miércoles, 24 de abril de 2013

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "AL FINAL DEL TÚNEL" EN MANZANARES EL REAL


crónica de la PRESENTACIÓN DEL LIBRO "AL FINAL DEL TÚNEL" EN CASA MARGA



Muchas gracias a todos por vuestra presencia. Ante todo querría agradecerle a la dueña de este encantador establecimiento su hospitalidad, así como a Pepa Rodríguez y a todos los miembros de la Asociación Cultural El Real de Manzanares por su gentileza al permitirnos presentar esta novela en un lugar tan acogedor. Al editor de la novela, Carmelo Seguro y a su esposa María Eugenia González, por haber apostado nuevamente por la publicación de un libro mío, que es ya el cuarto proyecto editorial que escribo en solitario.

Además, quiero agradecer a Maribel Rodríguez la presentación que acaba de realizar; de igual modo mi agradecimiento a Ignacio Rodríguez, el autor del montaje del book trailer que les mostraremos a continuación, y que es, asimismo, el responsable de la magnífica portada del libro. 

Por último, quería agradecer públicamente al autor del prefacio, el Dr. Salvador Harguindey, oncólogo, investigador, escritor y un entrañable amigo.

Quizás debiera comenzar diciendo que este libro contiene, además de lo que os ha contado ya Maribel, numerosas experiencias visionarias, es decir, sueños y visiones que el protagonista, de nombre Juan, va teniendo en toda la obra. Sueños y visiones que se van convirtiendo en realidad.  Estos sueños y visiones se van haciendo cada vez más frecuentes, a medida que el lector avanza en la lectura, al tiempo que van sufriendo una transformación: pasan de ser amenazadoras pesadillas de catástrofes apocalípticas, a convertirse en fuente de inspiración y en un aporte fundamental para la vida del protagonista.  Y quiero hacer énfasis en el aspecto visionario de la novela por lo siguiente: los sueños y las visiones, como nos enseñan la psicología, la psicoterapia y la mística, son manifestaciones de un misterio que habita en el ser humano. Esto significa que el acceso al mundo interior, al Alma, es un auténtico descubrimiento para la conciencia del hombre. Un descubrimiento de una realidad autónoma que habita en lo más íntimo de nosotros.


El hombre occidental contemporáneo, en su énfasis por alcanzar el éxito profesional y/o material, que son ambos algunos de los valores que la sociedad considera como los más importantes, aquellos que harán al ser humano alcanzar la felicidad; en ese énfasis, decía, parece que ha perdido en gran medida las raíces que lo conectan con esa realidad interna que es el alma humana. De hecho, el interés actual por las Experiencias Cercanas a la Muerte, y la existencia o no de una Vida más allá de la Vida, están en la base de esa pérdida del alma. Pues, si así no fuese, no haría falta realizar enormes esfuerzos en "demostrar" científicamente al incrédulo hombre moderno, la existencia de la realidad de su propia alma, ni de la posible conexión de ésta con una realidad trascendente. Algo archiconocido en otras culturas, y en épocas pasadas también en Occidente.

Al final del túnel tiene muchos  ingredientes que son típicos de una epopeya. En cierto modo, su estructura nos recuerda a obras literarias como la Odisea de Homero, la Divina Comedia de Dante, el Fausto de Goethe o las Confesiones de San Agustín. Esta estructura tiene un objetivo muy concreto: la de mostrar que el encuentro con nuestras profundidades se nos presenta como un viaje hacia lo desconocido, y, de hecho, a la consciencia del ser humano se le presenta como un mito, como una odisea. 

