psicología, heredera de una cosmovisión
desacralizada y dualista, y con un complejo de inferioridad por los constantes
ataques por parte de las ciencias puras, dado su objeto de estudio
(originalmente, el Alma; hoy, en cambio, parece que sólo la mente), que se
empieza a defender un modelo Bio-Psico-Social del ser humano. Es decir, un
modelo que entiende la interrelación entre los factores físicos, psíquicos y
sociales en la salud y la enfermedad. Pero no ha sido hasta el
siglo XXI cuando Naciones Unidas ha incluído la espiritualidad como un factor más que determina la salud del ser
humano -la OMS aún continúa con una definición obsoleta de salud, que no incluye al factor espiritual-. Así, el modelo que actualmente se defiende en la Psicología es
un modelo Bio-Psico-Socio-Espiritual. La
salud en este modelo se entiende como un proceso dinámico en el que están
involucrados e interrelacionados los factores físicos (cuerpo), mentales
(pensamientos, atribuciones, memoria, etc.), sociales (vida social, vida
familiar, vida marital) y espirituales (entendidas como las experiencias que
trascienden los fenómenos sensoriales).
De acuerdo con el modelo que
impera en la Psicología académica, al menos en España, el cognitivo o
cognitivo-conductual, si bien se acepta la existencia de una dimensión
espiritual del ser humano, se considera que la evolución del hombre lo ha
llevado desde un simio inteligente, hasta un complejo procesador de
información. Pero la dimensión espiritual parece más bien un nuevo añadido, del
que no se sabe muy bien qué es o cómo se manifiesta en la vida individual y colectiva.
La neurociencia, por ejemplo, salvo científicos excepcionales que confirman una regla, reduce
la mente consciente al funcionamiento del cerebro. Y cuando se refiere a lo
inconsciente está diciendo que muchos de
los procesos que tienen lugar en el cerebro suceden sin que el hombre sea consciente (no es consciente de
las sinapsis, por ejemplo). Las experiencias espirituales se estudian, desde
esta nueva disciplina, mediante técnicas computacionales modernas (neuroimagen)
para observar qué áreas del cerebro se activan cuando los individuos están
meditando.
Ahondemos un poco más en
algunas manifestaciones modernas de la necesidad de recuperar el contacto con
la dimensión espiritual. Como ya había
comentado al principio, una de las manifestaciones más claras de esta
necesidad de renovación de nuestra cultura es la de recuperar nuestras raíces
anímicas, es decir, el contacto con el mundo interior o con el espíritu de las
honduras que nos habita. La carencia del
contacto con nuestra Alma ha tenido varias consecuencias. Las más importantes
son:
1. El desarrollo unilateral de
la consciencia científico-tecnológica, lo que ha llevado a una cada vez mayor
especialización y, con ello, una unilateralidad en el desarrollo del hombre. No
sólo las distintas disciplinas se han separado las unas de las otras, sino que
el hombre se ha alienado, tanto de sí mismo, como del mundo y de la naturaleza,
por semejante especialización. Por supuesto, la perspectiva extravertida, es
decir, aquella que considera como únicamente válido y de existencia real lo que
proviene del mundo exterior, aquel que podemos captar con nuestros sentidos físicos
(o con sus sustitutos, los equipos tecnológicos). La carrera por la conquista
del espacio exterior es un ejemplo de esa tendencia. La vida que bulle en el interior
del ser humano apenas ha recibido atención.
2. Esto ha supuesto que muchos
seres humanos modernos sean completamente ignorantes de la realidad del Alma,
de la existencia de ese mundo trans-psíquico que es el Alma. Un mundo autónomo del
que su yo consciente no es sino la parte más pequeña y visible del edificio anímico. Esto permite comprender que se diagnostiquen y traten transformaciones de tipo espiritual, como lo es atravesar una etapa de oscuridad y caos semejante a la descrita por San Juan de la Cruz en su noche oscura del alma, como si se tratase de una depresión o, lo que es aún peor, de una psicosis cuando va acompañada por "imágenes intelectuales", como las denomina Santa Teresa de Jesús.
