La semana pasada Gunther Emde publicó la entrevista que me hizo en su blog integral. Dejo a continuación dicha entrevista, que podéis ver también en el muy recomendable blog de Gunther, a quien agradecemos su amabilidad y su apertura.
El Blog Integral entrevista a José González
José González es psicólogo, terapeuta de orientación junguiana y escritor.
Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad Europea de Madrid
y graduado en Psicología por la UNED.
José: Gracias a ti, Gunther, por entrevistarme, y enhorabuena por tu blog. Con respecto a tu primera pregunta, entiendo que cada novela que escribo es un fragmento de mi propia vida interior. Desde mi punto de vista, la vida puede caracterizarse, algo que hizo ya Miguel de Unamuno, como una novela en curso o, como decía Jung, un mito en despliegue continuo. Mi primera novela, “Encuentros en la oscuridad”, la escribí en un completo aislamiento con respecto a la sociedad, casi toda ella de noche, y sumido en un estado de arrobamiento. Apenas tardé una semana en escribirla y, para serte sincero, gran parte del texto lo escribí al dictado de un “otro” al que, de hecho, he llamado daimon en la novela. Durante las dos noches en las que plasmé el grueso del libro, me sucedieron numerosos fenómenos extraños. Uno de ellos es realmente significativo. Mientras pensaba en lo que iba a escribir, salí a dar una vuelta en mitad de la noche. Un búho chico me sobrevoló, pasó por encima de mi cabeza, se golpeó con la pared de un edificio y cayó aturdido al suelo. Yo me aproximé a él, cogí una pequeña caja de cartón que encontré cerca de allí, lo introduje en ella como pude, me alejé del edificio en el que se había golpeado, abrí la caja y emprendió de nuevo el vuelo. Esta y otras experiencias extrañas me llevaron al convencimiento de que existe un mundo misterioso, ajeno a la consciencia diurna, que funciona de un modo autónomo. Gracias a esas experiencias, y a otras por el estilo, comprendí aquello a lo que Jung se refería cuando hablaba de lo inconsciente colectivo o, como lo denomina en El Libro Rojo, del espíritu de las profundidades.
G: Tu última obra "Al final del túnel", ¿podría explicarse en función de algo similar, o es algo diferente?
J: Sí, Gunther, “Al final del túnel” podría entenderse como una ampliación de las experiencias que viví cuando escribí “Encuentros en la oscuridad” y, al mismo tiempo, es la precuela de otro libro mío titulado “La hermandad de los iniciados”. Lo que diferencia “Al final del túnel” de mis otros libros es que intento representar, a través de un relato que narra la vida de un hombre moderno, cómo veo yo la situación espiritual en la que nos encontramos, y cuales son los conflictos que nos afectan, hasta cierto punto, a todos los que vivimos en este momento histórico; conflictos a los que debemos enfrentarnos, cada cual a su modo particular. De ahí que su prologuista, el Dr. Salvador Harguindey, clasificara “Al final del túnel” como novela psicológica, dentro del género iniciado por Hermann Hesse.
G: ¿Te consideras un escritor metódico o caótico? Ya sabes, los hay que escriben de 9 a 5, y otros sólo cuando lo permiten las musas...
J: Bueno, considero que tengo un poco de ambas características. Aunque, si las musas no acompañan, entonces prefiero no escribir y dejar que las ideas vayan madurando en mi interior. Normalmente, siento una gran actividad onírica e imaginativa poco antes de ponerme a escribir, y esa actividad me suele acompañar durante todo el proceso de elaboración de una obra. La lectura, investigación y recopilación de datos es la parte que me hace ser algo más “metódico”.
G: ¿Sigues haciendo pesas? Se te ve en forma.
J: Sí, hago ejercicio físico siempre que puedo. Practico pesas en un gimnasio, al que voy unas tres veces por semana. Sin embargo, el deporte que más me gusta es el montañismo y el senderismo, aunque también monto en bicicleta de montaña. De hecho, en el primer lugar en el que experimenté el efecto de los “arquetipos” fue durante una jornada de montañismo, en lo alto de una montaña. Allí, en plena naturaleza, rodeado de robles o pinos, me siento como “en casa”.
G: ¿Efectúas algún tipo de práctica espiritual? ¿Has tenido alguna clase de experiencias que puedan calificarse como espirituales?
J: Sí, aunque es un tema que mantengo en la intimidad. No obstante, lo que sí puedo decirte es que no separo mi vida espiritual de la ordinaria. Para mí, lo importante no es la “práctica espiritual” concreta que alguien lleve, sino la actitud que uno tenga ante todas las dimensiones de la existencia.
