Dada la extensión del trabajo que a continuación les presento, he decidido publicarlo en varias entradas con el fin de facilitar su lectura. Advierto al lector que no pertenezca al ramo de la psicología analítica, que su lectura puede resultar un tanto compleja. Este trabajo fue escrito por primera vez en el año 2000, y conté con la colaboración del Psicólogo Clínico Uruguayo Óscar Cruz, creador de la ONG CreArte.
INTRODUCCIÓN
Las últimas dos décadas han estado marcadas por un interés creciente en los fenómenos caóticos, extendiéndose a campos del conocimiento muy diversos y dispares, bien alejados de las matemáticas. Estos conocimientos se han erigido en lo que hoy se conoce como el cuerpo de doctrina de la Dinámica no Lineal.
De acuerdo con el Dr. Florentino Borondo (2001), una de las características que, probablemente, han contribuido a este desarrollo, haya sido el carácter multidisciplinar del caos. Los fenómenos caóticos presentan a menudo comportamientos y conductas universales, derivadas de los términos no lineales que los originan.
Otra característica distintiva que se atribuye al caos es el ser la tercera revolución de la Física en el siglo XX, quedando reservados los primeros lugares para la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad.
Según Kuhn (2000), las revoluciones científicas se caracterizan por un cambio de paradigma, entendiendo por tal el conjunto de verdades aceptadas por la comunidad científica. Estas revoluciones suponen el derrocamiento de conceptos e ideas obsoletos. Por ejemplo, la revolución relativista acabó con la idea de un espacio y un tiempo absolutos, del mismo modo que la física cuántica abolió la posibilidad de medir simultáneamente y con toda precisión variables físicas conjugadas, así como la distinción entre sujeto y objeto. La teoría del caos acaba con la idea del determinismo absoluto, introduce la flecha del tiempo y el concepto de irreversibilidad.
En el trabajo que a continuación desarrollo, pretendo aplicar las teorías de los sistemas complejos al sistema psíquico y, en especial, al complejo del yo. Este, bajo determinadas condiciones ambientales y anímicas, relacionadas ambas sincronísticamente, entra en un estado de no-equilibrio o de “caos creativo”, viéndose forzado a asimilar o a adaptarse a una influencia perturbadora demasiado grande, como para poder sobrevivir en dicho estado, como unidad integrada.
Un sistema consiste en un conjunto de elementos idealmente separables, así como en las interacciones entre dichos elementos. El resultado de estas interacciones es la restricción en el número de posibilidades o variaciones de estado del sistema. De esta manera, los grados de libertad se disminuyen con respecto a los que podrían gozar sus elementos o componentes por separado.
Asimismo, amén de esta disminución de libertad del sistema como suma de partes, suele considerarse, de conformidad con la psicología de la Gestalt, que la suma de las partes de un sistema es menos que el sistema mismo y, con la descripción de sus elementos por separado no se abarca al sistema global. La interacción de los diferentes elementos, puede dar por resultado un valor más alto que el que le correspondería por la mera suma de dichos elementos por separado. Por ejemplo, el Agnus Dei de Mozart es, en su conjunto, una obra excepcional, que permite contactar con el arquetipo de Cristo o del sufrimiento colectivo, la vivencia de la carga de la totalidad del hombre, de la conjunción de los opuestos psíquicos, y este resultado es mucho más amplio y productivo, artístico y genial que la mera suma de notas, de las que se compone. La actividad de cada componente del sistema depende de sus relaciones con los restantes componentes existiendo, de hecho, mecanismos de retroalimentación (Margalef, 1993).
El sistema psíquico, al igual que cualquier sistema dinámico abierto y disipativo , está constituido por componentes cuyo número es finito (aunque las modificaciones de los temas principales sean caleidoscópicas) y sus interacciones también son limitadas. Esto nos ayuda a la hora de aproximarnos a su estudio, pues una pequeña parte del conjunto global del sistema psíquico que, dicho sea de paso, está constituido por la conciencia y sus datos y lo inconsciente (con sus múltiples estratos), nos auxilia a comprender el funcionamiento del sistema completo y/o segmentos más amplios del sistema psíquico. Así, por ejemplo, podemos estudiar una parte del complejo subsistema inconsciente para, tras describirlo de una manera más o menos precisa (siempre dentro de las limitaciones de la percepción humana y, para el caso del investigador, también individual) extrapolando o generalizando dichos descubrimientos, basados en la observación local. Valga de ejemplo el análisis de un sueño arquetípico. Su elucidación precisa de vastos conocimientos en simbología, pero sus conclusiones son válidas para el conjunto del sistema psíquico de la persona que haya tenido el sueño y, eventualmente, de todo individuo afectado por el mismo arquetipo. De hecho, un simple sueño nos proporciona información del sistema psíquico del individuo analizado (Jung, 1993, Grof, 1988).