3. Otra de las consecuencias de
ese desarraigo anímico del hombre es su perspectiva utilitarista y
desacralizada. El hombre sabe el precio de todo, y el valor de nada. El extremo
de esta desacralización de la vida es que la vida humana puede comprarse y
venderse en el mercado, y el ser humano es un recurso más, como lo puede ser un
ordenador o un vehículo que, además, tiene una fecha de caducidad.
4. Si no hay nada más allá de
lo que nuestros cinco sentidos pueden
detectar, la materia es lo único que
importa. Lo que nos conduce a la perspectiva materialista moderna. Sin embargo, aunque el Espíritu desaparezca en
apariencia de la consciencia del hombre, éste, que tiene una realidad objetiva,
acaba precipitándose en el centro mismo de la materia. Así, podemos ver cómo
los científicos parecen buscar el misterio de la evolución humana en la doble hélice del ADN, a Dios en el
núcleo del átomo (o en el Bosón de Higgs) y la mente del
hombre en el funcionamiento del cerebro.
Paradójicamente, las
investigaciones de la física cuántica han llegado a unas conclusiones que
deberían haber roto la visión materialista del mundo. Y es que los ladrillos de
los que, supuestamente, está compuesta la materia no son partículas físicas, como
antes se pensaba, sino campos, patrones de interacción, movimiento de
plegamiento y despliegue de un vacío en perpetuo movimiento. Tan es así que
algunos prestigiosos físicos han encontrado que las descripciones espirituales de
los místicos orientales y occidentales
se corresponden muy bien con los últimos hallazgos de la física cuántica.
5. Desde hace ya varias décadas
asistimos a la proliferación de un interés, casi obsesivo, por la figura
histórica de Jesús. Muchos son los libros, las tertulias y los debates que
tienen como protagonista a aquella época convulsa, en algunos aspectos similar
a la nuestra, en la que tuvo lugar el nacimiento de Jesús de Nazaret. Lo cual nos indica que existe una tendencia a
retornar al origen, es decir, de buscar cuales son las raíces espirituales de
la cultura occidental.
6. Uno de los temas que me
llevó algunos años de investigación, junto al que acabo de mencionarles, es el
de los evangelios gnósticos y los rollos del Mar Muerto. El fruto de esas
investigaciones fue un libro titulado LA HERMANDAD DE LOS INICIADOS. Estos
documentos antiguos, una vez traducidos por los especialistas desde su lengua
original, al inglés primero y después a otros idiomas, como el español, nos descubren una imagen del cristianismo que
completa y compensa la perspectiva cristiana más "ortodoxa", exotérica
o literalista (católica, ortodoxa o protestante). Lo que de esos textos se
desprende es que hubo una serie de sectas cristianas, llamadas en su conjunto
"gnósticas"o esotéricas, que defendían la existencia de lo que
podríamos llamar un "Cristo interior", con el cual el adepto podía
"comulgar" (comunicarse con) sin que para ello tuviese que recurrir a
mediadores (sacerdotes). Así, los textos gnósticos apuntan a la vivencia
interior de la divinidad, y al camino que conduce al gnóstico a la expresión de
esa experiencia.
7. Uno de los signos más claros
de esa pérdida de las propias raíces espirituales en el hombre occidental es la
huida hacia países exóticos, o a tradiciones espirituales foráneas, como el
Budismo, el Taoísmo o el Hinduismo, en la creencia de que, importando ideas que
surgieron en una cultura distinta de la nuestra, después de una evolución
espiritual larga y progresivamente adquirida, será feliz y completo. Salvo en
los casos de vocación genuina, la recuperación de esa Alma perdida no será
posible sin un viaje al verdadero oriente que es el mundo imaginal (y el contacto con y la expresión del espíritu de
las profundidades).