G: Tú eres un experto en Jung. ¿Opinas que Jung alcanzó la máxima cota de trascendencia (iluminación), o bien lo consideras, como hace Wilber, como una persona que tuvo importantes vislumbres de los estadios psíquico y sutil, pero que en ocasiones confundió lo pre-personal con lo trans-personal?
J: Bueno, para ser honestos, no podría afirmar con rotundidad si Jung, o menganito de tal, ha llegado a la cota máxima de la trascendencia. Para eso, habría que estar en una situación que contemplara la totalidad del destino de los hombres, y eso es algo que le corresponde a “Dios”. Dicho esto, en mi opinión, siempre condicionada por mi propia ecuación personal, considero que Jung ha sido un maestro espiritual, un iniciado en los misterios de la naturaleza, es decir, un gnóstico. La obra de Jung, pese a que ha habido bastantes personas que la han leído parcialmente, aún permanece desconocida para la mayoría. Especialmente, para los lectores de habla española. Y esto es así porque aún no se ha traducido toda su extensa obra al español. Así que, incluso los que llevamos muchos años estudiándole, hay partes de su obra que desconocemos. No obstante, hasta donde yo conozco, en Jung vemos dos facetas distintas. La primera es la del empírico, fenomenólogo y hermeneuta, que es tal vez la “más conocida”. Y una segunda, más íntima, más oculta si se quiere, en la que se mostraba sólo ante un grupo reducido de personas. A esta última faceta pertenecen sus últimos escritos, como El Libro Rojo, sus memorias y algunas de sus epístolas, entre otros. La lectura de la obra de Jung, especialmente esta última tan desconocida, requiere prestar mucha atención y, en mi opinión, haber recorrido o estar recorriendo el camino que él describe en sus textos. De lo contrario, se puede malinterpretar lo que él escribe, como les ha sucedido a Victor Frankl o a Ken Wilber, por ejemplo.
G: ¿Has leído "El libro rojo" de Jung? Si es así, ¿qué opinión te merece? ¿Crees que aporta algo que sea adecuado para el siglo XXI?
J: Sólo he leído parte de El Libro Rojo, aunque he sobrevolado la obra entera. Se trata de un libro incalificable e inclasificable, en el que Jung escribió, dibujó y pintó las experiencias visionarias que tuvo durante su viaje del alma. Cuando uno se adentra en su lectura se da cuenta de que es como si accediera a una catedral. Contiene multitud de imágenes simbólicas, de sueños, de textos polisémicos que resultan muy difíciles de comprender si no se lee despacio, pensando detenidamente, meditando y, sobre todo, contemplándolo a la luz de la propia experiencia personal. Esta última es la verdadera piedra de toque. Cuando te adentras en este magnífico libro, rápidamente acuden a la memoria otros textos de la literatura universal, como la Odisea de Homero, la Divina Comedia de Dante, el Así habló Zaratustra de Nietzsche, la Eneida de Virgilio, etc. Sin embargo, a diferencia de todos ellos, El Libro Rojo contiene la experiencia de una odisea del alma de un hombre contemporáneo. Eso es lo que le hace realmente significativo, y que contenga, en cierto modo, un mensaje “profético”, en el sentido de que descubre asuntos de gran relevancia para el hombre de nuestro tiempo. Es difícil sintetizar en unas líneas lo que aporta este libro al hombre del siglo XXI, y lo que diga siempre será erróneo por escueto y parcial. Máxime, teniendo en cuenta que no lo he leído entero con detenimiento. Pero, considerando estas limitaciones, yo diría que el mensaje de El Libro Rojo de Jung, para el hombre de esta época, es el siguiente: “El alma existe; es una entidad autónoma que habita en lo profundo del ser humano. La consciencia del hombre puede y debe entablar una relación dialéctica con su alma, si desea restablecer el equilibrio que la humanidad ha perdido con la supremacía del racionalismo patriarcal y su consciencia unilateralmente desarrollada. Ese viaje por el alma “culmina” en el renacimiento de la imagen de dios en el “interior” del ser humano, y supone, para el hombre, una completa transformación de su actitud hacia todas las esferas de su existencia: la vida, el mundo, la sociedad, las relaciones interpersonales, la naturaleza, etc., adquieren una dimensión simbólica (religiosa=religio=unido y ligado a Dios), es decir, sagrada.”
