Alquimista meditando en el estado de nigredo. De H. Jamsthaler, Viatorium spagyricum, Fráncfort,1625, p. 27. |
En el siguiente fragmento un maestro
alquimista llamado Morieno introduce en el arte a un discípulo (Calid) del
siguiente modo:
“A decir
verdad, esta cosa que buscaste durante tanto tiempo no puede obtenerse por
violencia o pasión. Se obtiene únicamente en virtud de paciencia, humildad y un
amor decidido y perfecto. Pues Dios concede esta ciencia divina y pura a los
que creen en Él y lo sirven, es decir, a aquellos a los que Él decidió concedérsela
desde la naturaleza original de las cosas… Y ellos -los elegidos por Dios- no
eran capaces de retener nada si no era por la fuerza que Dios les concedía, ni
tampoco dirigir la mente por sí mismos, si no era hacia la meta que Dios les había
impuesto. A decir verdad, Dios encarga a aquellas personas que Él mismo
escogió deliberadamente que investiguen esta ciencia divina, oculta a los
hombres, y que conserven en sí lo investigado. Esta es, en efecto, la ciencia
que aleja a su señor -o sea, al que la ejerce- de la miseria del mundo y lo conduce
al conocimiento de los bienes futuros.
Cuando
el rey preguntó a Morieno por qué prefería vivir en montes y desiertos antes
que en monasterios, este le respondió: No dudo de que en los conventos y comunidades
he de encontrar mayor paz, y en los desiertos y en las montañas, fatigoso
trabajo; pero nadie cosecha lo que no siembra… El acceso a la paz es
extremadamente estrecho y nadie puede entrar en ella si no es por el sufrimiento
del alma.”
Los alquimistas coinciden en
general en que la realización de su obra solo es posible con la ayuda de Dios (Deo
concedente), que es Él mismo (Dios) quien los introduce en semejante
proceso, para el que han de padecer terribles tormentos, sufrimientos del alma.
Desde un punto de vista psicológico se produce primero una desorientación de la
consciencia, una oscuridad por falta de comprensión; posteriormente, tiene
lugar una reorientación que, en parte, consiste en la visión y la escucha de la
ley interna, de la naturaleza interior o de la propia profundidad. Tal cambio
de actitud es simbolizado mediante una muerte y un renacimiento.
Así pues, durante la etapa de nigredo,
de confrontación con la parte oscura de la personalidad que denominamos sombra
(inconsciente personal), tanto el paciente, como yo mismo, debemos esperar
paciente y penosamente, con cierta confianza en Dios (en lo inconsciente o en
el proceso interno) hasta que del conflicto que el paciente soporta con
valentía surja una solución desde la profundidad, que yo no puedo prever, y que
está destinada únicamente a la persona sometida al tratamiento. Con el encuentro
con el mal (entiendo por mal todo aquello que dificulte, impida, desvíe, se
oponga o destruya la realización de la personalidad total), el paciente ha de aceptar al pecador que hay en
él; experimentará que el amor nos mejora, mientras que el odio y la culpa nos empeora,
aunque seamos la misma persona.
Para ir a la tercera parte pincha aquí
Jung, C. G. (2005). Psicología y Alquimia. O.C. Vol 12. Ed. Trotta.
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