La euforia que se vive en España y, en cierto sentido, en gran parte del mundo, con motivo del mundial de fútbol me ha llamado a reflexionar sobre éste fenómeno. Mientras pensaba sobre este asunto, muy significativo del estado de consciencia del ser humano moderno, me dice mi pareja que, hace poco, a un religioso amigo suyo, por ir vestido en público con su hábito, lo han insultado y vilipendiado ¡sólo por mostrar una señal distintiva del carácter sagrado de su vocación! De pronto, me dije, ¡Eureka! he ahí una sincronicidad. Si miramos el asunto sub specie aeternitatis, nos daremos cuenta de que ambos sucesos, la adoración que se rinde al sagrado deporte del fútbol, y el rechazo y el repudio por lo religioso, no son sino aspectos de un mismo tema común. En cierto sentido, se ha producido, en términos freudianos, un desplazamiento del centro numinoso, de la religión al deporte. Y, si reflexionamos más en detalle, al final, nos percatamos de que, ésto que observamos, es una manifestación del desplazamiento del interés por el ámbito Espiritual, al ámbito Material. Evidentemente, los estadios de fútbol se han convertido en los nuevos templos en los que rendir pleitesía a la divinidad. Sólo que la divinidad, en este caso, está personificada por personajes, por héroes, de lo más banales. Eso sí, como sucede con las victorias de los héroes, el pueblo acaba identificándose con ellos, lo que provoca, a su vez, un sentimiento de unidad fraternal (¡España! ¡España! se oye tararear a voz en cuello; ¡Viva España! Se escucha gritar en todas las comunidades españolas). Ahora bien, la idiocia, la estulticia y la puerilidad (en el peor sentido de éste término) parecen constituir los "valores" dominantes de la cultura. O sea, la completa ignorancia e inconsciencia, la carencia de sabiduría, el verdadero pecado original para todo gran pensador, desde Platón, hasta Jung. A este respecto, Jung hace la siguiente reflexión en su libro "la psicología de la transferencia":
"Nuestra época es una época de confusión y disolución. Todo está en cuestión. Como suele suceder en estas situaciones, los contenidos de lo inconsciente se agolpan en los límites de la consciencia con el objetivo de compensar la situación de emergencia(...) el hombre-masa no tiene ningún valor, es una mera partícula que ha perdido el sentido de lo humano y, por tanto, el alma. Lo que le falta a nuestro mundo es el vínculo anímico, y éste no lo podrá reemplazar ninguna asociación profesional, ningún sindicato, ningún partido político, ningún Estado."
Podríamos continuar diciendo "ni deporte alguno". A veces me viene a la memoria, lo que, años atrás, sucedió en la época de decadencia del Imperio Romano. En aquellos tiempos, como hoy sucede con la televisión, los espectáculos de violencia y destrucción del circo romano, constituían el "deporte oficial" de las alienadas masas. En el caso del fútbol, por lo menos se canalizan los bajos instintos de la masa de un modo, hasta cierto punto,"terapéutico".
Ángel Almazán, en su libro "Esoterismo Templario", al hilo de lo que venimos argumentando, hace la siguiente reflexión:
"Por consiguiente, para el mundo occidental, ya no hay Tierra Santa que guardar, puesto que el camino que a ella conduce se ha perdido completamente. ¿Cuánto tiempo durará todavía esta situación y cabe siquiera esperar que dicha comunicación (con la tradición primordial como fuente y esencia de todas las tradiciones secundarias) pueda restablecerse tarde o temprano?"
Al hilo de este comentario de Ángel, traigo aquí a colación que hace unas semanas visitamos, mi pareja y yo, el bosque de Bussaco, en Portugal. Decenas de visitantes pululaban por aquel majestuoso bosque, con multitud de especies exóticas; lugar cerrado, originalmente, por la orden de los carmelitas descalzos, mediante una tapia que separaba el recinto interior (el centro espiritual), del mundo exterior, con el que se comunicaba a través de tres puertas. Este bosque sagrado, con sus once ermitas, de las que hoy se conservan nueve, y cuatro capillas, así como seis fuentes, una iglesia y un claustro, rodeado por el pabellón de caza de la familia real portuguesa, convertido éste en el Hotel Palace más elegante del mundo, en opinión de algunos críticos.
Todos estos detalles, aparentemente sólo estéticos, encierran un significado esotérico muy particular. Ese bosque es, en verdad, un recinto sagrado que representa, en cierto modo, el Paraíso terrestre. Una especie de comarca suprema, en sánscrito una Paradêsha, del que los caldeos derivaron su Pardés y los occidentales Paradis. Así, el bosque de bussaco, con sus múltiples senderos, representa el misterioso laberinto que el caminante debe recorrer en su viaje hacia el centro escondido, el Supremo Centro, Santo Grial. Por supuesto, recorrimos el bosque de cabo a rabo, hasta terminar en su mirador más elevado.
En él, un monolito en forma de cruz cristiana culminaba el ascenso y desvelaba una vista panorámica de la Sierra de Bussaco, antaño Sierra de Alcoba, que llegaba incluso hasta el mismo océano Atlántico.
Como pude comprobar que sucedía con buena parte de los visitantes del bosque portugués, la mayoría de los occidentales han perdido, como afirma Almazán, el camino hacia la Tierra Santa. Ni siguiera son conscientes del significado simbólico del bosque y sus especies, algo que sabían bien los monjes carmelitas, como todo chamán o druida, que cerraron el bosque y se dedicaron a su cultivo y cuidado. ¿Qué ha sido de la máxima "así es arriba, como abajo"?
Esta misma reflexión es válida para lo que ha sucedido, hace apenas unas horas, cuando la selección española ha obtenido su primer mundial, tras vencer a la selección holandesa. Los héroes españoles han alcanzado la gloria olímpica, y los españoles, identificados con sus héroes, han vibrado, por un momento, en una especie de éxtasis místico. Pero, claro, ahora los héroes o semidioses, como digo, son jugadores de fútbol, en lugar de místicos o taumaturgos. Y los Templos, en los que venerarlos, son ahora los estadios de fútbol que, curiosamente, tienen una disposición circular. Tras el descontento con la clase política, dirigentes y oposición, cuya corrupción no hace sino hacerse cada vez más patente, se eleva una nueva figura en la que
proyectar el valor supremo: la selección española, en el caso de nuestro país; los futbolistas, en el resto de los países. ¡Enhorabuena España!
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