G: ¿Crees que la maduración personal sigue unas etapas definidas, después de los estadios descritos por Piaget? Me refiero a si crees que es posible algo así como la iluminación "de un solo salto", o bien hay que recorrer de forma ineludible unas etapas que son las mismas para todos.
J: Considero que el proceso de maduración personal pasa por diferentes etapas, en efecto. Y que esas etapas hay que experimentarlas, asimilando las vivencias a las que convoca. Ahora bien, hay que tener cuidado con las clasificaciones que la consciencia realiza de un proceso que es autónomo y que, por definición, las trasciende. Conocer intelectualmente las “etapas” que otros han descrito no significa que uno haya conseguido la “iluminación”. El Camino se conoce recorriéndolo. Y, si se hace así, uno no puede menos que recordar las palabras de Antonio Machado: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar.” Si hay algo que el proceso de maduración tiene de característico es que el individuo accede a un territorio ignoto para su consciencia, y que, por más que otros hayan descrito ese viaje en etapas, éste siempre será único para él. Pongamos un ejemplo. Sabemos que hay ciertos motivos que se repiten en los sueños de los diferentes individuos y que, además, aparecen en los mitos, el folklore y los cuentos de las más variadas culturas. Sin embargo, nunca he conocido a dos personas que sueñen exactamente el mismo sueño, sin variación alguna. Y esto es así, porque la “ecuación personal” del individuo es única e irrepetible.
J: Sí, considero que es imprescindible una inmersión en las simas del alma humana, si quiere uno conocerse a sí mismo. Porque el hombre, por más que les pese a algunos, es un auténtico desconocido para sí mismo. Y, cuando empieza realmente a conocerse y atraviesa la epidermis de su consciencia, pronto se da cuenta de que en él hay un espacio interior que tiene vida propia. Una vida que la conciencia no ha producido y que, por lo tanto, tampoco puede controlar, ni manejar a su antojo. De ahí la importancia del silencio, del tener un espacio en el que apartarse del “mundanal ruido”, a fin de poder escuchar y contemplar esa vida que habita en nosotros. Si hay algo que le cuesta al occidental un trabajo ímprobo es el aprender a tener paciencia y permitir que las cosas se den por sí mismas, sin que el yo consciente interfiera en el proceso. Nuestra consciencia diurna está habituada a controlar y a manipularlo todo, para que las cosas se den de acuerdo a como ella lo ha planificado. Pero esta actitud es completamente errónea cuando lo que está en juego es el proceso interior.
Con respecto a tu segunda pregunta, el término de Pániker, “retroprogreso”, pienso que es muy acertado, porque hace justicia a esa paradoja que tiene lugar durante el proceso de evolución individual (y que también se observa en el grupal o en el social). El símbolo que suelo utilizar para ejemplificar el proceso de individuación, es decir, la evolución de la Conciencia (entendida esta como una Totalidad), es la imagen de un árbol. Precisamente porque en éste lo que está arriba y lo que está abajo, las raíces profundas y las ramas aéreas, está relacionado lo uno con lo otro. Y, en el símbolo del árbol hallamos las tres dimensiones en las que podemos dividir la Realidad: la aérea o el Cielo; la profunda o el mundo ctónico subterráneo; y el mundo intermedio. Por algo es el árbol una epifanía de Dios y, también, como símbolo del arquetipo de la Madre, el lugar en el que tiene lugar el renacimiento de la divinidad.
En toda mi obra puede rastrearse, como si de un hilo de Ariadna se tratara, ese “retroprogreso” al que se refiere Pániker. Y trato de hacerlo en un lenguaje sencillo, divulgativo, accesible a todo tipo de público. Así, por ejemplo, en mi última novela, “Al final del túnel”, describo este proceso a través de un relato heroico que, por cierto, está basado en hechos reales. Pero es heroico en el sentido de que describe un viaje que parte del mundo de la consciencia ordinaria, aquél en el que se desenvuelve a diario el hombre contemporáneo, y el protagonista se aventura hacia el ignoto mundo del alma, con las dificultades y los conflictos inherentes a esa odisea. Y, en ese recorrido, tiene lugar una experiencia de iniciación (=de muerte y renacimiento a la realidad del alma y sus arcanos), entre otras muchas sorpresas que el lector encontrará en sus 217 páginas. De ahí que el título del ensayo novelado que continúa la historia del protagonista de “Al final del túnel” sea “La hermandad de los iniciados”, puesto que en él describo las experiencias y las enseñanzas de una comunidad de monjes que han experimentado una iniciación, y que está dirigida por un Maestro o guía espiritual.