Estos dos días pasados he estado viendo la película Doctor Zhivago de 1965, dirigida por el director de cine británico David Lean, quien también dirigió la película Laurence de Arabia. Os dejo un enlace a Wikipedia, para que podáis leer más sobre esta película, que recomiendo encarecidamente, en estos tiempos que corren.
Doctor Zhivago no sólo es una obra maestra, sino, además, es especialmente interesante porque nos muestra cómo se desarrolló la revolución rusa y, sobre todo, el ambiente que se vivió entre los años 1901 y 1929. Un ambiente social que, salvando las distancias, parece tener muchos puntos en común con nuestra época. Pero, lo más importante de todo, es que en la película se muestra que, como telón de fondo de todo movimiento de tipo revolucionario, están cierto tipo de “ideales” o ideas. Es decir, que las revoluciones, como las guerras, son la muestra más palmaria de la tensión entre dos ideales o polos contrarios.
Así, en mi artículo El Reino de Acuario publicado, en la Web de la C. G. Jung Page norteamericana, hace más de cuatro años, afirmaba lo siguiente:
“Juan García Atienza 1 afirma a este respecto lo siguiente:
“Yo creo ver que eso que llamamos historia no debe importarnos tanto desde una perspectiva sucesoria o cronológica de los acontecimientos como desde el punto de vista de una situación perenne que el ser humano va moldeando y adaptando en la medida en que accede –o se le permite acceder- a su evolución social, intelectual y espiritual. Una mirada de conjunto al hecho histórico nos plantea siempre la realidad inalterable de dos fuerzas encontradas que buscan el poder y que tratan de sojuzgarse mutuamente y de sojuzgar a la comunidad humana desde la cúspide del poder, sin tomar en cuenta más que la propia capacidad de dominio y despreciando, abierta o subrepticiamente, la esencial necesidad que el ser humano tiene de elegir su destino en libertad”.
De lo que se desprende que el individuo no será libre si no es a través del conocimiento (gnosis) de la existencia de dichas fuerzas operantes, tanto en su propio interior, cuanto en el proceso histórico. El Evangelio de Felipe nos dice a este respecto lo siguiente: “los nombres otorgados a las realidades mundanas comportan un gran error, pues desvían su mente de lo estable a lo inestable”, lo que corrobora el enunciado de Juan G. Atienza al poner el énfasis en lo estable, es decir, en las sempiternas fuerzas operantes, y no en lo inestable, esto es, los ropajes con los que esas fuerzas se envisten de época en época.
Así, Juan G. Atienza afirma:
“Que esas fuerzas se llamen papado e imperio, güelfos y gibelinos, monarquía y república, capitalismo y comunismo o fascismo y democracia, creo que importa mucho menos que su enfrentamiento constante por alcanzar el poder sobre el resto de la comunidad. En el fondo, todos esos nombres no son más que las caras de una misma moneda 2, que sirve para comprar el libre albedrío del ser humano, con la fuerza del palo o con el señuelo de un bienestar que, en lo profundo, es sólo la droga calmante de una esclavitud consentida”.
Es precisamente el conocimiento de eso que Juan G. Atienza denomina “lo profundo” lo que permite al ser humano liberarse de las esclavizantes fuerzas que operan detrás de bambalinas.
