Vivimos en una sociedad que ensalza lo placentero, lo bueno, lo bonito, lo fácil, etc. Es decir, sólo uno de los aspectos, el luminoso o, para utilizar el lenguaje oriental, el lado Yang de la Vida. Y, esta actitud, que se ha venido extendiendo durante siglos, es la que domina, también, en el ámbito de las relaciones de pareja. Sin embargo, precisamente las relaciones de pareja se han convertido, a día de hoy, en uno de los campos de batalla en los que, con mayor enjundia, se manifiesta el lado oscuro y siniestro de la vida. Sí, ese aspecto, esa faz que el colectivo tanto denosta, aquel tan repudiado por todos y, pese a todo, ese que tanto afecta a las vidas íntimas y personales de cada cual.
Puede resultar divertido, a simple vista, observar cómo la gente, cada vez que se enfrenta a los aspectos más sombríos de su personalidad, habla de trascender o controlar los instintos más primarios, pertenecientes a lo inconsciente colectivo. Pero, en realidad, de divertido no tiene nada, puesto que los dramáticos y, en demasiadas ocasiones, trágicos finales, a los que están abocadas buena parte de las relaciones sustentadas en la ignorancia mutua de ambos conyuges, lo evidencian los medios de comunicación a diario. Escenas de brutalidad, violencia, sufrimiento, luchas de poder, guerras internas, asesinatos, violaciones... están a la orden del día.
Los romanos llamaban Plutón a la deidad que gobernaba el inframundo. Pero, antes que estos, los egipcios atribuían a la diosa solar Sekhmeth la guerra, siendo la señora de la masacre y de la venganza. Incluso la gentil y sensual Afrodita/Venus, convertida en amante del dios de la guerra Ares-Marte, fue venerada por los espartanos como un numen de las batallas sangrientas. Hoy, los psicólogos utilizan un nombre más científico, más aséptico, para referirse a ese ámbito de la experiencia humana: lo inconsciente.
Todo esto debería hacernos reconsiderar la imagen del mundo con la que el colectivo se identifica. Saber que en las capas más profundas de nosotros mismos, en lo inconsciente, precisamente, reside una entidad que se asemeja más a un primitivo "hombre de las nieves", a un "hombre-lobo" o a un primitivo arcaico, tomar consciencia de ello, nos ayudará a comprender lo que a continuación exponga.
Ciertos acontecimientos recientes, de los que he sido testigo directo, me han hecho preguntarme sobre el sentido último de las tan frecuentes dificultades que se presentan en la mayor parte de las rupturas de pareja. Los psicoanalistas dirán que se produce una ruptura de las proyecciones, que mantenían la relación en un estado de ceguera mutua, y que ese es el motivo principal de las separaciones. Claro, el "príncipe azul" y la "inmaculada virgen", cuando desaparece el velo proyectivo que empañaba, resulta que ni es príncipe, ni azul, y, por supuesto, ni es virgen, ni inmaculada (al menos, en el sentido moderno de los términos).
Pero, y ahora comienzan las preguntas sobre el sentido y el significado profundo de la relación ¿quién es responsable de dicha situación? Si la persona, mujer u hombre, ha proyectado una imagen "irreal" sobre su pareja ¿quién es el responsable de dicha proyección? ¿Es responsable la persona que proyecta o aquella que recibe la proyección? ¿Quién es el "causante" último de semejante "hechizo"? Y, lo que es más importante ¿hay algún sentido oculto, profundo, detrás de esas imágenes con las que se reviste al cónyuge?
Realizarse este tipo de preguntas, cuando se presentan problemas en una relación de pareja, considero que es mucho más enriquecedor (y, recordemos que Plutón significa "rico") que inculpar al otro por no ajustarse a la imagen que habíamos proyectado sobre él. Claro que, para eso, hay que atravesar un largo camino de penurias. En este sentido, me viene a la memoria el caso de un amigo.
Mi amigo (en adelante, Pedro) estaba inmerso en un proceso de separación con su ex-pareja. Tras un dilatado período de ruptura, la relación se había tornado en mera amistad. Sin embargo, un análisis más cercano reveló la existencia de un "enganche", a nivel inconsciente, que se manifestaba en que aún mantenían la vivienda, en la que habían convivido durante su relación, a nombre de los dos.
El verdadero conflicto tomó cuerpo cuando Pedro conoció a una mujer, entablando una relación de pareja con ella. Al comunicarle la nueva situación a su ex-pareja, ésta cambió por completo su actitud. Se convirtió en una harpía, intentando hacerle la vida imposible. Las amenazas, los violentos enfrentamientos, el victimismo, el acoso personal, se convirtieron, durante un tiempo, en moneda común.
