En el proceso de psicoterapia resulta casi inevitable tener que abordar el trabajo con el paciente, al menos en los primeros momentos, de un modo personalista. Para empezar, la consciencia de los pacientes es aún demasiado estrecha como para comprender que las personas significativas en su vida son las perchas en las que se proyectan los contenidos de lo inconsciente. Es decir que, en un primer momento, el paciente cree que los conflictos que padece tienen su origen en las relaciones que mantiene o que mantuvo con sus seres queridos. Su familia, sus amigos, y el resto de personas significativas representan la totalidad de su psique, en cuanto que los componentes de esta son proyectados en dichas personas significativas y personificados por estas. Sin embargo este estado psíquico es peligroso en el paciente adulto, puesto que se trata de un estado regresivo. Debo, no obstante, hacer aquí una precisión. No cabe duda de que en algunas circunstancias, como por ejemplo en los casos de personas significativas con trastornos graves de la personalidad, como es el caso de los psicópatas cotidianos, adaptados o subclínicos, el daño que pueden producir en la personalidad del paciente no ha de subestimarse. Sin embargo, en ese estado original o infantil, las partes de la personalidad que han sido integradas fatigosamente durante la vida del paciente, vuelven a proyectarse en lo exterior, salvo en los casos de infantilismo patológicos en los que a duras penas fueron integradas. Corre por tanto el peligro de perder el sentido de su propia responsabilidad y con ello se instaura una especie de estado de inocencia, de modo que todo lo malo se encuentra en el padre o lo defectuoso en la madre, que por supuesto siempre tienen la culpa de todo lo que les ocurre. Toda imperfección en los padres, abuelos, hijos, hermanos, parejas o cualesquiera personas significativas para el paciente es proyectada y, por ende, son ellos los que tienen la culpa de lo que les ocurre. Así permanece atado al pasado, y no advierte que con ello pierde su libertad para decidir qué hacer con su vida. Por el contrario, todo hombre adulto sabe, o debería saber, que cualquier conflicto, problema, imperfección, o acto malévolo, es también un elemento propio que es preciso tener muy en cuenta. Así, una personalidad madura mira a su propia profundidad y se pregunta por su destino, haciéndose responsable de su “sí mismo”.
A medida que el proceso terapéutico avanza, el paciente comienza a enfrentarse con su sombra, esa parte de su personalidad de la cual tiende a desembarazarse en virtud de la proyección: Bien, descargándola en alguna persona significativa que pueda cargar con el peso de los pecados, que en el fondo todos poseemos; bien, mediante la acción de un redentor que se convertirá en chivo expiatorio de su propia infamia. Sin embargo, como bien sabemos, no puede haber arrepentimiento sin pecado, y sin arrepentimiento no hay gracia redentora. A la persona común, y al cristiano colectivo, no se le ocurre que precisamente en el encuentro con el mal puede haber un propósito divino, que en última instancia pueda provocar una Redención. El mal exige en psicoterapia que se lo tenga tan en cuenta como el bien, pues no existe en el fondo ningún bien del que no pueda surgir un mal, ni ningún mal del que no pueda surgir un bien. Uno podría preguntarse cómo es posible que de la acción de un psicópata pueda surgir bien alguno, dado que por definición la psicopatía comporta la ejecución del mal, por el mal mismo. Sin embargo, hay casos, que he tenido oportunidad de observar en la consulta, en los que la acción malvada de un psicópata ha provocado importantes transformaciones en las personas que han sufrido su actuación.
Para aquel que sabe, la justa acción del injusto, y la injusta acción del justo no le provocarán perplejidad, y menos aún lo deslumbrarán. Ahora bien, además de las dificultades morales, hay un peligro mayor si cabe cuando el paciente enfrenta los contenidos de la sombra: dichos contenidos están vinculados con los arquetipos del inconsciente colectivo, por lo que al adquirirse conciencia de la sombra se toca la capa profunda del alma. Es entonces cuando se hace absolutamente indispensable facilitar a la consciencia un contexto que favorezca la comprensión de los contenidos de la psique colectiva: la comparación de dichos contenidos con materiales mitológicos.
Al principio, el contenido de los sueños es caótico e imprevisible y apenas permite comprender que existe una meta u objetivo hacia el que apuntan. Sin embargo, a medida que avanzamos en la comprensión de los contenidos de los sueños, estos empiezan a asumir formas determinadas que señalan hacia un centro. Lo cierto es que esta disposición centrada ya aparece en los primeros sueños a través de imágenes circulares, que nos muestran cómo el proceso sigue un curso de desarrollo cíclico o espiralado. Así, el proceso de individuación, es decir, de hacerse consciente de sí mismo, sigue un curso de acción en el que el yo consciente va girando alrededor de un centro que lo contiene y que actúa a la manera de un atractor de contenidos y experiencias.
Algunos pacientes, por otro lado perfectamente adaptados a la cultura y a la sociedad de su tiempo, se percatan de la necesidad que tienen de estar a solas consigo mismos. Muchas veces se dan cuenta de que son vistos por las personas corrientes como gente extraña, poco sociable, algo raras y extravagantes, en una cultura cuyos valores son básicamente extravertidos. El hombre occidental está hechizado por los objetos de este mundo y no tiene apenas consciencia de las raíces de su árbol. Por eso, para una actitud que carga el acento en el mundo exterior, en los objetos, al hombre interior se le ha despojado de contenido y con ello el alma ha quedado vacía. Motivo por el cuál la psicología académica occidental se parece más a una ingeniería comportamental que a una ciencia del alma. El hombre occidental ha perdido su relación con el alma y por ello no sabe cómo abordar su cura.
A estos pacientes que han tomado la determinación de hacerse cargo de su propia Cruz, porque les ha ocurrido un acontecimiento extraordinario, una actitud excepcional en una cultura dominada por una psicología infantil, he de recordarles que la soledad es la marca de aquel que está realizando una peregrinación por el alma. Les recordaré que los buscadores son solitarios por excelencia, y les citaré lo que algunos alquimistas, como Khunrath, dicen respecto de su modo de comportarse: “Y así también en el laboratorio procede solo y por ti mismo, sin colaboradores o ayudantes, no sea que Dios, el solicito, a causa de tus ayudantes a quienes no quiere conceder el arte, te sustraiga a ti mismo de ella (la piedra)”.
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