Otra idea que querría precisar aquí es que Al final del túnel está basada en experiencias reales que han sido vividas por personas que he conocido a lo largo de mi vida, y está inspirada, también, en algunas obras de la literatura universal, como las que he mencionado antes (Fausto, Confesiones, etc.). Para preservar el anonimato de esas personas he inventado los contextos y los nombres, y he modificado las situaciones originales, si bien, como digo, todas ellas remiten a hechos que han ocurrido en realidad. Precisamente por eso, Al final del túnel contiene una seria advertencia para la sociedad en general, y para aquellas personas que, en particular, se han quedado obnubiladas ante los progresos económicos y materiales de los últimos años. Al mismo tiempo, trato de transmitir al lector la esperanza de que es posible salir de la crisis mediante un proceso de transformación que afecte a la escala de valores que parece imperar en nuestra cultura. Y que esa transformación ha de comenzar, primero, en el propio individuo.

Por último, y antes de poner el vídeo que nos gustaría enseñaros, querría dar algunas indicaciones que podrían servirle al lector para empatizar con los múltiples sentimientos que va atravesando el protagonista a la largo de la novela. En varios capítulos hago alusión a unas piezas de música que Juan, el protagonista, está escuchando mientras describe lo que experimenta. Sería muy aconsejable escuchar esas piezas de música, que pueden buscarse en you tube, por ejemplo,  al tiempo que se lee la novela. De ese modo, le será más fácil al lector ponerse en la piel del protagonista. 

También contiene esta novela multitud de imágenes. Concretamente, 21 imágenes. Estas figuras no son sólo un elemento estético que acompaña al texto, que también lo es, sino, sobre todo, se relacionan con los sueños y las visiones del protagonista, por lo que ayudan a comprender el significado de dichas experiencias visionarias.

Si os parece bien, ponemos ahora el vídeo con el Book trailer de la novela, y cuando termine podéis hacernos las preguntas que os hayan surgido. 


Para conseguir la novela Al final del túnel. Una historia sobre el despertar del alma, podéis poneros en contacto con la editorial Entrelíneas Editores en el siguiente enlace: Entrelíneas Editores; para los que sois de  Manzanares El Real, también podéis conseguirla en la librería MRI (Manzanares Servicios Informáticos, en la calle Cañada, 45), y muy pronto estará disponible también en las grandes librerías como la Casa del Libro, El Corte Inglés, Agapea, Amazon, etc. En cualquier caso, siempre podéis encargarla en vuestra librería habitual. 

He creado un nuevo blog con el título de la novela, AL FINAL DEL TÚNEL, en donde iré publicando todas las presentaciones, entrevistas y nuevas ediciones de esta novela. 

domingo, 7 de abril de 2013

Consideraciones sobre el libro "AIÓN. Contribuciones al simbolismo del sí-mismo"


Recuperamos un texto, escrito por Enrique Galán Santamaría, sobre la traducción del libro de C. G. Jung, "Aión. Contribuciones al simbolismo del sí-mismo". Interesante por la síntesis que D. Enrique realiza de esta obra fundamental de C. G. Jung, e importante porque apunta ciertos errores lamentables en la traducción al español de este nuevo volumen de las Obras Completas de C. G. Jung. 

Al estudioso de las obras de C. G. Jung este tipo de errores de traducción le son especialmente penosos, porque le obligan a tener que realizar un doble trabajo de búsqueda y revisión de términos en diccionarios y/o en textos antiguos, dada la poca fiabilidad del texto traducido. Errores parecidos hemos encontrado nosotros en algunos textos publicados por la Editorial Kairós,  como por ejemplo en el libro de David Peat, "Sincronicidad. Puente entre materia y espíritu", donde se confunden los términos "sincrónico" y "sincronístico" o se traducen los términos "sensación" por "sentimiento", por mencionar sólo dos de los más flagrantes. Parafraseando a Enrique esperemos que tanto la Editorial Trotta, como la Editorial Kairós,  tan loables por muchas razones que exceden ampliamente la temática junguiana, no se permitan estos desfallecimientos.

Estructura del sí-mismo

Estructura del sí-mismo. C.G. Jung. Aion. Contribuciones al simbolismo del sí-mismo. Trad. C. Martín. Obra completa, vol. 9/2. Trotta Ed. 2011. 322 páginas.

