Como debiera ser consabido, existen ciertos principios, que son absolutos, y que tan sólo son los ropajes con los que se envisten los que van cambiando de época en época. Esos principios universales son los equivalentes al concepto de "eidos" platónico y, en el ámbito psíquico, son los arquetipos de lo inconsciente colectivo, nombre que la psicología analítica ha tomado de Dioniso Aeropagita. No obstante, los arquetipos jungianos y las ideas platónicas no son exactamente equivalentes. Más bien, podríamos decir que los primeros serían un reflejo en la psique de las segundas.
De entre esos "eidos" o ideas, la idea de Dios es la Verdad, lo Absoluto por antonomasia. Los creadores de todas las religiones, Jesús, Moisés, Mahoma, Buda, etc., todos ellos, han tenido el privilegio de escuchar la Voz Interior, de tener un contacto directo con la Fuente, con el Ser, con la chispa divina que yace en su interior. La ciencia sólo puede hablar de la Idea de Dios, de la experiencia vital de la divinidad en el ser humano, mas no de Dios en sí mismo, de su esencia. Ahora bien, lo que nos enseña la experiencia es que, una vez que esas vivencias son transmitidas por los progenitores espirituales a una élite, ésta, a su vez, va transmitiéndola al resto de la comunidad. El mensaje original, fruto de la experiencia vital íntima, de la experiencia mística o religiosa (entendida ésta en la acepción original de la palabra, es decir, como religare que significa volverse a unir o re-ligarse a la esencia divina) ; como digo, la experiencia prístina comienza a institucionalizarse, se enrigidece y pierde su vínculo con la vivencia original. En ese momento, las personas hablan y defienden valores, que, aún siendo absolutos en sus inicios (representan la Voz interior que habla a través del vehículo humano que es el fundador de una religión), no dejan de ser una expresión individual de ese absoluto vivido. Y, por consiguiente, representan un modo de expresión del Absoluto, mas no el único. Y, siendo esto así, cuanto más alejados están los valores que se defienden de la experiencia original, mística, tanto más rígida se torna la actitud consciente de quienes los defienden. Así, por la ley de compensación que rige en psicología, a una actitud dogmática o, llevada al extremo, fundamentalista, se le opone, en lo inconsciente, una tormentosa duda, precisamente por falta de experiencia.
Aunque en mis últimas entradas me haya referido a iluminar las oscuridades, es evidente que también debe expandirse la luz, o mejor, uno debe abrise a ella, en el sentido de experimentar la Luz Interior, la Chispa divina, el lumen naturae. Pues, cuando hablo sobre la iluminación de la oscuridad, me refiero al conocimiento de Uno mismo. Y ese conocimiento, que no hace demasiado disfrutaba de buena salud, en tanto que existía, proporcionalmente, una introspección mayor (la etapa en la que, por ejemplo, floreció el Románico o el Gótico, una época en la que los Templarios eran custodios de un conocimiento trascendente, etc...), resulta que hoy, a unos avances científicos y tecnológicos vertiginosos, le han correspondido un embotamiento del alma cada vez más acusado. Parece como si existiera una proporción inversa: a más conocimientos científicos y tecnológicos, mayor embotamiento anímico. Gracias a Dios, comienzan a verse indicios, cada vez más importantes, de una unificación entre ambos. Pues, al fin y a la postre, lo que tratamos, quienes defendemos el nuevo paradigma emergente, es de unificar Ciencia y Espiritualidad, conocimiento y sabiduría, consciencia e inconsciente (en una entidad que hoy llaman Conciencia, con mayúsculas). Dado que, en palabras de la tabla de esmeralda:
" Lo que está más abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo. Actúan para cumplir los prodigios del Uno."
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