La Venganza: Un Viaje hacia la Impotencia y la Autodestrucción
Autor: José Delgado González. Psicólogo y terapeuta junguiano.
En la entrada de hoy voy a tratar un tema que he observado en numerosas rupturas amorosas. Se trata de la gestión del duelo en un divorcio o en una separación. En el proceso de separación es habitual que surjan sentimientos de venganza, de odio y de envidia que, muchas veces, se ocultan o camuflan. Comentarios como "en realidad nunca me quiso", "se aprovechó de mí", "era una mala persona" o, en el extremo del espectro emocional, "es o era una persona trastornada" son comunes al principio de una separación. La pregunta que surge es la siguiente: ¿Es realmente así o es fruto del sufrimiento ante lo que se considera una injusticia? ¿Quién es el causante de dicha injusticia?
La venganza se presenta a menudo como un acto de justicia, una forma de equilibrar la balanza ante una ofensa o un daño. Sin embargo, en un análisis más profundo, revela su verdadera naturaleza: un camino que no conduce a la paz, sino a la impotencia y, en sus formas más extremas, a la autodestrucción. Este ensayo explora la compleja relación entre la venganza, la envidia y la hipocresía, desvelando cómo este acto no libera, sino que encadena al individuo.
De la Impotencia a la Obsesión
Inicialmente, la venganza surge de una sensación de impotencia. Es la reacción de alguien que se siente incapaz de procesar el dolor de una injusticia y, en lugar de sanar, busca infligir un daño similar al agresor. Paradójicamente, al hacerlo, se mantiene atado a la persona que le hirió, permitiendo que el resentimiento se convierta en el motor de su vida. Este es un punto crucial: la venganza no es un acto de poder, sino la demostración de que el agresor aún tiene control sobre las emociones del agredido.
Sin embargo, en un intento de liberarse, algunos recurren al contacto cero y al olvido. Este acto puede ser transformador, ya que el objetivo principal deja de ser el otro y se centra en el propio bienestar. Se convierte en un acto de autocuidado, una forma de recuperar el poder personal y sanar las heridas. Pero este camino tiene una trampa. Si durante este proceso se busca el descrédito del otro, la persona regresa a la impotencia, demostrando que su energía sigue ligada a la ofensa.
Cuando la venganza se perpetúa, se transforma en una obsesión destructiva. En esta fase, el objetivo ya no es un simple desquite, sino la aniquilación total de la otra persona. Quien la ejerce se consume por el odio, perdiendo de vista su propia vida y bienestar. El acto de intentar destruir al otro termina por aniquilarse a sí mismo, en un ciclo de autodestrucción.
La Envidia y la Máscara Social
La complejidad de la venganza se acentúa cuando se entrelaza con la envidia. La envidia es el resentimiento por el bien ajeno, y si ese sentimiento no se gestiona, se convierte en el combustible para la venganza. En este contexto, la venganza se utiliza como un intento desesperado de destruir lo que se envidia, buscando una falsa superioridad que en realidad no existe.
Finalmente, si a este coctel de emociones se le añade el intento de mantener una "máscara social" intacta, la situación se vuelve aún más corrosiva. La persona proyecta una imagen de normalidad o éxito mientras, por dentro, está consumida por el odio y el resentimiento. Este acto de hipocresía es un profundo conflicto interno que genera un mayor sufrimiento, ya que la persona vive en una mentira constante.
Conclusión
En definitiva, la venganza es un espejismo de poder. A pesar de que parezca una respuesta lógica al dolor, es un camino que conduce a la impotencia, la autodestrucción y la hipocresía. El verdadero poder reside en la capacidad de sanar, de soltar el resentimiento y de no permitir que las acciones de otros dicten nuestro destino. El único acto de venganza que verdaderamente libera es aquel que se enfoca en la propia sanación, dejando atrás la necesidad de infligir daño para abrazar la paz interior. La venganza, al final, es un veneno que el vengador bebe esperando que el otro muera.
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