En una feliz coincidencia, el volumen 9/2 de la Obra completa (OC) de
Jung, que viene publicando desde 1999 la Editorial madrileña Trotta, ha
llegado a nuestras librerías el mismo año que El libro rojo de C.G Jung (El hilo
de Ariadna, Ed.). Porque si hay algún libro científico del psiquiatra suizo
relacionado con ese trabajo suyo de imaginación activa es este texto
fundamental que constituye una monografía sobre el sí-mismo. Ambos tratan
de la problemática surgida en un mundo post-cristiano y ofrecen una
respuesta a la desesperación del individuo desarraigado de su orden simbólico
y anegado por la ideología estadística de ese hombre-masa conocido hoy como
‘consumidor’: autoconocimiento, contacto con los “símbolos instrumentales”
(cuentos populares y dogmas religiosos) e individuación (diferenciación e
integración de los contenidos psíquicos).

Evidentemente, hay muchas variaciones entre una obra y otra. El libro
rojo, compuesto entre 1913 y 1928, tiene un carácter privado y se presenta
como un experimento psicológico con el cual Jung pone a punto su
metodología de la imaginación activa. Por el contrario, Aion, publicado en
1951, es una investigación sobre la progresiva delimitación del ánthropos
dentro del eón cristiano —con su tensión Cristo/Anticristo y la enantiodromía
renacentista—, estudiado empírica e históricamente a través del símbolo del
pez y el signo astrológico de Piscis, contexto cosmológico del cristianismo.
Jung concibe el espíritu post-cristiano como “un verdadero antimimon
pneuma, un pseudoespíritu compuesto de arrogancia, histeria, indefinición,
amoralidad criminal y terquedad doctrinaria, un generador de mercancías de
pacotilla, pseudoarte, balbuceos filosóficos y engaños utópicos, que sólo
sirven para alimentar a gran escala el hombre masa de hoy” (§ 67).
Congruentemente, denuncia “el materialismo, el ateísmo y otros sustitutos,
que se expanden como epidemias. […] El ateísmo materialista constituye con
sus quimeras utópicas la religión de esos movimientos racionalistas que dejan
en manos de la masa la libertad de la personalidad y, de ese modo, la
extinguen” (§ 170). Pues “donde domina el materialismo racionalista, los
Estados se convierten menos en prisiones que en manicomios” (§ 282). Un
discurso políticamente conservador que da en el blanco al señalar el
empobrecimiento espiritual de la sociedad occidental.

Nuestro autor no se deja engañar, y como descubrió en esa
confrontación con su inconsciente que es El libro rojo, “hay que hablar de
Cristo, porque es el mito todavía vivo de nuestra cultura. Es nuestro héroe
cultural que, independientemente de su existencia histórica, encarna el mito
del hombre divino primigenio, del místico Adán” (§ 69). Por el contrario, “el
paganismo primitivo, […] con la forma económica que le es propia, la
esclavitud, ha podido apoderarse de nuevo de gran parte de Europa” (§ 273).
Jung escribe cinco años después del final de la II Guerra Mundial, con una
Europa dividida bajo el dominio de dos potencias opuestas: el totalitario
estalinismo ruso, iniciado ya en su estela el horror maoísta, y el imperialismo
depredador del capitalismo estadounidense, dominante internacionalmente a
partir de entonces.

La complejidad del asunto y la metodología junguiana propia de su
etapa alquímica hacen imposible resumir el contenido de esta obra. Sí puede
señalarse que los cuatro primeros capítulos presentan la versión acabada de
sus conceptos cardinales ‘yo’, ‘sombra’, ‘sicigia ánima/us’ y ‘sí-mismo’. Y que
el último, el capítulo 14, se ocupa específicamente de la estructura y dinámica
del sí-mismo tal como se manifiesta empíricamente en sueños, visiones e
imaginación activa. Jung confía en “haber establecido algunos fundamentos
históricos y conceptuales” (§ 284), entre los cuales se encuentra tratar del
“destino del hermetismo, que, si no se tiene en cuenta a la moderna psicología
de lo inconsciente, sigue siendo un libro cerrado con siete llaves. Pero este
libro tiene que abrirse de una vez, si queremos de otra manera llegar a
comprender la situación espiritual presente, pues la alquimia es la madre de
los esenciales contenidos mentales y del pensamiento sustancial de las
modernas ciencias naturales, y no la Escolástica, a la que en lo esencial sólo
tenemos que agradecer la disciplina y el entrenamiento del intelecto” (§ 266).