Casos como este, lamentablemente, no son sino demasiado frecuentes. Tan frecuentes, como la incapacidad de afrontarlos convenientemente. Y es que, detrás de estos conflictos, nos encontramos con factores inconscientes que pertenecen, ni más, ni menos, que a nuestro propio y esencial destino.
Continuará...
Puede resultar divertido, a simple vista, observar cómo la gente, cada vez que se enfrenta a los aspectos más sombríos de su personalidad, habla de trascender o controlar los instintos más primarios, pertenecientes a lo inconsciente colectivo. Pero, en realidad, de divertido no tiene nada, puesto que los dramáticos y, en demasiadas ocasiones, trágicos finales, a los que están abocadas buena parte de las relaciones sustentadas en la ignorancia mutua de ambos conyuges, lo evidencian los medios de comunicación a diario. Escenas de brutalidad, violencia, sufrimiento, luchas de poder, guerras internas, asesinatos, violaciones... están a la orden del día.
Los romanos llamaban Plutón a la deidad que gobernaba el inframundo. Pero, antes que estos, los egipcios atribuían a la diosa solar Sekhmeth la guerra, siendo la señora de la masacre y de la venganza. Incluso la gentil y sensual Afrodita/Venus, convertida en amante del dios de la guerra Ares-Marte, fue venerada por los espartanos como un numen de las batallas sangrientas. Hoy, los psicólogos utilizan un nombre más científico, más aséptico, para referirse a ese ámbito de la experiencia humana: lo inconsciente.
Todo esto debería hacernos reconsiderar la imagen del mundo con la que el colectivo se identifica. Saber que en las capas más profundas de nosotros mismos, en lo inconsciente, precisamente, reside una entidad que se asemeja más a un primitivo "hombre de las nieves", a un "hombre-lobo" o a un primitivo arcaico, tomar consciencia de ello, nos ayudará a comprender lo que a continuación exponga.
Ciertos acontecimientos recientes, de los que he sido testigo directo, me han hecho preguntarme sobre el sentido último de las tan frecuentes dificultades que se presentan en la mayor parte de las rupturas de pareja. Los psicoanalistas dirán que se produce una ruptura de las proyecciones, que mantenían la relación en un estado de ceguera mutua, y que ese es el motivo principal de las separaciones. Claro, el "príncipe azul" y la "inmaculada virgen", cuando desaparece el velo proyectivo que empañaba, resulta que ni es príncipe, ni azul, y, por supuesto, ni es virgen, ni inmaculada (al menos, en el sentido moderno de los términos).
Pero, y ahora comienzan las preguntas sobre el sentido y el significado profundo de la relación ¿quién es responsable de dicha situación? Si la persona, mujer u hombre, ha proyectado una imagen "irreal" sobre su pareja ¿quién es el responsable de dicha proyección? ¿Es responsable la persona que proyecta o aquella que recibe la proyección? ¿Quién es el "causante" último de semejante "hechizo"? Y, lo que es más importante ¿hay algún sentido oculto, profundo, detrás de esas imágenes con las que se reviste al cónyuge?
Realizarse este tipo de preguntas, cuando se presentan problemas en una relación de pareja, considero que es mucho más enriquecedor (y, recordemos que Plutón significa "rico") que inculpar al otro por no ajustarse a la imagen que habíamos proyectado sobre él. Claro que, para eso, hay que atravesar un largo camino de penurias. En este sentido, me viene a la memoria el caso de un amigo.
Mi amigo (en adelante, Pedro) estaba inmerso en un proceso de separación con su ex-pareja. Tras un dilatado período de ruptura, la relación se había tornado en mera amistad. Sin embargo, un análisis más cercano reveló la existencia de un "enganche", a nivel inconsciente, que se manifestaba en que aún mantenían la vivienda, en la que habían convivido durante su relación, a nombre de los dos.
El verdadero conflicto tomó cuerpo cuando Pedro conoció a una mujer, entablando una relación de pareja con ella. Al comunicarle la nueva situación a su ex-pareja, ésta cambió por completo su actitud. Se convirtió en una harpía, intentando hacerle la vida imposible. Las amenazas, los violentos enfrentamientos, el victimismo, el acoso personal, se convirtieron, durante un tiempo, en moneda común.
Casos como este, lamentablemente, no son sino demasiado frecuentes. Tan frecuentes, como la incapacidad de afrontarlos convenientemente. Y es que, detrás de estos conflictos, nos encontramos con factores inconscientes que pertenecen, ni más, ni menos, que a nuestro propio y esencial destino.
Continuará...
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