El puente sobre el Caos. John Martin. El paraíso perdido. |
Y a ese conocimiento y al proceso de reconciliación de las fuerzas opuestas que se encuentran enfrentadas o que se atraen entre sí dedicaremos nuestros próximos párrafos. La alquimia ha definido su arte espagírico con la máxima “solve et coagula”, con la que expresaban la necesidad de disolver los elementos que entran en juego en el proceso, léase separarlos en sus constituyentes elementales, para posteriormente armonizarlos en una unidad integrada a la que denominaban Lapis philosophorum. Y el proceso comenzaba con la prima materia, una masa confussa que albergaba a todos los elementos en un estado caótico, inarmónico y desintegrado. Esa masa caótica se corresponde en psicología con lo inconsciente en su estado original, en el que los instintos se hallan enfrentados los unos con los otros y en el que el ser humano es un hervidero de pasiones, un esclavo de sus propias reacciones instintivas. Los arquetipos, como modelos de organización del material inconsciente, son los verdaderos artífices de lo que luego acontece en la realidad manifiesta o histórica, son esas fuerzas actuantes de las que hablaba Juan G. Atienza. El alquimista se refiere al inicio de la Gran Obra de la transformación del plomo en oro como la nigredo. La oscuridad imperante en esa etapa del proceso de transformación viene representada con los símbolos del cuervo, la calavera, el lobo que se come al viejo rey, el león que engulle al sol, etc. Todos estos símbolos aluden a una muerte 3. En términos psicológicos lo que está muriendo es una actitud consciente o una tendencia dominante cuya ostentación no hace sino destruir la vida a su paso 4. Recuerdo el caso de una mujer que comenzó a tener sueños en los que se le aparecían figuras oscuras y a las que identificaba con el Diablo. Y ese diablo no es otro que su propia sombra, su otro yo que desea ser considerado, es decir, el adversario del ego 5. Naturalmente, cuando los contenidos de lo inconsciente afloran a la superficie con la fuerza de un tifón, o a modo de tsunami lanza sus gigantescas olas a las antaño tranquilas orillas de la consciencia, el individuo se encuentra ante la necesidad de enfrentarse a esos contenidos, darles forma y, finalmente, comprenderlos. De no hacerlo así cabe el peligro de verse anegado por unas fuerzas que ni en sus más terribles pensamientos hubiera nunca concebido 6.
El ciudadano medio, gracias a dios, nada sabe de estas fuerzas. Sin embargo, sin ser, ni por asomo, consciente es arrastrado por ellas a un destino que, siendo, no obstante, el suyo, desconoce por completo. La inmersión en las profundidades de uno mismo es una verdadera tarea heroica, lo que explica la reticencia general a embarcarse en semejante viaje. Pero ese miedo y esa resistencia al descenso a los infiernos que el hombre común experimenta encierra un asunto crucial que es menester apuntar aquí. Se trata de la fascinación que lo inconsciente ejerce, atracción que en los mitos se ha ejemplificado como un seductor canto de sirena. Detrás de esa atracción fatal 7 está el peligro de la desintegración de la personalidad en sus constituyentes, un estado que han representado los alquimistas magistralmente en la imagen del caos que impera en la masa confusa. Y esa atracción es mucho más efectiva, cuanto más se profundiza 8. No obstante, en el seno de esa masa confusa, yace, oculto, el tesoro de gran valor, la piedra 9. El trabajo reside en la extracción de dicho tesoro del caos que lo rodea. Dicha tarea no es otra que la de hacer conscientes los contenidos de lo inconsciente. Pero, en un primer momento, el caótico estado que impera en el ser humano en los inicios del proceso, como lucha de elementos contrarios que parecen desgarrar las entrañas del individuo en cuyo interior está teniendo lugar esta lucha de fuerzas contrarias, es compensado con la formación de imágenes de unidad y totalidad, cual es el caso de los mandalas. Estas formaciones nos enseñan que del caos surge el orden, pues son esos mandalas una muestra de lo que está teniendo lugar en lo inconsciente 10. Se está produciendo un efecto compensatorio y, cuanto mayor es la sensación de tensión y de violenta irrupción de contrariedades, tanto más vívida es esa imagen de la unión de los contrarios. No resulta extraordinario que el individuo en ese estado tenga sueños de uniones sexuales. Pues estas uniones sexuales representan la tendencia compensatoria de lo inconsciente que, frente a un estado exterior desordenado y tenso, produce una conjunción de elementos opuestos. En ocasiones, también pueden aparecer uniones sexuales con personas del mismo sexo. Estas uniones deben entenderse como un símbolo, de modo que aluden a la unión de dos tendencias o instintos con idénticas polaridades. Los alquimistas representan ese proceso, en la nigredo, como unión del rey y de la reina 11. De dicha unión tiene lugar el engendramiento de un tercero hermafrodita, pues contiene ambas naturalezas. Expresado en términos psicológicos lo que tiene lugar es el nacimiento del Sí-Mismo, es decir, del atman interior, del Hombre Andrógino, una imagen del Lapis o una alegoría de Cristo. En definitiva, se produce de ese modo la vivencia de la divinidad en el interior del ser humano.”