Afirma que si “la Mater Alchimia, […] en los siglos XVI-XVII, alumbró la era
de las ciencias naturales, […] su auténtica esencia procede de los sistemas de
los gnósticos” (§ 267) en el alba del cristianismo.
Planteamientos que adelanta Jung en el prólogo de este libro al señalar
que “mi investigación trata de enfocar, por medio de los símbolos del símismo,
cristianos, gnósticos y alquímicos, la transformación experimentada
por la situación psíquica dentro del ‘eón cristiano’” [p. 3]. Una situación
psíquica referida al dilema Cristo/Anticristo y al surgimiento del Anticristo al
final de los tiempos. Considerando a Cristo como símbolo del arquetipo del
sí-mismo, Jung se esfuerza en delinear el aspecto de complexio oppositorum de
este último, oponiéndose así a la visión cristiana ortodoxa de un Cristo
exclusivamente bueno, con el ánimo de integrar a ese Anticristo, su sombra.
Para conseguir este objetivo se refiere a la diversa imaginería
integradora que presenta su estructura: geométrica —círculo, esfera,
cuaternidad, cruz, es decir, mándalas—; algebraica —grupo 3+1, relación 3x4 y
axioma de María (3:4)—; natural —montaña, mar, flor, árbol, cristal—; social
—ciudad, castillo, iglesia, casa, habitación, recipiente, rueda—; animal
—elefante, caballo, toro, oso, ave blanca y negra, pez, serpiente, tortuga,
caracol, araña, coleóptero—; humana —figura humana superior al soñante,
viejo sabio o madre ctónica, falo—; metafísica —demon, lapis.
En cuanto a su dinámica, el sí-mismo toma la forma de cuaternidad de
pares de opuestos —cuaternio de Moisés, cuaternio de los ríos del paraíso—;
serpiente —uroboros—; árbol —despliegue natural— y proceso de
ascenso/descenso. Es decir, el sí-mismo “no es una mera magnitud estática ni
una forma insistente, sino que es también un proceso dinámico, […] una
fuerza actuante” (§ 411). Esta visión energetista del sí-mismo permite pensar
en “una coincidencia final de los conceptos físicos y psicológicos” (§ 413). La
noción de sincronicidad, coincidencia de sentido de fenómenos materiales y
psíquicos no conectados causalmente, será la vía para investigar y establecer
dicha vinculación conceptual entre física y psicología. Jung publicará un año
después su monografía al respecto (OC 8, 18).

En suma, Aion (1951) ofrece la versión final del concepto junguiano de
sí-mismo, como Mysterium coniunctionis (1955-56) es la presentación más
acabada del proceso de individuación, la realización consciente del sí-mismo.
Estos dos títulos sintetizan y contienen así el pensamiento de madurez de
Jung.

Sobre la traducción en 1986 la Editorial Paidós publicó una primera traducción a nuestro idioma de Aion, debida al filólogo Julio Balderrama, quien salió airoso del
reto. Aunque se trata de la traducción del volumen 9/2 de las Gesammelte
Werke, su edición no sigue los criterios propios de la Obra completa. Que sí
debían haberse utilizado en esta nueva traducción, según fueron fijados en su
día por el Comité Científico de la Fundación Carl Gustav Jung de España y
puestos en práctica en la edición de los volúmenes publicados entre 1999 y
2006 (1, 15, 4, 10, 14, 9/1, 8, 12 y 16).