8. Otro de los signos de esta
época, que indican esa necesidad de recuperar el contacto con el Alma, es lo que se ha denominado, a raíz de la
publicación del libro de Edward Whitmont,
El retorno de la Diosa. Es
decir, una revalorización de los aspectos femeninos de la existencia y de la
vida, a los que los orientales denominan Yin. Manifestaciones claras de la
activación de este arquetipo, de esta pauta colectiva, son, por ejemplo, la
declaración de los derechos universales,
la revalorización de la mujer en el ámbito social, laboral, e incluso,
religioso, lo que se puede observar en el acceso cada vez mayor de la mujer a
puestos de trabajo de gran responsabilidad, impensable hace solo unas décadas
(aunque, desde luego, aún quede mucho por hacer), y la celebración de este congreso
es una ejemplo de ello. Sin embargo, todo lo que tiene una cara, también tiene
su cruz. Y cierta tendencia a la uniformidad u homogeneidad individual, como si
los hombres y las mujeres fuesen psicológicamente idénticos, o la exacerbación
de los aspectos más instintivos, en detrimento de los racionales, tanto en
mujeres como en hombres, puede dar lugar al desequilibrio, a la confusión y la
relativización de los valores universales y, en
último término, a un caos (ejemplo: el supermercado New Age, donde se
confía en que el acceso al mundo interior y, en definitiva, la expresión de la
divinidad en el interior del alma se puede obtener realizando algún cursito de
fin de semana, o mediante las indicaciones de la tarotista o astróloga de
turno, sin ningún esfuerzo, y sin la intervención de ese don que es la gracia
divina). Las crisis actuales, desde la ecológica, hasta la
financiero-económica, pasando por la de pareja tienen su origen en la pérdida
de las raíces espirituales.
Una de las imágenes
arquetípicas que suelen aparecer en los sueños de algunas personas en los
inicios de una crisis de sentido es la figura de un dragón contra el que el
soñador tiene que luchar. Esto nos recuerda, por ejemplo, al mito de
Heracles/Hércules cuando lucha contra la Hidra de siete cabezas. Lo que esos
sueños, que reproducen situaciones ante las que los seres humanos de todas las
épocas han tenido que enfrontar,
representan es la lucha entre el yo consciente y las energías caóticas
desatadas en lo Inconsciente. Por ese
motivo, el predominio de la matriz maternal instintiva frente a la consciencia
racional puede dar lugar a un auténtico eclipse de cordura, a una psicosis
colectiva, en términos clínicos. Y de lo que se trata, en casos como el de la
persona que ha tenido un sueño así, es de vencer a las fuerzas caóticas de lo
inconsciente para acceder a los tesoros que en esa región tenebrosa yacen ocultos:
una transformación de la consciencia que tenga en consideración tanto los
aspectos masculinos, racionales y activos, cuanto los femeninos, a-racionales e
instintivos. Sin dar preeminencia a unos, en detrimento de los otros.
Ahora voy a hablarles de los
dos polos principales en los que podemos dividir la existencia humana. Por
supuesto, esto que les digo es un mapa desde el que representar un territorio
que cada uno de ustedes deberá recorrer o habrá recorrido en parte. Por eso,
puede que no coincida con toda exactitud en cada caso particular. Pero puede
servirnos como orientación.
El primero de los polos es
ascendente, dirigido hacia el ambiente exterior, y conduce al individuo a
separarse de la atracción que en él ejerce el ambiente familiar de su infancia;
deja tras de sí el paraíso de seguridad e ignorancia infantil y se integra en
el colectivo social de su época. Se prepara estudiando una carrera, o un
oficio, que, eventualmente, lo hará convertirse en un miembro respetable de un
colectivo; se enamorará y puede que forme su propio grupo familiar;
diversificará el centro de sus intereses en el mundo, etc. La tarea del terapeuta
en esta primera etapa de la vida será ayudar al individuo a que levante el
vuelo y a desatar los lazos invisibles que lo mantienen amarrado a la infancia.
Jung manifiesta que, en este primer polo de la existencia, una incursión
prematura en el mundo interior puede servirle al individuo para evadir sus
responsabilidades inmediatas. Observó que el giro pendular hacia el otro polo
de la vida se produce sobre los 35-40 años, más o menos en la mitad de la vida.
No obstante, si bien es cierto que, como norma general, esto suele ser así, los
fenómenos concomitantes de la actual crisis de valores que padece el mundo
occidentalizado, como por ejemplo la desintegración del núcleo familiar, están
provocando que los jóvenes tengan que buscar en su propio interior un sostén y
una guía para su propia vida, que compense el desorden y la falta de
orientación que, por desgracia, cada vez son más comunes en los hogares
occidentales. En el otro extremo, nos
encontramos con personas de edad avanzada, en torno a los 60 años, cuya
maduración emocional se corresponde con la de un adolescente, y que
aún no han logrado romper el cordón umbilical que les liga al ambiente de su
más tierna infancia.
