"Quien conoce los hombres es hábil.
Quien se conoce a sí mismo es sabio.
Quien vence a los otros, es fuerte.
Quien se vence a sí mismo, es poderoso."
Tao Te King.
No deja uno de contemplar y de observar anonadado la pretendida creencia general en la absoluta liberación de prejuicios, especialmente en temas religiosos. Pero, pese a esa persistente creencia, la actitud, los ideales, hasta en sus más mínimos pormenores, así como las ideas y las reflexiones, el modo de vivir, la moral y hasta el lenguaje están condicionados por factores arquetípicos, enraizados en la historia del espíritu humano. De ello la consciencia no tiene la menor sospecha, en parte por una falta de autocrítica y, en parte también, por un modelo de educación poco adecuado a las demandas de nuestro tiempo. Quizás sea ese prejuicio que entiende al ser humano como una Tabula Rasa, que viene al mundo vacío de contenido y que sobre él se puede escribir casi cualquier cosa, atribuyendo a la educación prácticamente todos los males del individuo, la rémora más importante a la hora de comprender la complejidad de la psique humana. Hasta tal punto la consciencia no sospecha de la existencia de los arquetipos que los últimos descubrimientos acerca de los orígenes del cristianismo han hecho tambalear las consciencias de un gran número de personas que habían asumido, como verdad incuestionable, el dogma cristiano. Por lo tanto, no será de extrañar que sean muchos aún los individuos que rechacen los resultados de las investigaciones más vanguardistas acerca de María Magdalena, según las cuales ésta no era la “pecadora” que los evangelios canónicos nos hacían creer sino, antes bien, la pareja del Jesús histórico, la Novia de Cristo. Y no sólo eso sino que, además, fue ella quien transformó a Jesús en “el Ungido”, es decir, en Cristo. Tampoco sería de extrañar que ella hubiera continuado la tradición, mucho más antigua, de la Prostitución Sagrada, siendo, por ende, una Hieródula que practicara sexo sagrado con Jesús. Por muy heréticas que parezcan estos resultados, están en consonancia con los productos de lo inconsciente de múltiples personas. Y se asemejan, tal vez demasiado, a la “corriente subterránea” que ha sido repudiada por el cristianismo ortodoxo. Valgan estas consideraciones para poner de manifiesto los condicionamientos, histórico-culturales, que influyen en las percepciones, estilos de vida, actitudes, pensamientos y en la moral de todo ser humano. Cosa que no es exclusiva de nuestro tiempo, pues el alma funciona como siempre ha funcionado.
Según la psicología profunda, los arquetipos son los verdaderos arquitectos de lo que luego se manifiesta en el ámbito de la consciencia. Como tales, éstos sólo son aprehensibles a través de símbolos, de imágenes simbólicas. Son ellos los condicionantes del quehacer humano, que despiertan a la vida sólo a través de un esfuerzo paciente de comprensión de su significado y del modo en que aquellos se manifiestan en el individuo. Adquieren vida y sentido cuando uno se esfuerza en experimentar su numinosidad, es decir, su relación afectiva con uno mismo. Y así el evangelio de Felipe nos dice:
Según la psicología profunda, los arquetipos son los verdaderos arquitectos de lo que luego se manifiesta en el ámbito de la consciencia. Como tales, éstos sólo son aprehensibles a través de símbolos, de imágenes simbólicas. Son ellos los condicionantes del quehacer humano, que despiertan a la vida sólo a través de un esfuerzo paciente de comprensión de su significado y del modo en que aquellos se manifiestan en el individuo. Adquieren vida y sentido cuando uno se esfuerza en experimentar su numinosidad, es decir, su relación afectiva con uno mismo. Y así el evangelio de Felipe nos dice:
“La verdad no vino al mundo desnuda, sino que vino en símbolos e imágenes; (el mundo), de otra forma, no podría recibirla. Hay un renacimiento y una imagen del renacimiento. Es en verdad necesario renacer mediante la imagen”.
Para adecuarlo a la perspectiva de la psicología analítica, podríamos sustituir la palabra un poco más antigua y quizás más vaga de “mundo” por “consciencia” y expresaría la misma idea anterior. No sólo es que la imagen precede al acto de la manifestación, sino que, además, no es posible renacimiento alguno si no se trabaja en la toma de consciencia del símbolo o imagen emanado de lo inconsciente. El trabajo que supone la diferenciación de la imagen arquetipal resulta ímprobo, tanto más cuanto que todo arquetipo puede ser diferenciado ad infinitum. Pero de lo que aquí tratamos es de la necesidad del desarrollo interior de la imagen, en virtud de la vivencia y de la experiencia resultante, y su manifestación concreta dependerá de las aptitudes individuales.
La labor de traer al ámbito de la consciencia los contenidos de lo inconsciente fue el trabajo al que encomendaban su vida los alquimistas. Y los procesos que les conducían a la pretendida y ansiada piedra filosofal, es decir, el oro non vulgi, eran los mismos que acontecen en la psicología analítica moderna, si bien los primeros proyectaban sus contenidos al ámbito de la materia, mientras que a los segundos le son accesibles a través de los productos de lo inconsciente que emergen en las sesiones de terapia.