Carlos Martín, el traductor de este volumen 9/2, lo es también del
volumen 10 (2001), de un estilo muy diferente, aunque ello no debería servir
de excusa para los muchos errores que encontramos en esta traducción. Antes
de nada, es incomprensible que el traductor (o quien haya ejercido de editor
de esta traducción) no haya tenido en cuenta las decisiones tomadas para la
edición de los volúmenes 12 y 14 respecto a la traducción a las lenguas
vernáculas de los nombres de alquimistas y médicos que firmaron sus textos
en latín con su nombre latinizado, así como en lo relativo a los títulos de sus
escritos.

Siendo esto grave, pues crea discordancias dentro de la propia OC y
dificulta la elaboración del volumen 20 (Índices generales de la Obra completa),
más chocantes resultan otras incorrecciones, que revelan sobre todo incultura.
Es penoso tener que escribirlo, y no es este el lugar para establecer una lista
exhaustiva. Bastará señalar las más llamativas.

En primer lugar, ‘alquimista’ se define en el Diccionario de la Real
Academia Española como sustantivo referido al adepto, no como adjetivo que
califique interpretaciones, concepciones y demás, para lo que contamos con
‘alquímico/a’. Menos aceptables son otros términos, como ‘ithyfálico’ en vez
de ‘itifálico’; ‘kuretes’, ‘kabiros’ o ‘daktilos’ en vez de ‘curetes’, dáctilos’ o
‘cabiros’. O, más sangrante, ‘naasenses’, ‘sabeístas’, ‘setheenses’, ‘mítricos’ en
vez de ‘naseenos’, ‘sabianos’, ‘setianos’ o ‘mitraicos’, como está decidido no
sólo por los anteriores editores de la OC. Errores flagrantes son traducir
‘demonio’ en vez de ‘demon’ para daimon (§ 51), ‘trigon’ en vez de ‘trígono’,
‘sincrónicamente’ en vez de ‘sincronísticamente’ (§ 148), ‘plenitud’ en vez de
‘completud’ (§ 171), ‘joaniano’ por ‘joánico’, ‘Chadir’ por ‘Jadir’, ‘yahvínica’ en
vez de ‘yahvista’, ‘Hébdomas’ en vez de ‘hebdómada’, ‘Arcon’ por ‘arconte’,
‘bogomiliano’ por ‘bogomilo’, ‘Asia anterior’ en vez de ‘Oriente Próximo’,
‘cuaterniones’ en vez de ‘cuaternios’, ‘cuatridad’ por ‘cuaternidad’, ‘Adyton’
como nombre propio cuando el ‘adyton’ es el lugar donde el dios délfico
transmite su oráculo a la pitia, un ‘sancta santórum’ y no el ‘altísimo’, como
vierte el traductor…

Lamento tener que referirme a este asunto, aunque sea de modo
puramente descriptivo y ejemplarizante. El proyecto de edición de la Obra
completa de Jung, que permitió una intensa colaboración entre la Fundación
Carl Gustav Jung de España y la Editorial Trotta, fijó entre 1996 y 2006 una
serie de criterios de edición que se han revelado fructíferos. Esta edición de
Aion evidencia el peligro de no seguirlos. Con ello, la oferta por parte de la
Fundación de homologar a través de la OC la traducción de Jung al castellano,
resolviendo los muchos problemas presentados por las anteriores ediciones
parciales de su obras, es arrojada a la basura. Sin que nadie gane. Esperemos
que la Editorial Trotta, tan loable por muchas razones que exceden
ampliamente la temática junguiana, no se permita estos desfallecimientos.

Enrique Galán Santamaría
Noviembre, 2012


miércoles, 3 de abril de 2013

DECLARACIONES DE GOETHE SOBRE EL CRISTIANISMO



J.W. Goethe y J. P. Eckerman

Reproduzco en esta entrada de hoy un fragmento del libro Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida, escritos entre 1836 y 1848, que el escritor y poeta alemán, de origen humilde, Johann Peter Eckermann, tuvo el mérito de recoger escrupulosamente, y que es un documento inestimable sobre el último periodo de la vida del gran poeta alemán, J. W. Goethe.