El sistema psíquico, con su historia biográfica y evolutiva y su complejidad, posee la propiedad de conducir y ampliar la energía. Los símbolos, constituyentes de la psique inconsciente, son los conductores o transmisores de la energía en el momento de la constelación del arquetipo subyacente. Dicha energía puede ser integrada por el complejo del yo, gracias a la asimilación del contenido simbólico en el cual se enviste la energía psíquica y, por ende, se hace aprensible a la consciencia, con lo que esta última se ve ampliada (Jung, 1995). De esta suerte, se favorece el mejor funcionamiento de todo el sistema psíquico, dando cauce a la transformación que la psique en su conjunto demanda.
La fugacidad y esquivez de los acontecimientos psíquicos elementales, los que actúan en determinados momentos y se prolongan en el tiempo por lapsos más o menos largos, se hacen patentes y asibles a la conciencia gracias a su manifestación en forma simbólica (en sueños, imaginación activa, pintura, escultura, dibujo, etc.). Resulta, por demás interesante observar, que tal actualización de un arquetipo canaliza la energía a favor de un número de posibilidades limitadas, es decir, determinados cambios se hacen más probables que otros. Sin embargo, el concurso de la consciencia hará que, en última instancia, tal conjunto limitado de posibilidades se concrete en una dirección u otra, o bien, en una orientación o actitud u otra (Jung, 1993, 1995).
Podemos afirmar que la constelación de un arquetipo es un fenómeno en sí mismo determinístico, en el sentido de que no es posible escaparse a su acción en un tiempo y espacio definidos. No obstante, la concreción que la conciencia haga de la asimilación de dicho símbolo, por mediación del complejo del yo, está abierta a múltiples posibilidades. Posibilidades que se verán reducidas por el marco circunstancial y/o ambiental en el que se halle el sujeto afectado por el arquetipo, así como por la expresión que éste pueda darle. Dicha expresión estará de acuerdo con las posibilidades de su psiquismo. Algunos individuos podrán expresar la constelación del mismo por mediación de la música; otros del arte pictórico, escultórico o arquitectónico; unos pocos se servirán de la visión que del mismo han tenido para plasmarlo en una teoría científica o en un sistema filosófico; finalmente, una expresión poética o religiosa puede ser una de las vías más excelsas de concretización del inaprensible patrón informativo (arquetipo) (Peat, 1995). En cierta manera, los arquetipos actúan a modo de atractores, pues cualquier intento de salirse de la trayectoria marcada por el mismo, en un espacio y en un tiempo determinados, acaba siendo atenuado y, después de un lapso de tiempo determinado, tenderán a regresar a la “órbita” marcada por el atractor (arquetipo).
Una de las propiedades más importantes del sistema psíquico es su flexibilidad y elasticidad internas, en el sentido de la enorme variación de posibles estados de conciencia y de la permisión en el reconocimiento y supervivencia del complejo del yo a pesar del error, del cual éste debe aprender, asistiendo a un mecanismo de feed-back continuo. En otras palabras, la flexibilidad del sistema psíquico se refiere a una potencialidad de realizar cambios significativos en la estructura, función y manifestación pese a perturbaciones que pudieran ingresar en él. Y estos cambios se producen tras los mecanismos de retroalimentación que han de seguir a todo error de concepción y de actuación, es decir, de actitud. Esto es, el sistema puede hacer frente a cierta cantidad de fluctuación y perturbación, manteniéndose estable gracias a sus propiedades de autorregulación. Sin embargo, si estas mismas fluctuaciones y perturbaciones son dramáticas y exceden el límite de flexibilidad del sistema, llevan al mismo a un estado de “callejón sin salida evolutivo” y de ahí a un “caos creativo” (Prigogine, 2000, Sasportas, 1990, Bateson, 1998). Más información en el apartado ARTÍCULOS.
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