Cuando el individuo ha llegado al cénit
de una vida extravertida, identificado con los valores del espíritu de su
época, puede que comience a sentir una
desorientación vital que le dificulte continuar su vida como hasta entonces.
Cuando esto sucede, como los terapeutas de orientación psicodinámica y
transpersonal saben bien, suele producirse una regresión hacia etapas
evolutivas precedentes y emerge material desde lo inconsciente, pues la energía
psíquica se dirige hacia el mundo interior con el fin de encontrar una nueva
dirección y orientación vital. En ese momento el individuo trata de buscar una
escala de valores que trascienda a su limitado yo consciente. Como diría Jung el espíritu de las profundidades quiere realizarse en él y, por tanto, puede dar comienzo el proceso de individuación.
Les voy a leer las palabras de una
joven de 28 años, quien, adelantándose una década a la crisis de la mitad de la
vida, describe elocuentemente cómo se siente al atravesar esa etapa de
oscuridad, de desorientación que supone el comienzo del viaje hacia las
profundidades. Está escrito en la página 159 de mi libro El retorno al Paraíso
Perdido y dice así:
"¿Qué he hecho durante mis años de
existencia? Nada en lo que me pueda identificar (...) Mi sentimiento de
insignificancia se trasmutó en una falta de aprecio por mi vida. Pensé que
quizá mejor estaría muerta. Que todo lo vivido hasta la fecha, no tenía ningún
sentido y que lo único que había producido era todo un conjunto de pecados
capitales, forjados a fuego en el seno de una familia que no tiene apelativos,
porque todos se le quedan pequeños. ¿Qué sentido tiene vivir, si todo el
potencial está cubierto de lodo? ¿Si el arte se ha transformado en barbarie, el
pensamiento en un servidor del Diablo que, con su hybris todo lo destruye y
nada aprecia? ¿Si el amor a la vida y a todas sus criaturas se ha convertido
impotencia y esta, a su vez, ha abonado el terreno para el nacimiento de la
envidia, de la destructividad, del odio, del sadismo, de la crueldad y de la
violencia? Ya nada importa, ni tan siquiera la vida tiene valor alguno."
Como vemos, la mujer de este relato, ha
llegado a un momento de su vida en el que ya nada tiene sentido. Sin embargo,
precisamente esos momentos de "noche oscura del alma" debieran ser
entendidos como una llamada de las profundidades para realizar el camino que
supone la más elevada realización del individuo. Debo decir que, durante ese
período, la mujer de nuestro relato comenzó a tener multitud de sueños, incluso
algunas visiones y audiciones interiores, que la hicieron pensar por unos
momentos en si no se estaría volviendo loca. Sin embargo, esa "psicosis
anticipada", nombre que le dio el psiquiatra Carl Gustav Jung a la primera
etapa de la Gran Obra de la realización de la divinidad que nos habita, de la
Gran Psicoterapia que Jung denominaba al proceso de individuación. En esos
primeros sueños y visiones, en donde lo inconsciente irrumpió abrupta y
violentamente en el campo de la consciencia, lo que se produjo fue una muerte
del "hombre viejo", es decir, de una consciencia egocéntrica regida
exclusivamente por sus propios intereses y deseos egoístas. Resulta de
importancia capital, en un momento como el que acabamos de describir, el
trabajo creativo del individuo, de modo que pueda dar una forma manifiesta a
todos esos contenidos que afluyen desde lo inconsciente. Ya sea mediante la
pintura, la escultura, la poesía, la literatura, la música o de un híbrido de
ellas, el individuo puede plasmar en imágenes y/o en palabras los diferentes
estados emocionales.