J. P. Eckermann se convirtió en el discípulo de Goethe, tras enviarle a éste en 1823 el manuscrito de su obra poética titulada Aportaciones a la poesía con particular referencia a Goethe, publicada en 1821. 

El fragmento que reproduzco a continuación corresponde a la tercera parte de las Conversaciones, escrito, según el texto, el Domingo 11 de marzo de 1832, y que versa sobre la religión y, en especial, del cristianismo. Tuve conocimiento de este libro luego de que se hubiese publicado mi ensayo novelado, titulado "La hermandad de los iniciados", gracias a la gentileza de Salvador Harguindey, y me resultó sumamente interesante, y hasta tranquilizador, el haber comprobado a posteriori que el gran poeta alemán había expresado, casi dos siglos antes, unas opiniones muy parecidas a las que sostengo en uno de los capítulos de "La hermandad". 

El texto dice así:

"Por la noche, una hora con Goethe, entretenidos en departir toda clase de temas. Comparara yo una Biblia inglesa que, con harto sentimiento mío, comprobé no traía los Apócrifos, por no estimarlos auténticos ni de origen divino (...). Comuníquele a Goethe mi sentimiento ante ese modo tan mezquino de ver las cosas, estimando unos libros del Antiguo Testamento cual directamente dictados por Dios y otros no menos excelentes, como apócrifos; ¡cual si hubiere algo noble y grande que no procediese de Dios y no fuese fruto de su influjo!

