sábado, 13 de febrero de 2021

PSICOTERAPIA JUNGUIANA. LA CURA DEL ALMA

PSICOTERAPIA JUNGUIANA. LA CURA DEL ALMA. PARTE 1.

José González. Psicólogo y terapeuta de orientación junguiana.




Proseguimos en este artículo, escrito para Psicología junguiana, hablando de algunos de los básicos de la psicoterapia de orientación junguiana. Decíamos en nuestro anterior artículo que cualquier intervención terapéutica de cierta profundidad conduce al paciente a la confrontación con la parte oscura de su personalidad, es decir, con aquella parte de la personalidad desconocida y desagradable para la consciencia racional del paciente. Esta es una etapa del proceso terapéutico de especial importancia y el conflicto que experimenta el paciente es tan inevitable, como penoso. El paciente muchas veces me formula la pregunta de qué hacer, y tiende a proyectar sobre mí la propia responsabilidad, pensando ingenuamente que con mis conocimientos psicológicos puedo realizar un acto apotropaico que haga desaparecer el conflicto y el sufrimiento que el proceso comporta. Pero lo cierto es que no puedo hacer nada. Por supuesto mi actitud no es enteramente pasiva, puesto que me esfuerzo en hacer comprensibles los contenidos que lo inconsciente produce a la turbada consciencia del paciente; por ejemplo, mediante la interpretación de sueños e imágenes fantásticas (experiencias visionarias). El paciente, por su parte, tiene que hacer lo que esté en su mano para aterrizar lo que penosamente va comprendiendo, al principio solo intelectualmente, así como para evitar que el impulso negativo que emerge desde lo inconsciente se apodere de su consciencia.

Alquimista meditando en el estado de nigredo.
De H. Jamsthaler, Viatorium spagyricum,
Fráncfort,1625, p. 27.


Esta primera etapa del proceso terapéutico, el denominado encuentro con la sombra, se corresponde con la etapa del opus alquímico denominada nigredo. De ella dicen los alquimistas que experimentan graves dificultades y tristezas, comparables a las expresadas por Juan de la Cruz en su noche oscura del alma, y que se corresponden con las graves aflicciones del alma que se experimentan durante este período crítico. De ahí que un alquimista como Michael Maier diga sobre esta etapa que “en la química hay cierto cuerpo noble (lapis) al comienzo del cual reinan la miseria y la amargura, pero en cuyo fin reinan la delectación y la alegría; supuse, pues, que esto también habría de ocurrirme a mí, es decir, que al principio encontraría dificultades, tristeza y disgustos, pero que al fin me sería dado ver las cosas más alegres y más ligeras”, conduciéndole a “meditar en los bienes celestiales”  arrojando de él “todos esos cuidados sin importancia, como comer y vestirse, y es como si hubiera vuelto a nacer”.

En el siguiente fragmento un maestro alquimista llamado Morieno introduce en el arte a un discípulo (Calid) del siguiente modo:

“A decir verdad, esta cosa que buscaste durante tanto tiempo no puede obtenerse por violencia o pasión. Se obtiene únicamente en virtud de paciencia, humildad y un amor decidido y perfecto. Pues Dios concede esta ciencia divina y pura a los que creen en Él y lo sirven, es decir, a aquellos a los que Él decidió concedérsela desde la naturaleza original de las cosas… Y ellos -los elegidos por Dios- no eran capaces de retener nada si no era por la fuerza que Dios les concedía, ni tampoco dirigir la mente por sí mismos, si no era hacia la meta que Dios les había impuesto. A decir verdad, Dios encarga a aquellas personas que Él mismo escogió deliberadamente que investiguen esta ciencia divina, oculta a los hombres, y que conserven en sí lo investigado. Esta es, en efecto, la ciencia que aleja a su señor -o sea, al que la ejerce- de la miseria del mundo y lo conduce al conocimiento de los bienes futuros.

                Cuando el rey preguntó a Morieno por qué prefería vivir en montes y desiertos antes que en monasterios, este le respondió: No dudo de que en los conventos y comunidades he de encontrar mayor paz, y en los desiertos y en las montañas, fatigoso trabajo; pero nadie cosecha lo que no siembra… El acceso a la paz es extremadamente estrecho y nadie puede entrar en ella si no es por el sufrimiento del alma.”

Los alquimistas coinciden en general en que la realización de su obra solo es posible con la ayuda de Dios (Deo concedente), que es Él mismo (Dios) quien los introduce en semejante proceso, para el que han de padecer terribles tormentos, sufrimientos del alma. Desde un punto de vista psicológico se produce primero una desorientación de la consciencia, una oscuridad por falta de comprensión; posteriormente, tiene lugar una reorientación que, en parte, consiste en la visión y la escucha de la ley interna, de la naturaleza interior o de la propia profundidad. Tal cambio de actitud es simbolizado mediante una muerte y un renacimiento.

Así pues, durante la etapa de nigredo, de confrontación con la parte oscura de la personalidad que denominamos sombra (inconsciente personal), tanto el paciente, como yo mismo, debemos esperar paciente y penosamente, con cierta confianza en Dios (en lo inconsciente o en el proceso interno) hasta que del conflicto que el paciente soporta con valentía surja una solución desde la profundidad, que yo no puedo prever, y que está destinada únicamente a la persona sometida al tratamiento. Con el encuentro con el mal (entiendo por mal todo aquello que dificulte, impida, desvíe, se oponga o destruya la realización de la personalidad total), el paciente ha de aceptar al pecador que hay en él; experimentará que el amor nos mejora, mientras que el odio y la culpa nos empeora, aunque seamos la misma persona.

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Bibliografía:

Jung, C. G. (2005). Psicología y Alquimia. O.C. Vol 12. Ed.  Trotta.

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