He querido traer este texto aquí, a colación, porque considero que describe el estado en que se encuentra el mundo en estos momentos. Desgraciadamente, son aún demasiado pocos los que se dan cuenta de la importancia de embarcarse en un viaje de autoexploración profunda, y recuperar el contacto con su Alma, a fin de que el conflicto entre las fuerzas oponentes, descritas más arriba, no tome cuerpo en el mundo, en la forma de una guerra (o de una revolución). Sobre este mismo tema, al psiquiatra Carl G. Jung le preguntaron, en una conferencia, si pensaba que habría una guerra atómica en algún momento y él respondió lo siguiente: “Yo creo que esto depende de cuantos individuos puedan soportar la tensión de los opuestos en sí mismos. Si son suficientes, pienso que podremos escaparnos de lo peor. Pero si no es así, entonces habrá una guerra atómica, nuestra civilización perecerá, como muchas otras perecieron antes, pero con repercusiones mucho más serias”. Lo que dijo Jung, hace bastantes años, ha sido reafirmado en numerosas ocasiones, no sólo por el círculo de sus seguidores más cercanos o de los herederos de su legado, sino por todos aquellos que se han visto ante la necesidad vital de realizar ese viaje a las profundidades de sí mismos. Así, se ha hablado de la existencia de una “masa crítica” a partir de la cual, probablemente, se opere un cambio que tome cuerpo en el mundo. En una carta privada que C. G. Jung escribió al escritor chileno Miguel Serrano, le expuso, de un modo directo, que la toma de consciencia y el trabajo interior con lo inconsciente colectivo tenía repercusiones en el ámbito material, atendiendo a la propiedad psicoidea (material y psíquica) de los arquetipos. Y, al mismo tiempo, afirmaba que esa toma de consciencia y ese trabajo interior no tendría lugar sino después de que pasasen varias generaciones. Por lo que, en cierto modo, estaba hablando del tiempo necesario para que se alcance esa “masa crítica” necesaria para que el ser humano no destruya el mundo en el que vive, con un holocausto nuclear. Expresé esta misma idea en una conversación privada con Miguel Blanco, antes de que me entrevistara con motivo de mi último libro La Hermandad de los Iniciados, en su programa de radio “Espacio en Blanco”, de Radio Nacional de España.
Desde un punto de vista práctico, en la experiencia de cada cual, esto se realiza, por ejemplo, en la no exenta de sufrimiento, sin duda, toma de consciencia de las oscuridades que cada cual alberga en sí mismo, es decir, de las debilidades y de las inferioridades propias, en lugar de proyectar estas sobre los terroristas, los “maltratadores” o “violentos”, en la “casta de los políticos corruptos”, en la “usura de los banqueros”, “en las inmundicias de la Iglesia católica”, etc. De hecho, quienes tienden a criticar con vehemencia a esos nuevos chivos expiatorios, más les valdría preguntarse a si mismos, con probidad, si, estando en el lugar de los políticos y teniendo acceso al poder y al dinero, por ejemplo, actuarían ellos de un modo más honesto. Al tiempo que, les recomendaría, también, realizar un examen de conciencia para que se dieran cuenta de si, en ellos mismos, existe o no la capacidad de comportarse de un modo deshonesto, cruel o, llegado el caso, violento. ¡Cuantos ciudadanos honrados no se han convertido en bestias de presa, cuando las circunstancias apremiaban! En la película que recomiendo en esta entrada, puede observarse esta “metamorfosis”, aparentemente imposible de concebir. ¡Dejemos ya de comportarnos como adolescentes y asumamos la parte de responsabilidad que a cada cual le corresponde!
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