-Estoy enteramente de acuerdo con usted -me dijo Goethe-. Pero las cosas de la Biblia deben considerarse con arreglo a un doble criterio; hay, en primer lugar, el criterio de una suerte de religión natural, el de la pura naturaleza y razón, la cual es de origen divino. Este se mantendrá siempre en el mismo, y perdurará y regirá en tanto haya en el mundo seres dotados por Dios de inteligencia. Pero ese punto de vista es sólo para los elegidos y harto elevado y noble para hacerse patrimonio de todos. Hay luego el criterio que sigue la Iglesia y que resulta ya más humano. Cierto que es defectuoso, sujeto a cambio y mudanza, pero durará mientras haya en el mundo seres débiles de cerebro. La luz de la pura revelación divina es harto clara y radiante para que pueda soportarla el hombre simple y débil. Pero la Iglesia aparece aquí cual bienhechora intermediaria para temperar y adaptar las cosas a fin de que la revelación a todo alcance y redunde en bien de muchos. La Iglesia cristiana se cree sucesora de Cristo y que, por eso, puede librar al hombre de sus culpas, y eso le confiere un poder grande. Y el clero cristiano cuida muy bien de conservar ese poder y ese prestigio y asegurar el tinglado cristiano. Es natural, por consiguiente, que le importe poco a la Iglesia el que tal o cual  libro bíblico contribuya más o menos al esclarecimiento de las inteligencias o contenga doctrinas de alta moral y humanidad noble; lo que principalmente le interesa es hacer resaltar en los libros de Moisés el episodio del pecado original y la necesidad de un Salvador, que de ese episodio se deriva; en los Profetas, las constantes alusiones a ese Redentor esperado, y en los Evangelios a su aparición real en la Tierra, su pasión y muerte en la cruz y el perdón de nuestros pecados. Y como usted puede ver, para tales fines y pesados en la balanza, ni el noble Tobías, ni el sabio Salomón, ni el sentencioso Sirach (ni los evangelios gnósticos, podríamos añadir nosotros), valen gran cosa. Por lo demás, esos calificativos de auténtico y apócrifo, aplicado a los libros de la Biblia, resultan chocantes. Porque ¿qué es lo auténtico, sino aquello tan excelente de por sí que armoniza con lo más puro de la Naturaleza y la razón humana, y hoy mismo todavía puede contribuir a nuestra formación? ¿Y qué, lo apócrifo, sino lo absurdo, disparatado y huero, que no engendra ningún fruto o, por lo menos, ningún fruto bueno? (entendido así, muchos de los libros de texto que actualmente se estudian a las universidades habría que concebirlos como apócrifos, es decir, insulsos, disparatados, hueros e inauténticos) Si la autenticidad de los libros del Evangelio hubiera de juzgarse desde el punto de vista de si aquello que transmite es absolutamente verdadero, podría dudarse de la autenticidad del propio Evangelio, en algunos puntos; porque Marcos y Lucas escribieron, no lo que ellos habían visto, sino lo que de la tradición oral recogieran, y Juan redactó su Evangelio en edad ya provecta. Yo, sin embargo, tengo por auténticos los cuatro Evangelios, porque en ellos alienta el fulgor de la personalidad sublime de Cristo, el soplo más divino que sobre la Tierra se ha manifestado nunca. Y si me preguntasen ahora si estoy dispuesto a inclinarme ante esa revelación, respondería sencillamente: "En absoluto me inclino ante ella como ante la revelación divina del más alto principio de moral." Pero si me preguntan si también estoy dispuesto a venerar al sol, respondo yo también: "Desde luego, en absoluto, ya que El es también una revelación de lo alto y, por cierto, la más poderosa que nos es dado contemplar a los hijos de la Tierra. Adoro en la luz y la fuerza genética de Dios, por la que todos vivimos, obramos y somos, y con nosotros todos los animales y plantas. Pero si después todavía me preguntasen si estoy dispuesto a inclinarme ante el hueso del dedo pulgar del apóstol Pedro y Pablo, respondería: "Dejadme en paz y no me vengáis con vuestros desatinos. No oscurezcáis el espíritu", dijo el apóstol. Hay muchas sandeces en los cánones de la Iglesia. Pero es que la Iglesia pretende dominar, y para ello necesita de una masa roma que se humille y se deje gobernar. Nada teme tanto el alto clero, ricamente dotado, como la ilustración de las masas inferiores. De ahí que por largo tiempo, por todo el tiempo que pudo, les tuviera vedada la lectura de la Biblia. Porque ¿qué iba a pensar el pobre fiel cristiano de esa pompa principesca que gastan los prelados opulentos, cuando ve en los Evangelios la pobreza y miseria de Cristo, que va humildemente a pie con sus discípulos, mientras el principesco obispo va en carroza tirada por seis caballos? (En este sentido, el nuevo Papa Francisco I, está siendo un modelo ejemplar de humildad, a seguir por el resto del clero y de los cristianos) No nos damos cuenta -prosiguió Goethe- de todo lo que le debemos a Lutero y a la Reforma en general. Ambos nos emanciparon de la limitación espiritual, y luego, por efecto del progreso constante de nuestra cultura, nos hemos capacitado para volver a las fuentes y tomar el cristianismo en su prístina pureza. Hemos vuelto a sentirnos orgullosos de nuestra divina naturaleza humana. Y ahora ya, por mucho que la cultura progrese, por mucho que las ciencias naturales se acrezcan en extensión y hondura y por mucho que el espíritu humano se remonte a lo alto, nunca irá más allá de la altura y la cultura moral del cristianismo, tal y como brilla y refulge en los Evangelios. (...) Pues luego que hayamos incorporado y sentido la pura doctrina del amor de Cristo, nos sentiremos grandes y libres en nuestra condición de hombres, y no daremos gran valor al detalle de que el culto externo tenga esta o la otra forma. Y así, poco a poco, el cristianismo de la palabra y el dogma se convertirá en un cristianismo de sentimiento y de la acción.

(...) Dios no se retiró a descansar después de los imaginarios seis días de la Creación, sino que su actividad es hoy tan intensa como el primer día. Construir este grosero mundo con elementos simples y hace que ruede año tras año, iluminado por los rayos del sol, no le habría interesado gran cosa si no hubiera tenido el plan de fundar en este solar de la materia, un vivero de espíritus. Y por eso actúa sin cesar sobre las naturalezas superiores para elevar de ese modo a las más bajas. 

Calló Goethe. Pero yo guardé en mi corazón sus grandes y buenas palabras."