Imagen de la etapa alquimista denominada nigredo. Muere el hombre viejo. |
Mientras reflexionaba sobre el contenido de lo que voy a hablar en la próxima tertulia en el Ateneo de Madrid, acerca de “Espiritualidad y Evolución de la Consciencia”, llegaban a mi mente toda una serie de ideas en torno a los últimos acontecimientos que están teniendo lugar en el mundo. Ideas que he decidido verter aquí.
Las recientes revueltas producidas en países de oriente medio, como en Libia o en Egipto; los accidentes en centrales nucleares, como el del pasado marzo en Japón o el más reciente, en nuestra vecina Francia, como consecuencia de una explosión el pasado lunes en las instalaciones nucleares de Marcoule; las muestras de fanatismo ateo, semejante, aunque de signo contrario, al “religioso”, que hemos tenido ocasión de presenciar durante la pasada visita del Papa a Madrid, en las Jornadas Mundiales de la Juventud de este 2011; los constantes casos de corrupción entre las clases políticas dirigentes, con independencia del signo político al que pertenezcan, etc., parecen golpear las adormecidas consciencias de nuestros contemporáneos.
Desgraciadamente, sólo una pequeña porción de la sociedad es capaz de ver más allá de los acontecimientos, de los sucesos o de los hechos, así llamados objetivos, para leer entre líneas su significado “simbólico”. Y es que vivimos una época que se caracteriza por un auténtico eclipse de cordura, que parece afectar, de igual modo, a las clases dirigentes, a buena parte de los intelectuales y al colectivo de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir.
Nunca se insistirá lo suficiente en que, las crisis que actualmente padece el mundo occidental, y el oriente occidentalizado, atañe, primordialmente, a los valores. Y, con ello, no se está diciendo que, con proclamar a voz en cuello la importancia de la bondad, la libertad, la fraternidad y la igualdad entre todos los seres humanos, sea suficiente. Lamentablemente, no lo es, como muestran las constantes violaciones de los derechos humanos en todas partes del orbe.
Lo que al ser humano parece haberle sucedido, en el transcurso de los últimos tiempos, es que ha perdido su Alma, convirtiéndose, por tanto, en un ser desalmado. La proliferación de literatura, así como de “Films” cinematográficos, cuyos protagonistas son unos muertos vivientes, contagiados por algún virus obtenido mediante técnicas de ingeniería genética, representan simbólicamente lo que supone la “pérdida del alma” a la que nos referimos (valga de ejemplo, la saga titulada Residen Evil).
En otro lugar, me había referido a lo significativa que es esta emergencia del “mal”, de la sombra colectiva, de todo aquello que permanece oculto a la consciencia colectiva de esta época, en el panorama mundial actual. Aquello que el ser humano es incapaz de vivir de su vida consciente, por muy penoso que ello resulte, acaba manifestándose en el mundo. Así, la pérdida de valores espirituales, el desprecio por los fenómenos religiosos, el imperialismo de la Razón sobre lo irracional de la vida, acarrea consigo consecuencias harto peligrosas, como estamos teniendo ocasión de comprobar.
Sin embargo, como bien es sabido, toda crisis encierra en su seno una oportunidad de renacer de los escombros del pasado. Como ya manifestaron autores como Carl G. Jung, Mircea Eliade o Joseph Campbell, entre otros, toda vida humana genuina implica crisis profundas, sufrimiento, pérdida, muerte y resurrección. Y esto que es aplicable a los individuos, también lo es al colectivo. Así, en estos momentos en que atravesamos una crisis profunda, que afecta a todas las facetas de la experiencia humana, la única esperanza de resolución reside en la posibilidad de que se produzca una renovación total y profunda, una renovación que transforme la vida toda, y de la cual emerja un Sentido profundo de la propia existencia.
Pero para que esto suceda, primero se ha de producir una muerte. A través de la muerte iniciática, de la muerte “simbólica”, se hace posible una nueva gestación, un nuevo nacimiento. Y, al igual que sucede en todas las iniciaciones tradicionales, lo que muere es un determinado estado de consciencia, una orientación establecida, que se caracteriza por la profanidad, la desacralización, el predominio del instinto infantil que, como ocurre en los niños, mira principalmente por sus propias necesidades egocéntricas, para renacer a un estado de consciencia que se caracteriza por el acceso al mundo del Espíritu, a la verdadera cultura, la cual reside, no en el ámbito de la razón y del intelecto, sino en lo más profundo del ser humano, allí donde habitan los espíritus de los antepasados, los dioses, los seres sobrenaturales, los daimones o geniecillos o, como los denomina la Psicología Analítica , los arquetipos o potencias espirituales de lo Inconsciente Colectivo.
Pero, como sucedía en los rituales de iniciación tradicionales, sólo unos pocos seres humanos están en condiciones de “morir” a su existencia pasada, con lo penoso que resulta semejante tránsito por los infiernos de su interioridad, para acceder a una nueva vida plena de Sentido. En más de una ocasión, la enfermedad juega un papel extraordinario y decisivo en el acceso a la realidad espiritual, pues a través de ella el individuo transita desde una vida conformada e identificada con los ostentosos logros materiales obtenidos, cuyo único sentido parece residir en el éxito profesional, académico o sentimental, y cuya seguridad está basada únicamente en la vida en familia, hacia una vida regida por el Espíritu y orientada hacia la consecución de la Individuación , de la realización del Ser que alberga y contiene al individuo. Y es que toda crisis enseña al hombre una lección que necesita aprender.
La inconsciente nostalgia del secularizado ser humano moderno, de vivir una experiencia transformadora; una nostalgia que brota desde lo más profundo de su Ser y que se expresa en el impacto que le produce leer o ver, en la pequeña o en la gran pantalla, películas colmadas de motivos de carácter iniciático, como Avatar, El Señor de los Anillos, Matrix, Harry Potter, Thor o Conan, por poner algunos ejemplos, no deja de ser significativo y sintomático. Bien podría expresar la prístina necesidad del hombre de vivir una vida colmada de Sentido, y de experimentar la muerte como una etapa crucial de la existencia humana. Un modo de superar el miedo a la muerte, necesidad ésta que se hace perentoria en la segunda mitad de la vida.
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