De acuerdo con lo dicho hasta ahora, se desprende que el individuo sólo lo es hasta cierto punto, pues en los niveles más profundos de su psique, precisamente en lo inconsciente colectivo, está impregnado, condicionado e influido por los determinantes que se hallan constelados en la época y/o momento en el que vive. De ese modo, ningún español, como tampoco su hermano europeo, podrá sustraerse a la influencia de los arquetipos que se hallan inmersos y activos en su psique.
Hoy parece que los valores que un día florecieron con la era cristiana están siendo arrasados hasta en sus más mínimas manifestaciones. Algunos, muchos, opinan que el cristianismo es una reliquia del pasado y que, con los avances científicos modernos, hace ya tiempo que está superado. Aducen, no sin cierta razón, que en nombre del cristianismo se han cometido verdaderas atrocidades. Por si esto fuera poco, como ya mencionamos en líneas precedentes, los nuevos descubrimientos de textos gnósticos antiguos, han dado pie a investigaciones minuciosas acerca de los orígenes del cristianismo. Asimismo, del estudio comparado de los textos que conforman el llamado Nuevo Testamento se ha colegido que aquellos no son sino un compendio seleccionado, de otros muchos existentes en aquella época y tan válidos como esos para ser incluidos en el Nuevo Testamento, tras la celebración del concilio de Nicea en el año 325 de la era cristiana.
Los resultados de los estudios referentes a los orígenes del cristianismo parecen cuestionar concepciones que se han tenido como verdades incuestionables para la inmensa mayoría de los cristianos. De esta suerte, ideas como que Jesús fue célibe o que fue superior en espiritualidad a Juan el Bautista parece que no son sino aparentes falacias. De igual modo, algunos detalles de su vida parecen estar en tela de juicio, no adecuándose a los contenidos del Nuevo Testamento, tales como la fecha de su nacimiento, sus orígenes humildes, la procedencia de sus conocimientos religiosos o su pertenencia a la religión judía. Todos estos resultados no deben hacernos culpar exclusivamente a los representantes de la Iglesia ortodoxa por toda esta aparente mentira y no debemos pensar que los Padres de la Iglesia han sido los responsables, por una suerte de manipulación y tergiversación de la verdad, del estado actual de incomprensión, rechazo y animosidad con respecto a asuntos de índole religiosa. Eso equivaldría a proyectar la responsabilidad que le es propia al estado psíquico del español y, por ende, del europeo moderno en la figura del “Otro”. Y ese otro sería la institución eclesiástica y sus representantes. Desde luego que la emergencia del indómito salvajismo de los últimos años reside precisamente en ese estado del alma del europeo. De nada sirven propagandas a favor de una mayor integración entre los países que componen la actual Unión Europea, pues son los cimientos anímicos los que han de servir de basamento a toda estructura que se pretenda edificar con una cierta garantía de éxito.
Ciertamente, la emergencia del mal en el mundo occidental es una consecuencia del mantenimiento de la antigua ética judeo-cristiana que, aunque necesaria en sus orígenes -para fortalecer el complejo del yo y dar preeminencia a la consciencia, frente a las tremendas irrupciones de fuerzas y tendencias instintivas- ha generado una escisión psíquica y, con ello, ha sido fuente de enfermedades psicosomáticas y desarrollo defectuoso en muchos individuos. Ha sido especialmente perjudicial para un amplio conjunto del colectivo que, al estar incapacitado para asumir el standard cultural de una élite, ha terminado por conducir a una acumulación y activación del lado oscuro de la colectividad y del individuo. Dado el extraordinario incremento de la población mundial, la divergencia entre una élite de individuos, en los que el aumento de consciencia y una individuación crecientes les ha capacitado para adquirir una responsabilidad individual ante la problemática de la sombra, del lado oscuro de la psique, y una cada vez más numerosa masa de personas cuyo nivel cultural, moral y consciente está por debajo y, en ocasiones, muy por debajo del estandar o normal ha aumentado extraordinariamente. El peligro de esta diferencia de niveles culturales y morales se manifiesta, en el ámbito de una comunidad, en la psicología del chivo expiatorio, que recibe las proyecciones del mal del que no es consciente esa comunidad (como, por ejemplo, en los asociales, marginados, deficientes, extranjeros, inmigrantes o criminales); y, en el ámbito internacional, en el incremento de las guerras, que no son sino epidemias colectivas de irrupciones de los instintos más básicos, de destrucción y aniquilación.
La nueva ética, tal y como apunta el analista jungiano E. Neumann, requiere tomar en consideración la personalidad total, tanto a la consciencia, cuanto a lo inconsciente. Esto supone tomar consciencia tanto de los aspectos positivos cuanto de los negativos de la propia personalidad, para poder, a través de una diferenciación cada vez mayor de las potencialidades inicialmente inconscientes y, por consiguiente, insertas en el ámbito de la Sombra, incorporarlas en la vida individual y, consiguientemente, aportarlas al colectivo social. En palabras de Maite del Moral:
"Mirar hacia el interior, explorar lo desconocido, asumir el propio mal y dejar de colocarlo en los otros, rescatar nuestro bien y buscar la integración de ambos, resulta imprescindible para encontrarnos "centrados". Y sólo desde nuestro centramiento individual, podremos hacer una sana aportación a esta colectividad nuestra, tan necesitada de ello."
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