El ser humano moderno vive en una
situación semejante a la descrita, y es, por lo tanto, un rey decrépito y
viejo, es decir, su yo se ha separado tanto de las raíces, de la fuente de la
Vida, fuente que brota de un centro que se encuentra más allá y más acá de la
consciencia, que está destinado a "morir
para renacer", como el ave fénix o la oruga antes de convertirse en
mariposa. El desagradable cuerpo de la oruga, justo antes de introducirse en su
capullo, es una representación simbólica del ser interior que aún es pura
potencia. Luego, pasado un cierto tiempo en la oscuridad del capullo
(representación de la crisis de sentido), el gusano vil se transforma en
venusta mariposa. Y, como tal vez sepan, la mariposa es un conocido símbolo del
alma. Por lo tanto, la muerte del rey viejo, es decir, del hombre egocéntrico
que solo mira por sus propios intereses, da paso al nacimiento del Alma y, con
ello, a una vida sagrada. El yo se convierte en un fiel sirviente de un centro
que habita en las profundidades de su Alma: la Imagen de Dios en el hombre, el
Cristo interior.
Les voy a relatar un ejemplo de
imaginación activa, que es un método de meditación a través del cual el
individuo involucrado en un proceso de individuación o de realización de la
divinidad que lo habita entra en contacto con los habitantes de su mundo interior,
como hace Jake Sully en la película Avatar al acceder a Pandora.
"Veo a través de un Gran Ojo
interior cómo emerge una gran esfera oscura hacia la superficie. Parece un gran
sol oscuro que gira alrededor de un eje imaginario, de derecha a izquierda. Ese
sol oscuro, esa gran esfera negra, se transforma en dos columnas o ejes
alrededor de los cuales estoy girando. A mi izquierda el giro es de en el
sentido de las agujas del reloj, mientras que a la derecha el giro es contrario
a las agujas del reloj. En ambos casos, el giro se hace sobre un eje imaginario
de la existencia que permanece inmóvil y que no tiene límite alguno, ni por
arriba, ni por abajo. Entre ambas columnas giratorias se abre un camino largo,
angosto y oscuro que parece dar comienzo en la boca de una gruta o cueva. Me
dirijo hacia la entrada y veo a una criatura medio humana, bastante primitiva,
que me conduce hacia el interior de la cueva. Me veo caminando detrás de aquél
extraño guía, mientras porto una antorcha con la que voy iluminando aquella
especie de gruta. El camino es muy oscuro y, por momentos, es sinuoso. Me da la
impresión de que voy por una especie de galería húmeda, que desciende hacia el
interior de la Tierra, de una oscuridad cada vez más pronunciada y solo la luz de mi antorcha ilumina el
lugar. Después de caminar durante largas jornadas, de enfrentar peligros con la
ayuda de mi guía, veo una luz al final del túnel. Después de caminar algunas
jornadas más, llego al final de aquella galería oscura y salgo de la gruta a la
luz del día".
El ejercicio de imaginación activa
continuó durante más tiempo pero con este fragmento nos podemos hacer una idea
del método. Este método le permite al individuo ver un mundo anímico,
objetivo, que lo habita (de modo parecido a como los místicos, los alquimistas
y otros maestros espirituales lo han descrito también). El trabajo posterior
consiste en interpretar lo que esas imágenes significan en la vida del
individuo, y se procede como si se tratase de un sueño.
Esta serie de imágenes, de un modo muy
resumido, simbolizan el acceso de la consciencia en lo Inconsciente. Y, más
concretamente, se trata de un descenso a los infiernos, de una entrada en las
profundidades de la Tierra madre que es lo Inconsciente colectivo. Ese
recorrido es, precisamente, el único que posibilita la transformación de la
consciencia, la renovación de la vida, por más difícil que ello pueda resultar
por momentos (especialmente al principio). Si este recorrido por los infiernos
de nuestra propia interioridad no se realiza de un modo consciente y sincero,
guiados por el maestro interior (que puede, también, manifestarse en un maestro
o guía exterior durante un tiempo), como vemos en el ejemplo de la imaginación,
el desastre está servido.
Si iniciamos el camino hacia nuestras
raíces, hacia el interior de la Tierra, y nos enfrentamos con las oscuridades
que todos albergamos (incluido el mal de la naturaleza humana) en nuestro
interior, lograremos sanar nuestro malestar, el mismo que padece nuestra
cultura.
En mi novela de próxima publicación,
titulada Al Final del Túnel, describo
este viaje de renovación y de renacimiento de la divinidad en el interior del
ser humano. Aventurémonos a seguir la llamada de nuestra profundidad y
permitamos que Cristo nazca en el seno de nuestra Alma. Entonces, podremos decir
con Jesús que “ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí y a
través de mí”. Muchas gracias."
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