La terapia de orientación junguiana, como su propio nombre indica, parte de las premisas teórico-prácticas del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. En este sentido, quienes hacemos este tipo de psicoterapia entendemos que las técnicas o métodos de la psicología analítica, a diferencia de otros posibles modelos de psicología, se transforman en una cosmovisión, en una forma de ver el mundo y en una actitud vital que considera la relación de la consciencia con el ámbito espiritual o sagrado como la auténtica psicoterapia. Al
igual que otras orientaciones integradoras, la terapia de orientación
junguiana se nutre de las aportaciones de autores de diversas escuelas
(S. Freud, A. Adler, A. Maslow, S. Grof, J. Nelson, E. Neumann, R.
Assagioli, V. Frankl, K. Wilber, etc.) y de distintos paradigmas
(cognitivo-conductual, psicoanalítico, post-junguiano, humanista,
transpersonal, integral, etc.), pero sin perder de vista la realidad
total del individuo. Esto significa que la perspectiva antropológica y
filosófica, así como el modo de abordar la realidad anímica, puede no
coincidir con la mantenida por muchos de los paradigmas de psicología
hoy vigentes. De hecho, la verdadera integralidad de la orientación
junguiana reside en que, en la terapia, tenemos en cuenta no solo
aquello que el cliente expresa conscientemente, la conducta observable
en la consulta, los actos fallidos, etc.; tampoco nos limitamos a
considerar los aportes teóricos de diversas escuelas y/o autores o la
aplicación de técnicas o métodos terapéuticos; además de todo ello,
tenemos en cuenta aquello que el inconsciente (en el cliente, en el
terapeuta y en la interacción entre ambos) nos dice de la problemática
con la que el cliente viene a la consulta. Por lo tanto, los sueños y
los fenómenos de sincronicidad (coincidencias plenas de sentido para el
cliente y/o el terapeuta) constituyen una parte importante del
repertorio terapéutico.
Por
cierto que lo inconsciente lo consideramos desde una perspectiva
diferente a como lo entiende el psicoanálisis clásico. Lo inconsciente
no solo incluye los instintos, las pulsiones, los deseos o los
complejos, sino que, al mismo tiempo, se refiere a todo aquél
microcosmos anímico en el que habitan los conocidos arquetipos, modelos
de ordenación de los contenidos inconscientes, patrones de conducta o
disposiciones innatas a reaccionar ante diferentes situaciones como
seres humanos. En este sentido, la capacidad de tener una experiencia
de iniciación a la profundidad, por ejemplo, es una disposición innata y, por lo tanto, posible
o accesible, en principio, a todo ser humano. Si bien, dicha experiencia suele producirse en pocas personas. Así, la dimensión
biológico-instintiva, la cognitiva o mental, la conductual, la emocional, la social y
la espiritual forman parte de la persona y, por lo tanto, son objeto de
consideración en el contexto terapéutico.
Otra
de las características definitorias de la terapia de orientación
junguiana es la falta de intervención directiva y, al mismo tiempo, el
respeto al proceso de transformación del cliente. Esto puede parecer
extraño a muchos psicólogos, quienes están más pendientes de medir la
eficacia y la efectividad de la intervención terapéutica, muchas veces
con la idea errónea de que la solución al conflicto del cliente depende
solo del uso del método o técnica más adecuados (por lo tanto, de la
supuesta profesionalidad y metodología científica que emplea el
psicólogo), pero lo cierto es que la experiencia acaba mostrando que la
terapia es un proceso autónomo, que involucra a la totalidad del cliente
y del terapeuta.
Dada
la tendencia holística de la terapia de orientación junguiana
consideramos, también, que el ser humano es una totalidad formada por un
conjunto de dominios, partes o subsistemas que se encuentran en
interacción e interrelación y que generan ciertas sinergias o
propiedades emergentes. De ahí la importancia de tener en cuenta las
relaciones entre la consciencia y lo inconsciente, tanto en el propio
cliente, como en el terapeuta y en la interacción de ambos. En este
sentido, la terapia de orientación junguiana parte de la premisa,
avalada por la experiencia repetida, de que no existe una separación
entre lo que le sucede al cliente cuando se presenta en la consulta, el
trabajo interior que el terapeuta realiza en sí mismo y los conflictos o
problemas que acucian a la sociedad de su tiempo en un momento y en un
lugar dados. Muchas veces el cliente trae a la consulta la misma
problemática que el terapeuta ha tenido/tiene que abordar en sí mismo y
que tiene en jaque a toda una sociedad.
En
el marco de la psicoterapia junguiana se entiende la vida del ser
humano como dividida en dos polos, vertientes o etapas fundamentales:
1. Durante
la primera de ellas, las personas necesitan aprender a afrontar la
vida, por lo que van madurando, creciendo y desarrollándose hasta que
son capaces de integrarse en la sociedad y cultura en la que viven. Los
individuos pasamos por la infancia, la adolescencia y la primera
juventud, habitualmente siendo educados por nuestros padres, formándonos
en un oficio, estudiando una carrera universitaria, integrándonos en un
grupo de iguales, manteniendo una relación de pareja, teniendo
descendencia, etc. En esta primera etapa, la terapia se focaliza en
ayudar al cliente a ir atravesando las diferentes subestaciones o
subetapas vitales, que pueda alcanzar ciertas metas u objetivos, que
adquiera disciplina, autonomía, voluntad, etc. En definitiva, que rompa
los lazos que le unen a la infancia y a la familia para que pueda crear
un "yo" estructurado y una máscara social que le ayuden a relacionarse
en sociedad y a afrontar y asimilar las dificultades y frustraciones que
puedan ir surgiendo.
2. Durante
la segunda gran vertiente la persona necesita aprender a prepararse
para la muerte, el reencuentro con el alma y la consiguiente metanoia
o cambio completo de mentalidad. Alrededor de la segunda mitad de la
vida puede dar comienzo lo que, en psicología analítica, se denomina el proceso de individuación.
A partir de este momento, el terapeuta junguiano se convierte en un
guía o ayudante en la difícil travesía que supone el encuentro del yo
consciente, ya formado y estructurado, con el mundo del alma, con ese
microcosmos del que la consciencia de la persona no es sino una pequeña
parte. Dicho encuentro se experimenta como una auténtica crisis, como
una muerte y un renacimiento, o, en palabras del terapeuta de
orientación junguiana, Raúl Ortega, como "una transformación de lo viejo
por fusión con otra personalidad interna, que cambia al hombre por
dentro y por fuera". En esta segunda etapa, aquellas partes de la
personalidad que vivían una vida oculta en el fondo del alma,
proyectadas en las personas, circunstancias o sucesos exteriores, es
decir, problemas y conflictos que se creía que provenían de fuera,
comienzan a ser reconocidas como constituyentes de una totalidad mayor
que forma parte de uno mismo o, mejor, que uno mismo forma parte de
Ella. Así, por ejemplo, todo aquello que a la persona le desagradaba del
mundo, como algunas personas, entornos sociales o familiares o
circunstancias desagradables en las que se veía involucrada empiezan a
ser reconocidas también como partes conflictivas de sí misma. En sus
relaciones eróticas con personas del otro sexo, el individuo puede
empezar a sospechar o a darse cuenta de aquellos aspectos desconocidos
de sí mismo que se encuentran presentes en la relación y que creía que
pertenecían al otro o que provenían del otro. Por último, puede
producirse un despertar de su consciencia a la Realidad espiritual.
Autor: José González,
Psicólogo, Terapeuta de orientación junguiana y escritor.
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